Capítulo
34
Matthew me dio un beso en el hombro antes de que saliera el sol, y luego se deslizó escaleras abajo. Notaba en mis músculos una mezcla poco habitual de rigidez y relajación. Finalmente me arrastré fuera de la cama y fui a buscarlo.
Pero encontré a Sarah y a Em. Estaban de pie junto a la ventana trasera, cada una con una humeante taza de café. Eché un vistazo por encima de sus hombros y fui a llenar la tetera. Matthew podía esperar, el té no.
—¿Qué estáis mirando? —Esperaba que mencionaran algún extraño pájaro.
—A Matthew.
Retrocedí unos pasos.
—Lleva dos horas ahí fuera. No creo que haya movido un solo músculo. Un cuervo pasó volando. Creo que planea posarse sobre él —continuó Sarah, tomando un sorbo de su café.
Matthew permanecía allí con los pies en la tierra y los brazos estirados levantados al nivel de los hombros, con los índices y los pulgares tocándose suavemente. Con su camiseta gris y pantalones de yoga negros, parecía un espantapájaros bien vestido e inusualmente robusto.
—¿Debemos preocuparnos por él? Está descalzo. —Em miró a Matthew por encima del borde de su taza de café—. Debe de estar helado.
—Los vampiros se queman, Em. No se congelan. Entrará cuando esté preparado.
Después de llenar la tetera, preparé el té y me uní a mis tías, mirando a Matthew en silencio. Cuando iba por mi segunda taza, bajó finalmente los brazos y se inclinó doblando la cintura. Sarah y Em se apartaron apresuradamente de la ventana.
—Él sabe que lo hemos estado mirando. Es un vampiro, ¿recordáis? —Me reí y me puse las botas de Sarah sobre mis calcetines de lana y un viejo par de leggings, y salí caminando con torpeza.
—Gracias por ser tan paciente —dijo Matthew, después de recibirme en sus brazos y darme los buenos días con un beso.
Yo todavía tenía en la mano mi taza, y había estado a punto de derramar el té sobre su espalda.
—La meditación es el único descanso que tienes. No pienso interrumpirte en eso. ¿Cuánto tiempo llevas ahí?
—Desde el amanecer. Necesitaba tiempo para pensar.
—La casa provoca ese efecto en las personas. Hay demasiadas voces, demasiada actividad. —Hacía frío, y me acurruqué dentro de mi sudadera con el desteñido gato montés granate dibujado en la espalda.
Matthew tocó los círculos oscuros debajo de mis ojos.
—Todavía estás muy cansada. Pero el yoga no te haría ningún daño, ya lo sabes.
Había dormido de manera irregular, con muchos sueños, con fragmentos de poesía alquímica y con invectivas masculladas dirigidas a Satu. Incluso había visto a mi abuela preocupada. Se había pasado la noche apoyada en la cómoda con expresión atenta mientras Matthew me calmaba para que volviera a dormir.
—Me han prohibido terminantemente hacer yoga durante una semana.
—¿Y tú obedeces a tu tía cuando pone esas reglas? —Matthew enarcó una ceja con expresión interrogante.
—Por lo general, no. —Me reí, agarrándolo de la manga para arrastrarlo adentro.
Matthew me quitó el té de las manos y en un instante me estaba levantando de las botas de Sarah. Me colocó el cuerpo y permaneció detrás de mí.
—¿Tienes los ojos cerrados?
—Ahora sí —respondí, cerrando los ojos y clavando los dedos de los pies a través de mis calcetines en la tierra fría. Las ideas corrían por todas partes en mi mente como gatitos juguetones.
—Estás pensando —dijo Matthew con impaciencia—. Limítate a respirar.
Mi mente y mi respiración se serenaron. Matthew me levantó los brazos, presionando mis pulgares contra las puntas de mis dedos anulares y meñiques.
—Ahora parezco un espantapájaros también —dije—. ¿Qué estoy haciendo con mis manos?
—Prana mudra —explicó Matthew—. Estimula la fuerza vital y es bueno para la curación.
Mientras estaba de pie con los brazos extendidos y las palmas mirando al cielo, el silencio y la paz se abrieron paso a través de mi cuerpo maltrecho. Al cabo de cinco minutos, la tensión entre mis ojos desapareció y el ojo de mi mente se abrió. Se produjo un sutil cambio en mi interior, un movimiento de ida y vuelta, como agua golpeando sobre la orilla. Con cada respiración mía, una gota de agua pura y fría se formaba en la palma de mi mano. Mi mente siguió resueltamente en blanco, despreocupada de que pudiera verme envuelta en un manantial de brujos, incluso cuando el nivel del agua en mis manos crecía lentamente.
El ojo de mi mente brilló, concentrándose en mi entorno. Al hacerlo, vi los campos alrededor de la casa con una perspectiva desconocida hasta entonces. El agua corría debajo de la superficie del suelo en profundas venas azules. Las raíces de los manzanos se extendían hasta ellas y finas redes de agua brillaban en las hojas movidas con la brisa matutina. Debajo de mis pies, el agua fluía hacia mí, tratando de comprender mi conexión con su poder.
Respiré tranquilamente, inhalando y exhalando. El nivel de agua en mis palmas aumentó y disminuyó en respuesta a las mareas cambiantes dentro y debajo de mí. Cuando ya no pude controlar el agua, los mudras se abrieron y el agua cayó en cascada desde mis palmas abiertas. Me quedé de pie, en medio del jardín trasero, con los ojos abiertos y los brazos extendidos, con un pequeño charco de agua en el suelo, debajo de cada mano.
Mi vampiro se encontraba a más de tres metros de mí con expresión de orgullo en el rostro y los brazos cruzados. Mis tías estaban en el porche trasero, asombradas.
—Eso ha sido impresionante —murmuró Matthew, agachándose para recoger la taza de té, helada como una piedra—. Vas a ser tan buena en esto como lo eres en tus investigaciones, ¿sabes? La magia no es sólo emocional y mental…, es también algo físico.
—¿Has entrenado a brujas antes? —Me volví a poner las botas de Sarah mientras mi estómago protestaba.
—No. Tú eres la única. —Matthew se rió—. Y sí, sé que estás hambrienta. Hablaremos más de esto después del desayuno. —Me dio la mano y caminamos juntos hacia la casa.
—¿Sabes que podrías hacer mucho dinero con el manantial de brujos? —gritó Sarah cuando nos acercamos—. Todos en la ciudad necesitan un nuevo pozo, y el viejo Harry fue enterrado con su varilla de zahorí cuando murió el año pasado.
—No necesito una varilla de zahorí…, yo misma soy una varilla de zahorí. Y si estás pensando en cavar, hazlo allí. —Señalé hacia un grupo de manzanos que parecían menos escuálidos que el resto.
Una vez dentro, Matthew hirvió agua para mi té antes de dirigir su atención al Syracuse Post-Standard. No podía competir con Le Monde, pero parecía contento. Con mi vampiro ocupado, comí un montón de rebanadas de pan caliente salidas de la tostadora. Em y Sarah volvieron a llenar sus tazas de café y miraban mis manos preocupadas cada vez que me acercaba a los aparatos eléctricos.
—Ésta va a ser una mañana de tres cafeteras —anunció Sarah, sacando los posos de café de la cafetera. Miré a Em alarmada.
«Es en su mayor parte café descafeinado —dijo sin hablar, con los labios apretados silenciosamente divertida—. Lo he estado adulterando durante años». Como los mensajes de texto, el discurso silencioso era útil si uno quería mantener una conversación privada en esa casa.
Con una gran sonrisa, me concentré en la tostadora. Cogí lo que quedaba de mantequilla para ponerla sobre mis tostadas y me pregunté sin pensar demasiado si habría más.
Un bote de plástico apareció junto a mi codo.
Me giré para darle las gracias a Em, pero ella estaba en el otro lado de la cocina. Entonces había sido Sarah. Matthew levantó la vista de su periódico y miró hacia el frigorífico.
La puerta estaba abierta, y las mermeladas y las mostazas se estaban acomodando en el último estante. Cuando estuvieron en su sitio, la puerta se cerró silenciosamente.
—¿Eso ha sido obra de la casa? —preguntó Matthew con toda tranquilidad.
—No —respondió Sarah, mirándome con interés—. Eso ha sido obra de Diana.
—¿Qué ha ocurrido? —dije entre dientes, mirando la mantequilla.
—Dínoslo tú —dijo Sarah resueltamente—. Estabas jugueteando con tu novena tostada cuando el frigorífico se ha abierto y la mantequilla ha salido volando.
—Lo único que he hecho ha sido preguntarme si habría más. —Cogí el recipiente vacío.
Em aplaudió encantada ante mi señal de poder, y Sarah insistió en que tratara de sacar otra cosa de la nevera. Pero nada de lo que intenté hacer salir me obedeció.
—Prueba con las alacenas —sugirió Em—. Las puertas no son tan pesadas.
Matthew había estado observando esa actividad con interés.
—¿Te preguntaste simplemente por la mantequilla porque la necesitabas?
Asentí con la cabeza.
—Y cuando volaste ayer, ¿le ordenaste al aire que cooperara?
—Pensé: «Vuela» y volé. Y lo cierto es que necesitaba hacerlo más de lo que necesitaba la mantequilla…, tú estabas a punto de matarme. Otra vez.
—¿Diana voló? —preguntó Sarah con voz trémula.
—¿Hay algo que necesites ahora? —preguntó Matthew.
—Necesito sentarme. —Sentía que mis rodillas se tambaleaban un poco.
Un taburete de la cocina se movió sobre el suelo y se detuvo servicialmente detrás de mí.
Matthew sonrió satisfecho y cogió el periódico.
—Lo que había pensado —murmuró, volviendo a concentrarse en los titulares.
Sarah le arrancó el periódico de las manos.
—Deja de sonreír como el gato de Cheshire. ¿Qué es lo que habías pensado?
Ante la mención de otro miembro de su especie, Tabitha entró orgullosa en la casa por la gatera. Con una expresión de total devoción, dejó caer un pequeño ratón de campo muerto a los pies de Matthew.
—Merci, ma petite —agradeció Matthew en tono serio—. Lamentablemente, no tengo hambre en este momento.
Tabitha aulló frustrada y arrastró su ofrenda a un rincón, donde lo castigó golpeándolo entre sus garras por no complacer a Matthew.
Impertérrita, Sarah repitió su pregunta:
—¿Qué es lo que habías pensado?
—Los hechizos que Rebecca y Stephen lanzaron aseguran que nadie pueda forzar la magia de Diana. Su magia está envuelta por la necesidad. Muy astuto. —Estiró su periódico arrugado y reanudó la lectura.
—Astuto e imposible —protestó Sarah.
—Imposible no —respondió él—. Sólo tenemos que pensar como sus padres. Rebecca había visto lo que iba a ocurrir en La Pierre…, no en cada detalle, pero ella sabía que su hija iba a estar cautiva de una bruja. Rebecca también sabía que iba a escapar. Ésa es la razón por la que el encantamiento se mantuvo firme. Diana no necesitaba su magia.
—¿Cómo se supone que podemos enseñarle a Diana a controlar su poder si no puede darle órdenes? —quiso saber mi tía.
La casa no nos dio ninguna oportunidad de considerar las opciones. Se oyó un ruido como el disparo de un cañón, seguido por un taconeo.
—¡Demonios! —gruñó Sarah—. ¿Qué es lo que quiere ahora?
Matthew dejó el periódico.
—¿Ocurre algo malo?
—La casa nos necesita. Cierra de golpe las puertas de la sala de estar y luego cambia de lugar los muebles para atraer nuestra atención. —Lamí la mantequilla de mis dedos y caminé en silencio por la sala. Las luces parpadearon en el salón principal.
—Muy bien, muy bien —dijo Sarah de mal humor—. Ahora vamos.
Seguimos a mis tías hasta la sala. La casa envió un sillón arrastrándose por el suelo en dirección a mí.
—Quiere a Diana —explicó Emily innecesariamente.
La casa podía quererme a mí, pero no había previsto la interferencia de un vampiro protector con rápidos reflejos. Matthew estiró un pie y detuvo al sillón antes de que me golpeara detrás de las rodillas. Se oyó un crujido de madera vieja sobre huesos fuertes.
—No te preocupes, Matthew. La casa sólo quiere que me siente. —Así lo hice, a la espera de su próxima jugada.
—La casa tiene que aprender mejores modales —replicó él.
—¿De dónde ha salido la mecedora de mi madre? Nos deshicimos de ella hace muchos años —dijo Sarah, frunciendo los labios en dirección al viejo sillón cerca de la ventana del frente.
—La mecedora ha vuelto, y también la abuela —dije—. Nos saludó cuando llegamos.
—¿Estaba Elizabeth? —Em se sentó en el incómodo sofá victoriano—. ¿Alta? ¿De expresión grave?
—Sí. Aunque no logré verla bien. Permaneció más bien detrás de la puerta.
—No hay muchos fantasmas por aquí últimamente —dijo Sarah—. Creemos que es una prima lejana de los Bishop que murió en la década de 1870.
Una pelota de lana verde y dos agujas de tejer cayeron de la chimenea y rodaron sobre el hogar.
—¿La casa piensa que debo empezar a tejer? —pregunté.
—Eso es mío…, empecé a hacer un suéter hace algunos años, y un día desapareció. La casa se apodera de toda clase de cosas y las guarda —le explicó Emily a Matthew mientras recuperaba sus agujas y la lana. Hizo un gesto hacia el horrible tapizado floral del sofá—. Ven y siéntate conmigo. A veces la casa se toma su tiempo en vez de ir al grano. Además, también faltan algunas fotografías, una guía telefónica, la fuente para servir el pavo y mi abrigo de invierno favorito.
No era sorprendente que a Matthew le resultara difícil relajarse, dado que una fuente de porcelana podría decapitarlo, pero hizo todo lo posible. Sarah se sentó en una silla Windsor que estaba cerca con expresión irritada.
—Vamos, dinos qué pasa —espetó varios minutos después—. Tengo muchas cosas que hacer.
Un grueso sobre marrón salió lentamente por una grieta en el panel pintado de verde junto a la chimenea. Apenas quedó libre, voló por toda la sala de estar y aterrizó, con el frente hacia arriba, en mi regazo.
La palabra «Diana» estaba escrita con bolígrafo azul en la parte delantera. Pude reconocer la letra pequeña y femenina de mi madre que había visto tantas veces en autorizaciones para el colegio y felicitaciones de cumpleaños.
—Es de mamá. —Miré a Sarah, asombrada—. ¿Qué es?
Ella se mostró igualmente sobresaltada.
—No tengo ni la menor idea.
En el interior había un sobre más pequeño y algo cuidadosamente envuelto en varias capas de papel de seda. El sobre era verde claro, con un verde más oscuro en los bordes. Mi padre me había ayudado a escogerlo para el cumpleaños de mi madre. Tenía un ramo de lirios del valle blancos y verdes en ligero relieve en la esquina de cada página. Se me llenaron los ojos de lágrimas.
—¿Quieres que te dejemos sola? —preguntó Matthew en voz baja, ya de pie.
—Quédate, por favor.
Sin dejar de temblar, rompí el sobre para abrirlo y desdoblé los papeles que había dentro. La fecha que aparecía bajo el lirio del valle —13 de agosto de 1983— atrajo mi atención inmediatamente.
Mi séptimo cumpleaños. Había sido apenas unos días antes de que mis padres partieran hacia Nigeria.
Volé por la primera página de la carta de mi madre. La hoja cayó de mis dedos y planeó hacia el suelo para terminar deteniéndose a mis pies.
El miedo de Em era palpable.
—Diana, ¿de qué se trata?
Sin responder, metí el resto de la carta junto a mi muslo y cogí el sobre marrón que la casa había estado escondiendo en nombre de mi madre. Arranqué el papel de seda, y dejé al descubierto un objeto plano y rectangular. Era más pesado de lo que debía y su poder hacía que hormigueara.
Reconocí ese poder, pues ya lo había sentido antes.
Matthew escuchó que mi sangre empezaba a cantar. Se acercó para permanecer detrás de mí, con las manos apoyadas ligeramente sobre mis hombros.
Quité el envoltorio. Arriba, impidiendo que Matthew pudiera ver y separado por todavía más papel de seda de lo que había abajo, apareció un trozo de papel blanco normal con los bordes amarillos a causa del paso del tiempo. Había tres líneas escritas con letra fina y oscura.
—«Empieza con la ausencia y el deseo» —susurré, forzando la tensión en mi garganta—. «Empieza con sangre y miedo».
—«Empieza con un descubrimiento de brujas» —terminó Matthew, mirando por encima de mi hombro.
Cuando puse la nota en las manos de Matthew, se la llevó a la nariz por un momento antes de pasársela a Sarah en silencio. Levanté la capa superior de papel de seda.
Sobre mi regazo reposaba una de las páginas que faltaban del Ashmole 782.
—¡Santo cielo! —susurró él—. ¿Eso es lo que creo que es? ¿Cómo llegó a tu madre?
—Lo explica en la carta —dije anonadada, con la mirada fija en la imagen de brillantes colores.
Matthew se inclinó y recogió la hoja caída de papel de carta.
—«Mi querida Diana —leyó en voz alta—: Hoy cumples siete años, una edad mágica para una bruja, cuando tus poderes deben empezar a activarse y a tomar forma. Pero tus poderes han estado en actividad desde que naciste. Siempre has sido diferente».
Moví las rodillas bajo el asombroso peso de la imagen.
—«Que tú estés leyendo esto significa que tu padre y yo tuvimos éxito. Pudimos convencer a la Congregación de que eran los poderes de tu padre, y no los tuyos, los que ellos buscaban. No debes culparte a ti misma. Fue la única decisión posible para nosotros. Confiamos en que tengas en este momento la edad suficiente como para comprender. —Matthew me apretó con amabilidad el hombro antes de continuar—: Ya tienes edad suficiente también para ocuparte de la búsqueda que empezamos cuando naciste, la búsqueda de información sobre ti y tu magia. Recibimos la nota y el dibujo adjuntos cuando tenías tres años. Nos llegó en un sobre con un matasellos israelí. La secretaria del departamento nos dijo que no había dirección del remitente ni firma, sólo la nota y la imagen. Hemos pasado gran parte de los últimos cuatro años tratando de entender. No podíamos hacer demasiadas preguntas. Pero pensamos que la fotografía muestra una boda».
—Es una boda…, el casamiento químico del mercurio y el azufre. Es un paso crucial para la fabricación de la piedra filosofal. —Mi voz sonaba áspera después de la riqueza de entonación de Matthew.
Era una de las representaciones más hermosas de la boda química que yo había contemplado. Una mujer de cabello dorado con un vestido blanco inmaculado tenía una rosa blanca en una mano. Era una ofrenda para su esposo, pálido y de cabello oscuro, un símbolo de que ella era pura y digna de él. Él vestía ropajes de color negro y rojo y le tomaba a ella la otra mano. Él también tenía una rosa, pero la suya era roja como la sangre recién derramada, una ofrenda de amor y de muerte. Detrás de la pareja, los elementos químicos y los metales estaban personificados como invitados a la boda, moviéndose en un paisaje de árboles y colinas rocosas. Toda una colección de animales se había reunido para presenciar la ceremonia: cuervos, águilas, sapos, leones verdes, pavos reales y pelícanos. Un unicornio y un lobo estaban uno al lado del otro en el centro, como fondo detrás de los novios. Toda la escena se encontraba dentro de las alas extendidas de un ave fénix, con las plumas en llamas en los bordes y la cabeza agachada para ver lo que ocurría allí.
—¿Qué significa? —preguntó Em.
—Que alguien ha estado esperando durante mucho tiempo a que Matthew y yo nos encontremos.
—¿Cómo sabes que esa imagen se refiere a ti y a Matthew? —Sarah estiró el cuello para inspeccionarla con mayor atención.
—La reina lleva el escudo de Matthew. —Una brillante diadema de plata y oro sujetaba el pelo de la novia. En medio, sobre la frente, había una joya con la forma de una luna creciente con una estrella naciente sobre ella.
Matthew extendió la mano por encima de la imagen y cogió el resto de la carta de mi madre.
—¿Te molesta si continúo? —preguntó con amabilidad.
Sacudí la cabeza, con la página del manuscrito todavía en mis rodillas. Em y Sarah, desconfiando de su poder, pusieron en práctica la adecuada precaución en presencia de un objeto hechizado poco conocido y permanecieron donde estaban.
—«Pensamos que la mujer de blanco eres tú, Diana. Estamos menos seguros acerca de la identidad del hombre oscuro. Lo he visto en tus sueños, pero es difícil de situar. Atraviesa tu futuro, pero también está en el pasado. Está siempre en sombras, nunca en la luz. Y aunque es peligroso, el hombre en la oscuridad no significa una amenaza para ti. ¿Está él en este momento contigo? Eso espero. Ojalá hubiera podido conocerlo. ¡Hay tanto que me habría gustado decirle acerca de ti! —La voz de Matthew se entrecortó con las últimas palabras—. Esperamos que los dos podáis descubrir el origen de esta imagen. Tu padre piensa que proviene de un libro antiguo. A veces vemos un texto que se mueve en la parte de atrás de la página, pero luego las palabras desaparecen otra vez durante semanas, incluso meses».
Sarah saltó de su silla.
—Dame la imagen.
—Proviene del libro sobre el que te hablé. El que está en Oxford. —Se la pasé de mala gana.
—Parece muy pesada —dijo mientras caminaba hacia la ventana con el ceño fruncido. Dio la vuelta a la imagen y colocó las páginas en diversos ángulos hacia un lado y otro—. Pero no veo ninguna palabra. Por supuesto, no me sorprende. Si esta página fue arrancada del libro al que pertenece, entonces la magia está gravemente dañada.
—¿Por eso las palabras que vi se movían tan rápido?
Sarah asintió con la cabeza.
—Probablemente. Estaban buscando esta página sin poder encontrarla.
—Páginas —precisé. Éste era un detalle que no le había comentado a Matthew.
—¿Qué quieres decir con eso de «páginas»? —Matthew se acercó a mi asiento lanzando pequeñas astillas de hielo sobre mis facciones.
—Ésta no es la única página del Ashmole 782 que falta.
—¿Cuántas fueron arrancadas?
—Tres —susurré—. Faltaban tres páginas del comienzo del manuscrito. Pude ver los restos. No me pareció importante en ese momento.
—Tres —repitió Matthew. Su voz era inexpresiva y sonó como si estuviera a punto de romper algo con sus manos desnudas.
—¿Qué importa si son tres páginas las que faltan o trescientas? —Sarah todavía estaba tratando de descubrir las palabras ocultas—. En cualquier caso, la magia está dañada.
—Porque hay tres tipos de criaturas espirituales. —Matthew me tocó la cara para hacerme saber que no estaba enfadado conmigo.
—Y si tenemos una de las páginas… —comencé.
—Entonces, ¿quién tiene las otras? —terminó Em.
—Maldita sea, ¿por qué Rebecca no nos dijo nada sobre esto? —Sarah también daba la impresión de querer romper algo. Emily cogió la imagen de sus manos y la colocó cuidadosamente sobre una mesa de té antigua.
Matthew continuó leyendo:
—«Tu padre dice que tendrás que viajar lejos para revelar sus secretos. No diré más por temor a que esta nota caiga en manos equivocadas. Pero tú lo descubrirás, lo sé. —Me entregó la hoja y siguió con la otra—. La casa no habría mostrado esta carta si no estuvieras lista. Eso quiere decir que también sabes que tu padre y yo te pusimos un encantamiento. Sarah estará furiosa, pero fue la única manera de protegerte de la Congregación antes de que el hombre de las sombras estuviera contigo. Él te ayudará con tu magia. Sarah dirá que no es asunto suyo porque no es un Bishop. Ignórala».
Sarah bufó y miró furiosa al vampiro.
—«Uní tu magia a tus sentimientos por él, porque sé que lo amarás como a nadie en el mundo. Aun así, sólo tú podrás sacarla a la luz. Lamento lo de los ataques de pánico. Fue lo único en lo que pude pensar. A veces eres demasiado valiente, y eso no es bueno para ti. Buena suerte con el aprendizaje de tus hechizos… Sarah es una perfeccionista».
Matthew sonrió.
—Siempre había algo raro en tus ataques de angustia.
—¿Raro? ¿De qué manera?
—Desde que nos conocimos en la Bodleiana, resultó casi imposible atemorizarte.
—Pero sí que sentí miedo cuando saliste de entre la niebla junto al cobertizo de los botes.
—Estabas sobresaltada. Tus instintos tenían que haberte hecho gritar a causa del pánico cada vez que yo estuviera cerca. En cambio, te fuiste acercando cada vez más. —Matthew depositó un beso sobre mi cabeza y volvió a la última página.
—«Es difícil saber cómo terminar esta carta cuando hay tanto en mi corazón. Los últimos siete años han sido los más felices de mi vida. No entregaría un momento de nuestro valioso tiempo contigo… ni por un océano de poder o una vida larga y segura sin ti. No sabemos por qué la diosa nos confió tu persona a nosotros, pero no ha pasado ni un día en que no se lo agradeciéramos».
Sofoqué un sollozo, pero no pude evitar las lágrimas.
—«No puedo protegerte de los desafíos a los que vas a enfrentarte. Conocerás grandes pérdidas y grandes peligros, pero también grandes alegrías. Podrás dudar de tus instintos en los años venideros, pero has estado recorriendo este camino desde el momento en que naciste. Lo supimos cuando llegaste al mundo con la membrana fetal cubriéndote. Has permanecido entre mundos desde entonces. Eso es lo que eres y es tu destino. No dejes que nadie te aparte de él».
—¿Qué es eso de la membrana fetal? —susurré.
—Es alguien que nace con la bolsa amniótica todavía intacta a su alrededor. Es una señal de buena suerte —explicó Sarah.
Matthew me acarició con su mano libre la nuca.
—Mucho más que la suerte tiene relación con esa membrana. Antiguamente, se creía que anunciaba el nacimiento de un gran vidente. Algunos pensaban que era una señal de que el bebé se convertiría en un vampiro, en una bruja o en un daimón. —Me dirigió una sonrisa torcida.
—¿Dónde está? —le preguntó Em a Sarah.
Matthew y yo giramos rápidamente nuestras cabezas a la vez.
—¿Qué? —preguntamos simultáneamente.
—Esas membranas tienen un poder enorme. Stephen y Rebecca deben de haberla guardado.
Todos dirigimos nuestras miradas a la hendidura del panel de madera. Una guía telefónica aterrizó en la rejilla de la chimenea con un ruido sordo, enviando una nube de ceniza a toda la habitación.
—¿Cómo se guarda una membrana como ésa? —me pregunté en voz alta—. ¿Se pone en una bolsita o algo por el estilo?
—Tradicionalmente, uno presiona un trozo de papel o de tela en la cara del bebé y la membrana se adhiere a él. Luego se guarda el papel —explicó Em.
Todos los ojos se dirigieron a la página del Ashmole 782. Sarah la recogió y la estudió atentamente. Farfulló algunas palabras y observó un poco más.
—Hay algo raro en esta imagen —informó—, pero no tiene la bolsa amniótica de Diana adherida.
Aquello fue un alivio. Con ésta, ya habrían sido demasiadas cosas extrañas.
—Entonces, ¿eso es todo, o mi hermana tenía algunos otros secretos que le gustaría compartir con nosotros? —preguntó Sarah de manera cortante. Matthew la miró frunciendo el ceño—. Lo siento, Diana —murmuró.
—No hay mucho más. ¿Estás bien, mon coeur?
Le cogí la mano libre y asentí con la cabeza. Se sentó sobre uno de los brazos tapizados del sillón, que crujió un poco bajo su peso.
—«Trata de no ser demasiado dura contigo misma mientras te diriges al futuro. Mantén la serenidad y confía en tus instintos. No es un gran consejo, pero es lo único que una madre puede dar. Apenas podemos soportar tener que dejarte, pero la única alternativa es arriesgarnos a perderte para siempre. Perdónanos. Si te hemos hecho daño, ha sido porque te queríamos mucho. Mamá».
La habitación quedó en silencio, e incluso la casa contenía la respiración. Un sonido de pérdida empezó en algún lugar muy dentro de mí justo antes de que una lágrima cayera de mi ojo, se hinchara hasta alcanzar el tamaño de una pelota de béisbol y golpeara el suelo haciendo un ruido de agua que salpica. Sentí mis piernas como si fueran líquidas.
—Aquí viene —advirtió Sarah.
Matthew dejó caer la página de la carta y me arrancó del sillón para llevarme hacia la puerta principal. Me dejó en el camino de la entrada y los dedos de mis pies se hundieron en la tierra. El manantial de brujos fluyó inofensivamente en el suelo mientras mis lágrimas seguían saliendo. Al cabo de unos momentos, Matthew deslizó las manos alrededor de mi cintura desde atrás. Su cuerpo me protegió del resto del mundo, y me relajé contra su pecho.
—Deja que salga todo —murmuró él con sus labios junto a mi oído.
El manantial de brujos se serenó, dejando tras de sí una dolorosa sensación de pérdida que nunca iba a desaparecer del todo.
—¡Ojalá ellos estuvieran aquí! —grité—. Mis padres sabrían qué hacer.
—Sé que los echas de menos. Pero ellos no sabían cómo actuar, no realmente. Como todos los padres, sólo iban haciendo lo mejor que podían en cada momento.
—Mi madre te vio, y también lo que podría hacer la Congregación. Era una gran vidente.
—Y tú también lo serás, algún día. Hasta entonces, vamos a tener que arreglárnoslas sin saber qué nos depara el porvenir. Pero somos dos. No tienes que hacerlo tú sola.
Regresamos al interior, donde Sarah y Em todavía estaban observando la página del manuscrito. Anuncié que iba a hacer más té y una cafetera, y Matthew me acompañó a la cocina, aunque antes su mirada permaneció fija durante unos instantes sobre la imagen de brillantes colores.
La cocina parecía un campo de batalla, como de costumbre. Todas las superficies estaban llenas de platos. Mientras se calentaba el agua para el té y se hacía el café, me arremangué para lavar los platos.
El teléfono de Matthew zumbó en su bolsillo. No le hizo caso, decidido a poner más troncos en la chimenea, ya sobrecargada.
—Deberías atender esa llamada —le dije, echando un chorrito de líquido lavavajillas en el fregadero.
Sacó su teléfono. Por su expresión se notó que no le hacía mucha gracia responder a esa llamada.
—Oui?
Debía de ser Ysabeau. Algo había salido mal, alguien no estaba donde se suponía que debía estar… Me resultaba imposible seguir los detalles pues hablaban muy rápido, pero el fastidio de Matthew era claro. Gritó algunas órdenes y cortó la comunicación.
—¿Ysabeau está bien? —Sacudí los dedos en el agua caliente, esperando que no hubiera una nueva crisis.
Matthew me agarró suavemente los hombros, y masajeó mis tensos músculos.
—Ella está bien. Esto no tenía nada que ver con Ysabeau. Es Alain. Se estaba ocupando de algunos negocios de la familia y ha tropezado con una situación inesperada.
—¿Negocios? —Cogí el estropajo y empecé a fregar—. ¿Para los caballeros de Lázaro?
—Sí —dijo cortante.
—¿Quién es Alain? —Coloqué el plato limpio en el escurreplatos.
—Empezó como escudero de mi padre. Philippe no podía arreglárselas sin él, en la guerra o en la paz, así que Marthe lo hizo vampiro. Él conoce todos los aspectos de las actividades de la hermandad. Cuando mi padre murió, Alain traspasó su lealtad de Philippe a mí. Llamó para advertirme que Marcus no se encontraba muy contento de haber recibido mi mensaje.
Me volví para mirarlo a los ojos.
—¿Fue el mismo mensaje que le diste a Baldwin en La Guardia?
Asintió con la cabeza.
—Sólo soy un problema para tu familia.
—Esto ya no es un asunto de la familia De Clermont, Diana. Los caballeros de Lázaro protegen a quienes no pueden protegerse por sí mismos. Marcus lo sabía cuando aceptó un puesto en la orden.
El teléfono de Matthew zumbó otra vez.
—Y ése debe de ser Marcus —dijo sombríamente.
—Ve y habla con él en privado. —Señalé hacia la puerta con la barbilla. Matthew besó mi mejilla antes de presionar el botón verde en su teléfono y dirigirse al jardín trasero.
—Hola, Marcus —dijo cautelosamente, cerrando la puerta tras de sí.
Seguí haciendo pasar el agua enjabonada sobre los platos y el movimiento repetitivo resultó tranquilizador.
—¿Dónde está Matthew? —Sarah y Em estaban de pie en la entrada, cogidas de la mano.
—Fuera, hablando con Inglaterra —dije, haciendo otra vez un gesto con la cabeza en dirección a la puerta trasera.
Sarah sacó otra taza limpia del armario, la cuarta que usaba aquella mañana según mis cálculos, y la llenó de café recién hecho. Emily recogió el periódico. De todas formas, en los ojos de ambas hormigueaba la curiosidad. La puerta trasera se abrió y se cerró. Me preparé para lo peor.
—¿Cómo está Marcus?
—Él y Miriam están camino a Nueva York. Tienen algo que comentarte. —La cara de Matthew parecía una nube de tormenta.
—¿A mí? ¿De qué se trata?
—No ha querido decírmelo.
—Marcus no quería que estuvieras tú solo sin más compañía que la de las brujas. —Le sonreí y un poco de la tensión abandonó su rostro.
—Estarán aquí antes del anochecer y se alojarán en el hotel que vimos al pasar por el pueblo. Iré y los veré esta noche. Sea lo que sea que tengan que decirte, puede esperar hasta mañana. —Matthew echó una mirada de preocupación a Sarah y a Em.
Volví al fregadero otra vez.
—Llámalos, Matthew. Deben venir directamente aquí.
—No querrán molestar a nadie —dijo con suavidad. Matthew no quería alterar a Sarah y al resto de los Bishop trayendo a dos vampiros más a la casa. Pero mi madre nunca habría permitido que Marcus viajara desde tan lejos y después se quedara en un hotel.
Marcus era el hijo de Matthew. Era mi hijo.
Me picaban los dedos y la taza que estaba lavando se escapó de mis manos. Flotó en el agua durante algunos momentos y luego se hundió.
—Ningún hijo mío se quedará en un hotel. Debe estar en la casa de los Bishop, con su familia, y Miriam no debe quedarse sola. Ambos se quedarán aquí. Está decidido —dije con firmeza.
—¿Hijo? —dijo Sarah con voz débil.
—Marcus es el hijo de Matthew, lo que lo convierte en hijo mío también. Y eso lo convierte en un Bishop, y esta casa le pertenece a él tanto como a ti, a mí o a Em. —Me volví para mirarlas, agarrando con fuerza las mangas de mi camisa con las manos mojadas, que me temblaban.
Mi abuela se deslizó por el pasillo para ver de qué se trataba tanto escándalo.
—¿Me has oído, abuela? —grité.
«Creo que todos te hemos oído, Diana», respondió con su voz susurrante.
—¡Bien! Que todo el mundo se comporte correctamente. Y eso vale para todos los Bishop de esta casa…, vivos y muertos.
La casa abrió sus puertas delanteras y traseras en un gesto prematuro de bienvenida, enviando una ráfaga de aire frío por las habitaciones de abajo.
—¿Dónde dormirán? —gruñó Sarah.
—No duermen, Sarah. Son vampiros. —La picazón en mis dedos aumentó.
—Diana —dijo Matthew—, por favor, apártate del fregadero. La electricidad, mon coeur.
Agarré mis mangas con más fuerza. Los bordes de mis dedos eran de color azul brillante.
—Hemos recibido el mensaje —se apresuró a decir Sarah, mirando mis manos—. Ya tenemos un vampiro en casa.
—Iré a preparar sus habitaciones —dijo Emily, con una sonrisa que parecía auténtica—. Me alegra que tengamos la oportunidad de conocer a tu hijo, Matthew.
Matthew, que había estado apoyado contra una antigua alacena de madera, se irguió y caminó lentamente hacia mí.
—Muy bien —dijo, apartándome del fregadero y poniendo mi cabeza debajo de su barbilla—. Está claro lo que dices. Llamaré a Marcus y le haré saber que son bienvenidos aquí.
—No le comentes a Marcus que he dicho que era mi hijo. A lo mejor no le hace mucha gracia tener una madrastra.
—Eso es algo que tendréis que aclarar vosotros —dijo Matthew, tratando de disimular que eso lo divertía.
—¿Qué te parece divertido? —Levanté la cara para mirarlo.
—Con todo lo que ha ocurrido esta mañana, lo único que te preocupa es si Marcus quiere una madrastra. Me confundes. —Matthew sacudió la cabeza—. ¿Todas las brujas son así de sorprendentes, Sarah, o sólo las Bishop?
Sarah consideró su respuesta.
—Sólo las Bishop.
Le dirigí una mirada de agradecimiento asomándome por el costado del hombro de Matthew.
Mis tías fueron rodeadas por una muchedumbre de fantasmas, que asentían solemnemente con la cabeza mostrándose de acuerdo.