ALDEA DE CIDELOR (SVONDA)
Décimo día antes de Ebba. Año 569 después del Ocaso
Aunque las zonas más alejadas de la
frontera entre ambos países siempre han creído no tener nada que
temer, ¿quién puede asegurar que la guerra y la Muerte no opinen lo
contrario?
Breve historia de
Svonda
Más muertos.
Al menos, éstos todavía estaban allí para
contar lo que les había ocurrido. Y, por lo que Rhinuv veía en sus
caras y en sus cuerpos, lo que les había ocurrido no debía de haber
sido nada agradable.
—Esto no lo ha hecho ninguna niña —murmuró,
estudiando los rostros casi descompuestos, los cuellos
deshaciéndose en una nube de olor dulzón, donde todavía podían
verse las marcas amoratadas y las heridas abiertas, que hacía mucho
que habían dejado de sangrar.
Nadie se había preocupado por enterrar o
incinerar los cadáveres. Los pocos habitantes de la aldea de
Cidelor, extramuros, no se atrevían a acercarse a aquella zona.
Decían que estaba hechizada, maldita, que un fantasma comedor de
carne, un vampiro, un demonio del Abismo, se había instalado allí y
asesinaba cruelmente a cualquiera que se acercase a la
casucha.
—Un monstruo, señor —había explicado,
temblando, una chiquilla a la que Rhinuv había acorralado contra
las murallas de la ciudad—. Una alimaña. Mata a sus víctimas con
las garras, y después se come su carne y se bebe su sangre.
Nadie se había alimentado con la carne de
aquel hombre y de aquella mujer, ni había probado siquiera un
pedacito del gran perro lanudo despatarrado en mitad de la cabaña.
«Al menos, nadie con demasiada hambre», pensó Rhinuv, irónico.
Había dejado demasiado para los gusanos, para que se pudriera en el
ambiente cálido y seco de la cabaña.
Pero las huellas del caballo que había visto
salir del pequeño pueblo muerto le habían llevado hasta allí, hasta
los cadáveres cuya carne no aprovechada se desmenuzaba, roída por
las moscas. «Ninguna niña habría cabalgado hasta aquí a esa
velocidad», la velocidad que señalaba la distancia entre las
huellas de cascos que había seguido por todo el camino hasta
Cidelor. «Una joven con un tatuaje plateado.»
¿Habría dos mujeres con el mismo dibujo en
la frente? ¿Una niña y una joven? Preguntas. A Rhinuv le gustaba
cazar. Sonrió, aspirando el hedor de la descomposición, un aroma
mucho más tenue y dulce de lo que aquellos que jamás lo habían
olido habrían podido imaginar.