
La montaña
de luz
Los primeros rayos de sol entraron en la habitación de Puchi, creando una bella sinfonía al chocar con las caracolas mágicas que colgaban en su ventana.
La música la fue despertando poco a poco, y pronto vinieron sus papás a darle los buenos días:
—¡Levántate cariño! ¡Hoy es el gran día! ¡Vas a ir a la Montaña de Luz! ¡Es un fantástico lugar, ya lo verás!
La pequeña se incorporó rápidamente de la cama, impaciente por ir. Pensó que si en la cueva del dragón se necesitaba el Amor, en lo alto de esa montaña todo estaría repleto de Él.
Los tres iniciaron juntos el viaje, y en un punto del camino sus padres, en parte con tristeza y también con alegría, se despidieron de ella:
—A partir de ahora has de proseguir tú sola —le dijeron—. La experiencia que has de tener es sólo para ti. ¡Aquí comienza la Montaña de Luz!
»Camina despacio y segura, disfrutando de lo que veas. Y no olvides que siempre te estaremos esperando…
—¿Creéis que os voy a olvidar?
—¡Claro que no! —respondió cariñosamente su madre—, pero te aseguro que lo que vas a descubrir reclamará toda tu atención. Y no solo por los maravillosos seres con los que te vas a encontrar…
»¡Sigue adelante, querida hija, nuestro Corazón está contigo!
Tras despedirse de ellos, Puchi comenzó a andar lentamente, fijándose bien en todo lo que veía. No sabía a dónde iba, pero lo hacía con la confianza de que la enviaban ahí sus papás.
Conforme avanzaba, era como si el verde de la naturaleza se fuera tornando más bello y envolvente…
Pájaros rojos de larga cola volaban alegres sobre los árboles, poniendo música a la paz que reinaba en el entorno.
Desde un primer momento reclamaron poderosamente su atención las grandes frutas que pendían de los árboles. Sus agradables aromas, así como la intensidad de sus coloridos, inundaban todo el camino. Tan buen aspecto mostraban que la tentación de comer una se apoderó de ella.
«¿Debería hacerlo?», pensó.
Sus papás le habían enseñado que la tierra ofrecía sus frutos para alimentar a todos por igual. Pero se encontraba en un lugar desconocido…
Finalmente se decidió.
Se acercó a una, alargando su brazo con intención de arrancarla. Pero, de nuevo, se quedó pensativa.
—¡Cógela! —oyó de repente una voz.
Puchi se apartó del árbol, mirando a su alrededor, comprobando de dónde había surgido esa voz.
No vio a nadie.
Entonces, se dio cuenta de que realmente no había escuchado la voz con sus oídos. ¡Alguien le había hablado en su interior!
—¡Cógela! —volvió a oír dentro de sí— ¡Para eso está! La madre naturaleza nos alimenta a todos por igual. ¡Y cuánto más en este lugar!
La cordialidad de esas palabras le otorgaron la confianza necesaria.
Se acercó a un árbol, arrancó una y comenzó a comérsela con gusto, disfrutando de su exquisito sabor…
Mientras la masticaba, no dejaba de mirar a su alrededor, preguntándose quién le habría hablado.
De pronto, sus ojos se fueron a posar sobre un árbol muy brillante.
—¿Estás ahí? —preguntó.
—¡Sí, aquí estoy!
—¿Quién eres? ¿Eres el árbol? ¿O eres el espíritu del jardín?
En ese preciso instante toda la luminosidad que había en el árbol empezó a recogerse lentamente, formando una intensa esfera de luz en el centro de su tronco. Y súbitamente, esa luz (que era del tamaño de un puño) se desplazó hasta la altura del rostro de la niña, que percibió en sí estas palabras:
—No soy el árbol, ni soy el espíritu del jardín. ¡Soy la Luz! ¡Tu amiga la Luz!
La situación resultaba ser de lo más inesperada: ¡una luz que se movía! ¡Y que le hablaba en su interior!
En medio de ese bosque de frutas, la niña se quedó sin palabras frente a la brillante estrella.
Y de nuevo, volvió a escuchar su voz:
—Estoy aquí para mostrarte, entre otras cosas, este maravilloso lugar. ¿Te gustaría conocerlo conmigo?
—¡Claro que sí! —contestó alegre Puchi.
—Entonces, ¡sígueme!
La Luz se desplazó en el aire, y la niña, confiada, caminando tras ella.
No tuvo que pasar mucho tiempo para que su curiosidad le hiciese volver a preguntar:
—¿Eres tú uno de esos maravillosos seres de los que me hablaron mis papás?
—Para vosotros, quizá pueda parecer un «ser maravilloso», pero para los míos soy normal.
«¿Normal?», se preguntó Puchi a sí misma.
—¿Y cómo te llamas? —continuó indagando la niña.
—Entre nosotros, más que por el nombre nos identificamos por las características de nuestra propia Energía, de nuestra Luz. Pero si lo deseas me puedes llamar Shankal.
—¡Yo me llamo Puchi!
—¡Te conozco! Muchos fueron los que se ofrecieron a guiarte, pero sólo a mí me fue concedido el deseo.
Nuestra pequeña se quedó intrigada: ¿de qué la conocería? ¿Es que tan importante era su visita?
—Y puesto que estás aquí… ¿Qué es lo que me vas a enseñar? —preguntó curiosa la niña.
—Aprovecha primero para disfrutar de la maravilla que ahora te rodea, comiéndote alguna más de estas sabrosas frutas. La madre naturaleza te las brinda como bienvenida. Pero hazlo relajada: el estado de relajación es el paso previo para disfrutar de la Vida.
Puchi miró a su alrededor, decidiéndose por un árbol con unas frutas rojo-amarillentas que olían a gloria. Se acercó a él, arrancó una con cuidado y se la fue comiendo poco a poco, deleitándose con su sabor.
Una vez hubo dado buena cuenta de ella escuchó de nuevo a la Luz en su interior:
—Ahora, ¡mira lo que tengo preparado para ti!
Una reluciente burbuja rosa apareció por sorpresa ante ella, lo que provocó una enorme sonrisa en su rostro.
¡Eso sí que era un gran regalo!
—Deja que la burbuja te envuelva —le indicó su luminosa amiga—, y entonces, te mostraré este lugar.
Puchi se dejó envolver expertamente por la burbuja, y elevándose en ella pudo contemplar un maravilloso paisaje digno de los seres que lo habitan.
A su misma altura, fuera de la esfera, le acompañaba la Luz.
Durante el trayecto pensó en cómo habría hecho la Luz para hacer aparecer la burbuja, pero prefirió dejar de pensar y disfrutar lo que estaba viendo.
El viaje tocó a su fin cuando comenzaron a descender sobre las orillas de un lago en lo alto de la montaña.
Y al llegar al suelo, ¡la burbuja se esfumó!
No tuvo tiempo para pedir explicaciones, pues Shankal, colocándose cerca del rostro de la niña, le habló de esta manera:
—Cuando se viene a la Montaña de Luz es porque algo grande ha surgido en el interior, lo que supone el comienzo de una etapa más feliz en la Vida. Cuéntame, pequeña, ¿qué es lo que ha surgido en ti para llegar hasta aquí?
Ante la profundidad de esas palabras Puchi se tomó su tiempo para reflexionar. Recordando lo que había vivido en los últimos días, dijo tímidamente:
—Me he dado cuenta de que en la vida…, cuanto más Amor se tiene…, se es más feliz.
—¡Bien dicho!
La niña esbozó de nuevo una gran sonrisa.
—¿Y qué es el Amor? —le preguntó la Luz a la niña.
—El Amor es…
Puchi se quedó sin palabras.
—¿Y la Vida? —le preguntó de nuevo su guía— ¿Qué es la Vida?, ¿sabes para qué vivimos?
La dulce niña movió su cabecita con un gesto de negación.
—Precisamente, para esto has venido hasta aquí: a encontrar las respuestas que están en ti.
Nuestra joven amiga quedó de nuevo pensativa. ¿Cómo iba a encontrar en ella algo tan importante?
—Confía en mí —le habló afablemente la Luz, sabiendo de sus pensamientos—. Para ayudar en la evolución de nuestros hermanos pequeños estamos los que somos algo mayores. ¡A mí también me ayudan los que son mayores que yo!
Con un gesto de confianza, Puchi asintió con la cabeza.
¡Si lo decía la luminosa estrella es porque debía ser verdad!
Según conversaban, el cielo se había ido tornando cada vez más gris. Se acercaba la hora de refrescar y dar de beber a los frutales.
Ante la proximidad de la tormenta, nuestras amigas abandonaron la pradera en busca de un cobijo para protegerse. Divisaron un saliente en una roca y se resguardaron bajo él.
La Luz le aconsejó a la niña disfrutar al máximo del espectáculo que se avecinaba…
En tan sólo unos segundos comenzaron a chispear las primeras gotas. Al contacto con el suelo se fueron produciendo unos bellos destellos de luz dorada.
Uno tras otro fueron salpicando todo el paisaje.
Se podía percibir la felicidad de los árboles al recibir tan gratificante ducha.
Cuando la tormenta aumentó su intensidad, Puchi extendió su mano para atrapar algunas gotas. Al chocar contra su palma se originaron también relucientes destellos, proporcionándola un agradable cosquilleo.
—Estás recibiendo la energía que te regala la naturaleza —le hizo saber Shankal.
—¡Qué divertido! ¿Tú no lo pruebas?
—¡Ahora mismo!
La Luz salió bajo la lluvia, y un impresionante haz de luminosidad y color se formó al impactar en ella.
—¡Qué bonito! —gritó la niña entusiasmada— ¡Yo también voy a salir!
—Por ahora ya ha sido suficiente —le dijo Shankal, regresando bajo la roca—, esta lluvia es para alimentar el campo y los frutales. Nosotros ya hemos recibido la energía necesaria. Además, quiero que de esto aprendas una lección: a gozar de las cosas placenteras con moderación, pues ésta es la forma de hacerlo.
—¿Con moderación? —preguntó la incansable niña.
—Sí, con moderación. Si se abusa de ellas podrían perder su «toque mágico» y pasar a ser monótonas. O aún peor: convertirse en una adicción.
»Hay que gozar siempre en su justa medida —prosiguió Shankal—, poniendo toda tu atención en lo que hagas. En lugar de abusar, es también placentero el recordar: piensa en ese primer instante en el que recibiste las gotas, en qué sentiste, en ese maravilloso regalo que se te dio… Al igual que esta lluvia, la Vida nos ofrece infinidad de regalos para gozar de ello… con moderación.
Cuando los árboles estuvieron satisfechos, la tormenta disminuyó su intensidad.
Algunas nubes comenzaron a retirarse, dando paso a la claridad del sol.
Sus rayos traspasaron las últimas gotas que seguían cayendo, formándose un formidable arco iris a lo largo de toda la Montaña de Luz. Tan espectacular era, que la pequeña se quedo mirándolo fijamente, sin pestañear, embriagada de sus colores.
Parecía como si el tiempo se hubiese detenido.
Con la retirada de las últimas nubes, el sol volvió a brillar en todo su esplendor. Reflejándose en el agua caída, era el causante de que la naturaleza vibrase de felicidad.
Por todos lados se escuchaba su canto alegre.
El fresco aroma envolvía el ambiente, y a indicación de Shankal, Puchi salió por fin bajo el cielo.
Saltando alegremente de acá para allá, sin acordarse de la conversación que habían mantenido, la Luz, viéndola tan feliz, dejó pasar unos instantes antes de retomar intencionadamente el diálogo:
—¿Recuerdas lo que estábamos hablando? Te habías dado cuenta de que la Vida está relacionada con el Amor. Que cuanto más Amor se tiene, mayor es la Felicidad. ¿Es así?
—Sí —asintió Puchi.
—Y cuando te pregunté por el Amor, no me supiste qué decir…
La niña tampoco supo esta vez qué contestar…
—¿Te has preguntado alguna vez qué es el Amor?
Puchi hizo una pausa en sus juegos. Sus rasgados ojitos azules se veían todavía más achinados cuando pensaba.
—¡Sí que lo hice! —respondió— Se lo pregunté a mis padres, pero me dijeron que una pregunta tan importante tenía que hacérmela a mí misma…
—¿Y te la hiciste?
—Sí la hice, y me vinieron algunas respuestas; y además, un sentimiento muy bonito… ¡Pero todavía no sé bien lo que es! —concluyó con un pequeño gesto de desilusión.
—¿Y te has preguntado alguna vez qué es la Vida?, ¿para qué vivimos?
La pequeña volvió a tomarse su tiempo:
—Mis padres también me hablaron de ello, por las noches, junto al lago…
—¿Pero te lo has preguntado Tú a ti misma?
—No…
—Otros podrán hablarte de la Vida, pero no sabrás verdaderamente para qué vives hasta que lo descubras en ti —le dijo la Luz.
—¿En mí?
—No lo dudes, ¡en todos está la respuesta!
La niña pensó tan sólo unos segundos:
—¡Yo quiero saber para qué vivo!
—Entonces, pregúntatelo con verdadero interés, con todo tu Ser…
—¿También se lo preguntan los demás?
—¡Por supuesto!, en cuanto se dan cuenta de hasta qué punto es necesario saberlo para que sus vidas tengan sentido. Y cuando les llega la respuesta, ésta les trae la felicidad.
—¿Y cuál es la respuesta? —preguntó con verdadero interés.
—Descubriéndola en ti es como lo podrás saber, pero ya que me preguntas te diré que el sentido de la Vida es el Amor.
—¡Ah!… , ¡algo así también me dijeron mis padres!
—¡Y así es! —le aseguró Shankal— Pero esto será tan sólo una frase, una idea en tu mente, hasta que lo compruebes por ti misma. Sólo entonces lo comprenderás y podrás tener plena certeza de ello.
La niña se encontraba sentada sobre una roca.
Mirando fijamente a la Luz, le preguntó con madurez:
—¿Cómo lo puedo comprobar?
—Siendo consciente del Amor, ¡sintiéndolo! Pensando, lo puedes llegar a descubrir, pero la verdadera respuesta la encontrarás cuando lo sientas —le aseguró la Maestra.
«Sentir el Amor…» pensó la pequeña, recordando los bellos momentos que pasó con los enamorados.
—¡Me gustaría volver a sentirlo como en aquél lugar!
—Contacta, entonces, con tu Corazón —intervino su amiga.
—¿Con mi corazón?
—Sí, con el «Corazón». Muchos son los que confían en Él, siguiendo sus consejos. Son los que confían en sí mismos, los que han emprendido el camino de la auténtica Felicidad.
—¿Y qué es lo que hay en el Corazón?
—En él hay una Luz de Amor.
La Luz se acercó aún más a la pequeña, diciéndole con ternura:
—Pon tu mano en el pecho: ¿sientes latir el corazón?
—Sí —respondió con ternura la niña.
—Pues ahí, donde sientes tus latidos, es donde vibra tu «Verdadero Corazón», con el que descubrirás el sentido de la Vida.
Por unos segundos Puchi se quedó callada, con la mano en el pecho. Pero no tardó en volver a preguntar:
—¿Y qué es mi «Verdadero Corazón»?
—Es una forma poética de referirme al Centro Energético en donde reside tu Ser, donde estás Tú.
—¿Donde estoy yo? —preguntó a la niña con angelical sorpresa.
—Lo que tocas con tu mano es tu corazón físico, pero Tú, en verdad, eres Espíritu…, Energía…, ¡Luz!
¿Recuerdas cuando sentiste el Amor? —preguntó la Maestra.
—Sí… —respondió tímidamente la chiquilla.
—Pues ahí, donde sientes el Amor, es donde estás Tú, porque Tú eres Amor.
—¡Oh!
—Y el verdadero sentido de la vida consiste en descubrirlo y en disfrutarlo para siempre.
La niña, fascinada, trataba de asimilar todo lo que estaba escuchando.
—Pero te repito, mi joven amiga —insistió Shankal—, el sentido de la Vida es algo que cada uno ha de experimentar por sí mismo. Por esto, voy a ayudarte a que seas Tú quien lo descubra. Cierra tus ojos y concéntrate en lo que vas a sentir…
La niña bajó los párpados, confiada…
No pudo ver cómo la Luz se acercó a tan sólo unos centímetros de su pecho. Ni cómo, suspendida en el aire, se tornó aún más brillante… Y siendo ya de una luminosidad espectacular se introdujo en ella a través de su plexo solar.
La pequeña permanecía en pie a las orillas del lago, con sus ojitos cerrados, tal y como le había indicado su maestra. Al principio sin sentir nada.
Pero tras unos momentos de concentración comenzó a percibir una suave sensación de Amor en la zona del corazón. Poco a poco, con cada respiración, su pecho se iba llenando de Amor…
El sentimiento fue haciéndose más y más intenso, hasta que acabó inundándola por completo.
Era una sensación extasiante, maravillosa…
La Luz, a unos centímetros ya fuera de ella, le solicitó que abriese los ojos.
Nada más hacerlo Puchi se emocionó: todo a su alrededor era ahora más bello y luminoso. Percibió que cada color que conformaba la naturaleza estaba perfectamente combinado con los demás, formando un todo armónico, creado para ser disfrutado.
Al respirar, el aire fresco con aroma a hierba se diluía en el Amor que sentía, siendo todavía más placentero el inhalarlo.
Nunca había sentido este placer sin límites, ni tan siquiera en su visita a los enamorados.
Todo estaba ahora en armonía: los colores, los aromas, el entorno, y sobre todo, ella misma. El Amor reinaba tanto dentro como fuera de ella en perfecto equilibrio.
Deleitándose con las diversas manifestaciones de la naturaleza, comprendió que todo había sido siempre así, pero que ahora lo percibía tal y como realmente era. Sencillamente, era consciente de sí misma, era consciente del Amor, y siguiendo con su mirada el suave vuelo de unas aves sobre el lago descubrió que la Vida fue creada para vivirla en ese estado…