
Tristán y Liliana
Existe un mundo muy, muy lejano, en el que tiempo atrás sus habitantes no resolvían sus diferencias con la razón, sino con sus afiladas espadas. Y en algún lugar de ese mundo un rey se lamentaba en su castillo.
Sus ejércitos, capitaneados por su propio hijo, le habían reportado grandes victorias, así como el respeto y el temor de sus enemigos. El mayor deseo de ese rey era volver a ver al príncipe al frente de sus tropas, pero quien fuera una vez invencible en la guerra, en plena lucha había comprendido que la violencia sólo genera más violencia, como si de una espiral sin fin se tratase, y bajando de su caballo en pleno campo de batalla enterró definitivamente su espada.
Se había dado cuenta de que la vida era demasiado hermosa para perderla batallando por un determinado amo, religión o bandera, y decidió ser fiel a sus propias ideas. Aunque la guerra en ese tiempo era una cuestión de honor, comprendió que matar no producía honor alguno, sino todo lo contrario, y que por muchas diferencias que existiesen entre las personas no había peor solución que la propia guerra.
Paseando por los jardines de palacio, el príncipe descubrió en sí un estado de paz interior en el que se preguntaba por las cuestiones fundamentales de la vida, encontrando claras las respuestas, decidiéndose a seguirlas aunque éstas no coincidieran con su condición de noble. Ya no veía a los demás como su súbditos, sino como ciudadanos iguales a él.
Tratándose ni más ni menos que de un príncipe guerrero, el destino le había puesto ante un gran reto, y eligió ser guiado por su Luz interna.
Por más que intentaba convencer a los suyos, y sobre todo a su padre, de acabar con esa violencia inútil, lejos de ser comprendido, cada vez se sentía más alejado de ellos. El rey comenzó a rechazarle, creyendo equivocadamente que era un cobarde, burlándose de él por una supuesta «debilidad», que en realidad era una fortaleza suprema de ser fiel a sus propios ideales, y su rechazo provocó que pasara a ser también un incomprendido para el resto de la corte.
El alejamiento era ya tan definitivo que Tristán (así se llamaba el príncipe) había desistido de volver a tener contacto alguno con lo militar, empleando su tiempo en aprender las ciencias, disfrutando del arte y de lo bella que es la Vida. Habiendo encontrado la felicidad en disfrutar con serenidad de la belleza que le rodeaba, a diferencia de los otros guerreros de su edad se entretenía paseando por los jardines y los bosques, descubriendo esos pequeños pero grandes regalos que la naturaleza nos brinda.
Los pájaros y los demás animales eran ahora sus nuevos compañeros.
Así pasaban los días, en los que, junto a esa soledad, le acompañaban una paz y un felicidad como nunca antes había experimentado. Y en una de esas tardes, caminando por un bosque cercano, tuvo lugar un feliz encuentro…
Andaba despreocupado entre la verde vegetación cuando, al acercarse a un lago, vio a una mujer bañándose en el agua. Tal era su gracia y su belleza que Tristán quedó embelesado.
Cuando la joven se dio cuenta de que estaba siendo observada se sobresaltó, pero tras unos primeros momentos de embarazosa situación se fue mostrando más tranquila por la calma y el respeto en la mirada de Tristán.
Se acercó a ella y la bella dama bajó su cabeza.
Subiéndola lentamente, sus ojos se encontraron con los ojos de él. La serenidad de aquel muchacho tranquilizó definitivamente a la mujer.
—¿Quién eres? —preguntó la mujer, cubriéndose con sus ropas.
—Soy el hijo de aquél que manda en estas tierras. ¿Y tú?
Ella volvió a bajar su mirada con cierto rubor y respeto, pero el príncipe prosiguió hablándole:
—Caminaba despreocupado por este bosque, deleitándome con su verdor, cuando, al verte a ti, me encontré la belleza entre la belleza.
La muchacha, con unos grandes ojos verdes, se sentó al borde del agua, invitando con un amable gesto al príncipe a sentarse a su lado.
Y desde ese mismo instante, Tristán y Liliana (así se llamaba la dama) se sintieron confortablemente unidos.
Él le transmitió sus creencias sobre lo innecesario de la guerra, así como sus profundas diferencias con su padre. Y por fin se sintió entendido.
Ella le confesó que estaba al servicio privado del rey, habiendo sido entregada a él por un rey enemigo para garantizar la paz entre ambos reinos y evitar así mayores batallas. Encerrada junto con otras mujeres en sus aposentos, esa misma tarde había logrado salir en connivencia con una de sus guardianes para gozar de un poco de la libertad. Si alguien les veía juntos podría producirse algo terrible…
La atracción que estaba surgiendo entre ellos era más poderosa que todas las desgracias que pudieran ocasionarles, así que decidieron seguir disfrutando de su mutua compañía, rodeados de la belleza que el bosque les ofrecía para solidificar su Amor.
Se bañaron sin sus ropajes, pues nada malo había en ello, y abrazados en el agua, el príncipe volvió a hablarle de sus profundas ideas sobre la Belleza y la Paz.
—Desde que dejé de buscar motivos para pelear, comencé a encontrar motivos para amar —le dijo, mirándola a sus ojos—. Y ahora, mi motivo eres tú…
Tumbados sobre la orilla, permanecieron abrazados hasta el anochecer, mirándose fijamente en sus iluminados ojos con la promesa de que su amor no sería solo algo pasajero.
—Cuando tenga un reino de paz, tuyo será mi reino —le dijo el príncipe—. Hasta ese entonces, nada más te puedo ofrecer, excepto mi persona y mi amor…
—No deseo nada más… —contestó ella.
Se despidieron juntando las palmas de sus manos, con una lágrima en sus rostros por la emoción.
Tras ese día volverían a encontrarse esporádicamente, compartiendo bellos momentos de ternura y conocimiento, hasta que finalmente fueron descubiertos. Cuando su furtiva relación llegó a oídos del rey, éste asoció esos amoríos con la desgana del príncipe por la guerra, alejando a la dama del castillo, obsequiándola a un duque enemigo.
Tristán se sintió angustiado cuando su princesa no acudió a su cita, y al descubrir el porqué, decidió inmediatamente ir a rescatarla.
No había tiempo que perder…
Emprendió un largo viaje para ir a su encuentro, y entrando en el palacio en el que su dama permanecía retenida, escaparon los dos a toda prisa en lomos de su corcel.
Al enterarse de la fuga, su nuevo dueño montó en cólera. Creyéndose engañado por el rey le envió emisarios con una declaración de guerra, y sus órdenes fueron buscar a la pareja sin descanso.
El rudo padre de Tristán también se encolerizó, ordenando a sus hombres que les encontrasen para imponerles un severo castigo.
Muchos fueron los soldados enviados desde ambos bandos en su búsqueda. Una marea de uniformes se expandió por esos bosques, oyéndose el galopar de los caballos hasta todos sus rincones. Pero Tristán, buen conocedor de los secretos de la naturaleza, logró permanecer escondido junto a su amada… Hasta que una noche, contemplando tan de cerca el brillo de las antorchas de los soldados reflejado en sus corazas, tomó conciencia de la gravedad de la situación. Parecía que no habría escapatoria…
Durante sus años de soledad en el bosque, el príncipe había entablado amistad con cierta mujer que utilizaba sus artes de magia. Muchas jornadas habían compartido juntos hablando sobre la Vida, la Paz y el Amor, y como consecuencia de esa amistad, ella le ofreció su ayuda por si en alguna ocasión se veía perseguido a causa de sus ideas.
Él nunca olvidaría tal ofrecimiento, y esa misma noche acudió a su encuentro.
Estando cada vez más cerca el resplandor de las antorchas, los dos jóvenes remaron hasta lo más recóndito del bosque. Amparados por la niebla llegaron a una cabaña en donde la mujer les estaba esperando. En sus manos portaba una poción mágica que les podría ayudar a escaparse de sus perseguidores y del triste futuro que ahí les esperaba.
Cara a cara frente a ellos dos les preguntó si su deseo era permanecer unidos para siempre, a lo que respondieron que sí, mirándose tiernamente el uno al otro…
La misteriosa mujer les ofreció el brebaje, asegurándoles que les facilitaría el tránsito directo a otro mundo, en donde podrían disfrutar libremente de su amor.
Ambos lo bebieron…
No tardaron mucho en aparecer los soldados echando la puerta abajo, y al entrar en la cabaña encontraron dos cuerpos que yacían en la cama. Pero fueron incapaces de ver el resplandor de sus dos almas que, en pie, brillaban con una bella sonrisa en sus labios despidiéndose de la anciana.
Sus espíritus se elevaron a través del tejado como una estrella fugaz, iluminando el negro cielo de aquel bosque…
Conforme Shankal relataba el final de la historia, percibió cierta tristeza en la cara de Puchi.
—¿Se murieron? —preguntó desencantada.
—Bien sabes que la muerte no existe, que la Vida es Luz en la Eternidad…
El príncipe y su amada abandonaron ese mundo, en el que tantos obstáculos habían encontrado para vivir su amor, siendo trasladadas sus almas a otro de mayor evolución en el que ahora pueden disfrutarlo en plena libertad.
—¿De verdad?
—¡Sí! ¡Y tú los has conocido! —dijo Shankal.
Si quisieras saber más sobre ellos sólo tendrías que preguntárselo personalmente, puesto que los enamorados son, precisamente, ellos dos.
La cara de la niña se iluminó con una amplia sonrisa.
—El abandono de un mundo material es un paso necesario para poder darlo en el siguiente, y así, paso a paso, ir avanzando en el camino del Amor. Por cierto —preguntó Shankal—, ¿sigues sintiendo su maravillosa vibración en tu pecho?
Puchi se dio cuenta de que ya no lo sentía, y así se lo hizo saber a su maestra.
—Esto te ha sucedido porque pusiste tanta atención a mis palabras que te olvidaste de sentirlo. Deberías cultivar el arte de sentir el Amor mientras escuchas, piensas o hablas…
—Yo quiero volver a sentirlo… —dijo la niña acordándose de su magnífico estado interno— ¿Qué debo hacer?
—Anoche, de camino a la roca de luz, te adelanté que la experimentación consciente del Amor conlleva una técnica. Y ahora es el momento de darla a conocer… Si permaneces atenta a mis palabras, pero también a tu Energía interna, podrás por ti misma recobrar tan bella emoción cada vez que lo desees. La experimentación del Amor está más allá de las palabras, es una experiencia viva, por ello, trata de ir sintiendo lo que voy a transmitir…
»Hasta ahora has estado tan acostumbrada a pensar que dejaste de sentir tu bella sensación amorosa mientras te narraba la historia de los enamorados. Y podrías haberla disfrutado aún más con una conciencia refrescada por la propia Energía de tu Corazón.
»El hábito de pensar sin sentir el Amor hace que unos pensamientos nos lleven a otros hasta acabar perdiéndonos en ellos; y digo bien «perdiéndonos», porque al no sentirlo dejamos de ser conscientes de nosotros mismos.
—¿Pero podré volver a sentirlo, verdad?
—Claro que sí, pequeña —le contestó su amiga—. No olvides que Tú eres el Amor que sientes, y que sentirlo es el estado natural del Ser.
—¿Y qué he de hacer…?
Puchi era inagotable en sus preguntas, pero la Maestra de Luz disfrutaba satisfaciendo sus ganas de aprender:
—Al olvidarnos provisionalmente del sentimiento del Amor algo tendrá que hacérnoslo volver a recordar, pero ese «algo» no será más que un pensamiento, un recuerdo, y sólo podemos concebir la maravilla del Amor experimentándola plenamente al sentirlo en el Corazón, no cuando lo pensamos. Por ello, aunque en esos momentos en que vuelvas a recordarlo no seas consciente de lo que en realidad es, desea sentirlo con toda tu voluntad, concentrando tu atención en donde nace tan sublime sentimiento, sin dudarlo, con fe…
»Yo me maravillo ante el Juego de la Creación diseñado por el Padre-Amor: si cuando lo recordamos sin sentirlo se trata tan solo de un mero concepto mental, el premio a nuestra fe una felicidad inmensa cuando se vuelve a sentir.
»Como la Energía del Amor se siente en una zona concreta del cuerpo, es ahí donde habrás de focalizar tu atención para volver a experimentar su conciencia. Al igual que tus manos ocupan un espacio físico y has aprendido a moverlas enviándolas un impulso, existe un espacio concreto en la zona del pecho y el plexo solar en donde se genera la sensación del Amor. Manteniendo ahí nuestra atención prolongada, sin despistarnos con los pensamientos, comenzamos a sentir una ligera energía amorosa que se irá intensificando conforme proseguimos concentrados en ella…
»Al mantener nuestra atención en este espacio inmaterial llamado «Corazón de Luz» sentimos su sublime vibración, indicativa de que estamos elevando nuestra conciencia en el Amor. Aunque a simple vista pudiera parecer que ahí no hay nada, con nuestra atención consciente hacemos fluir nuestra Luz interna, expandiéndola, volviéndose tan luminosa que podemos sentir su divina presencia en nosotros.
»Por si de alguna forma te lo pudiera explicar, te diría que la elevación de la conciencia en el Amor es una experiencia producida por la aceleración de las partículas de nuestra propia Energía Divina mediante el proceso de sentirla. Al elevarse su vibración, se genera el impulso energético que nos asciende de nivel de conciencia a planos cada vez más sutiles, y este impulso energético, que primero «transporta» y que después «mantiene» al Ser en su estado superior, aumenta nuestra capacidad de entendimiento, de expresión y de disfrutar la belleza… Los dos centros de comprensión, el de la mente y el del Corazón, se equilibran, unificándose la energía del Corazón con la de la mente, dando como resultado el estado perfecto para amar.
»Sentir el Amor es prender la llama de su conciencia, ascendiendo a su maravillosa dimensión conforme disfrutamos de su inigualable sensación amorosa, en la que alcanzamos nuevos niveles de comprensión centrados en la belleza de Dios-Amor. Al sentirlo, nos damos cuenta de que el Amor es la auténtica conciencia, puesto que Amor y conciencia se funden, surgiendo un Ser Divino con conciencia de sí mismo: nosotros mismos.
»La Conciencia del Amor: una mente iluminada por la Luz del Corazón. Esto, que no son más que bellas palabras para quien no lo sienta, será una bella realidad para quien esté vibrando en Él… Y es que, los estados de conciencia son para ser vividos y disfrutados, más que para ser explicados.
En esos momentos Puchi miraba a Shankal con sus ojos iluminados, sintiendo ya el Amor, experimentando vivamente sus palabras…
La Maestra giró el rostro hacia el agua que seguía emanando pura y cristalina de la fuente, admirando su reluciente belleza, diciéndole a la niña:
—La Verdadera Fuente de la Felicidad Eterna ya está en nuestro interior, tan solo tenemos que aprender a beber de ella. Todo, absolutamente todo lo que hagamos en la vida se disfruta más conscientes del Amor que vibra en nuestro Corazón. Este «Es» el estado interno por excelencia, en el que la maravilla de sentirlo se ve sólo superado por la maravilla de vivirlo.
»Sentir el Amor calma la mente, que reconoce al Ser al que ha venido a servir, siendo ahora el Ser el que piensa y no la mente.
»Es la propia vibración amorosa de nuestra Energía la que produce la auténtica Paz Mental. Por tanto, quien pretenda vivir con una mente en calma habrá de decidirse a sentirlo, conectando conscientemente con la Energía del Corazón, sintiendo el Amor.
»Los pensamientos —prosiguió la Maestra— son necesarios para crear, pero adquieren su verdadera y elevada función al estar «empapados» de Amor por tan Sublime Vibración. Si no, nos seguiremos perdiendo en ellos…
»La Conciencia del Amor es una realidad viva, que te acompañará mientras mantengas tu atención consciente en el sentimiento del Amor. No obstante, esto es algo que habrás de aprender por ti misma, puesto que ante todo, el Amor es una experiencia personal en la que cada uno es su mejor Maestro.
»Y ahora, mi dulce niña, permíteme que te cuente otra historia sobre ese lejano mundo, así sabrás hasta dónde puede llegar el sufrimiento que es causa de la falta de Amor…