Capítulo
23
Antes de conocer a Matthew, parecía que en mi vida no había sitio para un solo elemento adicional, especialmente para algo tan importante como un vampiro de mil quinientos años de edad. Pero él había accedido a lugares inexplorados, vacíos, sin darme cuenta.
Y en ese momento, cuando él se hubo marchado, yo sentí terriblemente su ausencia. Sentada en aquella atalaya, mis lágrimas ablandaron mi determinación de luchar por él. De pronto había agua por todos lados. Yo estaba sentada en un charco y el nivel simplemente seguía subiendo.
No llovía, a pesar del cielo nublado.
El agua salía de mí.
Mis lágrimas caían normalmente, pero al caer se hinchaban para formar globos del tamaño de bolas de nieve que chocaban contra el techo de piedra de la torre salpicando con fuerza. Mi pelo serpenteaba sobre mis hombros en medio de cortinas de agua que caían sobre las curvas de mi cuerpo. Abrí la boca para respirar porque el agua que resbalaba por mi cara me estaba tapando la nariz, y el agua salió a borbotones como un torrente con el sabor del mar.
A través de una película de humedad, Marthe e Ysabeau me miraban. La cara de Marthe era adusta. Los labios de Ysabeau se movían, pero el rugido de mil conchas marinas hacía imposible poder escucharla.
Me puse de pie, esperando que el agua se detuviera. Pero no fue así. Traté de decirles a las dos mujeres que dejaran que el agua me llevara junto con mi pesar y el recuerdo de Matthew, pero todo lo que logré fue otro chorro de océano. Estiré la mano, creyendo que eso ayudaría a liberarme del agua. Pero de las puntas de mis dedos cayó todavía más agua formando una cascada. El gesto me recordó el brazo de mi madre estirado hacia mi padre, y las olas aumentaron.
A medida que el agua salía en abundancia, el control se escapaba de mis manos. La repentina aparición de Domenico me había asustado más de lo que estaba dispuesta a admitir. Matthew se había ido. Y yo había jurado luchar por él contra enemigos que no podía identificar y a los que no comprendía. En ese momento, ya estaba claro que el pasado de Matthew no estaba compuesto sólo de elementos acogedores como la luz del fuego, el vino y los libros. Ni tampoco se había desarrollado únicamente dentro de los límites de una familia leal. Domenico había hecho referencia a algo más oscuro que estaba lleno de enemistad, peligro y muerte.
El agotamiento se apoderó de mí, y el agua me arrastró hacia abajo. Una extraña sensación de euforia acompañaba a la fatiga. Estaba asentada entre la mortalidad y algo elemental que contenía dentro de sí la promesa de un poder inmenso e incomprensible. Si me rendía a la corriente de agua, Diana Bishop desaparecería. En cambio, me convertiría en agua…, en ningún lugar, en todos los lugares, libre de mi cuerpo y del dolor.
—Lo siento, Matthew. —Mis palabras salieron a borbotones cuando el agua empezó su trabajo inexorable.
Ysabeau avanzó hacia mí, y un agudo chasquido resonó en mi cerebro. Mi advertencia hacia ella se perdió en un rugido como un maremoto que se acerca a tierra. Los vientos se elevaron alrededor de mis pies, convirtiendo el agua en un huracán. Levanté mis brazos al cielo, y el agua y el viento adquirieron la forma de un embudo que envolvía mi cuerpo.
Marthe agarró el brazo de Ysabeau mientras movía su boca con rapidez. La madre de Matthew trató de apartarse a la vez que su boca formaba la palabra «no», pero Marthe esperó, mirándola fijamente. Al cabo de algunos minutos, Ysabeau relajó los hombros. Se volvió hacia mí y empezó a cantar. De manera obsesiva y anhelante, su voz traspasó el agua y me llamó para que regresara al mundo.
Los vientos empezaron a amainar. El estandarte de los Clermont, que había estado flameando con fuerza, recuperó su apacible balanceo. La cascada de agua de las yemas de mis dedos se serenó para convertirse sólo en un río, luego un hilillo, hasta que se detuvo completamente. Las olas que fluían de mi pelo se transformaron en suaves ondas para acabar desapareciendo también. Por fin, nada salió de mi boca salvo un grito entrecortado de sorpresa. Las enormes gotas de agua que caían de mis ojos fueron el último vestigio del manantial de brujos en desaparecer, de la misma forma que habían sido la primera señal de su poder moviéndose dentro de mí. Los restos de mi diluvio corrían hacia los pequeños agujeros en la base de los muros almenados. Allá abajo, muy abajo, el agua chocaba salpicando sobre la gruesa capa de grava del patio.
Cuando el agua dejó de salir de mí, me sentí vacía como una calabaza y con un frío glacial. Doblé las rodillas, golpeando dolorosamente sobre la piedra.
—Gracias a Dios —murmuró Ysabeau—. Casi la perdemos.
Yo estaba temblando con violencia por el agotamiento y por el frío. Las dos mujeres se acercaron a mí corriendo y me levantaron. Cada una me agarró de un codo y me sostuvieron bajando las escaleras circulares a una velocidad que me hizo temblar. Una vez en el salón, Marthe quiso dirigirse hacia las habitaciones de Matthew e Ysabeau en dirección contraria.
—Las mías están más cerca —dijo la madre de Matthew bruscamente.
—Ella se sentirá más segura si está más cerca de él —dijo Marthe.
Con un ruido de exasperación, Ysabeau claudicó.
Al pie de la escalera de Matthew, Ysabeau soltó una serie de coloridas frases que parecían totalmente fuera de lugar viniendo de su delicada boca.
—La llevaré —dijo cuando terminó de maldecir a su hijo, a las fuerzas de la naturaleza, a los poderes del universo y a muchos otros individuos no identificados de cuestionable origen que habían participado en la construcción de la torre. Ysabeau levantó sin dificultad mi cuerpo mucho más grande—. Por qué tuvo que hacer estas escaleras tan retorcidas… y en dos tramos separados… es algo que va más allá de mi comprensión.
Marthe metió mi pelo húmedo en la curva del codo de Ysabeau y se encogió de hombros.
—Para hacerlas más difíciles, por supuesto. Siempre ha hecho que las cosas sean más difíciles. Para él. Y para todos los demás, también.
Nadie había pensado en subir al caer la tarde para encender las velas, pero todavía había brasas en la chimenea y la habitación conservaba un poco de su calidez. Marthe desapareció en el baño y el ruido del agua que corría me hizo observar mis dedos con alarma. Ysabeau arrojó dos troncos enormes a la chimenea, después de sacar de uno de ellos una larga astilla antes de que se encendiera. Con ella revolvió las brasas hasta que salieron llamas y luego la usó para encender una docena de velas en el espacio de unos pocos segundos. A la luz del cálido brillo, me examinó de pies a cabeza con preocupación.
—Él nunca me perdonará si enfermas —dijo, cogiendo mis manos y revisándome las uñas. Estaban azuladas otra vez, pero no por la electricidad. En ese momento estaban azules por el frío y arrugadas por el agua de aquel manantial de brujos. Las frotó enérgicamente entre las palmas de sus manos.
Todavía temblando tanto que mis dientes no paraban de castañetear, retiré mis manos para abrazarme a mí misma en un intento por conservar el escaso calor que pudiera quedar en mi cuerpo. Ysabeau me alzó otra vez sin ceremonia alguna y me llevó al baño.
—Ahora es necesario que se quede ahí —dijo Ysabeau bruscamente. La habitación estaba llena de vapor y Marthe se apartó de la bañera para ayudar a quitarme la ropa. Pronto estuve desnuda y entre ambas me alzaron para meterme en el agua caliente, colocando una fría mano de vampiro en cada axila. Grande fue el choque del calor del agua contra mi piel gélida. A gritos, luché por salir de la profunda bañera de Matthew.
—Tranquila —dijo Ysabeau, apartando el pelo de mi cara mientras Marthe me empujaba de vuelta al agua—. Esto te dará calor. Debemos lograr que entres en calor.
Marthe estaba vigilante en un extremo de la bañera e Ysabeau permanecía en el otro susurrando palabras tranquilizadoras y tarareando con suavidad en voz baja. Pasó un buen rato antes de que el temblor cesara.
En un momento dado, Marthe murmuró algo en occitano que incluía el nombre de Marcus.
Ysabeau y yo dijimos que no a la vez.
—Estaré bien. No le digáis a Marcus lo que ocurrió. Matthew no debe saber nada de la magia. Ahora no. —Pronuncié estas palabras en medio del castañeteo de mis dientes.
—Sólo necesitamos un poco de tiempo para que entres en calor. —La voz de Ysabeau sonaba serena, pero parecía preocupada.
Poco a poco el calor empezó a anular los cambios que el manantial de brujos había producido en mi cuerpo. Marthe no dejaba de añadir agua caliente a la bañera a medida que mi cuerpo la enfriaba. Ysabeau cogió una maltrecha jarra de estaño que había bajo la ventana y la metió en la bañera, para echar agua caliente sobre mi cabeza y mis hombros. Una vez que mi cabeza entró en calor, la envolvió en una toalla y me empujó suavemente más abajo, dentro del agua.
—Sumérgete bien en el agua —ordenó.
Marthe no dejaba de moverse entre el baño y el dormitorio, llevando ropas y toallas. Desaprobó con chasquidos que no tuviera pijama al ver la vieja ropa de yoga que había traído para dormir. Nada de eso satisfacía sus requisitos para no tener frío.
Ysabeau controló mis mejillas y la parte de arriba de mi cabeza con el dorso de la mano. Asintió con la cabeza.
Me dejaron salir sola de la bañera. El agua que caía de mi cuerpo me recordó el tejado de la torre, y apreté los dedos del pie contra el suelo para resistir el tirón insidioso del elemento.
Marthe e Ysabeau me envolvieron en toallas secas recién retiradas de la chimenea que olían ligeramente a humo de madera. Ya en el dormitorio, se las arreglaron para secarme sin exponer al aire ni un centímetro de mi piel, haciéndome rodar de un lado a otro dentro de las toallas hasta que pude sentir el calor que irradiaba mi cuerpo. Marthe frotó mis cabellos con una toalla antes de que sus dedos empezaran a moverse entre los mechones estirados para peinarlos en una tensa trenza contra mi cuero cabelludo. Ysabeau fue arrojando las toallas húmedas sobre un sillón junto al fuego a medida que me las iba quitando para vestirme, aparentemente indiferente a ese contacto con la madera antigua y los espléndidos tapizados.
Ya completamente vestida, me senté y me quedé mirando fijamente el fuego, sin pensar en nada. Marthe desapareció sin una palabra rumbo a la parte inferior del château y regresó con una bandeja de sándwiches diminutos y una tetera humeante de su té de hierbas.
—A comer. Ahora. —Aquello no fue un ruego, sino una orden.
Me llevé a la boca uno de los sándwiches y mordisqueé los bordes.
Marthe entrecerró los ojos ante ese cambio repentino en mis hábitos alimenticios.
—Come.
La comida tenía sabor a serrín, pero de todas maneras mi estómago protestó. Después de haber tragado dos de los pequeños sándwiches, Marthe me puso una taza en las manos. No necesitó decirme que bebiera. El líquido caliente se deslizó por mi garganta, llevándose los vestigios salados del agua.
—¿Todo eso ha sido un manantial de brujos? —Temblé ante el recuerdo de toda el agua que había salido de mí.
Ysabeau, que había permanecido junto a la ventana mirando hacia la oscuridad, se dirigió hacia el sofá que estaba enfrente.
—Sí —dijo—. Aunque hacía mucho tiempo que no lo veía brotar de ese modo.
—Gracias a Dios que ésa no es la manera acostumbrada —exclamé suavemente y tragué otro sorbo de té.
—La mayoría de las brujas hoy en día no son lo suficientemente poderosas como para hacer brotar un manantial de brujos como hiciste tú. Pueden hacer olas en los lagos y provocar la lluvia cuando hay nubes. Pero no se convierten en agua. —Ysabeau seguía sentada frente a mí, estudiándome con evidente curiosidad.
Yo me había convertido en agua. Saber que esto ya no era habitual hizo que me sintiera vulnerable, y todavía más sola.
Sonó un teléfono.
Ysabeau metió la mano en su bolsillo y sacó un pequeño teléfono rojo de última generación que parecía inusitadamente brillante y moderno en contraste con su piel pálida y ropa clásica color beis.
—Oui? Ah, bien. Me alegro de que ya estés ahí y a salvo. —Habló en inglés por cortesía hacia mí y movió la cabeza en mi dirección—. Sí, ella está bien. Está comiendo. —Se puso de pie y me pasó el teléfono—. Matthew quiere hablar contigo.
—¿Diana? —Apenas podía oír a Matthew.
—¿Sí? —No quería hablar mucho por temor a que las palabras salieran tumultuosamente de mí.
Él dejó escapar un suave sonido de alivio.
—Sólo quería asegurarme de que estuvieras bien.
—Tu madre y Marthe están cuidando bien de mí. —«Y no he inundado el castillo», pensé.
—Estás cansada. —La distancia entre nosotros estaba haciendo que se preocupara y percibiera todos los matices de nuestra conversación.
—Lo estoy. Ha sido un día largo.
—Duerme, entonces —sugirió en un tono inesperadamente amable. Parpadeé para evitar las lágrimas que amenazaban con salir. No creía que fuera a dormir mucho esa noche. Estaba demasiado preocupada por lo que él podría hacer en algún intento mal concebido y heroico de protegerme.
—¿Ya has ido al laboratorio?
—Estoy de camino ahora. Marcus quiere que revise todo minuciosamente para asegurarnos de haber tomado todas las precauciones necesarias. Miriam también ha comprobado la seguridad de la casa. —Decía la verdad a medias con suave convicción, pero yo sabía de qué estaba hablando. El silencio se prolongó hasta que se volvió incómodo.
—No lo hagas, Matthew. Por favor, no trates de negociar con Knox.
—Me cercioraré de que estés segura antes de que regreses a Oxford.
—Entonces no hay nada más que decir. Tú ya has decidido. Yo también. —Le devolví el teléfono a Ysabeau.
Ella frunció el ceño y lo cogió con sus dedos fríos. Ysabeau se despidió de su hijo; la respuesta de él sólo fue audible como un estallido entrecortado de ruidos ininteligibles.
—Gracias por no hablarle del manantial de brujos —dije en voz baja una vez que cortó la comunicación.
—Eso se lo tendrás que contar tú, no yo. —Ysabeau se deslizó hacia la chimenea.
—Es inútil tratar de contar algo que uno no comprende. ¿Por qué el poder aparece ahora? Primero fue el viento, luego las visiones y ahora el agua también. —Me estremecí.
—¿Qué clase de visiones? —preguntó Ysabeau con evidente curiosidad.
—¿Matthew no te lo dijo? Mi ADN contiene toda esa… magia —le expliqué, tartamudeando ante esta última palabra—. Las pruebas advirtieron que podría haber visiones, y ya han empezado.
—Matthew jamás me diría lo que tu sangre reveló…, no sin tu consentimiento, y probablemente tampoco con tu consentimiento.
—Las tuve aquí en el château. —Dudé antes de preguntar—: ¿Cómo aprendiste tú a controlarlas?
—Matthew te contó que yo tenía visiones antes de convertirme en un vampiro. —Ysabeau sacudió la cabeza—. No debió haberlo hecho.
—¿Eras una bruja? —Eso podría explicar por qué yo le desagradaba tanto.
—¿Una bruja? No. Matthew se pregunta si habré sido una daimón, pero estoy segura de que yo era un humano común y corriente. Ellos tienen sus visionarios también. No sólo las criaturas han sido bendecidas y maldecidas de este modo.
—¿Alguna vez controlaste tu clarividencia y pudiste preverla?
—Se vuelve cada vez más fácil. Hay señales de advertencia. Pueden ser sutiles, pero aprenderás. Marthe también me ayudó.
Fue el único dato que obtuve acerca del pasado de Marthe. Me pregunté, y no por primera vez, cuáles serían las edades de aquellas dos mujeres y qué azares del destino las habían reunido.
Marthe permaneció de pie, con los brazos cruzados.
—Òc —confirmó, dirigiéndole a Ysabeau una mirada tierna y protectora—. Es más fácil si dejas que las visiones avancen en ti sin resistencia.
—Estoy demasiado conmocionada como para resistirme —dije mientras volvían a mi mente el salón y la biblioteca.
—La conmoción es la manera que tiene tu cuerpo de resistir —informó Ysabeau—. Debes tratar de relajarte.
—Es difícil relajarse cuando ves caballeros con armadura y caras de mujeres que no conoces, todo mezclado con escenas del propio pasado. —Bostecé involuntariamente.
—Estás demasiado exhausta como para pensar en eso ahora. —Ysabeau se puso de pie.
—No tengo sueño. —Oculté otro bostezo con el dorso de la mano.
Me miró de modo calculador, como un hermoso halcón observaría a un ratón de campo. La mirada de Ysabeau adquirió un aspecto travieso.
—Métete en la cama, y te contaré cómo hice a Matthew.
Su propuesta era demasiado tentadora como para resistirme. Hice lo que me decía mientras ella acercaba una silla y Marthe se ocupaba de platos y toallas.
—Entonces, ¿por dónde empiezo? —Se irguió en su asiento y fijó la mirada en las llamas de las velas—. No puedo comenzar sólo con mi parte de la historia, sino que debo empezar con su nacimiento, aquí en el pueblo. Vaya, lo recuerdo desde que era un bebé. Su padre y su madre vinieron cuando Philippe decidió establecerse en estas tierras, allá por los tiempos en que Clodoveo era rey. Ésa es la única razón por la que el pueblo existe en este lugar…, allí era donde vivían los agricultores y los artesanos que construyeron la iglesia y el castillo.
—¿Por qué escogió este sitio tu marido? —Me recosté sobre las almohadas, con las rodillas dobladas cerca de mi pecho, debajo de las mantas.
—Clodoveo le prometió la tierra con la esperanza de alentar a Philippe a luchar contra sus rivales. Mi esposo siempre jugaba a dos bandas para salir favorecido. —Ysabeau sonrió con nostalgia—. Muy poca gente pudo descubrirlo, sin embargo.
—¿El padre de Matthew era agricultor?
—¿Agricultor? —Ysabeau se mostró sorprendida—. No, era carpintero, como Matthew… antes de convertirse en cantero.
Un albañil. Las piedras de la torre encajaban unas con otras con tanta precisión que no parecían requerir argamasa. Y allí estaban las chimeneas con curiosos ornamentos en la torre de entrada del Viejo Pabellón, cuya construcción Matthew simplemente tenía que haber dejado en manos de algún artesano. Sus dedos largos y finos tenían la fuerza suficiente como para hacer palanca y abrir una concha de ostra o romper una castaña. Otra pieza de Matthew encontraba su lugar, encajando perfectamente junto al guerrero, al científico y al cortesano.
—¿Y ambos trabajaron en el château?
—No en este château —dijo Ysabeau, mirando a su alrededor—. Éste fue un regalo de Matthew, cuando yo me entristecí al verme forzada a dejar un lugar que adoraba. Demolió la fortaleza que su padre había construido y la reemplazó por una nueva. —Sus ojos verdes y negros centellearon, divertidos—. Philippe estaba furioso. Pero era el momento de cambiar. El primer château estaba hecho de madera, y aunque había habido anexos de piedra con el paso de los años, ya estaba un poco destartalado.
Mi mente trató de asimilar la línea de tiempo de los hechos, desde la construcción de la primera fortaleza y su pueblo en el siglo VI hasta la torre de Matthew en el siglo XIII.
Ysabeau arrugó la nariz con repugnancia.
—Luego levantó esta torre en la parte de atrás cuando regresó a casa y no quería vivir tan cerca de la familia. Nunca me gustó. Me parecía una insignificancia romántica. Pero como era su deseo, le dejé hacer. —Se encogió de hombros—. Una torre extraña. No servía para defender el castillo. Él ya había construido aquí muchas más torres de las que se necesitaban.
Ysabeau continuó contando su historia, que parecía desarrollarse sólo parcialmente en el siglo XXI.
—Matthew nació en el pueblo. Siempre fue un niño muy inteligente, muy curioso. Volvía loco a su padre, lo seguía al château cogiendo herramientas, palos y piedras. En esa época, los niños aprendían muy pronto su oficio, pero Matthew era precoz. Cuando pudo sostener un hacha sin hacerse daño, empezó a trabajar.
Un Matthew de ocho años con piernas flacas y largas y ojos gris verdoso corrió por las colinas de mi imaginación.
—Sí. —Ella sonrió, coincidiendo con mis pensamientos no expresados—. Era realmente un niño hermoso. Y se convirtió en un hermoso joven. Matthew era inusitadamente alto para la época, aunque no tan alto como se volvió cuando se convirtió en vampiro. Y tenía un perverso sentido del humor. Siempre estaba fingiendo que algo había salido mal o que no había recibido instrucciones respecto a determinada viga del techo o a ciertos cimientos. Philippe siempre se creía las historias inventadas que Matthew le contaba. —Ysabeau hablaba con indulgencia—. El primer padre de Matthew murió poco antes de que él cumpliera veinte años, y su primera madre hacía muchos años que había muerto. Estaba solo, y nos preocupamos por encontrarle una mujer con la que pudiera establecerse y formar una familia. Y entonces conoció a Blanca. —Ysabeau hizo una pausa; su expresión era equilibrada y sin malicia—. ¡No habrás imaginado que carecía del amor de las mujeres! —Aquello era una afirmación, no una pregunta. Marthe le lanzó a Ysabeau una mirada terrible, pero se mantuvo en silencio.
—Por supuesto que no —dije tranquilamente, aunque noté una pesadez en mi corazón.
—Blanca era nueva en el pueblo, una criada de uno de los maestros canteros que Philippe había traído de Rávena para construir la primera iglesia. Era tan pálida como su nombre sugería, con la piel blanca, los ojos del color de un cielo de primavera y el pelo que parecía oro hilado.
Una mujer pálida y hermosa había aparecido en mis visiones cuando fui a buscar el ordenador de Matthew. La descripción de Blanca que había hecho Ysabeau coincidía con ella perfectamente.
—Tenía una dulce sonrisa, ¿verdad? —susurré.
Ysabeau abrió los ojos sorprendida.
—Sí.
—Lo sé. La vi cuando la armadura de Matthew reflejó la luz en su estudio.
Marthe hizo un sonido de advertencia, pero Ysabeau continuó:
—A veces Blanca parecía tan delicada que yo temía que se rompiera cuando sacaba agua del pozo o recogía las verduras. Mi Matthew se sintió atraído por esa delicadeza, supongo. Siempre le han gustado las cosas frágiles. —Ysabeau recorrió con sus ojos mis formas para nada frágiles—. Se casaron cuando Matthew cumplió veinticinco años y podía mantener una familia. Blanca tenía sólo diecinueve. Eran una pareja hermosa, por supuesto. Había un gran contraste entre la piel oscura de Matthew y la pálida belleza de Blanca. Estaban muy enamorados y eran un matrimonio feliz. Pero parecía que no podían tener hijos. Blanca tuvo varios abortos espontáneos. No puedo imaginar cómo era la vida dentro de aquel hogar, después de ver tantos niños de tu propio cuerpo que morían antes de llegar a respirar siquiera.
Yo no estaba segura de que los vampiros pudiesen llorar, aunque recordé la lágrima manchada de sangre en la mejilla de Ysabeau en una de mis primeras visiones en el salón. Aun sin lágrimas, sin embargo en ese momento parecía que estaba llorando. Su rostro era una máscara de pesar.
—Finalmente, después de tantos años de fracasar, Blanca se quedó embarazada. Era el año 531. ¡Qué año! Había un nuevo rey en el sur, y las luchas habían empezado otra vez por todas partes. Matthew se sentía feliz, como si se atreviera a tener la esperanza de que este bebé fuese a sobrevivir. Y lo hizo. Lucas nació en otoño y fue bautizado en la iglesia sin terminar que Matthew estaba ayudando a construir. Fue un parto difícil para Blanca. La comadrona dijo que ése sería el último niño que iba a parir. Pero para Matthew con Lucas era suficiente. Y era muy parecido a su padre, con sus rizos negros y la barbilla puntiaguda… y aquellas piernas largas.
—¿Qué ocurrió con Blanca y con Lucas? —pregunté en voz baja. Estábamos a sólo seis años de la transformación de Matthew en un vampiro. Algo debía de haber ocurrido, de otra manera él nunca habría permitido que Ysabeau le cambiara la vida por una nueva.
—Matthew y Blanca vieron crecer y prosperar a su hijo. Matthew había aprendido a trabajar la piedra en lugar de la madera, y era muy solicitado entre los nobles desde aquí hasta París. Entonces la fiebre llegó al pueblo. Todos cayeron enfermos. Matthew sobrevivió. Blanca y Lucas, no. Eso fue en el año 536. El año anterior había sido extraño, con muy poco sol, y el invierno fue frío. Cuando llegó la primavera, apareció también la enfermedad, y se llevó a Blanca y a Lucas.
—¿Los lugareños no se preguntaron por qué tú y Philippe no enfermasteis?
—Por supuesto. Pero entonces había más explicaciones de las que hay hoy en día. Era más fácil pensar que Dios estaba enfadado con el pueblo o que el castillo estaba maldito que pensar que el manjasang estaba viviendo entre ellos.
—¿Manjasang? —Traté de hacer rodar las sílabas en mi boca como había hecho Ysabeau.
—Es una palabra de la antigua lengua que significa «vampiro», «el que se alimenta de sangre». Había algunos que sospechaban la verdad y murmuraban junto al fuego de los hogares. Pero en aquellos días el regreso de los guerreros ostrogodos era una perspectiva mucho más espantosa que un líder manjasang. Philippe le prometió su protección al pueblo si volvían los invasores. Por otra parte, siempre tuvimos mucho cuidado de no alimentarnos nunca cerca de la región en la que vivíamos —explicó remilgadamente.
—¿Qué hizo Matthew después de que Blanca y Lucas hubieran muerto?
—Los lloró. Matthew estaba inconsolable. Dejó de comer. Parecía un esqueleto, y el pueblo acudió a buscar nuestra ayuda. Le llevé comida —Ysabeau le sonrió a Marthe— y lo obligué a comer. Me quedé junto a él hasta que se fue serenando. Cuando no podía dormir, íbamos a la iglesia y rezábamos por las almas de Blanca y de Lucas. Matthew era muy religioso en aquellos tiempos. Hablábamos del cielo y del infierno, y le preocupaba saber dónde estarían sus almas y si podría encontrarse con ellos otra vez.
Matthew era tan amable conmigo cuando me despertaba asustada… ¿Acaso las noches previas a su conversión en vampiro habían sido tan insomnes como las que vinieron después?
—Al llegar el otoño parecía más esperanzado. Pero el invierno fue difícil. La gente tenía hambre, y la enfermedad continuaba. La muerte estaba en todas partes. La primavera no pudo hacer desaparecer la tristeza. Philippe estaba muy preocupado por el avance de la construcción de la iglesia, y Matthew trabajó más duro que nunca. Al principio de la segunda semana de junio, lo encontraron en el suelo debajo del techo abovedado, con las piernas y la espalda rota.
Ahogué un grito sólo de pensar en el débil cuerpo humano de Matthew cayendo a plomo sobre las duras piedras.
—No había forma alguna de que pudiera sobrevivir a la caída, por supuesto —sentenció Ysabeau en voz baja—. Estaba moribundo. Algunos de los canteros dijeron que había resbalado. Otros afirmaron que en un momento estaba de pie en el andamio y al siguiente había desaparecido. Pensaban que Matthew había saltado y ya estaban hablando de que no podía ser enterrado en la iglesia porque se trataba de un suicidio. Yo no podía dejarlo morir temiendo que no pudiera ser salvado del infierno. Estaba tan preocupado por estar con Blanca y con Lucas… ¿Cómo podía enfrentarse a su muerte preguntándose si quedaría separado de ellos durante toda la eternidad?
—Hiciste lo correcto. —A mí me habría resultado imposible alejarme de él, cualquiera que fuera el estado de su alma. Dejar su cuerpo roto y dolorido era inimaginable. Si mi sangre hubiera podido salvarlo, yo la habría usado.
—¿Tú crees? —Ysabeau sacudió la cabeza—. Nunca he estado segura. Philippe me dijo que era decisión mía convertir a Matthew en un miembro de nuestra familia o no. Yo había hecho otros vampiros con mi sangre, y haría otros después de él. Pero Matthew era diferente. Yo le quería, y sabía que los dioses me estaban dando una oportunidad de convertirlo en mi hijo. Tendría la responsabilidad de enseñarle la forma en que un vampiro ha de estar en el mundo.
—¿Matthew se resistió? —quise saber, sin poder contenerme.
—No —me respondió—. Estaba fuera de sí por el dolor. Les dijimos a todos que se fueran y les aseguramos que iríamos a buscar un sacerdote. No lo hicimos, por supuesto. Philippe y yo nos presentamos ante Matthew y le explicamos que podíamos hacerle vivir para siempre, sin dolor, sin sufrimiento. Mucho después Matthew nos dijo que pensó que éramos Juan el Bautista y la Santa Madre que veníamos a llevarlo al cielo para estar con su esposa y su hijo. Cuando le ofrecí mi sangre, creyó que era el sacerdote que le ofrecía la extremaunción.
Los únicos ruidos en la habitación eran mi respiración tranquila y el crujido de los troncos en la chimenea. Quería que Ysabeau me contara los detalles de cómo había hecho renacer a Matthew, pero tenía miedo de preguntar por si había alguna cuestión de la que a los vampiros no les gustara hablar. Era quizás demasiado privado, o demasiado doloroso. Pero Ysabeau me lo dijo sin que yo lo preguntara.
—Bebió mi sangre muy fácilmente, como si hubiera nacido para ella —dijo con un áspero suspiro—. Matthew no era uno de esos humanos que aparta la cara ante el olor o la vista de la sangre. Me abrí la muñeca con mis propios dientes y le dije que mi sangre lo curaría. Bebió su salvación sin miedo.
—¿Y después? —susurré.
—Después fue… difícil —admitió Ysabeau con cautela—. Todos los vampiros nuevos son fuertes y tienen mucha hambre, pero Matthew era casi imposible de controlar. Estaba en un estado de locura por ser un vampiro y su necesidad de comer era inagotable. Philippe y yo tuvimos que cazar durante semanas para satisfacerlo. Y su cuerpo cambió más de lo que esperábamos. Todos nos hacemos más altos, más sólidos, más fuertes. Yo era mucho más pequeña antes de convertirme en vampiro. Pero Matthew pasó de ser un humano flaco como un caramillo a ser una criatura formidable. Mi marido era más grande que mi nuevo hijo, pero en el primer acceso a mi sangre Matthew se volvió más grande incluso que Philippe.
Me esforcé por no estremecerme ante el hambre y la locura de Matthew. En cambio, mi mirada permaneció fija en su madre, sin cerrar los ojos ni por un instante ante el conocimiento que me ofrecía de él. Esto era lo que Matthew temía, que yo llegara a comprender quién había sido él, quién era todavía, y sintiera repugnancia.
—¿Qué lo calmó? —pregunté.
—Philippe lo llevó a cazar —explicó Ysabeau— cuando creyó que Matthew ya no mataría todo lo que hallara a su paso. La búsqueda de la presa atrapó su mente, y la persecución comprometió su cuerpo. Pronto anhelaba más la búsqueda de la presa que la sangre, lo cual es una buena señal en los vampiros jóvenes. Eso significaba que ya no era una criatura de puro apetito, sino que se había convertido de nuevo en racional. Después de eso, fue sólo cuestión de tiempo que recuperara la conciencia y empezara a pensar antes de matar. Luego, lo único que teníamos que temer eran sus periodos negros, cuando sentía la pérdida de Blanca y Lucas otra vez y se volvía hacia los humanos para aliviar su hambre.
—¿Había algo que le ayudara en esos momentos?
—A menudo yo le cantaba… la misma canción que te canté anoche, y otras también. Eso a veces rompía aquella oleada de pesar. En otras ocasiones, Matthew se iba. Philippe me prohibió seguirlo y hacerle preguntas cuando regresaba. —Los ojos de Ysabeau se ennegrecieron al mirarme. Nuestras miradas confirmaron lo que ambas sospechábamos: que Matthew se perdía en otras mujeres, buscando consuelo en su sangre y el contacto con manos que no fueran las de su madre ni las de su esposa.
—Es tan controlado —reflexioné en voz alta— que es difícil imaginarlo de ese modo.
—Matthew siente en profundidad. Es una bendición y también una carga amar tanto, porque el dolor se hace enorme cuando el amor desaparece.
Había una amenaza en la voz de Ysabeau. Elevé la barbilla en actitud desafiante y mis dedos hormiguearon.
—Entonces me aseguraré de que mi amor nunca lo abandone —afirmé en tono tenso.
—¿Y cómo lo harás? —se burló Ysabeau—. ¿Te convertirás en vampiro, entonces, y te unirás a nuestra cacería? —Se rió, pero no había alegría ni regocijo en ese sonido—. Sin duda eso es lo que Domenico sugirió. Un simple mordisco, el vaciado de tus venas, el intercambio de nuestra sangre por la tuya. La Congregación no tendría ninguna razón para entrometerse en tus asuntos.
—¿Qué quieres decir? —pregunté anonadada.
—¿No te das cuenta? —gruñó Ysabeau—. Si quieres estar con Matthew, conviértete en uno de nosotros para ponerlo a él, y a ti también, fuera de peligro. Las brujas pueden querer mantenerte entre ellas, pero no pueden oponerse a tu relación si tú también eres vampiro.
Un ruido sordo comenzó a hacerse oír desde la garganta de Marthe.
—¿Ésa es la razón por la que Matthew se ha ido? ¿La Congregación le ha ordenado que me convirtiera en vampiro?
—Matthew nunca te convertiría en un manjasang —sentenció Marthe con desdén, moviendo los ojos con furia.
—No. —La voz de Ysabeau sonaba suavemente maliciosa—. Siempre le han gustado las cosas frágiles, como ya te he dicho.
Éste era uno de los secretos que Matthew mantenía. Si yo fuera un vampiro, no pesaría ninguna prohibición sobre nosotros y, por lo tanto, ninguna razón para temer a la Congregación. Lo único que yo tenía que hacer era convertirme en otra cosa.
Consideré la posibilidad con una sorprendente ausencia de pánico o miedo. Podría quedarme con Matthew, e incluso sería más alta. Ysabeau lo haría. Sus ojos brillaron al observar la manera en que moví la mano hacia mi cuello.
Pero había que tener en cuenta mis visiones, además del poder sobre el viento y el agua. Yo todavía no comprendía el potencial mágico que había en mi sangre. Y como vampiro, yo nunca podría solucionar el misterio del Ashmole 782.
—Se lo prometí —anunció Marthe con voz áspera—. Diana debe seguir siendo lo que es…, una bruja.
Ysabeau enseñó ligeramente los dientes de manera desagradable, y asintió con la cabeza.
—¿También le prometiste no contarme qué ha ocurrido realmente en Oxford?
La madre de Matthew me observó con detención.
—Debes preguntárselo a Matthew cuando regrese. No soy yo quien debe contártelo.
Yo tenía más preguntas, preguntas que Matthew no había indicado que estaban prohibidas; tal vez estaba demasiado distraído para ello.
—¿Puedes decirme por qué es importante que haya sido una criatura la que trató de entrar por la fuerza al laboratorio, en vez de un humano?
Hubo un silencio. Ysabeau me escudriñó con interés.
—Eres astuta —respondió finalmente—. No le prometí a Matthew guardar silencio acerca de las reglas apropiadas de conducta, después de todo. —Me miró con un toque de aprobación—. Ese comportamiento no es aceptable entre las criaturas. Ojalá haya sido un daimón travieso que no se da cuenta de la gravedad de lo que ha hecho. Matthew podría perdonar algo así.
—Siempre ha perdonado a los daimones —farfulló Marthe en tono misterioso.
—¿Y si no fue un daimón?
—Si fuera un vampiro, representa un insulto terrible. Somos criaturas territoriales. Un vampiro no se mete en la casa o territorio de otro vampiro sin permiso.
—¿Perdonaría Matthew semejante insulto? —Teniendo en cuenta la expresión del rostro de Matthew al lanzar el puñetazo sobre el coche, sospeché que la respuesta sería negativa.
—Quizás —dijo Ysabeau con expresión de duda—. No robaron nada, no ha habido daños. Pero lo más probable es que Matthew exija alguna compensación.
Otra vez me sentí arrojada a la Edad Media, con los problemas del honor y la reputación como preocupación principal.
—¿Y si fue una bruja? —pregunté en voz baja.
La madre de Matthew giró la cara.
—Que una bruja hiciera semejante cosa sería un acto de agresión. Ninguna disculpa sería suficiente.
Sonaron campanas de alarma.
Aparté las mantas y saqué las piernas de la cama.
—La intención del robo fue provocar a Matthew. Él fue a Oxford pensando que podía hacer un trato de buena fe con Knox. Tenemos que advertírselo.
Ysabeau apoyó con firmeza las manos sobre mis rodillas y mi hombro, deteniendo mi movimiento.
—Él ya lo sabe, Diana.
Esa información se instaló en mi mente.
—¿Ésa es la razón por la que no quiso llevarme a Oxford con él? ¿Está en peligro?
—Por supuesto que está en peligro —confirmó Ysabeau con brusquedad—. Pero hará lo que pueda para poner fin a esto. —Levantó mis piernas para devolverlas a la cama y ajustó las mantas con fuerza sobre mi cuerpo.
—Yo debería estar allí —protesté.
—Sólo serías una distracción para él. Te quedarás aquí, como te ordenó.
—¿No tengo voz en este asunto? —pregunté por enésima vez desde que había llegado a Sept-Tours.
—No —dijeron ambas mujeres a la vez.
—Todavía tienes mucho que aprender sobre vampiros —volvió a decir Ysabeau, pero esta vez su voz parecía lamentarlo un poco.
Yo tenía mucho que aprender sobre vampiros. Eso ya lo sabía.
Pero ¿quién iba a enseñarme? ¿Y cuándo?