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Goikolea quedó con Bosard en un bar en la playa de Biarritz, cerca del campo de golf. Le costó aparcar el coche, y tuvo que andar un buen trecho hasta donde se habían citado. Divisó a Emil desde lejos, sentado tomando una cerveza, mirando al mar.
En cuanto le vio se levantó a saludarle con un afectuoso abrazo. Le invitó a tomar asiento mientras hacía un gesto al camarero para que se acercara a servirles. Goikolea pidió otra cerveza.
Cuando le trajeron la bebida comenzaron a hablar sobre lo que estaba pasando en Francia y España en relación a la lucha antiterrorista. Bosard sabía mucho sobre el tema, y Goikolea estaba encantado de escucharle.
—Todo empezó con el incidente ese en el que dos etarras dispararon contra un ertzaina que les había detenido el coche. El que los dos activistas escaparan y llegaran a Francia mientras en España la guardia civil y la ertzaintza se pelearan por el emplazamiento de un control, fue el detonante de todo.
—Aquel incidente fue muy sonado, supuso una bronca monumental entre el gobierno vasco y el ministerio del interior.
—Sí, pero algo pasó. Hasta entonces aquí había destacados varios agentes del CNI. Los teníamos controlados, y no ocultaban su condición de policías, incluso entre los propios etarras.
—Pues vaya manera de infiltrarse.
—No creo que intentaran infiltrarse. Es más, mantenían contactos regulares con miembros destacados de la organización. No intervinimos en ningún momento, ya que nos pareció que podrían tratarse de conversaciones entre el gobierno español y ETA.
—¿Siguen aquí esos agentes?
—Sí, pero no intervienen en nada, sólo observan. Ahora cada poco tiempo se nos informa desde el CNI en Madrid sobre los movimientos de etarras que vienen de España, y nos dan orden de detenerlos y neutralizar el comando en el que se han integrado. Son informaciones muy precisas, pero no provienen de los agentes destacados aquí, éstos se mantienen al margen.
—Vienen de los sistemas de información que tienen en Euskadi.
—Sí. Al parecer ha habido cambios muy importantes dentro de la cúpula antiterrorista. La gente aquí está nerviosa, piensan con razón que hay agentes del CNI infiltrados en la organización.
Goikolea empezaba a ver el trabajo de la teniente Lafuente en su verdadera dimensión. Estaba obteniendo importantes resultados en la lucha antiterrorista y creando cierto caos en la organización, y sin la necesidad de arriesgar agentes infiltrándolos.
—La guardia civil tiene controlados a pequeños traficantes de droga en Euskadi, y a través de ellos se informa sobre el movimiento de jóvenes relacionados con la kale borroka.
—No me jodas. ¿Ese es el secreto del CNI?
—Si, así de simple. Muchos de estos pequeños traficantes surten de hachís a activistas, y utilizan euskaltegis de las capitales vascas para colocar su producto.
—¿Y qué información obtienen?
—Pues la verdad es que al ser jóvenes, sienten la necesidad de alardear de sus logros. Sus camellos se convierten en miembros de la cuadrilla en los que confían, y son los que captan la información.
Después del intercambio de información, al acabar la cerveza, Bosard se disculpó ya que tenía que volver a la gendarmería. Goikolea volvió paseando al coche, al lado de la playa. Hacía un día estupendo. Pensaba en la trama antiterrorista que había montado la teniente Lafuente. Empezaba a admirar a esa mujer.
Volviendo a Bilbao, escuchando la radio, se enteró de la noticia de la detención de un comando que se dirigía desde Francia a Madrid, a su paso por Zaragoza. Sonrió al pensar que detrás de aquella operación estaría la teniente del CNI.
Se acercaban las elecciones, y le asustaba la posibilidad de que un cambio de gobierno produjera también un cambio en la política antiterrorista, y que la relegaran en manos de algún patán que volviera a los viejos tiempos, a la ineficacia y a la tensión entre diversos cuerpos de policía.
Era consciente de la íntima relación del terrorismo con la política. Unos y otros se retroalimentaban. El dolor de un asesinato quedaba en un segundo plano por la utilización política del atentado, y era eso precisamente lo que justificaba la continuación de la violencia.
Él mismo estaba ocultando la información sobre lo que estaba ocurriendo a sus superiores, ya que sabía que en el momento en el que se enteraran correrían a contarlo al político de turno, que seguramente haría pública la operación, desbaratándola.
El que la guardia civil estuviera utilizando camellos y infiltrando euskaltegis tocaba lo más sagrado del nacionalismo vasco que gobernaba Euskadi en esa época. El escándalo podría ser tan grande que dejaría en un segundo plano los logros que se estaban consiguiendo.
Decidió mantenerse callado.