Capítulo
36

Tenía yo la cabeza entre mis rodillas, en medio de un caos total. La mano de Matthew mantenía mi atención fija en el dibujo de la gastada alfombra oriental bajo mis pies. Más atrás, Marcus le estaba diciendo a Sarah que si se acercaba a mí, su padre probablemente le arrancaría la cabeza.

—Eso es muy habitual entre vampiros —explicó Marcus, tranquilizándola—. Somos muy protectores con nuestros cónyuges.

—¿Cuándo se casaron? —quiso saber Sarah, ligeramente aturdida.

Los esfuerzos de Miriam por calmar a Em eran menos tranquilizadores.

—Es lo que llamamos «protección» —explicó con su aguda voz de soprano—. ¿Alguna vez ha visto un halcón con su presa? Eso es lo que Matthew está haciendo.

—Pero Diana no es su presa, ¿o sí? No va a… morderla, ¿verdad? —Em detuvo su mirada en mi cuello.

—No lo creo —dijo lentamente Miriam, calibrando la pregunta—. Él no tiene hambre y ella no está sangrando. El peligro es mínimo.

—¡Basta, Miriam! —ordenó Marcus—. No hay nada que temer, Emily.

—Ya puedo sentarme —mascullé.

—No te muevas. El flujo de sangre a tu cabeza no es normal todavía. —Matthew trató de no gruñir al hablarme, pero no pudo evitarlo.

Sarah dejó escapar un gemido ahogado; sus sospechas de que Matthew estaba constantemente controlando mi provisión de sangre parecían confirmarse en ese momento.

—¿Crees que me dejará pasar junto a Diana para traer los resultados de sus pruebas? —le preguntó Miriam a Marcus.

—Eso depende de lo enfadado que esté. Si tú menospreciaras a mi esposa de esa manera, te mataría con un hacha de combate para luego comerte a la hora del desayuno. Si yo fuera tú, me quedaría en mi sitio.

Miriam arrastró la silla sobre el suelo.

—Me arriesgaré. —Se apresuró a pasar.

—¡Maldición! —susurró Sarah.

—Ella es increíblemente rápida —la tranquilizó Marcus—, incluso para ser un vampiro.

Matthew me movió hábilmente hasta dejarme sentada. Incluso ese movimiento suave hizo que mi cabeza pareciera explotar y la habitación girara. Cerré mis ojos por un momento, y cuando los abrí otra vez, Matthew estaba mirándome, con una chispa de preocupación en sus ojos.

—¿Estás bien, mon coeur?

—Un poco aturdida.

Matthew envolvió sus dedos en mi muñeca para tomarme el pulso.

—Lo siento, Matthew —susurró Marcus—. No tenía ni idea de que Miriam iba a comportarse de ese modo.

—Haces bien en pedir disculpas —dijo su padre en un tono inexpresivo, sin levantar la vista—. Empieza por explicar a qué viene esta visita… rápido. —La vena en la frente de Matthew latía con fuerza.

—Miriam… —comenzó Marcus.

—No le he preguntado a Miriam. Te estoy preguntando a ti —lo interrumpió su padre.

—¿Qué está ocurriendo, Diana? —preguntó mi tía, con aspecto salvaje. Marcus todavía tenía un brazo alrededor de sus hombros.

—Miriam cree que la ilustración alquímica se refiere a mí y a Matthew —expliqué con cautela—. Sobre la etapa en la creación de la piedra filosofal llamada conjunctio, o boda. El paso siguiente es la conceptio.

—¿Conceptio? —preguntó Sarah—. ¿Eso significa lo que creo que significa?

—Probablemente. Es latín…, significa «concepción» —explicó Matthew.

Sarah abrió los ojos como platos.

—¿Como con los niños?

Pero mi mente estaba en otra parte, repasando imágenes del Ashmole 782.

—También faltaba la conceptio. —Estiré la mano hacia Matthew—. Alguien la tiene, lo mismo que nosotros tenemos la conjunctio.

Miriam entró deslizándose en la habitación muy oportunamente, con un montón de papeles.

—¿A quién le doy esto?

Después de haber recibido de Matthew una mirada que yo esperaba no volver a ver nunca más, la cara de Miriam pasó del blanco al gris perla. Le entregó los informes apresuradamente.

—Has traído los resultados equivocados, Miriam. Éstos corresponden a un hombre —dijo Matthew, mirando con impaciencia las dos primeras páginas.

—Los resultados son de Diana —dijo Marcus—. Es una quimera, Matthew.

—¿Qué es eso? —preguntó Em. Una quimera era una bestia mitológica que combinaba partes del cuerpo de una leona, de un dragón y de una cabra. Bajé la mirada, esperando ver una cola entre mis piernas.

—Una persona con células que poseen dos o más perfiles genéticos diferentes. —Matthew miraba la primera página sin dar crédito a lo que veía.

—Eso es imposible. —Mi corazón produjo un fuerte ruido sordo. Matthew me rodeó con sus brazos, dejando los resultados de las pruebas sobre la mesa, delante de nosotros.

—Es algo raro, pero no imposible —dijo sombríamente, mirando los resultados.

—Sospecho que se trata del SGD —dijo Miriam, ignorando el gesto de advertencia de Marcus—. Esos resultados vienen de su pelo. Había algunos en la colcha que llevamos al Viejo Pabellón.

—Síndrome de gemelo desaparecido —explicó Marcus, volviéndose hacia Sarah—. ¿Rebecca tuvo problemas al comienzo de su embarazo? ¿Alguna hemorragia o preocupación por un aborto espontáneo?

Sarah sacudió la cabeza.

—No. Yo creo que no. Pero no estaban aquí… Stephen y Rebecca estaban en África. Cuando volvieron a Estados Unidos, ella estaba embarazada ya de más de tres meses.

Nunca me habían dicho que fui concebida en África.

—Rebecca no sospecharía que había algo raro. —Matthew sacudió la cabeza y apretó la boca—. El SGD se produce antes de que la mayoría de las mujeres sepan que están embarazadas.

—Entonces ¿yo era una gemela y mi madre tuvo un aborto de mi hermana?

—De tu hermano —me corrigió Matthew, señalando los resultados de las pruebas con su mano libre—. Tu gemelo era varón. En casos como el tuyo, el feto viable absorbe la sangre y los tejidos del otro. Ocurre muy al principio, y en la mayoría de los casos no hay pruebas del gemelo desaparecido. ¿El pelo de Diana indica que podría poseer poderes que no aparecieron en sus otros resultados de ADN?

—Algunos: viajes en el tiempo, adivinación, cambio de forma —respondió su hijo—. Diana absorbió por completo la mayoría de ellos.

—Se supone que mi hermano era el que podía viajar en el tiempo, no yo —dije lentamente.

Cuando mi abuela se movió después de entrar flotando en la habitación, dejó una estela de manchas fosforescentes; me tocó ligeramente el hombro y fue a sentarse en el otro extremo de la mesa.

—Debe de haber tenido también la predisposición genética de controlar el fuego de brujos —dijo Marcus, asintiendo con la cabeza—. Encontramos solamente el marcador de fuego en la muestra de cabello… No había vestigios de ninguna otra magia elemental.

—¿Y estás seguro de que mi madre no sabía lo de mi hermano? —Pasé la punta del dedo por encima de las barras grises, negras y blancas.

—Sí, ella lo sabía. —Miriam parecía segura—. Tú naciste el día de la fiesta de la diosa. Y te puso el nombre de Diana.

—Ah, ¿sí? —Me estremecí, apartando el recuerdo de cabalgar por el bosque con sandalias y túnica, junto con la extraña sensación de sostener un arco y una flecha que acompañaba al fuego de brujos.

—La diosa de la luna tenía un gemelo, Apolo. «Este León hizo al Sol muy pronto, / para ser unido a su hermana, la Luna». —Los ojos de Miriam brillaban recitando el poema alquímico. Algo estaba tramando.

—¡Conoces La caza del León Verde!

—También conozco los versos siguientes: «Por medio de la boda, una cosa maravillosa, / este León debe hacer que ellos procreen un rey».

—¿De qué está hablando? —preguntó Sarah, irritada.

Cuando Miriam trató de responder, Matthew negó con la cabeza. La mujer vampiro se quedó en silencio.

—El Rey Sol y la Reina Luna, el azufre y el mercurio filosofales, se casaron y concibieron un niño —le dije a Sarah—. En la imaginería alquímica, el hijo resultante es un hermafrodita, para simbolizar una sustancia química mezclada.

—En otras palabras, Matthew —intervino Miriam con aspereza—, el Ashmole 782 no trata sólo sobre los orígenes, ni tampoco sólo sobre la evolución y la extinción, sino sobre la reproducción.

Fruncí el ceño.

—¡Tonterías!

—Tú puedes pensar que es una tontería, Diana, pero resulta evidente para mí. Los vampiros y las brujas pueden llegar a tener hijos juntos, después de todo. Y también podrían tenerlos otras parejas mixtas. —Miriam se apoyó en el respaldo de su silla con gesto de triunfo, invitando en silencio a que Matthew estallara.

—Pero los vampiros no pueden reproducirse biológicamente —dijo Em—. Nunca han podido hacerlo. Y especies diferentes no pueden mezclarse de ese modo.

—Las especies cambian, adaptándose a nuevas circunstancias —explicó Marcus—. El instinto de sobrevivir por medio de la reproducción es fuerte…; por cierto, lo suficientemente fuerte como para producir cambios genéticos.

Sarah frunció el ceño.

—Lo dices como si nos estuviéramos extinguiendo.

—Podría ser así. —Matthew empujó los resultados de las pruebas hacia el centro de la mesa junto con las notas y la página del Ashmole 782—. Las brujas están teniendo menos hijos y poseen cada vez menos poderes. Los vampiros encuentran cada vez más dificultades para tomar un ser de sangre caliente a través del proceso del renacimiento. Y los daimones están más inestables que nunca.

—Todavía no veo claro que eso propicie que vampiros y brujas tengan hijos —observó Em—. Y si hay un cambio, ¿por qué debe empezar con Diana y Matthew?

—Miriam empezó a preguntárselo al verlos en la biblioteca —explicó Marcus.

—Hemos visto antes vampiros que presentan un comportamiento de protección cuando quieren salvaguardar a su presa o a un compañero de apareamiento. Pero en algún punto los otros instintos, como cazar o comer, superan el impulso de proteger. Los instintos protectores de Matthew hacia Diana simplemente se han hecho más fuertes —señaló Miriam—. Luego empezó con el equivalente en los vampiros de desplegar su plumaje, de hacer piruetas en el aire para atraer la atención de ella.

—Eso se refiere al hecho de proteger a los futuros hijos —le dijo Marcus a su padre—. Ninguna otra cosa hace que un depredador se tome todo ese trabajo.

—Emily tiene razón. Los vampiros y las brujas son demasiado diferentes. Diana y yo no podemos tener hijos —dijo Matthew con brusquedad, mirando a Marcus a los ojos.

—Eso no lo sabemos. Al menos no podemos tener una seguridad completa. Mira el sapo de espuelas. —Marcus apoyó los codos en la superficie de la mesa, entrelazando los dedos con un fuerte crujido de sus nudillos.

—¿El sapo de espuelas? —Sarah cogió la ilustración de la boda química arrugando el borde con los dedos—. Espera un minuto. ¿Diana es el león, el sapo o la reina en esta imagen?

—Es la reina. Tal vez el unicornio también. —Marcus sacó delicadamente la página de los dedos de mi tía y volvió a los anfibios—. En ciertas situaciones, la hembra del sapo de espuelas se aparea con otra especie de sapo, aunque de alguna manera relacionada. Sus vástagos se benefician de algunas nuevas características, como un desarrollo más rápido, que les ayudan a sobrevivir.

—Los vampiros y las brujas no son sapos de espuelas, Marcus —dijo Matthew fríamente—. Y no todos los cambios que se producen son positivos.

—¿Por qué te resistes tanto? —preguntó Miriam impaciente—. La reproducción por cruce entre especies es el próximo paso evolutivo.

—Supercombinaciones genéticas, como las que podrían ocurrir si una bruja y un vampiro llegaran a tener hijos, conducen a desarrollos evolutivos acelerados. Todas las especies dan saltos como ésos. Son tus propios resultados los que te estamos proporcionando, Matthew —dijo Marcus como si se disculpase.

—Ambos estáis ignorando la alta mortalidad asociada a las supercombinaciones genéticas. Si pensáis que vamos a poner a prueba esas probabilidades con Diana, estáis muy equivocados. —La voz de Matthew era peligrosamente suave.

—Dado que es una quimera, y además AB negativo, es mucho menos probable que ella rechace un feto que sea medio vampiro. Es una receptora universal de sangre y ya ha absorbido ADN extraño en su cuerpo. Como con el sapo de espuelas, las presiones de la supervivencia podrían haberla conducido a ti.

—Ésas son demasiadas conjeturas, Marcus.

—Diana es diferente, Matthew. No es como otras brujas. —Marcus desvió su mirada hacia mí—. No has mirado su informe de ADN mitocondrial.

Matthew revolvió entre las páginas. Su respiración salió como un silbido.

La hoja estaba cubierta de círculos brillantes. Miriam había escrito en la parte de arriba en tinta roja «clan desconocido», acompañado por un símbolo que parecía una E al revés, escrita en ángulo con una cola larga. Los ojos de Matthew volaron sobre esa página y la siguiente.

—Sabía que ibas a cuestionar las conclusiones, de modo que he traído las comparativas —informó Miriam en voz baja.

—¿Qué es un clan? —Examiné el rostro de Matthew minuciosamente buscando una señal de lo que sentía.

—Un linaje genético. A través del ADN mitocondrial de una bruja, podemos seguir la ascendencia hasta alguna de las cuatro mujeres que son antepasados de sexo femenino de todas las brujas que hemos estudiado.

—Excepto vosotras —dijo Marcus, dirigiéndose a mí—. Tú y Sarah no sois descendientes de ninguna de ellas.

—¿Qué significa eso? —Toqué la E al revés.

—Es un glifo antiguo del símbolo heh, el número cinco de los hebreos. —Matthew dirigió sus siguientes palabras a Miriam—: ¿A cuándo se remonta?

Miriam consideró sus palabras con cuidado.

—El clan Heh es antiguo, independientemente de la teoría sobre el reloj mitocondrial a la que te adhieras.

—¿Más antiguo que el clan Gimel? —preguntó Matthew, refiriéndose a la palabra hebrea que significa el número tres.

—Sí. —Miriam vaciló—. Y para responder a tu siguiente pregunta, hay dos posibilidades. El clan Heh podría ser simplemente otra línea de descendientes de la Lilith mitocondrial.

Sarah abrió la boca para hacer una pregunta, pero la hice callar con un movimiento de cabeza.

—O el clan Heh podría descender de una hermana de la Lilith mitocondrial, lo cual haría que el ancestro de Diana sea un clan madre, pero no el equivalente de la Eva mitocondrial de las brujas. En cualquiera de los dos casos, es posible que sin la descendencia de Diana el clan Heh pueda desaparecer en esta generación.

Deslicé el sobre marrón de mi madre en dirección a Matthew.

—¿Podrías hacer un dibujo? —Nadie en la habitación iba a comprender aquello sin una ayuda visual.

Matthew deslizó la mano sobre la página para dibujar dos diagramas irregulares. Uno parecía una serpiente; el otro se abría en ramas como un árbol genealógico. Matthew señaló la serpiente.

—Éstas son las siete hijas conocidas de la Eva mitocondrial, mtEva para abreviar. Los científicos consideran que son los antepasados matrilineales comunes más recientes de todos los humanos originarios de Europa occidental. Cada mujer aparece en el registro de ADN en un punto diferente de la historia y en una región diferente del globo. Aunque alguna vez compartieron un antepasado común de sexo femenino.

—Ése sería mtEva —dije.

—Sí. —Señaló las categorías del torneo deportivo—. Esto es lo que hemos descubierto sobre los ancestros matrilineales de las brujas. Hay cuatro líneas de ancestros, o clanes. Los numeramos según el orden en que los fuimos encontrando, aunque la mujer que era la madre del clan Aleph (el primer clan que descubrimos) vivió en tiempos más recientes que los otros.

—Define «recientes», por favor —pidió Em.

—Aleph vivió hace aproximadamente siete mil años.

—¿Hace siete mil años? —exclamó Sarah con incredulidad—. Pero las Bishop sólo podemos rastrear a nuestros antepasados de sexo femenino hasta 1617.

—Gimel vivió hace aproximadamente cuarenta mil años —dijo Matthew sombríamente—. De modo que si Miriam tiene razón y el clan Heh es más antiguo, vosotras debéis de estar mucho más allá de eso.

—¡Maldición! —susurró Sarah otra vez—. ¿Quién es Lilith?

—La primera bruja. —Acerqué los diagramas de Matthew, recordando su críptica respuesta en Oxford cuando le pregunté si estaba buscando el primer vampiro—. O por lo menos la primera bruja de la que las brujas actuales pueden asegurar descender por vía matrilineal.

—Marcus está enamorado de los prerrafaelitas, y Miriam sabe mucho de mitología. Ellos escogieron el nombre —dijo Matthew a manera de explicación.

—Los prerrafaelitas adoraban a Lilith. Dante Gabriel Rossetti la describió como la bruja a la que Adán amó antes que a Eva. —Una sombra soñadora apareció en los ojos de Marcus—. «Así fue / tu hechizo a través de él, y dejó su cuello recto doblado / y alrededor de su corazón un cabello dorado que lo estrangulaba».

—Eso es del Cantar de los Cantares —observó Matthew—. «Has herido mi corazón, hermana mía, esposa mía, has herido mi corazón con uno de tus ojos, y con un pelo de tu cuello».

—Los alquimistas admiraban ese mismo pasaje —murmuré con un movimiento de cabeza—. Está también en el Aurora Consurgens.

—Los otros relatos de Lilith son muchos menos entusiastas —dijo Miriam con un tono severo, devolviéndonos al tema en cuestión—. En los relatos antiguos ella era una criatura de la noche, diosa del viento y la luna, y la compañera de Samael, el ángel de la muerte.

—¿La diosa de la luna y el ángel de la muerte tuvieron hijos? —quiso saber Sarah, mirándonos intensamente. Otra vez las semejanzas entre los antiguos relatos, los textos alquímicos y mi relación con un vampiro eran asombrosas.

—Sí. —Matthew me quitó los informes de las manos y los puso en un ordenado montón.

—Por eso la Congregación está preocupada —dije en voz baja—. Temen al nacimiento de niños que no sean ni vampiros, ni brujas, ni daimones, sino una mezcla de todos. ¿Qué harían entonces ellos?

—¿Cuántas criaturas habrán estado en el mismo caso que tú y Matthew a lo largo de los años? —se preguntó Marcus.

—¿Cuántas hay ahora? —añadió Miriam.

—La Congregación no está al tanto de los resultados de estas pruebas, y agradezcamos a Dios que así sea. —Matthew empujó la pila de papeles otra vez al centro de la mesa—. Pero todavía no hay pruebas de que Diana pueda tener un hijo mío.

—Entonces ¿por qué el ama de llaves de tu madre le enseñó a Diana a hacer ese té? —preguntó Sarah—. Ella cree que es posible.

«¡Santo cielo! —dijo mi abuela compadeciéndose—, aquí empiezan los problemas».

Matthew se puso tenso y su olor se volvió sobrecogedoramente intenso.

—No comprendo.

—Ese té que Diana y esa mujer…, ¿cómo se llama?…, Marthe…, hicieron en Francia. Está lleno de hierbas anticonceptivas y abortivas. Las olí en cuanto abrió la lata.

—¿Lo sabías? —La cara de Matthew estaba blanca de furia.

—No —susurré—. Pero no ha causado ningún daño.

Matthew se puso de pie. Sacó el teléfono de su bolsillo, evitando mirarme a los ojos.

—Por favor, disculpadme —les dijo a Em y a Sarah antes de salir a grandes zancadas de la habitación.

—Sarah, ¿cómo has podido? —le grité cuando la puerta principal se cerró detrás de él.

—Tiene derecho a saberlo… y tú también. Nadie debe tomar drogas sin dar su consentimiento.

—No es asunto tuyo decírselo.

—No —dijo Miriam con satisfacción—. Era asunto tuyo.

—No te metas en esto, Miriam. —Yo estaba furiosa y me temblaban las manos.

—Ya estoy metida en esto, Diana. Tu relación con Matthew pone a todas las criaturas de esta habitación en peligro. Va a cambiarlo todo, tengáis o no tengáis hijos. Y además, él ha hecho que intervengan los caballeros de Lázaro. —Miriam estaba tan furiosa como yo—. Cuantas más criaturas aprueben esa relación, más probable será que haya guerra.

—No seas ridícula. ¿Guerra? —Las marcas que Satu había grabado en mi espalda me picaban de manera funesta—. Las guerras estallan entre naciones, no porque una bruja y un vampiro se amen.

—Lo que Satu te hizo fue un desafío. Matthew reaccionó como ellos esperaban que lo hiciera: dirigiéndose a la Congregación. —Miriam hizo un gesto de desagrado—. Desde que entraste en la Bodleiana, él ha perdido el control de su equilibrio. Y la última vez que perdió el equilibrio por una mujer, mi marido murió.

El silencio en la habitación era como el de una tumba. Hasta mi abuela parecía sorprendida.

Matthew no era un asesino, o eso me repetía a mí misma una y otra vez. Pero mataba para alimentarse, y mataba cuando lo poseía la furia, la cólera. Yo conocía estas dos verdades y lo amaba de todos modos. ¿Qué me revelaba esto, que podía amar a semejante criatura por completo?

—Cálmate, Miriam —le advirtió Marcus.

—No —gruñó ella—. Ésta es mi historia. No la tuya, Marcus.

—Cuéntala entonces —dije lacónicamente, aferrándome a los bordes de la mesa.

—Bertrand era el mejor amigo de Matthew. Cuando mataron a Eleanor St. Leger, Jerusalén estuvo al borde de la guerra. Los ingleses y los franceses se atacaban mutuamente. Él llamó a los caballeros de Lázaro para resolver el conflicto. El resultado fue que casi quedamos expuestos a los humanos. —La voz aguda de Miriam se quebró—. Alguien tenía que pagar por la muerte de Eleanor. Los St. Leger exigían justicia. Eleanor murió a manos de Matthew, pero él era gran maestre en aquel entonces, como ahora. Mi marido asumió la culpa, para proteger a Matthew y también a la orden. Un verdugo sarraceno lo decapitó.

—Lo siento, Miriam… De verdad, lo siento…, que tu marido haya muerto así. Pero yo no soy Eleanor St. Leger, y no estamos en Jerusalén. Eso fue hace mucho tiempo, y Matthew no es la misma criatura.

—A mí me parece que fue ayer —dijo Miriam con sencillez—. De nuevo Matthew de Clermont quiere lo que no puede tener. No ha cambiado en absoluto.

Se hizo el silencio en la habitación. Sarah parecía aterrada. La historia de Miriam había confirmado sus peores sospechas acerca de los vampiros en general y de Matthew en particular.

—Tal vez tú permanezcas fiel a él, incluso después de que lo conozcas mejor —continuó Miriam con voz inexpresiva—. Pero ¿a cuántas criaturas más va Matthew a destruir en tu nombre? ¿Crees que Satu Järvinen se librará del destino de Gillian Chamberlain?

—¿Qué le pasó a Gillian? —preguntó Em, alzando la voz.

Miriam abrió la boca para responder, yo cerré los dedos de mi mano derecha instintivamente formando una pelota. Los dedos índices y medios se levantaron en dirección a ella con un ligero crujido. Se agarró la garganta y se oyó un gorgoteo.

«Eso no ha sido muy agradable, Diana —dijo mi abuela sacudiendo un dedo—. Tienes que controlar tu mal humor, mi niña».

—No te metas en esto, abuela…, y tú tampoco, Miriam. —Les dirigí hirientes miradas a ambas y me volví hacia Em—. Gillian está muerta. Ella y Peter Knox me enviaron la fotografía de mis padres en Nigeria. Era una amenaza, y Matthew sintió que tenía que protegerme. Es algo instintivo en él, como respirar. Por favor, trata de perdonarlo.

Em se puso blanca.

—¿Matthew la mató por entregar una fotografía?

—No sólo por eso —intervino Marcus—. Había estado espiando a Diana durante años. Gillian y Knox entraron por la fuerza en sus habitaciones de la residencia y la saquearon. Estaban buscando pruebas de ADN para saber así más acerca de su poder. Si hubieran descubierto lo que sabemos ahora…

Mi destino sería mucho peor que la muerte si Gillian y Knox se hubieran enterado de lo que había en los resultados de mis pruebas. De todas formas, resultaba devastador que Matthew no me lo hubiera contado él mismo. Disimulé mis pensamientos tratando de cerrar unas persianas imaginarias detrás de mis ojos. Mis tías no tenían por qué saber que mi marido me ocultaba cosas.

Pero no había manera de hacer que mi abuela no se enterara.

«Oh, Diana —susurró—, ¿estás segura de que sabes lo que estás haciendo?».

—Quiero que os vayáis todos de mi casa. —Sarah empujó su silla hacia atrás—. Tú también, Diana.

Un estremecimiento largo y lento empezó en el viejo sótano debajo de la sala y se extendió por todas las tablas del suelo. Trepó por las paredes e hizo temblar los cristales de las ventanas. La silla de Sarah la empujó hacia delante, apretándola contra la mesa. La puerta entre el comedor y la sala se cerró con un golpe.

«A la casa nunca le gusta cuando Sarah trata de tomar el mando», comentó mi abuela.

Mi propia silla se movió hacia atrás y me arrojó sin ninguna ceremonia al suelo. Usé la mesa para poder levantarme, y cuando ya estaba de pie, manos invisibles me hicieron girar y me empujaron por la puerta hacia la entrada principal. La puerta del comedor se cerró con fuerza detrás de mí, dejando encerrados allí dentro a dos brujas, dos vampiros y un fantasma. Hubo ruidos sordos de indignación.

Otro fantasma, uno que nunca había visto antes, salió de la sala principal y me hizo señas para que me acercara. Llevaba un corpiño cubierto por un bordado intrincado encima de una falda oscura y larga que tocaba el suelo. Su cara estaba llena de arrugas por la edad, pero la barbilla prominente y la nariz larga de las Bishop eran inconfundibles.

«Ten cuidado, hija. —Su voz era baja y ronca—. Eres una criatura de la encrucijada, que no está ni aquí ni allí. Es un lugar peligroso para permanecer en él».

—¿Quién eres tú?

Miró hacia la puerta principal sin responder. Ésta se abrió en silencio y suavemente, sin que sus bisagras chirriaran como de costumbre.

«Siempre he sabido que él llegaría… y que vendría por ti. Mi propia madre me lo dijo».

Estaba yo debatiéndome entre las Bishop y los De Clermont; parte de mí quería regresar al comedor, la otra parte necesitaba estar con Matthew. El fantasma sonrió ante mi dilema.

«Siempre fuiste una niña diferente, una bruja aparte. Pero no hay ningún camino en el que él no aparezca. En cualquier camino que sigas, debes elegirlo a él».

Desapareció, dejando rastros evanescentes de fosforescencia. Las blancas manos y la cara de Matthew eran apenas visibles a través de la puerta abierta, una mancha borrosa de movimiento en la oscuridad al final del sendero de la entrada. Al verlo a él, mi decisión se volvió fácil.

Ya fuera, bajé mis mangas sobre las manos para protegerlas del aire frío. Levanté un pie… y cuando lo bajé, Matthew estaba exactamente delante de mí, de espaldas. Sólo había necesitado un paso para recorrer todo el camino de entrada.

Él estaba hablando en un occitano furiosamente rápido. Ysabeau debía de estar en el otro lado.

—Matthew… —dije en voz baja, pues no quería sobresaltarlo.

Se dio la vuelta como un latigazo. Tenía el ceño fruncido.

—Diana, no te he oído.

—No, no pudiste. ¿Puedo hablar con Ysabeau, por favor? —Estiré la mano hacia el teléfono.

—Diana, sería mejor…

Nuestras familias estaban encerradas en el comedor, y Sarah estaba amenazando con expulsarnos a todos. Ya teníamos bastantes problemas como para romper los lazos con Ysabeau y Marthe.

—¿Qué fue lo que dijo Abraham Lincoln sobre las casas?

—«Una casa dividida contra sí misma no puede mantenerse en pie» —dijo Matthew, con una expresión de perplejidad en la cara.

—Exactamente. Dame el teléfono. —De mala gana lo hizo.

—¿Diana? —La voz de Ysabeau tenía un tono poco característico.

—Sea lo que sea que te haya dicho Matthew, no estoy enfadada contigo. No ha pasado nada.

—Gracias —susurró ella—. He estado tratando de explicarle… que era sólo un presentimiento que teníamos, algo recordado a medias de otros tiempos lejanos. Diana era la diosa de la fertilidad entonces. Tu olor me recuerda aquellos tiempos y aquellas sacerdotisas que ayudaban a las mujeres a concebir.

Los ojos de Matthew me tocaron a través de la oscuridad.

—¿Se lo dirás a Marthe también?

—Lo haré, Diana. —Hizo una pausa—. Matthew me ha hablado de los resultados de tus pruebas y de las teorías de Marcus. Que me lo haya contado es una señal de cuánto lo ha sobresaltado. No sé si llorar de alegría o de pena con estas noticias.

—Todavía es pronto, Ysabeau… ¿Tal vez ambas cosas?

Se rió en silencio.

—No será la primera vez que mis hijos me han hecho llorar. Pero no me apartaría de las penas si eso implicara abandonar las alegrías también.

—¿Va todo bien en casa? —Esas palabras salieron antes de pensarlas, y los ojos de Matthew se suavizaron.

—¿En casa? —El significado de la expresión no fue pasado por alto por Ysabeau tampoco—. Sí, todos estamos bien aquí. Está todo muy… tranquilo desde que vosotros os marchasteis.

Mis ojos se llenaron de lágrimas. A pesar de las aristas afiladas de Ysabeau, había algo muy maternal en ella.

—Las brujas son más ruidosas que los vampiros, me parece.

—Sí. Y la felicidad es siempre más sonora que la tristeza. No ha habido suficiente felicidad en esta casa. —Su voz se hizo más vivaz—: Matthew me ha dicho todo lo que hacía falta. Esperemos que lo peor de su cólera se haya pasado. Vosotros cuidaréis el uno del otro. —Estas últimas palabras de Ysabeau eran una declaración de intenciones. Era lo que las mujeres en su familia (mi familia) hacían por los que amaban.

—Siempre. —Miré a mi vampiro y su piel blanca brillando en la oscuridad, y apreté la tecla para cortar la comunicación. Los campos a ambos lados del sendero de la entrada estaban cubiertos por la helada y los cristales de hielo recogían los reflejos pálidos de la luz de la luna que atravesaban las nubes.

—¿Tú también lo sospechabas? ¿Es ésa la razón por la que no quieres hacer el amor conmigo? —le pregunté a Matthew.

—Te dije cuáles eran mis razones. Hacer el amor es algo que tiene que ver con la intimidad, no sólo con la necesidad física. —Parecía frustrado por tener que repetir lo que ya había dicho alguna vez.

—Si no quieres tener hijos conmigo, lo comprenderé —dije con firmeza, aunque parte de mí protestó en silencio.

Sentí la aspereza de sus manos en mis brazos.

—Por Dios, Diana, ¿cómo puedes pensar que yo no querría tener hijos nuestros? Pero podría ser peligroso…, para ti, para ellos.

—Siempre hay riesgos en el embarazo. Ni siquiera tú controlas la naturaleza.

—No tenemos ni idea de qué serían nuestros hijos. ¿Y si comparten mi necesidad de sangre?

—Todos los bebés son vampiros, Matthew: todos se nutren con la sangre de su madre.

—No es lo mismo, y tú lo sabes. Yo abandoné toda esperanza de tener hijos hace mucho tiempo. —Nuestros ojos se encontraron, buscando la seguridad de que nada entre nosotros había cambiado—. Pero es demasiado pronto para que yo imagine que te voy a perder.

«Y yo no podría soportar perder a nuestros hijos».

Las palabras no pronunciadas de Matthew eran tan claras para mí como el búho que ululaba por encima de nuestras cabezas. El dolor por la pérdida de Lucas nunca lo abandonaría. La herida era más profunda que las dejadas por las muertes de Blanca o de Eleanor. Cuando perdió a Lucas, perdió una parte de sí que nunca iba a poder recuperar.

—Entonces ya lo has decidido: nada de hijos. Estás seguro. —Apoyé mis manos sobre su pecho, esperando el siguiente latido de su corazón.

—No estoy seguro de nada —replicó Matthew—. No hemos tenido tiempo de hablar de eso.

—Entonces tomaremos todas las precauciones. Beberé el té de Marthe.

—Tú harás muchísimo más que eso —dijo sombríamente—. Ese té es mejor que nada, pero está muy lejos de la medicina moderna. De todas maneras, ninguna forma humana de anticoncepción podría ser eficaz cuando se trata de brujas y vampiros.

—Tomaré la píldora de todos modos —le aseguré.

—¿Y tú qué dices? —me preguntó con los dedos en mi barbilla para impedirme apartar la mirada de sus ojos—. ¿Quieres tener hijos míos?

—Nunca me imaginé a mí misma como madre. —Una sombra le atravesó el rostro—. Pero cuando pienso en hijos tuyos, siento que eso es lo que quiero.

Me soltó la barbilla. Permanecimos en silencio en la oscuridad con sus brazos alrededor de mi cintura y mi cabeza sobre su pecho. El aire se notaba denso, y reconocí el peso de la responsabilidad. Matthew era responsable de su familia, de su pasado, de los caballeros de Lázaro… y ahora de mí.

—Te preocupa no poder protegerlos —dije, comprendiendo de repente.

—Ni siquiera puedo protegerte a ti —replicó con aspereza mientras sus dedos jugaban sobre la luna creciente marcada con fuego en mi espalda.

—No tenemos que decidirlo ahora mismo. Con o sin hijos, ya tenemos una familia que mantener unida. —La pesadez en el aire cambió y algo de ella se apoyó en mis hombros. Toda mi vida yo había vivido para mí sola, apartando las obligaciones de la familia y de la tradición. Incluso en ese momento parte de mí quería regresar a la seguridad de la independencia y dejar de lado estas nuevas cargas.

Él recorrió con la mirada el sendero que conducía a la casa.

—¿Qué ha ocurrido cuando salí?

—Oh, lo que era de esperar. Miriam nos habló de Bertrand y Jerusalén… y dejó escapar también lo de Gillian. Marcus nos dijo quién había entrado por la fuerza en mis habitaciones. Y luego está el hecho de que podríamos haber dado comienzo a una especie de guerra.

—Dieu, ¿por qué no pueden mantener la boca cerrada? —Se pasó los dedos por el pelo, con todo su pesar por no poder ocultarme todo esto visible en sus ojos—. Al principio, estaba seguro de que esto era por el manuscrito. Luego supuse que todo era por ti. Y ahora que me condenen si puedo descubrir el motivo. Un antiguo y poderoso secreto está empezando a desentrañarse, y nosotros estamos atrapados en él.

—¿Tiene razón Miriam al preguntarse cuántas criaturas más están atrapadas también? —Dirigí mi mirada a la luna como si ella pudiera dar respuesta a mi pregunta. Pero fue Matthew quien lo hizo.

—Es difícil que seamos las primeras criaturas que aman a quien no deben, y no seremos las últimas seguramente. —Me cogió del brazo—. Entremos. Tenemos que dar algunas explicaciones.

Mientras avanzábamos por el sendero de la entrada, Matthew comentó que las explicaciones, al igual que los medicamentos, son más fáciles de tragar si se las acompaña con algo líquido. Entramos en la casa por la puerta trasera para coger lo necesario. Mientras yo preparaba una bandeja, Matthew mantuvo sus ojos fijos en mí.

—¿Qué? —Levanté la mirada—. ¿Me he olvidado de algo?

Esbozó una sonrisa.

—No, ma lionne. Sólo estoy tratando de descubrir cómo he conseguido una esposa tan feroz. Hasta ordenando tazas en una bandeja pareces tremenda.

—No soy tremenda —repliqué, ajustando mi cola de caballo tímidamente.

—Sí que lo eres. —Matthew sonrió—. Si no fuera así, Miriam no estaría en semejante estado.

Cuando llegamos a la puerta entre el comedor y la sala de estar, tratamos de escuchar si había ruidos de pelea en el interior, pero no se oía nada, salvo algunos murmullos en voz baja y conversaciones susurradas. La casa desbloqueó la puerta y la abrió para nosotros.

—Pensamos que tal vez tuvierais sed —dije, mientras ponía la bandeja sobre la mesa.

Todos giraron los ojos en dirección a nosotros: vampiros, brujas, fantasmas. Mi abuela tenía todo un séquito de Bishop detrás de ella, moviéndose y susurrando tratando de adaptarse a tener vampiros en el comedor.

—¿Whisky, Sarah? —ofreció Matthew, cogiendo un vaso de la bandeja.

Ella lo miró intensamente.

—Miriam dice que aceptar vuestra relación es toda una declaración guerra. Mi padre combatió en la Segunda Guerra Mundial.

—El mío también —dijo Matthew al servir el whisky. Y así había sido, indudablemente, pero él no había dicho nada sobre ese punto.

—Siempre decía que el whisky hacía que fuera posible cerrar los ojos por la noche sin odiarse a uno mismo por todo lo que le habían ordenado que hiciera ese día.

—No es garantía, pero ayuda. —Matthew le alcanzó el vaso.

Sarah lo cogió.

—¿Matarías a tu propio hijo si creyeras que es una amenaza para Diana?

Asintió con la cabeza.

—Sin el menor titubeo.

—Eso es lo que él ha dicho. —Sarah señaló con la cabeza a Marcus—. Sírvele algo a él también. No debe de ser fácil saber que tu propio padre podría matarte.

Matthew le dio su whisky a Marcus y le sirvió a Miriam un vaso de vino. Yo le hice a Em una taza de café con mucha leche. Había estado llorando y parecía más frágil que de costumbre.

—Simplemente no sé si puedo controlar esto, Diana —susurró cuando cogió la taza—. Marcus explicó lo que Gillian y Peter Knox habían planeado. Pero cuando pienso en Barbara Chamberlain y en lo que sentirá ahora que su hija está muerta… —Em se estremeció sin poder seguir.

—Gillian Chamberlain era una mujer ambiciosa, Emily —dijo Matthew—. Lo único que quería era ocupar un lugar en la mesa de la Congregación.

—Pero no tenías por qué matarla —insistió Em.

—Gillian estaba completamente convencida de que las brujas y los vampiros debían estar separados. La Congregación nunca ha estado demasiado segura de poder comprender el poder de Stephen Proctor y le pidieron que vigilara a Diana. Ella no habría parado hasta que tanto el Ashmole 782 como Diana estuvieran bajo el control de la Congregación.

—Pero era sólo una fotografía. —Em se enjugó los ojos.

—Fue una amenaza. La Congregación tenía que comprender que yo no iba a permanecer sin hacer nada mientras ellos se llevaban a Diana.

—Satu se la llevó de todos modos —observó Em con un tono de voz inusitadamente hiriente.

—Basta, Em. —Estiré mi mano para cubrir la suya.

—¿Y este asunto de los hijos? —preguntó Sarah haciendo un movimiento con su vaso—. Seguramente no haréis algo tan peligroso, ¿verdad?

—¡Basta! —repetí, poniéndome de pie y golpeando la mesa con mi mano. Todos, excepto Matthew y mi abuela, saltaron sorprendidos—. Si estamos en guerra, no luchamos por un manuscrito de alquimia hechizado, ni por nuestra seguridad, ni por nuestro derecho a casarnos y tener hijos. Esto es por el futuro de todos nosotros. —Vi ese futuro sólo por un instante con su brillante potencial abriéndose en mil direcciones diferentes—. Si nuestros hijos no dan el siguiente paso evolutivo, lo harán los hijos de otra persona. Y el whisky no va a hacer posible que yo cierre los ojos y lo olvide. Nadie más pasará por esta clase de infierno sólo porque ame a alguien al que se supone que no debe amar. No lo permitiré.

Mi abuela me envió una sonrisa lenta y dulce. «Ésa es mi niña. Habla como una Bishop».

—No esperamos que nadie más luche con nosotros. Pero entended esto: nuestro ejército tiene un solo general, Matthew. Si a alguien no le gusta, que no se enrole.

En el salón delantero, el viejo reloj de pie empezó a dar la medianoche.

La hora de las brujas. Mi abuela asintió con la cabeza.

Sarah miró a Em.

—¿Y bien, querida? ¿Vamos a seguir a Diana y unirnos al ejército de Matthew o vamos a dejar que el diablo haga de las suyas?

—No entiendo qué queréis decir todos con eso de la guerra. ¿Habrá batallas? ¿Vampiros y brujas vendrán aquí? —le preguntó Em a Matthew con voz trémula.

—La Congregación cree que Diana tiene las respuestas a sus preguntas. No van a dejar de buscarla.

—Pero Matthew y yo no tenemos que quedarnos —dije—. Podemos irnos mañana por la mañana.

—Mi madre siempre dijo que mi vida no iba a valer la pena cuando me liara con las Bishop —dijo Em con una triste sonrisa.

—Gracias, Em —se limitó a decir Sarah, aunque su cara lo reflejaba todo.

El reloj dio la última campanada. Los engranajes zumbaron al volver a su sitio, listos para dar la siguiente hora, cuando llegara.

—¿Miriam? —preguntó Matthew—. ¿Te quedas aquí o vuelves a Oxford?

—Mi sitio está con los De Clermont.

—Diana es una De Clermont ahora. —El tono de él era helado.

—Comprendo, Matthew. —Miriam me miró a los ojos—. No ocurrirá otra vez.

—¡Qué extraño! —murmuró Marcus, y recorrió la habitación con sus ojos—. Primero era un secreto compartido. Ahora, tres brujas y tres vampiros se juran lealtad unos a otros. Si tuviéramos un trío de daimones, seríamos un reflejo de la Congregación.

—Difícilmente nos tropezaremos con tres daimones en el centro de Madison —dijo Matthew secamente—. Y ocurra lo que ocurra, lo que hemos hablado esta noche queda entre nosotros seis, ¿está claro? A nadie más le debe importar el ADN de Diana.

Hubo inclinaciones de cabeza alrededor de toda la mesa mientras el variopinto ejército de Matthew se alineaba detrás de él, listo para enfrentarse a un enemigo que no conocíamos y que no tenía nombre.

Nos dimos las buenas noches y fuimos arriba. Matthew mantuvo su brazo alrededor de mí, guiándome a través de la puerta y hacia el dormitorio cuando me resultó imposible dar la vuelta yo sola. Me deslicé entre las sábanas heladas con los dientes castañeteando. Cuando su cuerpo frío se apretó contra el mío, el castañeteo cesó.

Dormí profundamente y me desperté sólo una vez. Los ojos de Matthew brillaban en la oscuridad y él me giró de modo que nuestros cuerpos encajaran a la perfección.

—Duerme —dijo besándome detrás de la oreja—. Estoy aquí. —Su mano fría se curvó sobre mi vientre, protegiendo a los hijos que iban a nacer.