ALTIPLANO DE SINKIKHE (SVONDA)
Vigésimo cuarto día antes de Ebba. Año 569 después del Ocaso
Cuántas cosas oculta el corazón del
hombre... Está tan lleno de mentiras y engaños que apenas queda en
él espacio para la verdad.
Epitome Scivi
Tria
El rostro rubicundo del comandante parecía a
punto de reventar en mil pedazos. El teniente Kamur cerró los ojos
y contuvo una maldición.
«De modo que así están las cosas —pensó—. Lo
saben.» Tan pronto...
Suspiró, abrió los ojos y se adelantó un
paso.
—Con vuestro permiso, mi comandante —dijo
con voz firme, tratando por todos los medios de no mirar a los ojos
a Tianiden: no había nada que molestase más al orondo mando del
ejército svondeno; no soportaba que alguien le sostuviera la
mirada—. Si deseáis que la traiga de vuelta, partiré enseguida.
Dadme dos hombres y tres caballos...
—¿Quién ha dicho que deseo que la traigas de
vuelta? —ladró el comandante con el rostro granate de rabia—. ¿Y
por qué la habéis dejado marchar? ¿No os habíais fijado en que
tenía el mismo jodido signo en la frente? ¿No os dije que
vigilaseis a la niña? ¿No se os ocurrió que teníais que vigilar
también a esa putita?
«¿No te fijaste tú, maldito imbécil? ¿O es
cierto que no eres capaz de encontrarte el culo con un mapa?» Kamur
carraspeó.
—Disculpadme, señor, pero es una mujer
libre...
—¿Quién ha dicho que sea una mujer libre?
—Tianiden parecía demasiado furioso, demasiado confuso como para
razonar.
«Y no es de extrañar. De ésta, Carleig puede
enviarlo de mensajero a la frontera de Thaledia, o peor, a Monmor.»
Sonrió ante la perspectiva de ver al grueso hombre correteando bajo
las flechas de los monmorenses.
—Hasta que el rey emita una orden
de...
—¡Conozco el procedimiento! —exclamó
Tianiden. Después, tan repentinamente como había estallado, su
enojo desapareció, sustituido por una expresión de súplica muy poco
frecuente en su rostro—. Teniente —dijo—. Teniente, si crees que
puedes traerla... Enseguida, quiero decir. Antes de que el rey...
de que el rey...
«Se entere de que la has tenido bajo tus
zarpas y se te ha escapado como un ratoncillo.» Kamur inclinó la
cabeza.
—Os la traeré, señor —contestó simplemente,
y giró sobre sus talones para salir de la tienda.
«Otra cosa —se dijo, escrutando la oscuridad
del exterior en busca de sus hombres— es que la traiga enseguida o
tarde un poco más de lo que tú querrías.»
Recorrió el campamento con la mirada.
—Nern —murmuró, caminando apresuradamente
entre las hogueras diseminadas por el llano. «Tengo que sacar al
chico de aquí.»
Si Tianiden llegaba a comprender quién y qué
era Nern... Tragó saliva. Resultaba peligroso llevar a Nern junto a
la Öiyya, pero aún más peligroso sería dejarlo allí, al alcance de
la mano de un rey que sólo entendía las cosas a medias.