9

 

 

Por la mañana la mujer de Garaikoetxea llamó al comisario. Le informó que había estado hablando con el socio de su marido sobre los dos detectives que la habían visitado, y éste había negado cualquier relación con ellos, pero que no le había creído.
—Soy abogada y me enfrento todas las semanas en juicios con gente que quiere sangrar a empresas cobrando indemnizaciones que no les corresponden. He aprendido a distinguir a un mentiroso.
Le explicó que le había pillado en varias contradicciones y que al señalárselas se había puesto nervioso y había cortado la entrevista. Goikolea le dijo que quería interrogar a esa persona, y ella le dio sus datos. Se llamaba Jorge Madinabeitia.
Pidió información sobre él pero estaba limpio. Pero Goikolea sabía que la gente poderosa podía cambiar sus informes policiales, por lo que llamó a su amigo Guti del CNI. Le prometió que a la mañana siguiente tendría información al respecto.
Justo colgó el teléfono cuando entró en el despacho Marta, que cerró la puerta poniendo el pestillo.
—¿Por qué no te metes debajo de la mesa?
Ella obedeció. Se puso a cuatro patas en el suelo y avanzando gateando se metió debajo de la mesa. Goikolea separó las piernas y se dejó hacer. Le bajó la bragueta del pantalón, le soltó el cinturón y empezó a acariciarle el sexo por encima del calzoncillo.
Se sentía muy excitado. Su pene se puso muy duro, luchaba por salir, y ella empezó a mordérselo suavemente por encima de la tela, mientras le acariciaba los testículos.
Se incorporó un poco para que le bajara los pantalones y el slip y sacara su pene al aire. Lo empezó a chupar con fruición, de seguir así no tardaría en correrse.
No le hacía mucha gracia el hecho de que aquello pasara en comisaría y en su despacho. Seguramente la habían visto entrar y cerrar la puerta. Dejó de pensar ya que le llegó el orgasmo, corriéndose, y ella no desperdició ni una gota de su semen.
Cuando acabó salió de debajo de la mesa y se sentó en la silla. Se subió un poco la falda y se quitó las braguitas. Las olió.
—Están muy mojadas, huelen a mí.
Seguidamente empezó a metérselas dentro de su vagina, despacio, mientras el comisario la miraba, excitado. Cuando las tuvo dentro empezó a acariciarse intensamente.
—Me gusta correrme así, cuando me llega las braguitas me llenan y se me multiplica el placer, me vienen varios orgasmos seguidos.
Cerró los ojos y se masturbó ante la mirada de Goikolea, y no tardó en llegar al éxtasis. Se quedó mirando cómo su sexo se abría y cerraba por los espasmos de placer, hasta que dejó de acariciarse. Entonces sacó las braguitas despacio. Las dejó empapadas sobre la mesa.
—Voy a ser tu esclava, Goiko, y sólo pido que me metas en este caso.
—Ya sabes que no avanza, que no hay novedades.
—Hoy ha estado la mujer del asesino, seguro que ha aparecido una nueva línea de investigación. Yo te ofrezco mucho y te pido poco.
—No debes llamarle asesino, ni entre nosotros. Es el sospechoso. Esa es la primera lección que debes aprender.
Marta se puso seria, y se levantó. Apoyó una pierna sobre la silla, dejando su sexo al aire.
—Me gustas, Goiko, no quiero perderte.
—Está bien. Mañana iremos a interrogar a un sospechoso. Vendrás conmigo. No quiero que hables ni intervengas. Si te pasas, si dices algo, te echo del caso, ¿me has entendido?
Vio la ambición brillar en los ojos de Marta. Se daba cuenta de que de esclava tenía poco. La jugada de esa mañana le había salido perfecta. Generalmente nadie que entrara en su despacho cerraba la puerta. Y salía de él metida en el caso más importante de los que se llevaban en la comisaría.
Cuando se fue entró el subinspector Martín en el despacho. Se dio cuenta de que encima de la mesa estaban las braguitas de Marta, y las cogió rápidamente metiéndoselas en el bolsillo, pero no pudo evitar que su compañero se diera cuenta.
—Te lo he dicho, Goiko, esa mujer es muy peligrosa, ándate con cuidado.
—¿Sabemos algo de los detectives privados?
—No deben ser de aquí, no coinciden con ninguna descripción de los que operan en la comunidad. Hemos cotejado los archivos de escoltas en paro, que ahora se dedican a la investigación privada, y he llamado a la mujer de Garaikoetxea. Mañana le quiero enseñar unas fotos, a ver si reconoce a alguien, pero me temo que no sacaremos nada en claro.
Cuando Martín salió del despacho, sacó las braguitas de su bolsillo. Estaban aún húmedas, pero se habían quedado frías. No era fetichista y estuvo tentado de tirarlas a la papelera, pero no quería que nadie las encontrara. Se desharía de ellas en la calle.