CAPÍTULO DIECISIETE
Constantinopla, 16 de enero de 1281
Era una de las mejores vistas del mundo,
apreciar como el sol se ocultaba detrás de las grandes
embarcaciones pesqueras que navegaban por el Bósforo. Era la colina
predilecta de Basileo, donde años atrás se habían jurado el amor
eterno junto a Comito. Allí estaban contemplando el atardecer
Basilio, Basileus, su hijo, y Abraham. La Hagia Sofía, recortando
finalmente y penetrando de lleno en el macizo cielo, parecía una
fortaleza espiritual, sus colores eran el azul y el blanco, como si
fuera la residencia celestial de un Dios que parecía ausente en
occidente. Los griteríos de las personas en los mercados estaban
alejados, los pescadores regresaban tras juntar sus grandes redes.
Basileus desde su pequeño mundo observaba esos dos grandes hombres
que habían atravesado el mundo y luchado por su fe. Uno de ellos
era su padre y algún día sería igual que él.
Allí estaban sentados los dos disfrutando de la libertad. Abraham
iba a continuar su camino rumbo al oriente, hacia el río Sambation,
nunca se puede dejar inconcluso una misión personal, se
decía.
- Me he enterado de que han nombrado un nuevo Papa – le dijo
Basilio.
- Pues ya era hora – le respondió éste.
- ¿Recuerdas al Cardenal protegido por Carlos de Anjou,el tal Simón
de Brie?
- ¿Cómo crees que puedo olvidar aquel día? Aquel día marcó mi
segunda oportunidad para vivir, me reencontré nuevamente
conmigo.
- Pues ahora ese Cardenal es el Papa Martín IV, y como los
italianos no lo soportan tuvo que plantar su papado fuera de Roma,
realmente este Papa será todo un problema para nosotros también, ya
que nunca logró un acuerdo con nuestro emperador Miguel VIII, el
Paleólogo.
- Mientras los reinos estén bajo la jurisdicción de los hombres,
siempre habrá problemas con el poder.
- Al final nunca me has contado qué fue lo que ocurrió exactamente
la noche que visitaste al Papa.
***
Las velas del salón ardían, el silencio se
desbordaba por debajo de sus miradas. Abraham estaba sentado y sus
ojos seguían cada paso de los anillos de piedras preciosas
sostenidas por aquellas manos frías y venosas. El Papa estaba
confundido, dentro de su mente y su universo de creencias estaba
ocurriendo un terremoto que mostraba sobre lo frágiles que son los
estandartes que sostienen el mundo. Jesucristo había caminado por
las tierras de Jerusalén, Dios había mandado a su hijo nacido del
vientre judío para dar un mensaje. Había nacido en un pesebre entre
los olores de los desechos de los animales, de los mismos animales
que su padre habría creado, entre las pajas y el frío de la noche.
Sin embargo, se había dado cuenta de que los judíos sin luchar,
sacrificándolos en las hogueras o en distintas masacres, ellos
continuaban caminando por todas las ciudades del mundo, orgullosos
de sentirse un pueblo elegido, sin pedirle nada a Dios. Ellos se
sentían diferentes, ellos siempre fueron a desafiar a los reyes,
comenzando desde los faraones de tiempos inmemoriales. Su único rey
es Dios, todos los demás son sus vasallos como ellos. Por eso este
impertinente vino a visitarme. Se cree el mesías, el que puede
unificar a todo su pueblo contra el imperio de Dios. Pero ¿cómo el
imperio de Dios no puede contra el corazón de un hombre, de un solo
hombre, que desafió todas las autoridades por el amor a su
fe?
- No estoy aquí para acusarte ni reclamarte nada – le dijo Abraham
interrumpiendo el silencio.
- ¿Es que aún no entiendo qué pretendes aquí? – le respondió
Nicolás – ¿Por qué has elegido esta manera de morir?
- No he venido a morir – le respondió – He venido a darte una
oportunidad a que vivas o mueras en la verdad, pero la verdad al
fin. – el Papa se apresuró a beber un sorbo de vino – Ahora que
sabes por donde circula la verdad, ahora que sabes y que recuerdas
que el mensaje de Jesús era amar a todas las criaturas de la tierra
y aceptarlas; te propongo que le des un giro a todo este mundo de
vanidad del cual la misma residencia del Señor ha formado
parte.
- Los judíos creen que tu eres el Mesías – le reprochó el Papa, al
mismo tiempo que un trueno a lo lejos comenzaba a acercarse detrás
de un fuerte viento – ¿Por qué no haces un milagro y salvas a todo
tu pueblo?
- La profecía dice que el Mesías se iba a presentar en Roma frente
al Papa, frente al gran Imperio de los nazarenos, no es de Dios.
Pues de Dios es todo, el imperio y lo que está fuera de él también.
No precisa poder para observar. Somos sus criaturas, no sus
esclavos. Él no precisa de esclavos.
- Pues eso – le reprochó nuevamente el Papa.
- Si es así y eres consciente de tus palabras,te propongo que te
mires en ese espejo gigante y que me digas lo que ves – le dijo
Abraham.
- Pues a mí mismo – le respondió alucinado.
- No, no es a ti a quien ves allí – le dijo tranquilamente Abraham
– Tú estás debajo de todas esas ropas. Esas ropas o vestimenta es
el Papa, pero tú estás debajo de ellas, un mortal que se hará
cenizas, que será alimento de gusanos, pero que al mismo tiempo
todos los días se levanta y se enfrenta a sí mismo frente a ese
espejo o imagen que tiene una función que cumplir. Una función
delegada por otros hombres, no de Dios, que quizás no sea la mejor,
pero sí la más adecuada para esta vida. Tú eres el único que se
puede enfrentar al Papa y en ti está la clave para poder cambiar el
mundo, porque por esas ropas simples se sostiene. He venido aquí
para decirte que tú eres el Mesías de los judíos y del mundo, tú
tienes el poder de convertir esa imagen en un digno hijo de Dios,
poniendo sobre cada una de tus palabras, los mandatos divinos que
alguna vez se nos otorgó, para que sean cumplidos. Yo simplemente
vine a darte el mensaje, has visto que mi palabra es verdad y que
no le temo a la muerte.
El Papa Nicolás III estaba en shock, las palabras de aquel hombre
le habían taladrado la mente y el corazón. Se miraba en el espejo y
veía una imagen sin gracia, como si fuera un maniquí vestido de
lujo. El tenía el poder de enfrentar al Papa, como dijo el judío.
Tenía el poder de enfrentarse a sí mismo.
- ¿Qué es lo que tengo que hacer entonces? – le dijo el
Papa.
- El trabajo del mesías es conciliar a los hombres con Dios y a
Dios con los hombres. Los caminos de los placeres y los
sufrimientos son los atajos que nos pierden de nuestro objetivo
mismo, que es nuestro Padre y nuestra alma en él.
- ¿Pero cómo lo hago? ¡Yo soy el Papa!
- Primero concilia a todos los hombres. No busques las diferencias
que tenemos porque todos los hijos son diferentes, busca el amor al
mismo Padre. Perseguir a los judíos como lo vienen haciendo desde
los comienzos de la historia, es repetir lo que hizo Caín con Abel,
es matar a un hermano, porque todos somos hijos del
Señor.
- Pero en las escrituras dice que hay que matar al idolatra y al
pecador.
- Hay que matar al idolatra que llevamos dentro, no al que creemos
que está fuera de nosotros. Los grandes hijos de Dios, como Moisés
y Jesús, planteaban que ellos eran el camino y como tales, tendrían
que ir por delante de nuestros pasos, no perseguir a nuestros
compañeros.
El Papa hizo una pausa, se dio cuenta por fin de que estaban
hablando de su divinidad, de su parentesco o identidad con el
Mesías: el gran Mesías del que hablaban las escrituras, el mesías
que estaba anunciado, el mesías que se iba a enfrentar a todos los
reyes de la tierra o que se unirían con él.
- ¡Me parece una barbaridad! – exclamó – ¿Cómo puedes decir que yo
soy el Mesías?
- Tú tienes el poder de enfrentar a todos los reyes de la tierra
para que se unifiquen, y de esa manera unificarías a todos los
hombres.
- Pero los judíos están fuera, no tienen tierra ni reyes.
- Ustedes, los cristianos, se pelean unos con otros y siempre es
por lo mismo, por las tierras. Nosotros no tenemos tierras que
defender, solamente defendemos nuestra fe y nuestro único
patrimonio es la Toráh, la palabra escrita de Dios. Es allí donde
vivimos y es allí donde queremos permanecer por la eternidad. El
trabajo del Papa es la representación de Jesús en la ierra para
unificar a todos los reinos, cosa que jamás consiguió ningún Papa.
Es más, fue justamente cuando el gran Imperio Romano adoptó la
religión cristiana cuando comenzó a desmoronarse.No fue por la
religión que tomó, sino por los hombres que se hacían cargo de
ella.
Tras otra pausa el Papa cayó en la cuenta de que había algo que
todavía no encajaba.
- Pero nosotros los cristianos no esperamos al Mesías, nosotros
esperamos la segunda venida de Cristo para el fin de los
tiempos.
- Es verdad, somos nosotros los que esperamos al mesías, para
nosotros sería la primera venida que supuestamente tendría que
coincidir con vuestra segunda venida. Justamente ese es el otro
punto que quería que entendieras, para cumplir con la profecía
tendrías que cumplir el gran pacto que hizo Abraham con
Dios.
- ¿Te refieres a circuncidarme? ¿Te crees que me cortaré el
prepucio?
- Tú puedes cambiar el mundo, tu eres el Papa de los católicos y
solamente respetado por algunos de los reinos que tu apoyas. Sin
embargo, puedes ser el Mesías del mundo esperado por todos los
judíos que están en toda la Tierra.
- ¿Y la segunda venida de Cristo? – preguntó pensativo.
- Quizás esté más cerca de lo que tú crees. Cuando Jesús murió y
supuestamente volvió a resucitar de entre los muertos, sus propios
discípulos no lo reconocieron. Él tuvo que hablar y predicar para
que lo reconocieran. Lo que demuestra eso, es que cuando resucitó
no lo hizo en su propio cuerpo, lo hizo en otro. Y si lo hizo en
otro cuerpo que no era el propio, eso sería reencarnación. ¿Acaso
te crees que tienes que tener la cara de Jesús, para darte cuenta
de que él pueda regresar en tu propio cuerpo?
Se hizo un gran silencio.
- No tengo ni idea – continuó Abraham – de cómo son los designios
de Dios, de cuáles son sus caprichos o sus intenciones en este
encuentro. Simplemente vine a anunciarte que puedes tener el pacto
que una vez hace miles de años hizo Dios con nuestro patriarca
Abraham, y puedas pertenecer al pueblo que él eligió para que lo
acogiéramos como nuestro Padre. Es desde este pueblo desde donde
vendrá el Mesías y seguramente el regreso de Jesús; ya que pensar
que Jesús no regresará por este pueblo es afirmar que Jesús se
equivocó en su primera visita, y eso sería blasfemar a Jesús y
obviamente al Padre. ¡¡Ellos no se equivocan jamás!!
Abraham tomó su copa en el momento que sentía un escalofrío que les
arañaba la espalda, una brisa entró e intentó llevarse cada una de
las llamas que bailaban sobre los cirios. Los truenos lentamente
prolongaban un suave ronquido siniestro oculto tras las ramas, que
golpeaban incesantemente sobre la ventana. Fue en ese momento
cuando entre labios dijo una oración.
- Siempre elegimos nuestro camino a pesar de que Dios nos tiene
escrito hasta el fin de nuestros días en su gran libro.
- Si es así ¿por qué no sabía que era el Mesías?
- Como te dije ahora – le volvió a decir Abraham – Dios escribe
nuestro destino, pero creo que uno puede aceptarlo o no. Son las
tentaciones mundanas las que nos sacan de nuestro camino y morimos
sin llegar a nuestro destino. Por eso, muchas veces volvemos a
nacer cuando un día concretamos nuestro destino, sin necesidad de
decir en nuestro lecho de muerte, “¿Por qué me has abandonado?”.
Por eso el hombre y el hijo del hombre va a tener que regresar una
y otra vez hasta concretar su misión sobre la Tierra. Unir a todos
los hombres en el amor y no en las diferencias. El mismo silencio
volvió a reinar después de un gran trueno que sacudió hasta las
cortinas y las llamas de la estufa.
- Hoy nuevamente tienes el destino en tus manos: o eliges reconocer
y ser el Mesías y aceptar tu destino o ser olvidado, como un Papa
más de los interminables que tienen en estas cuatro paredes,
protegidos por unos pocos reyes pecadores e interesados en sus
propios asuntos personales, y que Dios jamás ha visitado.
Las manos del Papa temblaban y a pesar del frío, sudaban. Los
latidos de su corazón aturdían sus pensamientos. ¿Este hombre
habría traído la palabra de Dios o era un mensajero del Demonio?
Todas las cosas que decía tenían sentido, exactamente igual que las
palabras que la serpiente le dijo a Eva en el Paraíso. “Seréis como
Dioses”. ¿Acaso se estaba entregando a la vanidad?
- ¿Y si eres la serpiente? – le dijo pensativo el Papa.
- La serpiente había sido encomendada por Dios a tentar al hombre
sobre una ley que había impuesto. La serpiente tenía la función de
tentar al hombre, cuando éste vivía en el Paraíso de Dios. Este
Paraíso en el que tú vives actualmente, rodeado de vanidades, es un
paraíso de tontos. De todas maneras, aceptar nuestro destino
implica desde el comienzo perder nuestro paraíso. El paraíso que
nos tenía encantado en la idiotez de no ver que el camino hacia
Dios es sacrificio y sufrimiento. ¿Si no cómo íbamos a valorar el
placer de estar con él? ¿Estás dispuesto a perder este paraíso del
Vaticano para elegir tu verdadero destino?
- ¡Me matarán! – exclamó el Papa.
- Es verdad – le dijo pensativo Abraham - Todos morimos, pero tú
puedes elegir al lado de quién quieres morir, porque te aseguro que
si no es del lado de Dios, volverás a repetir el mismo trabajo en
la Tierra hasta que de una vez por todas, cumplas con tu misión en
la Tierra.
- ¡Me quemarán en la hoguera! – repitió el Papa.
- No sabemos qué pasará, pero si te queman en la hoguera, no digas
“¿Por qué me has abandonado?”, siéntete orgulloso de que tú no lo
abandonaste a él. Dios nos ha enseñado que hasta el último minuto
tenemos que intentar lo imposible. En la persecución que tuvimos
los judíos cuando salimos de Egipto, en un determinado momento nos
encontramos con el Mar Rojo, y fue en ese momento en el que todo un
pueblo entero dijo “¿Por qué nos has abandonado?” y fue nuestra
primera gran lección… Dios le dijo a nuestro líder Moisés que
golpeara con fuerza el mar, con todas sus fuerzas para que éste se
abriera de par en par, y así sucedió. Fue en esa pregunta cuando
nos mostró cómo dejamos de creer en él y en nosotros mismos. Tú
tienes el don del milagro, aprovéchalo. Yo simplemente vine a darte
el mensaje, como hizo Melchitzedek con nuestro patriarca Abraham o
Jetro con Moisés o como hicieron los profetas a los grandes
reyes.
- Es imposible lo que me estás diciendo que haga – le dijo
pensativo el Papa.
- Seguro que es más fácil partir el Mar Rojo en dos o resucitar a
los muertos o convertir el agua en vino. Tú no tienes que morir en
las llamas de la hoguera, te lo aseguro, si lo haces es porque le
has fallado. Tú tienes que salvar al mundo de toda esta ignorancia
del juego de poderes personales. Mírate nuevamente en el espejo y
enfrenta esa imagen contraria a la de Jesús, colgado, hambriento y
sin ropas absurdas – le dijo mientras se levantaba y caminaba rumbo
hacia la ventana por donde había entrado.
- ¿Qué haces? – le preguntó el Papa.
- Ya es tarde y me tengo que ir antes de que me capturen los
guardias, ya te he dado el mensaje. Ahora ya no depende de mí el
encuentro, atravesé todo el mundo para decirte estas
palabras.
- No te vayas – le dijo suplicando el Papa – ¡dime lo que tengo que
hacer para aceptar mi destino!
- No me puedo quedar – le respondió Abraham – es peligroso para los
dos. Mañana estaré por las orillas del Tíber, mándame un mensajero
y nos volveremos a encontrar.
- ¡Espera! – le dijo sujetándolo del brazo y mirándolo a los ojos –
Eres muy valiente en haber llegado hasta aquí. Has desafiado a
todo; tanto al brazo de la Iglesia comoa los ejércitos de los
reyes, solamente para darme este mensaje sin pedir nada a
cambio.
- El señor es mi pastor y nada me falta. Soy un afortunado por
haberte entregado este mensaje. Despréndete de la carne que te une
a la vanidad y encuéntrate conmigo mañana para indicarte cómo
puedes cambiar al mundo.
- ¿Te refieres a que me haga el corte? ¿Acaso no se precisa de una
ceremonia especial?
- ¿Acaso crees que el camino del Mesías no iba a ser sacrificado?
La circuncisión es un sufrimiento necesario que se transita, el
abandono no. – le dijo mientras se perdía detrás de las cortinas
que estaban en movimiento.
El Papa asomó la cabeza por la ventana y se dio cuenta de que la lluvia y la tormenta estaban sobre su gran mansión, sobre su gran palacio protegido de grandes murallas. Habían dejado entrar a un intruso, a la serpiente del Paraíso o a un ángel del cielo. Estaba en sus manos la decisión de lo que iba a ocurrir. Tenía que tomar una decisión esa misma noche. Intentó buscar entre los árboles por si veía al intruso y no lo vio. Mañana mandaría buscarlo y comenzaría su gran obra, su gran trabajo con Dios. Para eso precisaría unirse al pueblo elegido y unir nuevamente a la Santa Iglesia con los orígenes de todo. Jesús era judío al igual que la mayoría de sus discípulos, ahí estaba todo dicho, él tenía que serlo también, se repitió a sí mismo.