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Al poco de salir de la academia, el agente
Goikolea empezó a destacar en labores de investigación por lo que
se le ofreció trabajar en la brigada antidroga. Se integró
perfectamente y poco a poco se fue infiltrando en el mundillo del
menudeo de hachís.
A los pocos meses controlaba a prácticamente
todos los pequeños camellos de la margen izquierda, desde Muskiz
hasta Basauri. Los tenía identificados e impedía que crecieran
demasiado. Cuando alguno se hacía con una cuota de poder demasiado
importante, lo detenía.
Su idea era que mientras hubiera
consumidores de cannabis, una droga que no estaba mal vista entre
la juventud vasca, habría traficantes. Cogerlos era inútil ya que
rápidamente otro ocupaba el hueco dejado por el detenido.
El arrestarlos le creaba además ciertos
quebraderos de cabeza, ya que si uno de ellos pasaba una temporada
en la cárcel, cuando volvía a la calle pretendía recuperar su feudo
frente al nuevo ocupante, y eso daba lugar a peleas y ajustes de
cuentas que rompían la paz social que pretendía en su zona.
Al final lo que hizo fue repartir el mercado
entre pequeños traficantes, y utilizarlos como informadores para
identificar a sus suministradores, manteniéndolos también bajo
control, evitando que entraran grandes alijos de droga en
Euskadi.
Pero aquel control sobre la droga le
proporcionó de repente una información que no se esperaba. Una
teniente de la guardia civil estaba haciendo su misma labor.
Algunos de sus traficantes habían sido intervenidos por aquella
mujer.
A Goikolea le sorprendió que la guardia
civil estuviera investigando y buscando confidentes entre sus
pequeños traficantes de droga. En Euskadi en aquella época la
benemérita sólo trabajaba en temas relacionados con el terrorismo y
aunque tenían competencias en aduanas, el pequeño menudeo de drogas
blandas quedaba lejos de lo que generalmente investigaban.
Antes de poner el caso en manos de sus
superiores, que sin duda abordarían el asunto como un tema
político, decidió investigar para dar con los agentes de la guardia
civil que estaban implicados con el fin de saber qué era lo que
realmente buscaban.
Uno de sus traficantes le reveló el secreto.
Sus clientes estudiaban en un euskaltegi1 de Bilbao, y algunos de ellos estaban
relacionados con acciones de kale
borroka2. La guardia civil obtenía a través de ellos
información de chavales que estaban a un paso de entrar en la
organización terrorista.
Y lo mejor de todo era que, sin tener
agentes infiltrados, sabía de primera mano los pasos que iban a
seguir. Los tenía controlados y sólo tenía que esperar a que
entraran en la organización para detenerlos y desmantelar una tras
otra las células terroristas.
Estuvo siguiendo durante bastante tiempo en
silencio el trabajo de aquella mujer, a la que tardó en
identificar, y tan sólo lo hizo por una casualidad, debido a una
redada que realizó la guardia civil en la que detuvo a varios
jóvenes relacionados con la violencia callejera.
Los jóvenes fueron conducidos al cuartel de
Intxaurrondo. Agentes de la ertzaintza vigilaron el cuartel de
forma discreta y lograron identificar a la mujer que al parecer era
la responsable. Se trataba de una teniente adscrita al CNI llamada
Ana Lafuente Santander.
Goikolea decidió investigar más
profundamente lo que estaba ocurriendo. No le hacía gracia la
situación de tener que investigar a otros grupos policiales que
operaban a escondidas en su tierra, pero tampoco le gustaba que les
ningunearan en la lucha antiterrorista, ya que se consideraba
también una víctima y un objetivo.
Sin levantar sospechas puso a trabajar a su
grupo en labores de información sobre los pasos de los guardias
civiles que seguían a sus confidentes. Aunque sus movimientos
estaban restringidos al territorio donde trabajaba pudo constatar
que tenían controlados a pequeños traficantes alrededor de varios
euskaltegis en Araba, Gipuzkoa y Bizkaia, y sospechaba que en
Navarra también hacían lo mismo.
Consiguió que los traficantes que tenía
controlados en su zona de trabajo le transmitieran la misma
información que a la guardia civil, y pudo comprobar que algunos de
los jóvenes que delataban, eran detenidos al poco tiempo en
Francia.
La labor que llevaba a cabo aquella mujer la
realizaba con discreción, sin hacer ruido. Nadie ni dentro de la
organización terrorista ni entre la ertzaintza, salvo Goikolea,
sabía cómo le llegaba la información a la gendarmería para que
llevara a cabo las detenciones.
Un compañero que trabajaba en la lucha
antiterrorista le informó sobre lo que se pensaba en la
organización. Al parecer estaban preocupados ya que creían que
tenían topos infiltrados. Esto estaba dando lugar a cierto
nerviosismo y a sospechas entre miembros de la banda. Se estaba
preparando una purga interna entre los que pensaban que podían ser
confidentes de la policía.
La labor de la teniente Lafuente, aparte de
los frutos directos referentes al desmantelamiento de comandos
operativos en Francia, tenía como efecto colateral el desconcierto
en el seno de la organización.
Goikolea se arriesgó a seguir sin informar a
sus superiores, ya que no quería que se destapara aquella
operación, que consideró una pequeña genialidad por parte de
aquella policía.
Decidió ponerse en contacto con el comisario
Emil Bosard de la gendarmería de Biarritz, al que había conocido en
un congreso policial en el marco de la lucha antiterrorista. Éste
le citó en la ciudad vasco-francesa.