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Por la mañana la mujer de Garaikoetxea llamó
al comisario. Le informó que había estado hablando con el socio de
su marido sobre los dos detectives que la habían visitado, y éste
había negado cualquier relación con ellos, pero que no le había
creído.
—Soy abogada y me enfrento todas las semanas
en juicios con gente que quiere sangrar a empresas cobrando
indemnizaciones que no les corresponden. He aprendido a distinguir
a un mentiroso.
Le explicó que le había pillado en varias
contradicciones y que al señalárselas se había puesto nervioso y
había cortado la entrevista. Goikolea le dijo que quería interrogar
a esa persona, y ella le dio sus datos. Se llamaba Jorge
Madinabeitia.
Pidió información sobre él pero estaba
limpio. Pero Goikolea sabía que la gente poderosa podía cambiar sus
informes policiales, por lo que llamó a su amigo Guti del CNI. Le
prometió que a la mañana siguiente tendría información al
respecto.
Justo colgó el teléfono cuando entró en el
despacho Marta, que cerró la puerta poniendo el pestillo.
—¿Por qué no te metes debajo de la
mesa?
Ella obedeció. Se puso a cuatro patas en el
suelo y avanzando gateando se metió debajo de la mesa. Goikolea
separó las piernas y se dejó hacer. Le bajó la bragueta del
pantalón, le soltó el cinturón y empezó a acariciarle el sexo por
encima del calzoncillo.
Se sentía muy excitado. Su pene se puso muy
duro, luchaba por salir, y ella empezó a mordérselo suavemente por
encima de la tela, mientras le acariciaba los testículos.
Se incorporó un poco para que le bajara los
pantalones y el slip y sacara su pene al aire. Lo empezó a chupar
con fruición, de seguir así no tardaría en correrse.
No le hacía mucha gracia el hecho de que
aquello pasara en comisaría y en su despacho. Seguramente la habían
visto entrar y cerrar la puerta. Dejó de pensar ya que le llegó el
orgasmo, corriéndose, y ella no desperdició ni una gota de su
semen.
Cuando acabó salió de debajo de la mesa y se
sentó en la silla. Se subió un poco la falda y se quitó las
braguitas. Las olió.
—Están muy mojadas, huelen a mí.
Seguidamente empezó a metérselas dentro de
su vagina, despacio, mientras el comisario la miraba, excitado.
Cuando las tuvo dentro empezó a acariciarse intensamente.
—Me gusta correrme así, cuando me llega las
braguitas me llenan y se me multiplica el placer, me vienen varios
orgasmos seguidos.
Cerró los ojos y se masturbó ante la mirada
de Goikolea, y no tardó en llegar al éxtasis. Se quedó mirando cómo
su sexo se abría y cerraba por los espasmos de placer, hasta que
dejó de acariciarse. Entonces sacó las braguitas despacio. Las dejó
empapadas sobre la mesa.
—Voy a ser tu esclava, Goiko, y sólo pido
que me metas en este caso.
—Ya sabes que no avanza, que no hay
novedades.
—Hoy ha estado la mujer del asesino, seguro
que ha aparecido una nueva línea de investigación. Yo te ofrezco
mucho y te pido poco.
—No debes llamarle asesino, ni entre
nosotros. Es el sospechoso. Esa es la primera lección que debes
aprender.
Marta se puso seria, y se levantó. Apoyó una
pierna sobre la silla, dejando su sexo al aire.
—Me gustas, Goiko, no quiero perderte.
—Está bien. Mañana iremos a interrogar a un
sospechoso. Vendrás conmigo. No quiero que hables ni intervengas.
Si te pasas, si dices algo, te echo del caso, ¿me has
entendido?
Vio la ambición brillar en los ojos de
Marta. Se daba cuenta de que de esclava tenía poco. La jugada de
esa mañana le había salido perfecta. Generalmente nadie que entrara
en su despacho cerraba la puerta. Y salía de él metida en el caso
más importante de los que se llevaban en la comisaría.
Cuando se fue entró el subinspector Martín
en el despacho. Se dio cuenta de que encima de la mesa estaban las
braguitas de Marta, y las cogió rápidamente metiéndoselas en el
bolsillo, pero no pudo evitar que su compañero se diera
cuenta.
—Te lo he dicho, Goiko, esa mujer es muy
peligrosa, ándate con cuidado.
—¿Sabemos algo de los detectives
privados?
—No deben ser de aquí, no coinciden con
ninguna descripción de los que operan en la comunidad. Hemos
cotejado los archivos de escoltas en paro, que ahora se dedican a
la investigación privada, y he llamado a la mujer de Garaikoetxea.
Mañana le quiero enseñar unas fotos, a ver si reconoce a alguien,
pero me temo que no sacaremos nada en claro.
Cuando Martín salió del despacho, sacó las
braguitas de su bolsillo. Estaban aún húmedas, pero se habían
quedado frías. No era fetichista y estuvo tentado de tirarlas a la
papelera, pero no quería que nadie las encontrara. Se desharía de
ellas en la calle.