16

 

 

Al poco de salir de la academia, el agente Goikolea empezó a destacar en labores de investigación por lo que se le ofreció trabajar en la brigada antidroga. Se integró perfectamente y poco a poco se fue infiltrando en el mundillo del menudeo de hachís.
A los pocos meses controlaba a prácticamente todos los pequeños camellos de la margen izquierda, desde Muskiz hasta Basauri. Los tenía identificados e impedía que crecieran demasiado. Cuando alguno se hacía con una cuota de poder demasiado importante, lo detenía.
Su idea era que mientras hubiera consumidores de cannabis, una droga que no estaba mal vista entre la juventud vasca, habría traficantes. Cogerlos era inútil ya que rápidamente otro ocupaba el hueco dejado por el detenido.
El arrestarlos le creaba además ciertos quebraderos de cabeza, ya que si uno de ellos pasaba una temporada en la cárcel, cuando volvía a la calle pretendía recuperar su feudo frente al nuevo ocupante, y eso daba lugar a peleas y ajustes de cuentas que rompían la paz social que pretendía en su zona.
Al final lo que hizo fue repartir el mercado entre pequeños traficantes, y utilizarlos como informadores para identificar a sus suministradores, manteniéndolos también bajo control, evitando que entraran grandes alijos de droga en Euskadi.
Pero aquel control sobre la droga le proporcionó de repente una información que no se esperaba. Una teniente de la guardia civil estaba haciendo su misma labor. Algunos de sus traficantes habían sido intervenidos por aquella mujer.
A Goikolea le sorprendió que la guardia civil estuviera investigando y buscando confidentes entre sus pequeños traficantes de droga. En Euskadi en aquella época la benemérita sólo trabajaba en temas relacionados con el terrorismo y aunque tenían competencias en aduanas, el pequeño menudeo de drogas blandas quedaba lejos de lo que generalmente investigaban.
Antes de poner el caso en manos de sus superiores, que sin duda abordarían el asunto como un tema político, decidió investigar para dar con los agentes de la guardia civil que estaban implicados con el fin de saber qué era lo que realmente buscaban.
Uno de sus traficantes le reveló el secreto. Sus clientes estudiaban en un euskaltegi1 de Bilbao, y algunos de ellos estaban relacionados con acciones de kale borroka2. La guardia civil obtenía a través de ellos información de chavales que estaban a un paso de entrar en la organización terrorista.
Y lo mejor de todo era que, sin tener agentes infiltrados, sabía de primera mano los pasos que iban a seguir. Los tenía controlados y sólo tenía que esperar a que entraran en la organización para detenerlos y desmantelar una tras otra las células terroristas.
Estuvo siguiendo durante bastante tiempo en silencio el trabajo de aquella mujer, a la que tardó en identificar, y tan sólo lo hizo por una casualidad, debido a una redada que realizó la guardia civil en la que detuvo a varios jóvenes relacionados con la violencia callejera.
Los jóvenes fueron conducidos al cuartel de Intxaurrondo. Agentes de la ertzaintza vigilaron el cuartel de forma discreta y lograron identificar a la mujer que al parecer era la responsable. Se trataba de una teniente adscrita al CNI llamada Ana Lafuente Santander.
Goikolea decidió investigar más profundamente lo que estaba ocurriendo. No le hacía gracia la situación de tener que investigar a otros grupos policiales que operaban a escondidas en su tierra, pero tampoco le gustaba que les ningunearan en la lucha antiterrorista, ya que se consideraba también una víctima y un objetivo.
Sin levantar sospechas puso a trabajar a su grupo en labores de información sobre los pasos de los guardias civiles que seguían a sus confidentes. Aunque sus movimientos estaban restringidos al territorio donde trabajaba pudo constatar que tenían controlados a pequeños traficantes alrededor de varios euskaltegis en Araba, Gipuzkoa y Bizkaia, y sospechaba que en Navarra también hacían lo mismo.
Consiguió que los traficantes que tenía controlados en su zona de trabajo le transmitieran la misma información que a la guardia civil, y pudo comprobar que algunos de los jóvenes que delataban, eran detenidos al poco tiempo en Francia.
La labor que llevaba a cabo aquella mujer la realizaba con discreción, sin hacer ruido. Nadie ni dentro de la organización terrorista ni entre la ertzaintza, salvo Goikolea, sabía cómo le llegaba la información a la gendarmería para que llevara a cabo las detenciones.
Un compañero que trabajaba en la lucha antiterrorista le informó sobre lo que se pensaba en la organización. Al parecer estaban preocupados ya que creían que tenían topos infiltrados. Esto estaba dando lugar a cierto nerviosismo y a sospechas entre miembros de la banda. Se estaba preparando una purga interna entre los que pensaban que podían ser confidentes de la policía.
La labor de la teniente Lafuente, aparte de los frutos directos referentes al desmantelamiento de comandos operativos en Francia, tenía como efecto colateral el desconcierto en el seno de la organización.
Goikolea se arriesgó a seguir sin informar a sus superiores, ya que no quería que se destapara aquella operación, que consideró una pequeña genialidad por parte de aquella policía.
Decidió ponerse en contacto con el comisario Emil Bosard de la gendarmería de Biarritz, al que había conocido en un congreso policial en el marco de la lucha antiterrorista. Éste le citó en la ciudad vasco-francesa.