YINTLA (SVONDA)
Vigésimo día desde Ebba. Año 569 después del Ocaso
Tan sólo enfrentarse cara a cara con la
vida es un claro síntoma de valentía.
Reflexiones de un
öiyin
Estaba tan aturdido que ni siquiera
reaccionó cuando el mensajero salió corriendo de la habitación para
llamar a un triakos enseguida. «Al triasta, no», distinguió entre
el revoltijo enredado en que se habían convertido sus pensamientos.
Si posaba los ojos en el sacerdote, era capaz de matarlo con sus
propias manos.
Se dejó caer en el suelo cubierto de gruesas
alfombras, con el pergamino todavía en la mano. Por un momento
temió estar a punto de echarse a llorar. «Soy el rey de Svonda —se
dijo, furioso—. Los reyes no lloran.» Aunque hubiera perdido a la
Öiyya, aunque hubiera perdido su reino.
—Rey de Svonda —murmuró, con la mirada
perdida. «¿Por cuánto tiempo?»
El pergamino —la carta que le había
entregado un mensajero agotado que decía haber tenido que pasar por
Shidla antes de averiguar que su soberano estaba, en realidad, en
Yintla— le quemaba en las manos. «Informo a Vuestra Majestad de que
Tilhia ha atravesado Vuestra frontera norte...»
Y había enviado tarde el mensaje. El
mensaje. La orden al Comandante de Sus Ejércitos. «Regresad al
norte.» Tarde. El mensajero que envió el decimoquinto día desde
Ebba aún no habría llegado a Shidla, y el ejército de Tilhia ya
había atravesado las montañas... «¿Y mi ejército?», sollozó,
estrujando el pergamino entre sus manos. Ya debía de estar a medio
camino entre Zaake y Yintla, perdido en mitad de la nada,
inservible, ni en el norte ni en el sur, ni frente a Tilhia ni
frente a Thaledia, que había empezado a avanzar hacia allí, hacia
Yintla, desde la frontera suroeste...
—No es Thaledia —musitó, desesperado—. En el
norte. No es Thaledia, es Tilhia.
«Tilhia y sus Indomables.» Cientos, miles de
ellos, avanzando por sus tierras... y Thaledia en el sur, no un
señuelo, el ejército de Adelfried al completo, todas sus fuerzas,
todas, no una fracción mínima, no un cebo, un ejército... Igual que
la Öiyya, su reino se le escapaba entre los dedos, y por mucho que
abriera y cerrase la mano no se sentía capaz de volver a
atraparlo.
—Estoy varado en una isla de viento en mitad
de una tormenta —susurró.
Y la tormenta llegaría en pocas jornadas. Y
Carleig, rey de Svonda, estaba atrapado en Yintla, sin más
posibilidad que huir a Tula y dejar que Thaledia y Tilhia se
repartieran su reino hasta que llegasen a las puertas de la capital
y se repartieran también sus ropas.
Lo mismo que harían si se quedaba en Yintla.
Lo mismo que harían si huía a cualquier otra ciudad.
—No seré recordado como el rey que perdió
Svonda —se dijo, limpiándose las inoportunas lágrimas de un
manotazo. No, la Historia le debía algo mejor. Cualquier otra cosa
sería mejor. Se llevó la mano al cinto y cogió la daga enjoyada que
utilizaba para cortar la carne—. Prefiero ser recordado como el rey
que se mató a sí mismo para no tener que rendir el puma al león
—susurró.