Capítulo
26

Había estado esperando el crujir de neumáticos sobre la grava desde que apreté el botón de colgar en el diminuto teléfono móvil de Ysabeau, y desde entonces éste no había estado fuera de mi vista.

Una tetera de té recién hecho y bollos para el desayuno me estaban esperando cuando salí del baño, teléfono en mano. Devoré la comida, me puse la primera ropa que mis dedos tocaron y volé escaleras abajo con el pelo mojado. Matthew no llegaría a Sept-Tours hasta varias horas después, pero había decidido estar esperándolo cuando detuviera su coche en la puerta.

Primero esperé en el salón, en un sofá junto al fuego, preguntándome qué habría ocurrido en Oxford para hacer que Matthew cambiara de idea. Marthe me trajo una toalla y me secó bruscamente el pelo con ella al ver que yo no daba muestras de ir a usarla por mí misma.

A medida que el momento de su llegada se acercaba, ir de un lado a otro en el gran vestíbulo era preferible a estar sentada en el salón. Ysabeau apareció y permaneció con las manos sobre las caderas. Continué, a pesar de su presencia amenazadora, hasta que Marthe trajo una silla de madera a la puerta principal. Me convenció para que me sentara, aunque era evidente que las tallas de la silla habían sido diseñadas para familiarizar a sus ocupantes con las molestias del infierno, y la madre de Matthew se retiró a la biblioteca.

Cuando el Range Rover entró a la explanada de accesó, salí volando. Por primera vez en nuestra relación, Matthew no llegó antes que yo a la puerta. Todavía estaba estirando sus largas piernas cuando mis brazos se cerraron alrededor de su cuello, con los dedos de mis pies apenas tocando el suelo.

—No hagas eso otra vez —susurré con los ojos cerrados para detener las repentinas lágrimas—. Nunca más vuelvas a hacerlo.

Matthew me envolvió con sus brazos y hundió su cara en mi cuello. Nos abrazamos el uno al otro sin hablar. Matthew levantó la mano y me hizo soltarle el cuello, dejándome suavemente otra vez apoyada sobre mis pies. Envolvió mi cara con sus manos y los ya conocidos toques de nieve y escarcha se derritieron sobre mi piel. Agregué nuevos detalles de sus facciones a mi memoria, como los pliegues diminutos en los extremos de sus ojos y la curva precisa del hueco debajo de su carnoso labio inferior.

—Dieu —murmuró asombrado—, estaba equivocado.

—¿Equivocado? —Mi voz reveló pánico.

—Creía que sabía cuánto te echaba de menos. Pero no tenía ni la menor idea.

—Dímelo. —Quería escuchar otra vez las palabras que había dicho por teléfono la noche anterior.

—Te amo, Diana. ¡Por Dios que he tratado de que no fuera así!

Mi cara se relajó en sus manos.

—Yo también te amo, Matthew, con todo mi corazón.

Algo en su cuerpo se modificó sutilmente ante mi respuesta. No era su pulso, ya que no tenía un pulso notable, ni su piel, que siguió siendo deliciosamente fría. En cambio, hubo un sonido, algo en su garganta, un murmullo de anhelo que envió una oleada de deseo a través de mí. Matthew lo detectó, y su rostro adquirió una expresión feroz. Inclinó la cabeza y puso sus labios sobre los míos.

Los cambios en mi cuerpo no fueron ni leves ni sutiles. Mis huesos se convirtieron en fuego y mis manos se movieron sobre su espalda y se deslizaron hacia abajo. Cuando trató de apartarse, empujé sus caderas hacia mí.

«No tan rápido», pensé.

Su boca se sostuvo en el aire por encima de la mía con sorpresa. Deslicé mis manos más abajo, aferrando su trasero de manera posesiva, y su aliento volvió otra vez hasta que ronroneó en su garganta.

—Diana… —empezó a decir con una nota de precaución en su voz.

Mi beso exigía que me dijera cuál era el problema.

La única respuesta de Matthew fue posar su boca sobre la mía. Acarició el pulso en mi cuello, luego arrastró su mano hacia abajo para envolver con ella mi pecho izquierdo y después acariciar la tela sobre la piel delicada entre mi brazo y mi corazón. Con su otra mano en mi cintura, me atrajo con mayor firmeza hacia él.

Al cabo de largo rato, Matthew aflojó su presión lo suficiente como para poder hablar:

—Ahora eres mía.

Mis labios estaban demasiado entumecidos como para responder, de modo que asentí con la cabeza y mantuve agarrado su trasero con firmeza.

Con la cabeza inclinada fijó la mirada en mí.

—¿Todavía ninguna duda?

—Nada.

—Somos uno solo, a partir de este momento. ¿Lo comprendes?

—Creo que sí. —Comprendía, por lo menos, que nadie ni nada iba a apartarme de Matthew.

—Ella no tiene ni idea. —La voz de Ysabeau resonó a través de la explanada de acceso. Matthew se puso tenso y sus brazos me envolvieron de manera protectora—. Con ese beso has violado todas las reglas que mantienen unido nuestro mundo y afirman nuestra seguridad. Matthew, has marcado a esa bruja como tuya. Y tú, Diana, has ofrecido tu sangre de bruja, tu poder, a un vampiro. Has dado la espalda a los tuyos y te has prometido a una criatura que es tu enemigo.

—Ha sido un beso —dije, conmovida.

—Ha sido un juramento. Y al hacer esta promesa el uno al otro, os habéis convertido en proscritos. Que los dioses os ayuden a los dos.

—Entonces, somos proscritos —confirmó Matthew en voz baja—. ¿Tenemos que irnos, Ysabeau? —Había una vulnerable voz de niño detrás de la voz de hombre, y algo dentro de mí se rompió por obligarlo a escoger entre las dos.

Su madre dio unos pasos hacia delante y lo abofeteó, con fuerza, en la cara.

—¿Cómo te atreves a hacer esa pregunta?

Tanto la madre como el hijo parecían conmocionados. La marca de la fina mano de Ysabeau permaneció en la mejilla de Matthew por una fracción de segundo —roja, luego azul— antes de desvanecerse.

—Eres mi hijo más amado —continuó con una voz tan fuerte como el hierro—. Y Diana es ahora mi hija…, mi responsabilidad tanto como la tuya. Tu lucha es mi lucha, tus enemigos son mis enemigos.

—No tienes por qué ofrecernos refugio, maman. —La voz de Matthew estaba tensa como la cuerda de un arco.

—Basta de tonterías. Vas a ser perseguido hasta los confines de la tierra a causa de este amor entre ambos. Nosotros lucharemos como una familia. —Ysabeau se volvió hacia mí—. En cuanto a ti, hija, tú lucharás, como prometiste. Eres implacable…, los valientes de verdad siempre lo son…, pero no puedo criticar tu valor. Además, lo necesitas a él tanto como necesitas el aire que respiras, y él te quiere como nunca ha querido a otra cosa ni a nadie desde que renació a esta vida. La realidad es ésta y haremos lo mejor que podamos con ella. —Ysabeau, de manera inesperada, me atrajo hacia ella y presionó sus labios fríos sobre mi mejilla derecha y luego sobre la izquierda. Había estado viviendo bajo el techo de aquella mujer durante varios días, pero ésta era mi bienvenida oficial. Miró imperturbable a Matthew y dijo lo que realmente quería decir—: La forma de hacer lo mejor empieza con Diana actuando como una bruja y no como un patético humano. Las mujeres de la familia De Clermont se defienden solas.

Matthew se irritó.

—Me ocuparé de que esté a salvo.

—Ésa es la razón por la que siempre pierdes al ajedrez, Matthew. —Ysabeau agitó el dedo delante de él—. Al igual que Diana, la reina tiene un poder casi ilimitado. Sin embargo, tú insistes en rodearla y quedarte tú mismo al descubierto. Sin embargo esto no es un juego, y su debilidad nos pone a todos en peligro.

—Mantente fuera de esto, Ysabeau —advirtió Matthew—. Nadie va a forzar a Diana a ser algo que no es.

Su madre lanzó un bufido elegante y expresivo.

—Exactamente. Ya no vamos a permitir que Diana se esfuerce por ser una humana, algo que ella no es. Ella es una bruja. Tú eres un vampiro. Si esto no fuera verdad, no estaríamos ante un problema como éste. Matthew, mon cher, si la bruja es tan valiente como para quererte, no hay razón para tenerle miedo a su propio poder. Tú podrías destrozarla si quisieras. Y también pueden hacerlo los que vendrán a buscarte cuando se den cuenta de lo que has hecho.

—Ella tiene razón, Matthew —admití.

—Vamos, es mejor que entremos. —Mantenía una mirada preocupada fija en su madre—. Tienes frío y tenemos que hablar de Oxford. Luego nos ocuparemos del tema de la magia.

—También tengo que contarte lo que ha ocurrido aquí. —Si esto iba a funcionar, íbamos a tener que revelar algunos de nuestros secretos…, como la posibilidad de convertirme en manantial de brujos en cualquier momento.

—Hay mucho tiempo para que me cuentes todo —dijo Matthew, llevándome hacia el château.

Marthe lo estaba esperando cuando cruzó la puerta. Le dio un fuerte abrazo, como si hubiera regresado triunfante de una batalla, y nos acomodó a todos delante del fuego que ardía en el salón.

Matthew se colocó junto a mí y me observó mientras yo bebía un poco de té. De vez en cuando, ponía su mano sobre mi rodilla o me alisaba el jersey sobre los hombros, o ponía un mechón de mi pelo de vuelta en su sitio, como si tratara de disculparse por su breve ausencia. Cuando empezó a relajarse, comenzaron las preguntas. Éstas fueron inocentemente normales al principio. Primero le pregunté cómo había ido el vuelo. Pronto la conversación se centró en Oxford.

—¿Estaban Marcus y Miriam en el laboratorio cuando intentaron robar? —quise saber.

—Sí, allí estaban —respondió, tomando un sorbo de la copa de vino que Marthe había puesto junto a él—, pero los ladrones no llegaron lejos. Ninguno de los dos estuvo realmente en peligro.

—Gracias a Dios —susurró Ysabeau sin apartar la mirada del fuego.

—¿Qué estaban buscando?

—Información. Sobre ti —explicó reticente—. Alguien se metió también en tus habitaciones en la residencia.

Había ya un secreto que era revelado.

—Fred estaba horrorizado —continuó Matthew—. Me aseguró que pondrán nuevas cerraduras en sus puertas y una cámara en el hueco de tu escalera.

—No es culpa de Fred. Con los nuevos estudiantes, lo único que se necesita para atravesar la portería es andar con pasos seguros y una bufanda de la universidad. ¡Pero no había nada que llevarse! ¿Estaban buscando mis investigaciones? —Sólo imaginar algo parecido resultaba ridículo. ¿A quién le interesaba tanto la historia de la alquimia como para tramar un robo?

—Tú tienes tu ordenador, con las notas de tu investigación en él. —Matthew cogió mis manos con más fuerza—. Pero no era tu trabajo lo que buscaban. Destrozaron el dormitorio y el baño. Creemos que estaban buscando una muestra de tu ADN…, pelo, piel, trozos de uña. Al no poder entrar en el laboratorio, fueron a buscar en tus habitaciones.

Me temblaba un poco la mano. Traté de soltarme, pero no quería que él se diera cuenta de lo mucho que estas noticias me habían afectado. Matthew siguió apretando.

—No estás sola en esto, ¿recuerdas? —Fijó su mirada en mí.

—Entonces no fue un vulgar ladrón. Era una criatura, alguien que nos conoce y conoce el Ashmole 782.

Asintió con la cabeza.

—Bien, no van a encontrar mucho. Al menos en mis habitaciones. —Al ver que Matthew parecía perplejo, expliqué—: Mi madre insistía en que limpiara mi cepillo del pelo antes de salir para la escuela todas las mañanas. Es un hábito arraigado. Además me hacía tirar el pelo por el inodoro… y también los trozos de mis uñas cuando las cortaba.

Matthew se mostró pasmado en ese momento. Ysabeau no parecía sorprendida en modo alguno.

—Creo que a medida que hablas más de ella, tu madre me parece una persona a la que me habría encantado conocer —dijo Ysabeau en voz baja.

—¿Recuerdas lo que te decía? —quiso saber Matthew.

—No realmente. —Tenía vagos recuerdos de estar sentada en el borde de la bañera mientras mi madre realizaba sus rutinas matutinas y vespertinas, pero no mucho más. Fruncí el ceño tratando de concentrarme para que los recuerdos que pasaban por mi mente se hicieran más intensos—. Recuerdo contar hasta veinte. En algún momento, me daba la vuelta y decía algo.

—¿En qué podía haber estado pensando ella? —reflexionó Matthew en voz alta—. El cabello y las uñas llevan mucha información genética.

—¡Quién sabe! Mi madre era famosa por sus premoniciones. Pero tal vez sólo estaba pensando como una Bishop. No somos un grupo demasiado cuerdo.

—Tu madre no estaba loca, Diana, y no todo puede ser explicado por tu ciencia moderna, Matthew. Las brujas han creído desde hace siglos que el pelo y las uñas tenían poder —señaló Ysabeau.

Marthe dejó escapar un murmullo de asentimiento e hizo girar los ojos ante la ignorancia de la juventud.

—Las brujas los usan para hacer hechizos —continuó Ysabeau—. Hechizos para atrapar a alguien, la magia de amor…, todo eso depende de tales cosas.

—Me dijiste que no habías sido una bruja, Ysabeau —dije, asombrada.

—He conocido a muchas brujas con el paso de los años. Ninguna dejaría suelto ni un cabello ni un trozo de sus uñas por temor a que otra bruja los encontrara.

—Mi madre nunca me lo dijo. —Me pregunté qué otros secretos se había guardado.

—A veces es mejor que una madre revele las cosas poco a poco a sus hijos. —La mirada de Ysabeau pasó rápidamente de mí a su hijo.

—¿Quién entró por la fuerza? —Recordé la lista de posibilidades de Ysabeau.

—Los que trataron de entrar en el laboratorio fueron vampiros, pero no estamos tan seguros en cuanto a tus habitaciones. Marcus cree que fueron vampiros y brujas trabajando juntos, pero yo creo que fueron sólo brujas.

—¿Por eso estabas tan enfadado? ¿Porque esas criaturas violaron mi territorio?

—Sí.

Habíamos vuelto a los monosílabos. Esperé el resto de la respuesta.

—Yo podría dejar pasar un intruso en mi tierra o en mi laboratorio, Diana, pero no puedo permanecer sin hacer nada mientras alguien te hace lo mismo a ti. Parece una amenaza, y yo sencillamente… no puedo. Cuidar que estés a salvo es instintivo ahora. —Matthew pasó sus dedos blancos por el pelo, y un mechón salió sobre su oreja.

—No soy un vampiro, y no conozco las reglas. Tienes que explicarme cómo funciona esto —dije, acomodándole el pelo en su sitio—. ¿Entonces fue el intento de robo en la residencia lo que te convenció para estar conmigo?

Matthew movió las manos de inmediato para apoyarlas a cada lado de mi cara.

—No necesitaba ningún estímulo para estar contigo. Me dijiste que me has amado desde que te resististe a golpearme con un remo en el río. —Sus ojos no estaban en guardia—. Yo te he amado desde hace más tiempo que eso…, desde el momento en que usaste magia para sacar un libro de su estante en la Bodleiana. Parecías tan aliviada, y luego tan terriblemente culpable…

Ysabeau estaba allí, muy incómoda con la abierta manifestación de cariño de su hijo.

—Os dejaremos solos.

Marthe empezó a murmurar cerca de la mesa, dispuesta a ir hacia las cocinas, donde sin duda iba a empezar a preparar un banquete de diez platos.

—No, maman. Debes escuchar el resto.

—Así que vosotros no sois simplemente proscritos. —Ysabeau paladeó las palabras y volvió a hundirse en su sillón.

—Siempre ha habido animosidad entre las criaturas, en especial entre vampiros y brujas. Pero Diana y yo hemos sacado a la luz esas tensiones. Aunque se trata sólo de una excusa. La Congregación no está realmente molesta por nuestra decisión de violar el acuerdo.

—Deja de hablar con acertijos, Matthew —intervino Ysabeau bruscamente—. Ya no tengo paciencia para eso.

Matthew me miró con remordimiento antes de responder.

—La Congregación está interesada en el Ashmole 782 y en el misterio de cómo Diana lo consiguió. Las brujas han estado vigilando el manuscrito por lo menos durante tanto tiempo como yo. Nunca adivinaron que serías tú quien iba a reclamarlo. Y nadie imaginó que yo sería el primero en llegar a ti.

Los viejos temores salieron a la superficie diciéndome que había algo raro muy dentro de mí.

—Si no hubiera sido por Mabon —continuó Matthew—, poderosas brujas habrían ido a la Bodleiana, brujas que conocían la importancia del manuscrito. Pero estaban ocupadas con el festival y bajaron la guardia. Dejaron la tarea a esa bruja joven, y ella permitió que tú y el manuscrito os escaparais por entre sus dedos.

—Pobre Gillian —susurré—. Peter Knox debe de estar furioso con ella.

—Efectivamente. —Matthew tensó la boca—. Pero la Congregación también te ha estado vigilando a ti por razones que van mucho más allá del libro y que tienen que ver con tu poder.

—¿Desde cuándo…? —No pude terminar mi frase.

—Probablemente toda tu vida.

—Desde que mis padres murieron. —Los recuerdos inquietantes de la infancia volvieron a mí, como sentir el hormigueo de la atención de una bruja mientras estaba en los columpios de la escuela y la mirada fría de un vampiro en la fiesta de cumpleaños de una amiga—. Me han estado vigilando desde que mis padres murieron.

Ysabeau abrió la boca para hablar, vio la cara de su hijo y cambió de idea.

—Si te tienen a ti, tendrán el libro también, o eso es lo que creen. Tú estás conectada con el Ashmole 782 de alguna poderosa manera que no comprendo todavía. Y creo que ellos tampoco.

—¿Ni siquiera Peter Knox?

—Marcus ha estado haciendo preguntas por ahí. Es hábil para conseguir información de las personas. Por lo que hemos conseguido averiguar, Knox todavía está perplejo.

—No quiero que Marcus se arriesgue…, no por mí. Tiene que mantenerse fuera de esto, Matthew.

—Marcus sabe cómo cuidarse.

—Yo también tengo cosas que decirte. —Podría perder mi tranquilidad del todo si me dieran una oportunidad de reconsiderar la situación.

Matthew cogió mis dos manos, y sus fosas nasales se dilataron ligeramente.

—Estás cansada —dijo—, y hambrienta. Tal vez sea mejor esperar hasta después del almuerzo.

—¿Puedes oler cuando tengo hambre? —pregunté incrédula—. Eso no es justo.

Matthew echó la cabeza hacia atrás y se rió. Mantuvo mis manos en las suyas, empujándolas detrás de mí, de modo que mis brazos adquirieron forma de alas.

—Y eso lo dice una bruja, que podría, si quisiera, leer mis pensamientos como si estuvieran escritos en la cinta de un teletipo. Diana, querida mía, sé cuándo cambias de idea. Sé cuándo tienes malos pensamientos, como lo divertido que sería saltar la cerca del picadero. Y muy claramente sé cuándo tienes hambre —explicó, y me besó para dejar claro lo que había dicho.

—Hablando del hecho de que soy una bruja —dije, ligeramente sin aliento cuando él terminó—, hemos confirmado la capacidad del manantial de brujos en la lista de las posibilidades genéticas.

—¿Qué? —Matthew me miró con preocupación—. ¿Cuándo ha ocurrido eso?

—En el momento en que te fuiste de Sept-Tours. No me permití llorar mientras tú estuviste aquí. Pero tan pronto como te fuiste, lloré… mucho.

—Ya has llorado antes —dijo pensativamente, llevando mis manos hacia delante otra vez. Les dio la vuelta y revisó las palmas y los dedos—. ¿El agua salió de tus manos?

—Salió de todas partes —expliqué. Enarcó sus cejas, alarmado—. De mis manos, de mi pelo, de mis ojos, de mis pies…, incluso de mi boca. Fue como si no quedara nada de mí, y lo que quedaba no era más que agua. Pensé que nunca más iba a sentir otro sabor que el de la sal.

—¿Estabas sola? —La voz de Matthew se volvió aguda.

—No, no, por supuesto que no —dije apresuradamente—. Marthe y tu madre estaban allí. Sólo que no podían acercarse a mí. Había mucha agua, Matthew. Y viento también.

—¿Cómo conseguiste que se detuviera? —preguntó.

—Ysabeau.

Matthew miró largamente a su madre.

—Ella me cantó.

Los pesados párpados del vampiro bajaron, ocultando sus ojos.

—Hubo un tiempo en que ella cantaba continuamente. Gracias, maman.

Esperé a que él me dijera que ella solía cantarle y que Ysabeau no había sido la misma desde que Philippe murió. Pero no mencionó ninguna de esas cosas. En cambio, me envolvió en un feroz abrazo y traté de que no me molestara el hecho de que él no me confiara esas partes de sí mismo.

A medida que pasaba el día, la felicidad de Matthew por estar en casa comenzó a resultar contagiosa. Después de comer nos fuimos a su estudio. En el suelo, delante de la chimenea, él descubrió casi todos los sitios en los que yo tenía cosquillas. En ningún momento me condujo al otro lado de los muros que él había tan cuidadosamente construido para mantener a las criaturas lejos de sus secretos.

Una vez extendí la mano con dedos invisibles para situar una grieta en las defensas de Matthew. Me miró con sorpresa.

—¿Has dicho algo? —preguntó.

—No —contesté, retirándome apresuradamente.

Disfrutamos de una cena tranquila con Ysabeau, que acompañó al desenfado de Matthew. Pero también lo observó atentamente con una mirada de tristeza en su rostro.

Después de la cena me puse mi pobre imitación de pijama; pensé en el cajón de su escritorio, preocupada porque mi olor pudiera estar en el terciopelo que cubría el acolchado de los sellos, y me forcé a dar las buenas noches antes de que Matthew se retirara, solo, a su estudio.

Apareció poco después vestido con un par de pantalones de pijama anchos a rayas y una camiseta negra desteñida; descalzo.

—¿Quieres el lado izquierdo o el derecho? —preguntó con toda tranquilidad, esperando junto a la columna de la cama con los brazos cruzados.

Yo no era vampiro, pero podía girar mi cabeza lo suficientemente rápido cuando era necesario.

—Si no te importa, preferiría el izquierdo —dijo seriamente—. Me va a resultar más fácil relajarme si estoy entre tú y la puerta.

—Como…, como quieras —respondí tartamudeando.

—Entonces métete en la cama y ponte al otro lado. —Matthew me quitó las mantas de la mano, e hice lo que me pedía. Se metió debajo de las sábanas detrás de mí con un gruñido de satisfacción.

—Ésta es la cama más cómoda de la casa. Mi madre no cree que haya que preocuparse por buenos colchones, ya que pasamos poco tiempo durmiendo. Sus camas son un purgatorio.

—¿Vas a dormir conmigo? —pregunté con voz aguda, tratando sin éxito de parecer tan indiferente como él.

Matthew estiró el brazo derecho y me atrajo hacia él hasta que mi cabeza quedó apoyada en su hombro.

—Eso pensaba —respondió—. Aunque en realidad no voy a dormir.

Acurrucada contra él, puse mi palma abierta sobre su corazón para saber cada vez que latía.

—¿Qué vas a hacer?

—Mirarte, por supuesto. —Sus ojos brillaban—. Y cuando me canse de hacer eso, si me canso —me dio un beso sobre cada párpado—, leeré. ¿Las velas te molestarán?

—No —respondí—. Tengo un sueño profundo. Nada me despierta.

—Me gustan los desafíos —dijo en voz baja—. Si me aburro, inventaré algo que te despertará.

—¿Te aburres fácilmente? —bromeé, estirando la mano hacia arriba y metiendo los dedos en su pelo, desde la nuca.

—Tendrás que esperar y ver —dijo con una gran sonrisa pícara.

Sus brazos estaban fríos y resultaban tranquilizadores, y la sensación de seguridad en su presencia resultaba más sedante que cualquier canción de cuna.

—¿Terminará esto alguna vez? —pregunté en voz baja.

—¿La Congregación? —preguntó Matthew con preocupación—. No lo sé.

—No. —Alcé la cabeza sorprendida—. No me importa eso.

—¿A qué te refieres, entonces?

Lo besé en la boca, extrañada.

—A esta sensación cuando estoy contigo…, como si estuviera completamente viva por primera vez.

Matthew sonrió con una expresión inusitadamente dulce y tímida.

—Espero que no.

Suspiré satisfecha, bajé la cabeza sobre su pecho y me dormí sin soñar en nada.