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—Hola, muchacho, ¿qué tal?
—Hola, Guti. Alégrame el día, que lo llevo
fatal.
—Pues no sé qué decirte, ya que tus dos
amigos son viejos conocidos.
—¿Tuyos?
—Nuestros.
Goikolea se mostró sorprendido. A aquellos
agentes no les conocía de nada, pero le daba que Guti le iba a
revelar alguna información relevante sobre ellos.
—Estos dos tíos son los agentes que tenía
Mario destacados en Francia. Son los que prepararon el atentado que
acabó con la vida de Ana. También fueron los intermediarios que
acabaron con Korta.
—Dios, ¡qué pequeño es el mundo!
—Pues sí. Resulta que después de que Mario
falleciera por aquel disparo accidental — Guti siempre era muy
ácido con la muerte de Mario, ya que había sido él quien le había
matado — se quedaron solos en Francia, recibiendo su nómina
puntualmente, pero sin ningún responsable que les diera
órdenes.
—Anda, no me jodas. ¿A qué os dedicáis en
Madrid?
—Pues se ha montado un revuelo que no veas.
Nadie quiere asumir el marrón de haber tenido dos agentes
destacados en Francia sin ningún tipo de control. Y como nadie
quiere pagar el pato, han decidido reciclarlos. Por eso os han
dicho que sus trabajos eran tema reservado.
—¡Y tan reservados!
—Pues sí. Quieren dejarlos libres y
mandarlos para Madrid, y ya en casa, decidir qué hacer con
ellos.
Cuando colgó su mal humor había aumentado.
Los dos guardias civiles trabajaban por libre, actuaban como
sicarios a sueldo, e iban a librarse porque en Madrid nadie quería
asumir responsabilidades de sus actos. Tenía que tomar una
decisión, no podía permitir que se fueran de rositas.
Pensó en ponerlo en conocimiento de sus
superiores, pero seguramente éstos lo utilizarían de forma
política, y tampoco conseguiría su objetivo de hacerles pagar por
su crimen.
Llamó a su amigo Bosard, pidiéndole una
reunión, para que le facilitara información sobre los agentes, ya
que seguramente en Francia los tendrían controlados. Bosard le
invitó a tomar una cerveza al día siguiente a medio día.
En ese momento entró Martín en el
despacho.
—¿Qué hacemos con Madinabeitia?
—Sinceramente, Martín, no tengo ni puta
idea.
—Estas tenso.
—Estoy de muy mala leche. No sé qué hacer
con él, la verdad. No se me ocurre de qué más acusarle. Ya tenemos
suficientes cargos contra él.
—Vete a descansar entonces. ¿Qué haces
mañana?
—Voy a Biarritz, he quedado con
Bosard.
—No debería decírtelo.
—¿El qué?
—He estado en el hospital, he ido a ver a
Marta. Cuando llegaba de la habitación salía Mínguez.
—¿Qué hacía ese politicastro ahí?
—Pues si Marta juega bien sus bazas, y tú
sabes que sabe hacerlo, repartir una medalla y un ascenso.
Mínguez era el comisario político de la
ertzaintza. Puesto desde el gobierno vasco, era quien organizaba a
la policía autónoma en función de los objetivos políticos marcados.
Si había decidido que Marta era interesante desde el punto de vista
político, no dudaría en utilizarla. Se habían juntado dos
manipuladores natos, y con objetivos comunes.
Goikolea llegó a su casa y se dispuso a
hacerse la cena. En la mesa había una fiambrera con cantharellus
desecados. Los había llevado su hermano. En una nota le decía que
aún tenía muchos en casa del invierno anterior, y que los
disfrutara.
Aquello fue la única cosa buena que le había
pasado ese día. Los metió en agua pensando qué hacerse de cena para
acompañarlos. Miró en la nevera pero tampoco tenía gran cosa.
En el armario encontró un paquete de pasta
negra, por lo que decidió hacerse unos espaguetis a la sepia con
los cantharellus. Lo primero que hizo fueron las setas, que ya se
habían rehidratado. Las frió en aceite de oliva con un poco de sal,
un ajo en láminas y dos cayenas, que retiró cuando ya las tenía
cocinadas.
Preparó la pasta y cuando la tenía cocida la
escurrió y salteó en la sartén junto con las setas. Se sentó en la
mesa de la sala a cenar mientras veía la televisión. Intentó
relajarse no pensando en el caso, pero aquella noche le costaría
coger el sueño.