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La prueba de la carta

Oye de una vez lo que pronto todos oirán:

un rey es un hombre y yo no seré hombre

a menos que sea rey.

El libro de burlas de la Muerte

Viernes, 3 de julio

A Su Alteza Serenísima, el gran duque Pavlo Alexeyevitch, heredero de la corona de los Romanov.

Los documentos encomendados por Su Alteza comprobados y demostrado sin lugar a dudas el matrimonio de su ilustre antepasada con el zar Nicolás I.

Harriet hizo una pausa.

—¿Qué quiere decir?

—Sabe Dios. Nicolás I no era precisamente un santo, pero yo creía que se había casado con Carlota Luisa de Prusia. ¿Quién demonios es la ilustre antepasada de Paul Alexis?

Harriet movió la cabeza y continuó leyendo.

Todo está dispuesto. Vuestro gimiente pueblo, bajo la brutal opresión soviética, anhela la restauración del poder imperial en la Sagrada Rusia.

Wimsey movió la cabeza.

—Si es así, va a suponer un buen golpe para mis amigos socialistas. No hace ni un par de días que me enteré de que el comunismo ruso se está creciendo y que el nivel de vida en Rusia, medido en consumo de zapatos, ha pasado de cero a un par por habitante en tres años. Sin embargo, puede que haya rusos tan ignorantes que no se conformen con ese estado de cosas.

—Alexis decía que era de noble cuna, ¿no?

—Sí. Y al parecer encontró a alguien que se lo creyó. Continúa.

Tratado con Polonia satisfactoriamente firmado. Dinero y armas a vuestra disposición. Solo se requiere vuestra presencia.

—¡Ajá! —exclamó Wimsey—. Ya andamos cerca. De ahí lo del pasaporte y lo de los trescientos soberanos de oro.

Hay espías. Cautela. Quemad todos los papeles y las claves de identificación.

—¡Y vaya si siguió esas instrucciones, el muy…! —explotó Wimsey—. Vamos a llegar al meollo del asunto dentro de nada.

El 18 de junio tomad el tren que llega al apeadero de Darley a las 10.15 y seguid a pie por la carretera de la costa hasta la roca de la Hornilla. Esperad al Jinete del Mar, que le entregará instrucciones para el viaje a Varsovia. La contraseña es imperio.

—¿El Jinete del Mar? ¡Cielo Santo! ¿Qué significa eso? ¿Que Weldon… que la yegua… que qué?

—Sigue leyendo. A lo mejor resulta que Weldon es el bueno y no el malo, pero en ese caso, ¿por qué no nos lo ha contado?

Harriet siguió leyendo.

Llevad este papel. Silencio. Discreción imprescindible.

BORIS

—¡Vaya! —exclamó Wimsey—. Parece ser que en este caso, de principio a fin, solo me he enterado de una cosa a derechas: vaticiné que la carta contendría una frase como «Llévese este papel» y así es, pero lo demás se me escapa. «Pavlo Alexeyevitch, heredero de la corona de los Romanov.» Oye, ¿tu patrona podría servirnos algo parecido a una copa?

Tras relajarse unos momentos, Wimsey arrimó la silla a la mesa y estuvo leyendo el mensaje descodificado un buen rato.

—Veamos —dijo—. Hay algo incuestionable. Esta es la carta que llevó a Paul Alexis a la Hornilla. La envió Boris, sea quien sea. Pero ¿qué es Boris? ¿Amigo o enemigo? —Se revolvió el pelo como un poseso, pero después añadió con calma—: Lo primero que te da por pensar es que ese Boris era un amigo y que los espías bolcheviques a los que se hace alusión en la carta llegaron a la Hornilla antes, asesinaron a Alexis y posiblemente también a Boris. En tal caso, ¿qué pasa con la yegua de Weldon? ¿Fue ella la que llevó al «Jinete del Mar» al lugar de encuentro? ¿Y era Weldon el jinete y el amigo partidario del imperio de Alexis? Es bastante probable, porque… no, no lo es. Si acaso, es curioso.

—¿Qué?

—Iba a decir que, en ese caso, Weldon podría haber ido a caballo hasta la Hornilla a las doce, cuando la señora Pollock oyó ruido de cascos. Pero no fue, porque estaba en Wilvercombe. Sin embargo, podría haber ido otra persona… un amigo al que Weldon le dejara la yegua.

—Entonces, ¿cómo llegó el asesino hasta allí?

—Llegó andando por el agua y se fue de la misma manera, tras quedarse escondido en la hornacina de la roca hasta que tú te marchaste. Solo cuando se suponía que el presunto asesino era Weldon, Bright o Perkins el esquema temporal planteaba una verdadera dificultad, pero ¿quién es el Jinete del Mar? ¿Por qué no se presenta y dice: «Yo tenía una cita con ese hombre y lo vi vivo a tal hora?».

—Pues porque tiene miedo de que el hombre que asesinó a Alexis lo asesine a él también, pero de todos modos resulta muy confuso. Ahora tenemos que buscar a dos desconocidos, no solo a uno: el Jinete del Mar, que se llevó la yegua y estaba en la Hornilla alrededor del mediodía, y el asesino, que estaba allí a las dos.

—Sí. Hay que ver lo difícil que se pone todo. En cualquier caso, esto da una explicación a lo de Weldon y Perkins. No dijeron nada sobre la yegua, naturalmente, porque se había ido y había vuelto mucho antes de que ninguno de ellos estuviera en la zona de acampada. Pero un momento… Es un poco raro. ¿Cómo sabía el Jinete del Mar que Weldon iba a estar en Wilvercombe esa mañana? Da la impresión de que fue pura coincidencia.

—Quizá el Jinete del Mar le estropeó el coche a Weldon a propósito.

—Sí, pero aun así, ¿cómo iba a saber que Weldon se marcharía? Parece mucho más probable que Weldon estuviera allí enredando con el coche.

—Pero supongamos que sabía que Weldon tenía intención de ir a Wilvercombe esa mañana. Así, que se le estropeara el cable del encendido habría sido pura mala suerte, pero el hecho de que al final Weldon llegara a Wilvercombe habría sido buena suerte, como para compensar.

—¿Y por qué y cómo conocía los planes que tenía Weldon?

—Es posible que no supiera nada de Weldon. Weldon llegó a Darley el martes y todo el asunto estaba planeado mucho antes, como demuestra la fecha de la carta. Quienquiera que fuese, seguramente se asustó al ver que Weldon había acampado junto al sendero de Hinks y se sintió más que aliviado al ver que se largaba el jueves por la mañana.

Wimsey negó con la cabeza.

—¡Sí, ya, otra coincidencia! Es posible, es posible. Pero veamos a ver qué pasó a continuación. El Jinete del Mar tenía una cita con Alexis, que debía llegar a la Hornilla alrededor de las doce menos cuarto. El jinete lo vio allí y le dio instrucciones… verbalmente, hemos de suponer. Después volvió a Darley, dejó suelta la yegua y siguió con sus cosas. Vale. Todo pudo haber acabado hacia las doce y media o la una menos cuarto. Seguro que antes de la una y media, porque si no, Weldon lo habría visto a la vuelta. ¿Qué hace Alexis entretanto? ¡Pues en lugar de levantarse y dedicarse a sus cosas, se queda en la roca tranquilamente, esperando a que aparezca alguien y lo asesine a las dos!

—A lo mejor le dijeron que se quedara allí un rato, para que no se marchara al mismo tiempo que el jinete o, espera, una idea mejor. El jinete se marcha y Alexis espera un poco…, digamos cinco minutos o así, hasta que su amigo se marcha. De repente sale el asesino de la hornacina de la roca, donde lo ha estado escuchando todo, y habla con Alexis. Esa conversación acaba a las dos en asesinato. Entonces aparezco yo y el asesino vuelve a su escondite. ¿Qué te parece? El asesino no hizo acto de presencia mientras el jinete estaba allí, porque no se sentía capaz de enfrentarse a dos hombres a la vez.

—Eso parece explicar los hechos, pero lo que me pregunto es por qué, ya puestos, no te mató a ti también.

—Porque no habría parecido suicidio.

—Cierto, pero ¿cómo es posible que no vieras a esas dos personas hablando animadamente en la Hornilla cuando llegaste y miraste desde el acantilado a la una?

—¡Sabe Dios! Pero si el asesino estaba en la roca de cara al mar, y si estaban los dos, no habría visto nada. Y es posible que estuvieran, porque la marea estaba bastante baja y la arena se habría quedado seca.

—Desde luego. Y como la conversación se prolongó, cuando vieron que subía la marea se encaramaron a lo alto de la roca para no mojarse. Eso debió de ser cuando tú estabas dormida, pero me extraña que no oyeras la charla mientras comías. La voz se propaga muy bien junto al mar.

—Quizá me oyeron bajar por el acantilado y se callaron.

—Quizá. Y entonces el asesino, sabiendo que estabas allí, cometió el asesinato delante de tus narices, por así decirlo.

—Es posible que pensara que me había marchado. Sabía que en aquel momento yo no podía verlo, porque él no podía verme a mí.

—Y entonces Alexis chilló, tú te despertaste y el asesino tuvo que esconderse.

—Pues más o menos. Todo parece encajar bastante bien. Y eso significa que tenemos que buscar a otro asesino, uno que tuviera la oportunidad de saber que Boris y Alexis habían concertado una cita. Y no tiene por qué ser un bolchevique —añadió, con cierta esperanza—. Puede ser alguien con motivos personales para deshacerse de Alexis. ¿Y ese caballero, Da Soto, al que volvió Leila Garland? A lo mejor Leila le contó algo espantoso sobre Alexis.

Wimsey guardó silencio, al parecer perdido en sus pensamientos, y de repente dijo:

—Sí, pero da la casualidad de que sabemos que Da Soto estuvo trabajando todo ese tiempo en los Jardines de Invierno. De todos modos, me gustaría enfocar el asunto desde un punto de vista distinto. Esta carta… ¿Es auténtica? Está escrita en papel normal y corriente, sin filigrana, y podría ser de cualquier parte, con lo cual no prueba nada, pero si realmente la escribió un caballero extranjero llamado Boris, ¿por qué está escrita en inglés? Si Boris fuera realmente ruso y partidario del imperio, el ruso habría resultado más seguro y más verosímil… pero esa frase sobre la brutalidad de los soviéticos y la Sagrada Rusia es demasiado vaga e incompleta. ¿Parece realmente la carta de un conspirador serio que quiere hacer algo de verdad? No se menciona ningún nombre, no se dan detalles sobre el tratado con Polonia y, por otra parte, no escatima palabrería inútil como «vuestra ilustre antepasada» o «Su Alteza Serenísima». Es que no me convence. No me parece serio. Más bien parece una idea superficial de cómo funcionan las revoluciones de alguien que intentaba dorarle la píldora a ese pobre idiota por el delirio de grandeza de su noble cuna.

—Pues yo te voy a decir lo que resulta ser —replicó Harriet—. Es lo que metería yo en una novela policíaca si no tuviera ni idea sobre Rusia, si no me importara demasiado y quisiera presentar a alguien como un conspirador.

—¡Eso es! —exclamó Wimsey—. Cuánta razón tienes. Es que parece sacado de una de esas novelas ruritanas que tanto le gustaban a Alexis.

—Pues claro… y ahora sabemos por qué le gustaban tanto. Y no me extraña: formaba parte de su obsesión. Supongo que tendríamos que habérnoslo imaginado.

—Y otra cosa. Te habrás dado cuenta de que los dos primeros párrafos de la carta no están codificados con mucho cuidado. Las frases se suceden sin más, como si a quien las escribió no le importara mucho que las entendiera Alexis, pero en cuanto el bueno de Boris se mete en instrucciones concretas, empieza a separar las frases con letras de relleno, como para asegurarse de que no se va a cometer ningún error en la descodificación. Estaba más pendiente de la Hornilla que de la Sagrada Rusia y la afligida Polonia.

—Así que consideras que la carta es un señuelo.

—Sí, pero aun así, no sabemos ni quién ni por qué la envió. Si Weldon está detrás de todo esto, como pensábamos al principio, todavía tenemos que ocuparnos de todas esas coartadas. Si no es Weldon, ¿quién es? Si lo que estamos investigando es una conspiración política, ¿quién era entonces Alexis? ¿Por qué querrían haberse librado de él? A menos que de verdad fuera alguien importante, cosa que no creo. Es que no podría ni haber soñado pertenecer a la casa imperial rusa, pues su edad no coincidía. Sí, no paras de oír historias sobre el hijo del zar que sobrevivió a la revolución, pero se llamaba Alexei Nicolayevitch, no Pavlo Alexeyevitch, y no podía tener esa edad… Además, nunca hubo duda alguna sobre que fuera descendiente de Nicolás I. En los libros de Alexis no hay ninguna nota…, no sé, algo que nos indique quién creía ser.

—Nada en absoluto.

Wimsey recogió los papeles de la mesa y se puso en pie.

—Voy a darle esto a Glaisher —dijo—. Para que tenga algo en que pensar. Es que me gusta ver a otras personas trabajando un poquito, aunque sea de vez en cuando. ¿Te has dado cuenta de que es casi la hora de la merienda y ni siquiera hemos almorzado?

—El tiempo se te pasa volando cuando estás ocupado en algo agradable —contestó Harriet en tono sentencioso.

Wimsey dejó los papeles y el sombrero en la mesa, abrió la boca, estuvo a punto de decir algo pero se lo pensó mejor, volvió a recoger sus cosas y se dirigió con decisión a la puerta.

—¡Hasta luego! —dijo afablemente.

—¡Hasta luego! —exclamó Harriet.

Wimsey salió. Harriet se quedó mirando la puerta cerrada.

«Bueno, menos mal que ya no me pregunta si quiero casarme con él —se dijo—. A ver si por fin se lo quita de la cabeza.»

Debía de importarle mucho, porque repitió las frases varias veces.

Wimsey ingirió una cantidad inusitada de comida en un restaurante, fue a la comisaría, entregó la carta descodificada al comisario, a quien dejó muy sorprendido, y después fue a Darley en su coche. Seguía preocupado por la coincidencia de que Weldon se hubiera ausentado del sendero de Hinks durante el lapso de tiempo crucial. Abordó al señor Polwhistle.

—Pues sí, milord —respondió aquel digno personaje—. La avería estaba en los cables del encendido. Miramos la dinamo, pero funcionaba divinamente, y a las bujías no les pasaba nada, así que después de trastear un poco más, aquí Tom dice: «Pues lo único que se me ocurre es que sean los cables», dice. ¿A que sí, Tom?

—Pues sí. Como yo tengo una motocicleta y ya he tenido más de un problema con los cables, porque se me desgastó el aislamiento al rozarse con el radiador o algo, dije: «¿Y si son los cables del encendido?». Y el señor Martin dice: «Pues no es mala idea», y en un santiamén quitó los cables de la pinza. «Vamos a echarles un vistazo, señor», digo, y él: «Ni hablar, para qué puñetas», con perdón, «ponle unos nuevos y andando». Así que saqué un trozo de cable de mi caja de herramientas, lo arreglé y fue conectarlo y que arrancara el coche como la seda. Para mí que había una avería en lo del aislamiento, ¿sabe, milord?, que le estábamos dando un contacto intermitente el día anterior, cuando el señor Martin se quejaba del encendido, y no sé cómo, pero los cables se fundieron y entonces el jueves se produjo un cortocircuito.

—Es muy probable —dijo Wimsey—. ¿Examinó los cables después?

Tom se rascó la cabeza.

—Pues ahora que me lo pregunta, no sé muy bien qué pasó con los cables esos. Recuerdo ver al señor Martin con ellos en la mano, pero no sabría decirle si se los llevó o los dejó por aquí.

—¡Pues yo sí! —exclamó el señor Polwhistle, en tono triunfal—. Cuando el señor Martin fue a arrancar el motor, se metió los cables en el bolsillo, así, sin más, y cuando sacó el pañuelo para limpiarse el aceite de las manos, se le cayeron a la hierba. Y como me pareció que no los iba a necesitar para nada, pues yo los recogí y me los metí en la bolsita que llevo siempre, porque soy muy ordenado y pensé que igual pues venían bien para una motocicleta o algo. Y como no se hayan usado hasta la fecha, ahí tienen que estar.

—Pues me gustaría echarles un vistazo.

—Ningún problema —dijo el seño Polwhistle, sacando una pequeña bolsa de herramientas y rebuscando entre los cachivaches—. Ningún problema. Aquí están, como ve, soy muy ordenado.

Wimsey le quitó los cables de la mano.

—Hummm… sí. Parecen fundidos, justo debajo de la pinza. —Separó los cables de un tirón—. Pero no se ve nada raro en el aislamiento… ¡Vaya, vaya! —Pasó un dedo delicadamente por uno de los cables—. He aquí el problema.

El señor Polwhistle también pasó un dedo y lo retiró inmediatamente, exclamando:

—¡Cómo pincha! ¿Qué es?

—Se me ocurre que la punta de una aguja de coser —dijo Wimsey—. A ver, una navajita afilada, y lo vemos.

Cuando se abrió el aislante, la causa del cortocircuito quedó clarísima: habían metido una aguja por el cable y se había roto, de modo que no había trazas visibles de su presencia. Cuando los dos cables estaban juntos, la aguja tuvo que atravesar ambos, de modo que produjo un cortocircuito.

—¡Pues vaya! —exclamó el señor Polwhistle—. ¡Qué ocurrencia! Bonita manera de jugarte una mala pasada. Ahora bien, quién lo hizo, no lo sé. ¿Cómo es posible que no vieras que los dos cables estaban ensartados de esa manera, Tom?

—Nadie podría haberlo visto cuando estaban colocados en su sitio —terció Wimsey—. Seguro que la aguja estaba debajo de la pinza.

—¿Y cómo iba a verlo yo, si el señor Martin arrancó los cables así de golpe? —protestó Tom—. Hombre, si después los hubiera tenido yo en la mano, pues…

Le lanzó una mirada de reproche al señor Polwhistle, quien no le hizo caso.

—Lo que más me extraña, milord, es cómo se le ha ocurrido semejante cosa —dijo el señor Polwhistle.

—Es que ya lo he visto antes. Es un truco estupendo para retrasar la salida de un motociclista en una carrera, por ejemplo.

—Y cuando vino usted aquí a preguntar por los cables, ¿pensaba que iba a encontrar esa aguja, milord?

—No, Tom. Todo lo contrario. Vine a propósito para demostrar que no había aguja alguna. Veamos, no digan ni media palabra de esto a nadie.

—¿No, milord? Pero ¿no tendríamos que averiguar quién demonios anduvo trasteando con el coche de ese caballero?

—No. Ya me encargaré yo si es necesario, pero es posible que…, bueno, que esta bromita la haya gastado alguien relacionado con lo de la Hornilla, así que es mejor que no se hable del asunto. A ver si me entienden… Hay alguien que no quería que el señor Martin fuera a Wilvercombe esa mañana.

—Comprendo, milord. De acuerdo. No diremos ni media palabra, pero de todos modos es un poco raro.

—Sí, pero que muy raro —admitió Wimsey.

Era más raro de lo que el señor Polwhistle pensaba, si bien un brillo especial en los ojos de Tom parecía indicar que al menos él empezaba a comprender plenamente la extrañeza del asunto. Al atravesar los cables del encendido de un coche de dos cilindros no se producen intermitencias en el encendido ni irregularidades en la velocidad: simplemente el vehículo no arranca. Sin embargo, el Morgan de Martin había funcionado (aunque no muy bien) el miércoles, hasta el momento de su regreso al sendero de Hinks. Y a Wimsey, que sabía que Martin era Weldon, el asunto le parecía doblemente inexplicable. ¿Por qué se había tomado tantas molestias para alquilar un Morgan para el viaje cuando, teniendo que llevar una tienda de campaña y equipaje, sin duda le habría resultado más cómodo un vehículo de mayor tamaño? ¿Era otra coincidencia que hubiera buscado especialmente un vehículo de dos cilindros que podía averiarse con una aguja de coser? Cierto que un Morgan paga menos impuestos que un coche de cuatro ruedas, pero al fin y al cabo, Weldon no pagaba los impuestos. El alquiler podría resultar un poco más barato, pero dadas las circunstancias, ¿por qué iba a regatear Weldon el alquiler de un coche una semana?

Y sin embargo, sin embargo… Se mirara por donde se mirase, a todo el mundo le interesaba que el señor Weldon estuviera en Wilvercombe, no rondando por el sendero de Hinks. ¿Sería una coincidencia que a algún bromista se le hubiera ocurrido provocar una avería en el Morgan en aquel momento concreto? Seguro que no. Pero entonces, ¿quién lo había hecho? ¿Alguien que quería un testigo en Darley? ¿Alguien que no quería que Weldon continuase con sus investigaciones en Wilvercombe? ¿Y por qué se había quejado Weldon el día anterior de que el vehículo funcionaba mal? ¿Otra coincidencia? ¿Una obstrucción intermitente del carburador que había acabado por estropearlo, quizá? Quizá.

Había algo seguro: que al llegar de incógnito, con el pelo teñido y gafas oscuras para jugar a los detectives, Henry Weldon había conseguido meterse en un embrollo de coincidencias y conjeturas que casi parecía obra de un metomentodo malévolo.

Y otra cosa también parecía segura: que todas las teorías sobre el caso elaboradas por Wimsey eran totalmente erróneas.