
Epílogo
…Y este es el libro que me entregó la anciana. El día en que lo recibí algo más sucedió y ahora es el momento de que se sepa, puesto que al inicio del mismo difícilmente podría haberse entendido.
En esa lluviosa tarde, cuando examiné el manuscrito y levanté la mirada, ella ya no estaba, pero yo intenté encontrarla…
Buscándola entre la gente la divisé a gran distancia alejándose calle abajo. Corrí tras ella no sólo para agradecerle este regalo tan bonito y misterioso, sino porque deseaba que me explicara de qué se trataba. La seguí abriéndome paso a duras penas entre los paraguas, y sin perderla de vista observé cómo a lo lejos doblaba por una calle.
Aumenté el ritmo hasta que por fin llegué a la calle por donde había entrado, pero volví a perderla.
«¡Qué vitalidad tiene esta señora para su avanzada edad!», pensé.
No obstante, no me di por vencido y proseguí andando pausadamente por ese callejón solitario.
Para mi sorpresa, encontré amontonadas en el suelo unas mantas, periódicos y ropa que parecían ser de ella, y cuando procedía a examinarlas levanté la mirada y me quedé perplejo: aunque el cielo se encontraba cubierto de nubes grises de tormenta, se había abierto un pequeño claro a través del cual ascendía una reluciente burbuja rosada con una niña que se despedía de mí acariciando un gato blanco.