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Cerró la puerta tras de sí. Se acercó a la
mesa y depositó sobre ella una especie de mando a distancia.
Goikolea lo cogió curioso. Tenía dos botones, uno con un + y el
otro con un—. Ella se sentó en la silla, sonriendo.
—Prueba a ver qué pasa.
Presionó el botón positivo y vio como Marta
cambiaba de semblante, entrecerrando los ojos. Su respiración se
entrecortó un poco. Giró la cabeza hacia él y le sonrió.
Volvió a presionar el botón y ella cerró un
poco las piernas. Se le escapó un gemido de placer, mientras se
echaba un poco para adelante. Dejó el botón presionado, mientras
observaba cómo su cara mostraba placer.
—Si no bajas un poco la tensión, me correré
antes de tiempo.
—En cuanto te corras, bajaré la
vibración.
Llevaba un huevo vibrador dentro de la
vagina. Y por lo que pudo comprobar, era bastante potente. Dejó que
tuviera su orgasmo, y posteriormente disminuyó la potencia, pero no
lo paró.
Ella se arrastró por debajo de la mesa a
gatas hasta él, y repitió el juego que hizo la última vez. Pero en
este caso, cuando le aumentaba la potencia del vibrador, ella
aumentaba también instintivamente la intensidad de la felación.
Después bajaba la potencia y ella disminuía el ritmo.
No tardó en correrse, y ella se tragó todo
su semen. Entonces, él detuvo el vibrador.
Ella se levantó y se sentó en la silla. Le
sonreía.
—Sabes que te pertenezco, y que te pido
poco. Me equivoqué, metí la pata hasta el fondo. Quise llevar una
iniciativa que no me correspondía. Lo siento. Quiero que me
perdones y que me admitas otra vez en el caso.
—Pusiste en riesgo la investigación. No me
siento seguro contigo, te queda mucho que aprender, y este caso es
muy complejo para ti todavía.
—Dame una oportunidad más. No te
desobedeceré. Sólo haré lo que tú me digas.
—No quiero ninguna sorpresa más.
—De ahora en adelante, las sorpresas que
tendrás serán en otro ámbito.
Marta se le quedó mirando, sonriéndole. Era
muy persistente, y estaba segura de que iba a conseguir lo que
quisiera, ya que notaba que a Goikolea le gustaba el juego.
Cuando salía del despacho, se encontró con
Martín. Le sonrió con aire de suficiencia, demostrándole que había
conseguido lo que deseaba.
Martín entró a hablar con Goikolea
preocupado.
—Goiko, ¿no la habrás vuelto a meter en el
caso? Esto no es un juego, está la vida de un hombre en peligro y
nos enfrentamos a dos tipos que podrían ser muy peligrosos.
—Estará en todo momento conmigo y no hará
labores de campo. Tampoco está de más que vaya aprendiendo.
—No me hables del coño de esa tía. Puedes
poner en peligro la vida de algún compañero, y eso puede ser el fin
de tu carrera. No te líes, Goiko, tú eres uno de los mejores
investigadores que he conocido, no la jodas por esa petarda.
Goikolea se daba cuenta de que se estaba
metiendo en un lío con la historia con Marta, que era vox populi en
la comisaría y que encima ella no le caía bien a los compañeros, ya
que la tomaban por una trepa, y con razón.
Martín le dejó sobre la mesa el informe con
los datos de todos los que trabajaban en el bufete de la esposa del
sospechoso. No era muy grueso. Cuando se quedó sólo lo abrió.
El bufete pertenecía a tres socios, la mujer
de Garaikoetxea y dos abogados más, Antonio Peláez y José
Kortajarena. Los tres habían estudiado juntos y abrieron la oficina
nada más finalizar la carrera.
Se habían especializado en derecho laboral y
les había ido bien. Se trataba de un despacho muy solicitado por un
buen número de empresas. En él trabajaban dos abogados más
contratados, como asistentes en los juicios de los asociados.
Además había una sexta persona, una mujer
que hacía las labores de secretaria y atención telefónica.
Antonio estaba casado y tenía dos hijas.
Vivía en Barrika, en una vivienda unifamiliar cerca de la playa.
Las niñas estudiaban en las irlandesas de Leioa. Al parecer el
bufete daba para mantener un nivel de vida bastante alto.
José por el contrario vivía en Algorta,
cerca del puerto viejo. Se había divorciado dos años antes, y gran
parte de sus propiedades se las había llevado su ex mujer. Algo muy
fuerte le debió hacerle para que hubiera sido tan beneficiada en el
divorcio, siendo además como era él abogado.
Le picó la curiosidad sobre aquel divorcio,
por lo que recabó los datos de ella, y se decidió a llamarla. Se
presentó como ertzaina y le pidió una reunión informal para recabar
información sobre su ex marido. La respuesta de la mujer le
sorprendió.
—¿Quiere recabar datos sobre José? Pues
pregúntele a la zorra de su socia, que le puede dar todos los datos
íntimos que necesite saber.