CAPÍTULO CUATRO

Basilio sabía que la misión podía caer en la nada, como muchas misiones que habían sido truncadas por traiciones en las altas esferas de poder. Su señor, compañero y general Nicéforo se había encargado de restablecer como fuera la capital de la Iglesia en Constantinopla. No se hacían a la idea que la Hagia Sofía la primera maravilla del mundo a orillas del Bósforo quedara como segunda ciudad, por detrás del Vaticano. Desde el sur tenían la amenaza sarracena y tenían que liberar y custodiar a la Tierra Santa de los infieles, que poco a poco se estaban estableciendo en los lugares sagrados.
Habían salido a caballo en un galope atronador rumbo al Occidente. Merr y el caballo de su general, estaban agitados e inquietos, mientras que como estufas recién encendidas desprendían un vapor de sus cuerpos que se sumaba a la densa neblina matutina tras sus relinchos. En aquella madrugada habían salido para no regresar nunca jamás. Constantinopla hacía muy poco tiempo que había sido recuperada de las manos de Balduino II y estaba gozando de una agónica independencia. Muchos intereses, especialmente de los genoveses y de los venecianos por controlar las costas del Mar Negro, hacían de aquel lugar algo inestable. Para eso era preciso tener el poder supremo y derrocar de alguna manera a Roma. Por un lado estaba Carlos de Anjou, el hermano del rey de Francia Luis IX, que ya había tenido los beneficios de un antiguo papa francés. El cardenal francés Jacques Pantaleón había sido designado a la muerte del papa Alejandro IV, como el sucesor. Por aquellos tiempos el Rey de Sicilia era Manfredo que estaba absolutamente en contra de un papado francés, así que el cardenal francés conocido luego como Urbano IV, instigaría usando lo que mejor usan las clases de ese tipo, la seducción engañosa para hacerlo caer. De esta manera tocarían el talón de Aquiles de los que supuestamente eran los más poderosos, como Carlos de Anjou. Carlos de Anjou, hermano del Rey de Francia, al mando de un ejército, se animaría a conquistar en nombre de la Santa Iglesia a la Isla de Sicilia donde estaba su opositor Manfredo, para proteger al papado. Si lograba la conquista, obviamente sería nombrado rey. Este tipo de intriga que buscaba el conflicto entre los reinos por todos los medios, a los negocios no le servía. Los venecianos, a través de Constantinopla y de Marco Polo, habían logrado reactivar el camino de la seda y para eso se precisaba que todo fuera un reino de paz. Los judíos, los actuales consejeros de Luis IX, rey de Francia, le habían advertido de las ventajas de tener un ejército para defender el reino y no para invadir otros. Esto le había significado a Carlos de Anjou y al Papa Urbano IV, el viejo cardenal francés, largos años de negociaciones e intrigas palaciegas con el rey Francés. hasta que éste por fin otorgara un ejército francés para salir a luchar a tierras que no fueran las del reino con todo el riesgo que eso conllevaba, a las posibles conspiraciones en las sociedades secretas de los negocios y gobiernos, donde estaban involucrados por fin los judíos y sus extensas responsabilidades. Manfredo había caído y Carlos de Anjou había sido nombrado rey de la Sicilia. Como decía el convenio, había sido un golpe de suerte que Carlos de Anjou, ahora Carlos I de Sicilia, jamás olvidaría, al igual que su eterno beneficio de tener un papado francés a sus espaldas.
El general Nicéforo y Basilio, tenían orden de interceptar a los hermanos Niccoló y Matteo, que muchos de los espías le habían informado de que estaban escondidos en la ciudad de Bujará, uno de los lugares donde los judíos habían escogido para formar una de las comunidades más importantes. Esta misma ciudad, unos años antes, había sufrido una de las peores catástrofes sociales; en el 1220 de nuestro señor, Gengis Khan la había arrasado totalmente, con el fin de aniquilar a todas las personas que pudieran pensar diferentes a él. El imperio Mongol se estaba encaminando por las tierras cristianas como el agua se filtra a través de las paredes en forma de humedad. Además el reino de Dios estaba dividido entre los bizantinos y los romanos. Bizancio estaba muy alejado de sus aliados cristianos, por eso tenían que buscar los refuerzos en Italia, que al mismo tiempo estaban en contra de Roma.
- ¿Y quiénes eran estos dos hermanos? – le preguntó Abraham que escuchaba atentamente todo el relato de su compañero.
- Eran los que tenían el monopolio de la seda, y por lo tanto el poderío entre los reyes que estaban entre China e Italia. Se habían hecho famosos tras el desarrollo de la ruta de la seda que su hermano Marco Polo había encontrado a través de Bizancio y las aguas del Mar Negro. Sin embargo, ellos eran venecianos y la hegemonía del Mar Negro se disputaba también con los genoveses.
- Parece mentira que un imperio tan grande como el de Bizancio no tuviera flota en las propias aguas del Mar Negro. Y si ustedes suponían que estos hermanos estaban en Bujará, ¿qué es lo que estaban haciendo aquí en Italia?
- En realidad, los espías genoveses manejaban esa información, pero nosotros sabíamos de muy buenas fuentes, que ellos fueron los responsables de la desaparición del Emperador Juan IV. Estos lo usaban como comodín, para que fuera apoyado por el nuevo Papa romano antibizantino como rey legítimo de Constantinopla.
- Me parece un disparate – le reprochó Abraham, conociendo los hechos archiconocidos por todo el mundo. Ya que cuando Miguel VIII reconquistó Constantinopla mandando a Balduino II al destierro, aquí en occidente, el otro emperador heredero legítimo a la corona era un niño de apenas 11 o 12 años, Juan IV. Y cuando Miguel VIII subió al poder, lo primero que hizo fue quitarle la vista al mejor estilo filisteo como a Sansón y luego mandarlo a un calabozo para que nunca más viera lo que era un reino. Supuestamente, todavía ese niño se estaría pudriendo en alguna mazmorra bizantina. Sin embargo Nicéforo mantenía fuertes contactos con miembros de una sociedad secreta, llamada Los Hospitalarios, que le habían informado de que este muchacho estaba prófugo con los hermanos de Marco Polo para reclamar el trono al imperio. Se habían encargado de dispersar pistas falsas a lo largo de toda Tierra Santa, para que el ejército del Emperador Miguel VIII pensara que estaban ocultos en la ciudad de Bujará.
- “Bujará” – repitió Abraham – “Bujaralos”.
- ¿Bujaralos? – le preguntó Basilio.
- Bujaralos, también es una ciudad en Hispania – le dijo Abraham – y también un refugio de judíos. Está ubicada dentro del desierto de los Monegros entre Zaragoza y Barcelona.
- Pues allí seguramente también se deben de tejer las intrigas de los reinos. Es muy difícil que los judíos no tengan que ver con los problemas que tenemos. Siempre están detrás de todo y nunca están relacionados con nada bueno, desde la época de nuestro señor Jesucristo.
- ¿Y ustedes que es lo que quieren realmente? ¿Ustedes están detrás de este pequeño emperador? ¿O qué? – le respondió sin hacer caso a los comentarios anti-judíos.
- Nosotros estamos en contra de Roma, eso hizo que se unieran todas las iglesias ortodoxas de oriente con el mismo objetivo. Buscamos a este muchacho para hacerlo desaparecer o interceptarlo; ya que una de las cosas que están buscando estos venecianos, seguramente, es negociar con él con fines personales, y esto nos podría traer problemas al imperio de nuestro emperador. Necesitamos hacernos fuertes, tener una idea clara, un objetivo claro que alcanzar, para que de esa manera nos podamos unir uniformemente. Quizás nos falte aclarar qué es lo que queremos, pero tenemos muy claro todos lo que no queremos y este no es Roma. Que este muchachito ande por tierras itálicas merodeando por Roma, puede ser muy peligroso para nuestro agonizante imperio, que cualquier puede caer. Fuimos traicionados por todas las fuerzas que vinieron de occidente, inclusive por estos hospitalarios o templarios que nos prometieron fidelidad a nuestro Imperio de Bizancio. También prometieron que todas las tierras conquistadas por ellos en el oriente serían entregadas a nuestro emperador; cosa que nunca cumplieron. Por eso, esto es un mar de intrigas en donde no sabemos cien por cien si son ciertos todos los datos que tenemos. Para nosotros todo lo que sea en contra de Roma está bien, no nos importan los concilios que no respeten a Bizancio.
- ¿Por qué siempre piensan que los judíos están en todo?
- Mi general Nicéforo, en sus largas reuniones que tenía con los Hospitalarios, había obtenido datos certeros de un nuevo mundo. Un nuevo mundo que estaba oculto para toda la Tierra, más allá del fin del mundo, y que eran unos judíos, un tal Zacuto y un tal Vecinho, que estaban haciendo una nueva ruta a través de los mares para llegar a él. Ese rumor era archiconocido entre algunos de los caballeros de Bizancio, los cuales querían llegar por todos los medios a los centros templarios de Portugal, donde se decía que estaban recorriendo desde hacía algún tiempo las tierras de un continente nuevo. Estos mismos judíos decían que la tierra era redonda, repitiendo toda clase de herejías de los antiguos magos egipcios. Hay un mapa que circula entre sus templos, que fue entregado por el mismo Marco Polo a sus hermanos, para esconder al joven soberano. Este mapa habla de un continente desconocido que no es el de los reinos del Khan, que no tiene nada que ver con los mapas hasta ahora conocidos por nosotros. Algunos plantean que Marco Polo fue iniciado en alguna orden del Temple, y que estos partiendo desde el Puerto del Gallo, zarpan hacia ese mundo desconocido en busca de plata y oro, con el cual construyen sus monumentales catedrales. Ellos tienen prácticamente todo el dinero de la tierra, y la pregunta que nos hacemos es ¿de dónde lo sacan?
Dentro de toda la oscuridad, Basilio parecía un piquete peludo, sus harapos húmedos y sucios apenas se veían, las imágenes y las intrigas pasaban a toda velocidad entre las celdas. Abraham permanecía en silencio, navegando por aquellos caminos de Marco Polo. Le tenía una sana envidia, había llegado hasta el principio o hasta el final de la Tierra. Se había hecho amigo de aquellas personas que estaban más allá del río Sambation, supuestamente. Más allá de las 10 tribus perdidas de Israel, se decía que aquellas tierras estaban pobladas de personas de colores amarillos, de ojos rasgados y lenguas demasiado extrañas. Sin embargo, el veneciano sintió la misma curiosidad que él por encontrar el conocimiento en la Tierra, por no esperar a que le entregaran nada y llegó a encontrar hasta uno de los más terribles secretos; una tierra nueva. Una tierra nueva que muchos de los judíos de su aljama, la familia Zacuto de Girona, ya venían comentando. Le habían explicado cómo, a través de la cábala se podía conocer exactamente dónde estaba ubicado el nuevo mundo. La nueva Jerusalén, la nueva tierra mesiánica.
- Y no es la Atlántida que ha resurgido – le interrumpió Basilio.
- Tampoco creo que sea el paraíso perdido – le respondió Abraham.

Los Zacuto eran una familia prestigiosa de Girona, una familia de grandes Cabalistas. Abraham recordaba cómo había llegado allí, tras un largo camino de tres días desde Barcelona. Había abandonado Barcelona por una gran cantidad de sucesos que no se explicaba cómo habían sucedido. Entre ellos, unas manifestaciones en la pequeña callejuela cerca de la basílica donde tímidamente funcionaba la vieja sinagoga que estaba ubicada en una esquina muy cerca del mercadillo de la Gran Plaza, frente al Ayuntamiento; y la desaparición de su inseparable amigo Yacob.
- Recuerda que seremos hermanos hasta el fin de los tiempos, hasta el fin de nuestro límite – se decían mientras con una pequeña navaja se hacían un pequeño corte en un dedo, para unir sus yemas, sus fuerzas, sus vidas. Ese había sido el pacto en la ciudad de Tudela, antes de salir en busca de la verdad del mundo. Por entonces eran pequeños, sin embargo ahora ya eran mayores. Los dos muchachos se habían hecho grandes comerciantes, habían tenido varios intentos de robo, pero habían sabido pelear y esconder sus tesoros de piedras preciosas. Cuando llegaron a Barcelona estaban muy ilusionados, ya que su antiguo amigo Adret ahora tenía un cargo importante en la ciudad vinculado al insipiente mercado del puerto. Llevaban y traían grandes cargas de mercaderías hasta Sicilia y Génova, y él compraba a todos los productores de Barcelona para venderlo en Sicilia, que era el centro del comercio del Mediterráneo.
***
Había amanecido diferente, el sol aún continuaba oculto entre las nubes que dormían sobre el horizonte, hacía frío y el olor a pan caliente parecía una brisa de primavera. Aún no habían pasado los diez días de duelo de su padre, ya no tenía más a nadie a quién cuidar, su madre había dejado este mundo cuando aún era muy chico. Había decidido dejar todo ese pasado sin sentido. Allí estaban en el portal de Tudela, que parecía más que una puerta un escondite de esquinas, allí dos calles entraban o salían de la ciudad y se encontraban debajo de un portal con un techo pintado de mil colores vivos que contrastaban con las talladas paredes de piedra que lo sostenían formando un majestuoso arco romano. Allí estaban en la oscuridad del portal con unos bolsos de manos, botas de cuero sujetadas con cordones, pantalones anchos y abrigos grandes, los dos amigos, Abraham y Yacob.
Bajaron hacia la derecha para dirigirse hacia donde vivía el Zapatero Ezra, para luego doblar a la izquierda y subir zigzagueando por la callejuela de Donbriz, hacia el minarete mozárabe y poder contemplar por última vez a Tudela desde la altura; apoyados al lado del nido de cigüeña que todos los años volvían fielmente.
En la última esquina de la plaza, exactamente donde nacía la famosa e inundable calle Verjas, la calle de los espejos de agua, Abraham se detuvo sin decir palabra y miró a su compañero.
- ¡Quédate Yacob! - le dijo en voz baja Abraham, intentándole dar un abrazo de despedida. Pero había sido en vano, Jacob también tenía su bolso preparado para acompañar a su amigo en busca de la verdad. Ambos tenían el “Libro de viajes” de Don Benjamín de Tudela, que había atravesado el mundo, que había llegado hasta los confines de la Tierra. Ahora ellos estaban preparados para ir en busca del río Sambation, el río que tenía más fuerza que su Ebro, el río más fuerte del mundo, el que descansaba para el Shabat y el que no dejaba llegar a nadie hacia las tribus perdidas de Israel. “Esa era obra de un Mesías”, había escuchado decir a uno de los viejos del círculo de iniciados, “Quizás al Mesías no haya que esperarlo”- le había respondido Abraham. “Quizás haya que ir a buscarlo”.
Era hora de encontrar un verdadero sentido a la vida y dejar Tudela. Durante mucho tiempo habían escuchado hablar de muchos maestros que vivían en las ciudades vecinas; era el momento de conocerlos para crecer y buscar las respuestas a sus interrogantes. Así que por la mañana los dos juntos habían partido de la ciudad de Tudela por el camino de tierra que estaba junto al Ebro. Por el camino habían cruzado varias villas y no habían tenido ningún problema con los aldeanos como habían supuesto en el inicio. Abraham a pesar de ser un año más pequeño que Yacob, parecía el mayor, ya que Yacob era bajo y rechoncho. Tenía mucho sentido del humor y eso hacía de esa gran jornada caminando, algo más agradable. Estaban maravillados de sentirse libres de las casas de sus padres y dueños de sus incertidumbres. Después de varias horas de caminata, habían llegado a Tauste, un pueblo en el que sabía que algunos de sus habitantes pertenecían al círculo de iniciados de Don Samuel. El pueblo parecía estar ubicado en la cima de una montaña, la vista era espectacular y el horizonte recortado por ondas de montañas parecía cada vez más lejos de donde estaban. Allí pararon en una venta y comieron su plato preferido; anchoas con cogollos de su ciudad, bañados con mucho aceite de oliva. Estas tradiciones de comer el pescado cocido con sal, dicen que las habían traído sus antepasados del lejano oriente, cuando eran esclavos en las tierras de Babilonia. Ahora todos los pobladores de la Iberia lo hacían y los disfrutaban, incluso habían logrado hacer lo mismo salando la carne de los cerdos; algo que jamás habían probado en su vida.
El ventero se había dado cuenta de que esos dos muchachos eran judíos y los miró con desprecio. En el momento que estos dos se acercaron a él, hicieron un gesto de mal olor. Estaban acostumbrados a bañarse y los ciudadanos de estas tierras raramente, por no decir nunca, lo hacían. El olor del hombre parecía que les había dado un golpe al sentido del olfato. Al principio le llamó la atención la actitud de los muchachos, pero luego cuando ninguno de los dos pidió una tapa de jamón crudo lo comprobó.
- ¿Hay alguna peregrinación o alguna cosa de esas? - les preguntó el ventero a los muchachos en un tono fuerte y de mala de educación. - ¿O simplemente quieren volver a esta ciudad limpia de herejes?
Al principio los muchachos no sabían de qué iba, pero luego se dieron cuenta que se dirigía a ellos. Abraham, sin responder, lo miró fijamente a los ojos; esa fue su respuesta mientras el silencio y el frío invadieron el salón. Frente a este acto de insolencia por parte del muchacho, el ventero insistió con más mala educación.
- ¿Acaso te gusto, que me miras así? - le despotricó mientras las demás personas que habían en el salón comenzaron a prestar atención a lo que estaba ocurriendo allí - ¿O es que aparte de ser judío eres sodomita? En ese momento Abraham se levantó de la mesa, dejando su cogollo lentamente. El tabernero que estaba nervioso, pero fingía tener valor y coraje, disimuladamente tomó un cuchillo de detrás de la barra. Cuando Abraham se acercó al viejo, éste sacó el puñal con la mano derecha, mientras hacía círculos con él. Con la otra mano había tomado un paño y se lo había envuelto en el brazo. Los hombres que estaban en las otras mesas se sobresaltaron y comenzaron a hacer un círculo, corriendo a una velocidad impresionante todas las mesas del centro del salón. Allí estaba Abraham frente al viejo de la taberna y Jacob detrás de Abraham, intentando disuadirlo que no hicieran ninguna locura. Yacob no podía creer lo que estaba ocurriendo, no hacía más de ocho horas que habían salido y ya estaban con problemas en el pueblo que menos habían sospechado.
- ¿A quién le llamas Sodomita pedazo de cabrón? - fueron las palabras de Abraham clavando su mirada en el viejo. El viejo giraba el cuchillo como si fuera una hélice y en un momento que amagaba con clavársela en el estomago, Abraham tomó su bolso para protegerse y girándolo como si fuera una baleadora, le propinó un golpe en la cabeza al viejo que hizo que perdiera el equilibrio. Una vez que estaba el hombre en el suelo y aprovechando el desconcierto de la gente, se acercó y le dio una patada en el trasero dejándolo de bruces boca abajo. El ventero permaneció en silencio y como atontado y, cuando uno de los hombres que estaba allí lo ayudó para que se sentara, al darse la vuelta, el rostro estaba cubierto de sangre que le salía a borbotones de la frente. Abraham se horrorizó cuando vio esa escena. Observó su bolso por si tenía algo que cortara para haberle hecho semejante corte. El viejo seguía atontado y la gente había comenzado a ayudarlo, que mal o bien era el ventero. Al mismo tiempo, comenzaron a insultar a los muchachos y echarlos del bar. Abraham no hizo más que tomar su abrigo a la vez que Yacob lo tomaba del brazo e intentaba sacar a su amigo de allí, antes de que el lío fuera más grande, por lo que salieron prácticamente corriendo del local. Abraham lamentaba haber dejado el cogollo por la mitad, aunque de todas maneras no lo había pagado y eso lo reconfortaba. Fue allí donde habían conocido a Adret, un muchacho pelirrojo, alto como Abraham, pero bastante gordito.
- Me parece que tendrían que disimular más que son judíos - les dijo Adret. Los dos muchachos se quedaron mirándolo y preguntándose de dónde había salido.

- Yo también soy judío y sin embargo nadie lo nota, mi nombre es Adret - les dijo extendiéndoles la mano.
- ¿Y cómo sabes que somos judíos? - le preguntó Abraham después de presentarse.
- Ustedes no comen jamón y eso en estas tierras es muy raro. - les respondió.
- Pues no nos apetece y punto - le respondió Yacob - Si tú comes jamón y discutes con el diablo es tu problema.
Adret no pareció darle importancia, parecía mayor que los dos y tenía un aire de superioridad, que reflejaba en todo momento en su tono al hablar.
- Como quieran - les dijo - ¿qué hacen aquí en Tauste?
- Estamos de paso - le respondió Abraham - Nos dirigimos a Zaragoza y luego veremos hacia dónde seguimos.
- Pues bonita manera de estar de paso - les dijo riendo Adret - Yo también me dirijo a Zaragoza para continuar luego a Barcelona, a la Yeshiva que me manda mi padre. Tampoco soy de aquí, vengo de Egea de los Caballeros. Precisamente en estos dos pueblos, en Egea de los caballeros y Tauste tras la reconquista estamos muy mal vistos, por eso tendríamos que disimular más nuestra condición de “no cristianos” y actuar de la mejor manera como uno de ellos.
- ¿Acaso hay alguna diferencia entre actuar y ser? - le preguntó Abraham farfullando, mientras observaba uno de los rosales amarillos que había en la puerta de una casa.