CAPÍTULO OCHO

El negocio en Gerona de las piedras preciosas estaba difícil. No les había sido fácil adaptarse a esa ciudad, debido a la gran incertidumbre que la agobiaba. La estabilidad de los judíos en la ciudad pendía de un frágil hilo. Después del gran debate patrocinado por el Rey Jaume I, donde Nahmanides tenía que exponer los fundamentos verdaderos del Talmud frente a un poder de la Iglesia que parecía no tener límites, personificado y representado por un fraile que quiso ser Rabí y no había sido aceptado. Gerona parecía desolada, su gran líder había sido desterrado y ni siquiera se sabía de su paradero.

Supuestamente los judíos Askenazis de las ciudades de Praga y Vilna lo estaban protegiendo para que pudiera cruzar el reinado de Francia sin problemas.

Hanok, el hijo del distinguido comerciante Saltel de Saporta, les había dicho que muy cerquita de allí, pasando las montañas de Montseny, estaba a mitad de camino de Olot, aproximadamente a seis leguas, la ciudad de Besalú. Allí el año pasado, antes del gran debate, el Rey Jaume I, a petición del Rabí Joseph Albo de Daroca, había otorgado la autorización para abrir un templo y por lo tanto una Yeshiva.

- ¿Pero cómo es posible que nuestro gran maestro no haya podido con ese hereje de Pablo Cristiani? – preguntó Abraham.

- Mi padre dice que Nahmanides estuvo brillante, y es por eso que se ha salvado de la hoguera, así como nuestros libros sagrados y nosotros. Sin embargo, los dominicos continúan insistiendo que la victoria fue de Pablo Cristiani, y que el Rey Jaume I, al tener favores con los judíos, ha dictami

nado un empate.

 

- Ya estamos en Año Nuevo.

- ¿ Pero que argumentos pudo haber dado que haya enojado tanto a la Iglesia? Nuestro problema con ellos es la aceptación o no del Nazareno. No nuestro pasado, ya que pertenecía el mismo Nazareno.

- Mi padre, que fue uno de los que acompañó al Gran Rabí, dice que los cristianos se escandalizaron cuando le hicieron las preguntas pertinentes al Meshiaj, y éste les respondió que estaba muy próxima su llegada. Y que como Meshiaj es el Rey de Israel y representa solamente a los hijos de Israel. Y otras de las cosas que iba a hacer el Meshiaj era ir a Roma a hablar con el supremo dirigente cristiano para buscar la redención del pueblo de Israel. De esa manera Bnei Israel volvería del exilio a la ciudad del Rey David.

Abraham no estaba convencido de ese pueblo en el medio de las montañas; así que convenció a Yacob a regresar a Barcelona, a la única Yeshiva que los habían aceptado sin problemas, mientras paguara sus clases. Yacob y Abraham, los dos querían formarse como grandes rabís, pero no conseguían una continuidad en sus estudios que le permitieran acceder a ese honorable título. De todas maneras, todavía eran jóvenes. Se sentían orgullosos de ser judíos, y sobre todo de conocer la cábala, esa cábala que él argumentaba era la extática, ya que contemplando la transformación de las letras, lograba llegar a ciertos estados extáticos que le hacían pensar que estaba en el mismo paraíso junto a Dios.
El primero de los sonidos del Shofar, era un sonido agudo y lamentoso. Le recordaba a cuando de niño había intentado tomar el Shofar de su padre, aquel cuerno de carnero hueco, con una abertura en la punta. Cómo soplaba sin sacar ningún sonido. Y cómo lo hacía su padre, que maravilla para sacar aquellos tres sonidos tradicionales que tenía, anunciando el Año Nuevo y el Yom Kipur. El gran día del perdón y del ayuno. Eran justamente en estos diez días, desde el Año Nuevo o Rosh Hashaná hasta el Yom Kipur cuando se sentía mucho más cerca de Dios, culminando con aquel largo ayuno que muchas veces le hacía contemplar cosas diferentes de la realidad.

Cuando terminó de sonar el Shofar, se sintieron fuertes ruidos de bancos y voces que se preparaban para salir. Las dos puertas se abrieron al unisonó a pesar de una dar a una calle y la otra a la parte de atrás. Por una salían los hombres y por la otra las mujeres, todos estaban muy bien vestidos y de gala, menos ellos que acababan de llegar de un largo viaje. Todavía no entendían por qué no se habían dado cuenta de que estaban en las fechas de Rosh Hashaná.

Allí se encontraron con viejos conocidos que hacía años que no veían, entre un grupo de hombres de negro y prácticamente abrazados, estaba el gran Baruch Togarmi que cuando los vio se emocionó y fue a su encuentro.

- Queremos retomar nuestras clases maestro – le dijo Abraham.

 

- Volvamos con Togarmi, Yacob – le dijo Abraham.

Cuando regresaron a Barcelona, fueron directamente al Call y pasaron junto a la Basílica, que ahora parecía que estaba más en obra que nunca. La plaza estaba vacía, era tarde y por las finas curvas calles del Call llegaron al templo
- Pensé que estabas en Gerona con algún seguidor de Ramban Nahmanides.

- Los discípulos de Nahmanides o Ramban, como le conocían aquí, no nos quieren. Y en realidad nosotros tampoco.

Dejaron los caballos junto a una taberna que estaba a unos pocos metros de allí y caminaron por la estrecha calle que conducía hasta la esquina de la casa de dos puertas. De pronto, escucharon como una trompeta sonando fuerte desde el interior. Se miraron y se sobresaltaron.

- ¡Es el Shofar! – le dijo Yacob. El rabí Togarmi se rió.

– Pues los espero mañana por la Yeshiva – les dijo antes de partir con su aglomerado grupo. En ese momento, muy bien vestido y con un grupo de niños alrededor, como sorprendidos se encontraron. Era Adret, que parecía más avejentado. Se había casado con la hija del hombre más importante de Barcelona y realmente no supo disimular su asombro de curiosidad.
- ¡Abraham! ¡Yacob! – les gritó mientras extendía sus brazos para abrazarlos.

Los dos se alegraron muchísimo de verlo y se lanzaron a abrazarlo. A diferencia de Yacob y Abraham, Adret se había dejado una barba que era muy oscura.

- Casi no te reconocemos con esas barbas – le dijo Yacob.

- Pensé que estaban en Gerona – les dijo Adret – intentando hacer algún nuevo negocio. Porque ya veo que el estudio no es lo de ustedes – le dijo mientras se reía.

Después de aquel encuentro confuso con su antiguo amigo tras varios años, los dos muchachos habían vuelto al negocio con Ayub, que siempre los estaba esperando en el puerto. Lograron abrir y alquilar nuevamente un local en las cercanías portuarias.

Así habían pasado los años. Togarmi ya descansaba en una de las eternas lapidas del Montjuic. Los dos habían conseguido formarse como Rabís. Sin embargo, no eran muy bien aceptados dentro del Call, por sus contactos estrechos que tenían con los moros del puerto y los gentiles que venían de Sicilia a los puertos de Barcelona para comerciar con las piedras y los otros artículos como la Seda, que habían agregado a su próspero negocio de las importaciones.

A Abraham y Yacob no les cayó muy bien esa broma
– Por lo que vemos veo a que a ti te ha pegado bien el estudio – le dijo Abraham.

- Me he formado como Rabí y le doy clases de Talmud a los niños – les dijo Adret riendo, con un cierto aire de orgullo de supremacía – He sabido que intentaron estudiar con Ramban – les dijo riendo – Realmente eran muchas pretensiones, ¿no les parece?

Yacob, a diferencia de Abraham, ya tenía prometida. Era la hija del carnicero, el viejo Abrabalia que cuando no oficiaba como carnicero, lo hacía como Moel, el encargado de las circuncisiones. La joven Deborah estaba enamorada de Yacob, siempre buscaba cualquier excusa para que su madre la acompañara al puerto, ya fuera para hacer las compras en el mercadillo o para pasear y ver las novedades de oriente, entre ellas, siempre los ojos de Yacob.

- ¿Pretensiones? – le preguntó sin entender Abraham y medio confuso por lo que estaba sintiendo, observando cómo su amigo parecía reírse en su cara de lo que no habían logrado.

- Nosotros estudiamos con Togarmi – le interrumpió Yacob, antes de que ocurriera un mal entendido, conociendo a su amigo de siempre.

- Sí, sí, pobre viejo – le dijo con una leve sonrisa Adret – Ya sabía que habían estudiado con él. Incluso le mandó una carta a Ramban y a otros de las maravillas de sus alumnos, especialmente de ustedes dos. La escuela de Barcelona se distingue por formar a sus alumnos bajo una disciplina y se pretende que ellos la cumplan, no que anden de un lado para el otro hablando de misticismo, mesías y potencias de cábala. Tengan cuidado con el maestro, pues hay que distinguir entre sus palabras y lo que es locura de ancianidad – y dándoles una palmada a ambos les dijo – ¡Shaná Tová! ¡Feliz Año!

Abraham sabía que en cualquier momento le iba a tocar a él el turno de casarse y que la casamentera estaba averiguando entre todas las familias dónde había una hija soltera. En realidad, los padres cuando sabían para quién se trataba la petición, todos quedaban muy entusiasmados, debido a la pequeña fortuna que estaba montando Abraham. Pero Abraham sabía perfectamente que no había mejor garantía que estar soltero para ser libre. Cuando se enteró de los rumores de que su amigo Yacob ya tenía prometida pensó en hacerle una gran sorpresa. Le había comprado una enorme caja de sedas traídas de oriente, eran de la mejor calidad; ese iba a ser su regalo de bodas. Pero para darle esa sorpresa, tenía que mandar a Yacob a hacer la tarea que él siempre realizaba en la noche de los jueves. Así que se inventó una excusa paraa Yacob: esa noche no se podía quedar ya que tenía que ir hacia Gerona para hablar con Saltel de Saporta por un pedido que había hecho y aún no había pagado. Cuando entrara al despacho iba a encontrar el regalo que había preparado con todo el cariño que le tenía a su amigo y hermano.

Al otro día, el sol anunciaba que iba a ser uno de los días más bonitos del año. Cuando cruzó la plaza que estaba frente a la Basílica, vio que la feria ya estaba funcionando. A unos pocos metros de su oficina, en la zona del puerto, notó que había un gran revuelo. Había mucha gente amontonada y muy cerca de su escritorio. Pensó que quizás Yacob le estaba mostrando a todo el mundo su espectacular regalo de bodas. Realmente era toda una fortuna en telas, pero era lo menos que él se merecía por su fidelidad y compañía en todos essos años. Realmente les deseaba todo lo mejor a ellos dos. Sin duda sabía que iba a ser el padrino de todos sus hijos. En un determinado momento observó que en el piso había una marca de una pisada larga, habían resbalado con la misma sangre. Miró las paredes y estaba todo en su lugar.

- Fue un asalto – le repitió Ayub – Todo el mundo quería a Yacob, no fue contra su vida el atentado, fue contra el negocio. Hay mucha escoria de gente de los barcos en estos momentos por estas calles. Seguramente, ayer cuando vino en la noche lo siguieron, pensando que llevaba dinero o algunas piedras.

Pero entre tanta gente no reconocía a nadie, eran todos extraños, incluso había soldados. Cuando se acercó, notó que la puerta de su escritorio estaba abierta de par en par. Cuando fue a entrar uno de los soldados, lo frenó. Él le dijo que era su despacho y lo dejaron entrar.

Dentro era todo un desorden, la caja que había dejado sobre la mesa, ya no estaba, pero en el suelo junto a un charco de sangre, estaba Yacob tirado boca abajo.

No lo podía creer, su respiración parecía cortarse y su corazón detenerse. Pensó que era un sueño y se arrodillo rápidamente al lado de su amigo. Sus ojos estaban abiertos, pero sin brillo, la sangre que había brotado de su cuello estaba negra. Por segunda vez sintió que el mundo se detenía, los sonidos habían desaparecido y un fuerte dolor en su alma parecía quebrarle el pecho en mil pedazos. Tenía ganas de besarlo, sentía que lo amaba, sentía que no habían hecho nada, que no habían cumplido ninguno de sus sueños, se echo a llorar sobre el amigo que estaba en el suelo. Y un fuerte grito rajó los cielos de Barcelona, allí en la puerta estaba parado Ayub que sin decir palabra se aproximó hacia el muchacho y lo tomó en sus brazos. Abraham estaba desconsolado. Lloraba como nunca antes lo había hecho. Gritaba sin consuelo preguntando ¿por qué?
Era la segunda vez que entraba dentro del Montjuic después de enterrar a su maestro. Pero esta vez era diferente. Sentía que enterraba la mitad de su vida en aquella montaña. Abraham se había encargado de todo, incluso de mandarles una carta a los padres de Yacob a Tudela. El tiempo parecía cómplice de su corazón y Barcelona se ocultaba debajo de una leve llovizna salada. Desde la montaña se observaba la costa y se perdía el horizonte. Allí Deborah lloraba desesperadamente, el carnicero y su esposa la abrazaban en un intento de consuelo. Los demás hombres que integraban el Minyan, los diez hombres que debían rezar el Kadish o la oración a los muertos, miraban con recelo al hombre que estaba al lado de Abraham, era Ayub. El único que sabía dónde estaba su corazón. Esparcido por un mar de angustia. Abraham simplemente sintió el perfume almizclero, el mismo que usaba Mahoma, sentía que estaba acompañado. Ayub respetaba todo, no dijo una palabra, pero lo decía todo. Abraham en el fondo estaba enfurecido, le habían robado el alma de su amigo, se repetía. Y alguien iba a pagar por ello. Ayub cada vez que lo abrazaba, le decía que ya iba a ver al responsable dentro de un cajón.
-Todo se sabe en el puerto.
Al lado de la familia del carnicero, como una figura de estampa, estaba Adret, Salomón Ibn Adret con su larga barba negra.

- Fue un asalto – le dijo Ayub – Anoche cuando vino Yacob al negocio, lo estaban esperando para perpetrar el atraco.

- Es que aquí nunca había nada – le dijo sin entender nada – Le había dejado una caja con sedas para el regalo de su boda. Se iba a casar, iba a ser padre de familia – ¡Oh Yacob! – exclamó llorando – ¿qué voy a hacer sin ti? mi fiel amigo.

Una vez terminada la oración de Kadish, Abraham fue el primero en tomar una palada de tierra y arrojarla sobre el cajón yasí hicieron el resto de los hombres. Al final lo cubrieron y cada uno le dejaba una piedra sobre la lapida que no decía absolutamente nada.

- Ahora sí me voy – le dijo Abraham a su amigo Ayub.

- ¿Hacia dónde, hijo mío? Era la segunda vez que una muerte le obligaba a partir. Se preguntó si estaba huyendo de la muerte o en busca de otra vida.
- Quizás no tendría que haber sido la tuya justamente, y Alah cambió el

destino. Quizás Alah tenga una empresa reservada diferente para ti. Deja las cosas así y que Alah te entregue el camino de tu destino.

- Iré hacia Besalú – le respondió – Quiero tomar un poco de distancia de Barcelona, en realidad no me parece que haya sido un robo sin más. Yacob con su muerte, me regaló mi vida. Y no voy a descansar hasta lograr cumplir que el responsable pague por su crimen. Esto no va a quedar impune, aunque sea el mismo Papa el responsable de esto. Iré contra todos y si es necesario contra Dios mismo, para que la muerte de mi amigo sea pagada. Era yo el que tendría que estar en el negocio y lo mandé a él como una excepción para dejarle un regalo. ¡Y mira que regalo le hice! Le he marcado una cita con la muerte. Y era conmigo con quien la tenía ella.

- Deja de pensar así Abraham – lo calmó Ayub.
- Te juro Ayub que cambiaré el destino si es necesario, pero encontraré el culpable y no descansaré hasta que el mismo Satanás se encargue de su alma.

- Abraham no jures en vano.

- No es en vano – le dijo Abraham mientras le daba dos besos en las mejillas, y bajo la leve lluvia seguía el sendero de barro, que lo llevaba a las afueras del Montjuic. La única imagen que tenía en su mente y que rumiaba en su alma era el momento del corte y pacto de sangre que habían hecho en Tudela, cuando se habían jurado “para siempre juntos”.

- Es que tú no lo entiendes Ayub, esto no fue un simple asalto. No tenía un corte en el cuerpo, tenía un corte en el cuello directamente. Alguien se quería asegurar que Yacob muriera. Solamente se llevaron la caja que había dejado sobre la mesa, lo demás, ni siquiera estaba revisado. Y si era algún desconocido, no precisaba matarlo de esa manera. No había nada en el escritorio, ni muebles rotos que hubieran delatado una lucha antes de morir. Yacob estaba tirado junto a la mesa, o sea, que cuando le cortaron el cuello el estaba sentado y murió desangrado como un animal. El corte tuvo que haber sido desde atrás. Alguien que estaba esperando a que se sentara y ahí le cortó el cuello.

***

 

- ¿Y al final encontraste al responsable? – le preguntó Basilio.

 

- Todavía no – le respondió Abraham.

 

- Pero si era contigo el tema, ¿por qué mataron a Yacob?

- Era yo el que siempre iba a esas horas todos los jueves. Muchos de los que estaban allí, ya sabían mi rutina. Sin embargo, el asesino al estar de espaldas y con poca luz, no pudo distinguir quién era.

- ¿Y por qué sería contigo? Basilio comenzó a reírse a carcajadas, los murmullos de lamentos de las otras celdas hicieron silencio, para tratar de entender si ese ruido era una risa o un llanto. ¿Cómo era posible reírse de esa manera en el medio de una mazmorra?

- ¡Judío! – le dijo una vez que logró tomar un poco de aire entre las risas. – ¿Acaso no te das cuenta que te quedan tres días aquí? ¿Cómo puedes hablar de un “todavía no”? – y comenzó a reírse nuevamente.

- No tengo ni idea – le respondió Abraham – pero me parece más imposible que sea contra Yacob. La vida que se llevaron esa noche, tendría que haber sido la mía.
- Si tengo tres días, como dices tú – le dijo tranquilamente – es porque Dios así lo quiso y seguramente ya le hizo pagar el crimen.

- ¿Y dónde está tu juramento? ¿Has jurado en vano? sobre la colina, en la parte más alta y luego estaba totalmente rodeada por

una muralla impenetrable.
- Disculpa Basilio – le respondió Abraham – pero no he jurado en vano, pues todos los juramentos se rompen con la muerte o se pagan con ella. Y es lo que va a ocurrir dentro de tres días.
- Las murallas dicen que caerán en los tiempos venideros, cuando el mesías expulse a todos los infieles de la Tierra – le dijo un viejo que allí pasaba y observaba como Abraham contemplaba el puente sinuoso.

- Pues nada, jJudío – le dijo volviéndole una fuerte energía – que tenemos que salir de aquí, necesito volver con mi familia. Tú serás el invitado de honor – y en ese momento comenzó a cavar en el piso de la celda de Abraham.

***

Abraham se reclinó para ver ese ruido extraño que estaba haciendo y meneó la cabeza, sin creer lo que estaba viendo. Intentando escapar cavando en el suelo, se dijo para sí mismo y se apoyó nuevamente en el muro, dejando caer la cabeza hacia atrás y mirando hacia arriba.

***

Abraham sabía lo que le tocaba en ese momento. Por eso decidió marchar hacia otra ciudad. El tenía que encontrar al responsable, pero se tenía que ir de Barcelona para que no le acosaran. ¿Quien podría ser el responsable de esa barbaridad? La vieja Rebeca, la loca casamentera, había hablado con la familia del carnicero para que Deborah fuera la prometida de Abraham,siguiendo la antigua tradición. Así como había aparecido Abraham en Barcelona, desapareció de ella como un fugitivo, sin despedirse de nadie.

Había cabalgado largas jornadas y en la intersección de los ríos Fluviá y Capellades se encontró con algo que maravilló su vista. Estaba deslumbrado, su caballo aprovechó para inclinarse y comer de las hierbas del costal y él para apearse y sentarse junto a él.

Era un puente monumental, mejor aún que su puente de piedra que cruzaba el Ebro. Este también tenía arcos romanos y estaba hecho en forma de S, para aprovechar las grandes rocas del río donde apoyarse. Era realmente curioso ver un puente de esa magnitud para cruzar un río tan débil como el Flaviá. Luego se dio cuenta de que el puente, en realidad, lo que hacía era subir a la gente a donde estaba la ciudad, ya que Besalú estaba construida Como un relámpago fugaz, se encontró frente a aquel pupitre que sería testigo de su primer paso dentro de la madurez de los hijos de Israel en el templo de Tudela. Allí estaba sentado con sus trece años recién cumplidos, su maestro y tutor Janina estaba a su lado con uno de los pergaminos del Talmud abierto. La vela entre los dos parecía seguir el dedo del instructor, que se detenía en muchos de los nombres de los que Abraham se cuestionaba. En uno de los comentarios del Talmud encontró el nombre de su instructor Janina, que era uno de los amigos de Simón Bar Yojai y discípulo del Rabí Akiba. Aquellos nombres parecían sonar como leyendas en el pasado, como grandes justos, “tzadikim” que tuvo la historia, algo así como ángeles en la Tierra.
-¿Pero cuál es la diferencia entre un ángel en la Tierra y el Mesías? - le había preguntado Abraham.
Janina tenía mucha paciencia con su estudiante o melamed, pero a muchas de sus preguntas le costaba encontrar respuestas. En muchas ocasiones ni siquiera le había respondido, esperando el momento para discutir esa misma pregunta con sus otros colegas del círculo de Iniciados.
- ¿Acaso el Justo y el Mesías no son enviados por Dios? - insistió Abraham.
- En realidad, pequeño, no entiendo mucho la diferencia, pero te podría decir que al Justo lo convocan los hombres, sin embargo el Mesías convoca a los hombres, ¿me entiendes? - le dijo Janina un poco preocupado en lo que estaba diciendo sin mucho convencimiento.
- ¿O sea que Moisés era un Mesías? - preguntó Abraham.
- Puede ser - le dijo Janina un poco dubitativo.
- Entonces... ¿Por qué continuamos esperando al Mesías si éste ya ha venido? - le preguntó Abraham.
- Algunas tradiciones Abraham, por ejemplo en Isaías, dice que el Mesías ya ha venido, en alguna oportunidad que no nos dimos cuenta y ahora estamos esperando su retorno.
- ¿Te refieres al Nazareno? - le preguntó Abraham.
- No me refiero al Nazareno. En el libro de Isaías habla de otro siervo que estuvo entre nosotros, mucho tiempo antes que el Nazareno. Pero el Mesías tiene un gran trabajo que hacer.¿Te has dado cuenta que nuestra casa está diseminada por toda la Tierra, desde una punta a la otra del mundo?
- ¿Por qué nosotros estamos aquí y no estamos en Jerusalén?
- Ya en la destrucción del primer templo a manos de Nabucodonosor en el año 3338 de nuestro calendario, o sea, hace aproximadamente 1800 años, los judíos que lograron escapar de las garras de los Caldeos se vinieron para estas tierras del fin del mundo.
- ¡¿Antes del nacimiento del Nazareno?! - preguntó Abraham sorprendido.
- Así es - le dijo su maestro - Aproximadamente unos quinientos o seiscientos años antes de su nacimiento, los judíos ya vivían por estas tierras. Incluso en la época de la conquista de los romanos hacia esta península fue llamada Hiberia, justamente por ser la tierra donde habitaban los hebreos. La palabra Hiberia quiere decir hebreo, así como el nombre de nuestro río Ebro tiene la misma raíz que hebreo. H,En nuestra lengua las vocales no se escriben y por lo tanto nos quedaría YBR, hoy Iberia o Ebro. Tudela y Toledo son palabras hebreas también.
- ¿Tudela? – preguntó Abraham.
- Tudela, se escribe TDLH, pero su origen es de Tudel, o sea TWDAL que se escribe en hebreo, ya que TWD significa gracias y AL significa Dios. Luego se pudo haber hecho más árabe y terminar en Alah. Igual que Toledo que en hebreo tiene las mismas letras, sin embargo están cambiadas de lugar, pero Toledo en hebreo se escribe TWLD y viene de la palabra Toledot que quiere decir generaciones. ¿Me entiendes? – le preguntó y continuó
- Tras la caída del Imperio Romano los Godos y los Visigodos, o sea, los bárbaros de Europa quedaron en estas tierras, pero no por conquista, sino por la caída del Imperio Romano. El Imperio Romano se desmoronó por el castigo de Dios, no fue una batalla la que le dio su derrota, fue su orgullo. El mismo que ostenta hoy los Almohades y los Cristianos en estas tierras que no son de ellos. Ellos son tan extranjeros como nosotros o quizás peor, ellos son los verdaderos extranjeros. Hoy la Iglesia habla de expulsarnos, los almudines hablan de expulsarnos, cuando Iberia tendría que ser legítimamente nuestra.
- ¿Por qué Dios nos ha quitado nuestra tierra? - preguntó indignado Abraham.
- Te aclaro Abraham que el único es justo y todo comenzó cuando salimos de Egipto de la mano de Moisés. Moisés estuvo negociando la liberación del pueblo de Israel de Egipto durante cuarenta años; Habló más de diez veces con el Faraón para que este nos dejara regresar a nuestra “Tierra Prometida”. Directamente Dios actuó sobre el pueblo egipcio, enviándoles diez plagas, y sin ser suficiente eso, ellos nos persiguieron hasta las orillas del Mar Rojo, el cual por un milagro de Dios se abrió dejando pasar más de seiscientas mil almas, eso es mucha gente. Sin embargo, cuando entraron los egipcios al mar, éste lo cerró ahogando a los perseguidores del pueblo preferido; aún así después de recibir los diez mandamientos o la Toráh de la mano de Dios, necesarios para ingresar a la Tierra Prometida, Moisés había mandado a los jefes de las tribus que fueran a explorar la tierra que se les entregaría. Pero cuando estos regresaron, lo único que hicieron fue maldecirla diciendo que “La tierra que visitamos es una tierra que se come a sus habitantes”. Imagínate ,Abraham, como se puso el pueblo tras escuchar estas palabras de los jefes de las tribus: acaban de salir de la esclavitud de Egipto, acaban de presenciar el milagro del Mar Rojo, acababan de recibir los diez mandamientos en el Monte Sinaí y sin embargo lloraron toda la noche quejándose a Moisés y a Aarón por haberlos traído a morir al desierto, diciendo que hubieran preferido quedarse en Egipto.
Abraham sabía toda esa historia que se la repetían todos los años en Pascua, Pesaj, cuando tenía la obligación de hacer todas esas preguntas a su padre: ¿Por qué esta noche es diferente a todas las demás? Es como comenzaba el viejo ritual de las cuatro preguntas que tenía que hacer el hijo a su padre, mientras él iba respondiendo todo el suceso del Éxodo judío de la mano de Moisés. Siempre le había dicho que el pueblo judío era de dura cerviz. ¿Qué significaba eso?, ¿por qué un pueblo prefería ser esclavo en Egipto y no libre en el desierto?, ¿qué tan dura habría sido aquella esclavitud que solamente ellos habían vivido y que nosotros desde nuestros días juzgábamos como mala?Sin embargo, ellos querían volver a la esclavitud y no ser libres en el desierto. ¿Acaso nosotros vivimos en un desierto como para juzgar aquellos hombres? Se preguntaba muchas veces.
- El principio del error es pensar que el pasado haya sido mejor que el presente - le respondió a su mirada el maestro.
- El hoy es mejor que el ayer y el mañana mejor que hoy - dijo riendo Abraham.
- Así es - le respondió su maestro - Siempre que miramos hacia atrás seremos castigados, ya lo había enseñado Dios con la mujer de Lot, cuando ésta miró hacia la ciudad de Sodoma y Gomorra y se convirtió en estatua de sal. Pues esto mismo le pasó al pueblo de Israel, fueron castigados por Dios a no entrar en la Tierra Prometida.
- Parece que esa maldición ha llegado hasta nuestros días - le dijo Abraham pensativo.
- Abraham - le dijo pensativo el maestro - sé que es difícil creer o entender cómo es posible que seamos el pueblo elegido, cuando Dios nos condenó a caminar durante cuarenta años por el desierto, nos condenó a ser esclavos en Egipto, a ser esclavos en Babilonia, de los Persas y de los Romanos; sin embargo,Abraham, tienes que entender que nosotros seguimos sobreviviendo a todos aquellos males, ya no existe más Babilonia, ni Persas, ni Romanos y nosotros sí. La Tierra Prometida en un desierto, la tierra que pueda hacer brotar leche y miel como nos fue dicho es nuestra propia tierra, nuestro propio barro del que fuimos hechos en la creación. Solamente en un desierto, solamente en el abandono total de los placeres de la vida podemos encontrar nuestro verdadero sentido de la vida, ¿recuerdas el Ein Sof? Pues ahí mismo, nuestro pueblo ha sufrido grandes calamidades y esas calamidades es lo que nos ha hecho fuertes, son las que nos han marcado nuestra identidad a lo largo de los miles de años y quizás de toda la eternidad. No serán las únicas persecuciones del pasado las que tendremos, tendremos miles mientras sigamos siendo el pueblo elegido. En el desamparo entendimos que somos nosotros los que nos tenemos que elegir; somos nosotros los que tenemos el nombre de Dios y sin embargo los hombres que habitan la Tierra quieren ese tesoro, el tesoro de sobrevivir como un pueblo, pese a las peores catástrofes.
- ¿Entonces para qué esperamos al Mesías si todo es tan hermoso? - le dijo Abraham irónicamente.
- A lo largo de nuestra historia hubieron varios falsos Mesías, - le respondió Janina - ya que éste lo que tiene que hacer es juntar al pueblo y llevarlo hacia el camino de Dios, llevarlo a la Tierra Prometida, donde todos los hombres bajo el mando de este Rey Justo, tenían que servir al prójimo para terminar de construir el mundo que Dios había comenzado hace miles de años.

***
El viejo viendo que el muchacho no le había respondido, le pidió unas monedas por su dato y éste no le miró. Continuaba sin hacerle caso, observando el puente que se sostenía por gigantes pilares en arcos, sobre grandes rocas que estaban distribuidas por el río, como si fueran una clave a descifrar.
En la mitad del puente había un enorme portal, donde en la parte superior había pequeñas ventanillas donde solamente se podía apreciar la punta de flecha que lo estaba apuntando. Había solados por todas partes. Debajo de la reja que bajaba como si fuera un tridente con sus afilados dientes, estaban los otros soldados que cobraban un peaje para entrar y salir. Para no llamar mucho la atención, Abraham cruzó todo el puente caminando con las riendas del caballo en su mano. No quería ostentar ni verse por encima de nadie. El puente, a pesar de ser majestuoso por donde se lo mirase, era bien angosto, y la gente que iba se chocaba con la venía. Una vez terminó de cruzar el puente se dirigió hacia el centro donde había una plaza. Allí, seguramente, iba a saber dónde se encontraba el Call o la aljama de sus ancestros.
Como no tenía referencia alguna, comenzó a caminar por toda la ciudad; atravesó la plaza Mayor. Las casas eran todas de piedras, sobre las puertas había grandes ventanales, había mojones de madera horizontales, donde habían clavadas algunas herraduras o colgadas ramos de hierbas con poderes especiales. En ninguno de los marcos había marcas de mezuzot que pertenecieran a los hijos de Israel las puertas eran pequeñas y de maderas buenas. Después de caminar entre el frescor de las calles, se encontró frente al Hospital de Sant Juliá. Le había llamado la atención la fachada que tenía, pues parecía una parroquia simulando entrar en los siete cielos del paraíso. Pero en el pilón de piedra de la derecha, tallado sobre el capitel, había como un león doble tomando a un niño o a una persona. En el medio, el hombre parecía tener un corazón invertido y dentro de él una flor de Lis. ¡Qué extraña figura! – pensó mientras intentaba decodificar los mensajes del artesano o maestro de piedra.
En la puerta había un mendigo pidiendo limosna. Abraham hizo caso omiso a las cosas que le pedía y profería si él le entregaba uno de sus maravíes. A sus espaldas estaba la plaza de San Pedro y la Iglesia de Sant Pere, así que cogió el callejón que se abría hacia el río por la izquierda. Prácticamente frente al hospital se encontró con una enorme casa, de muchísimo lujo y un portón en arco de medio punto que le recordó a todos sus puentes de piedra. Era toda de piedra, ningún mojón de madera para sostener frisos, ni nada que se le pareciera, era toda de piedra y en uno de sus costados, en la derecha, había una enorme mezuza. Se acercó y vio que el portón se dividía en dos grandes hojas de madera de la mejor calidad. Tenía un enorme cerrojo de hierro y una pequeña ventana con una argolla para golpear. Golpeó con fuerza, pero nadie salió a su encuentro. Sin embargo, algunas personas que caminaban en grupos, cuando lo vieron golpear esa puerta le escupieron los pies. No quiso tener problemas ya en el primer instante

de su llegada, así que disimuló. Su pálpito era que si seguía bajando hacia el río tendría que encontrar el centro del Call. Pero para no llamar la atención sobre su condición judía se volvió sobre sus pasos y cruzó la plaza de Sant Pere; allí en una esquina había una taberna donde preguntó para poder hospedarse. A unos pocos metros de allí, encontró un hostal conocido como el de los “Tres Arcos”, ya que el hostal se sostenía en un terrible terraplén con tres arcos de distintos estilos: el primero en punta, el segundo mudéjar y el tercero romano. Pensó que era un buen lugar dónde hospedarse y descansar sus sueños. Pensó que tenía que ser una señal encontrar los tres estilos en tres arcos. Lo bueno que tenía ese lugar era que tenía incluido un establo para dejar a su caballo.
En el hostal lo único que se sirvió fue un poco de vino y pan de centeno, que le había parecido de maravilla pese a los días que llevaba hecho. Así que después de comer y antes de que oscureciera, salió para pasear por la misma callejuela en donde había encontrado la gran casa con la mezuza en la puerta. Continuó bajando por las calles y se dio cuenta que su pálpito era cierto, ya que todas las casas tenían una mezuzáh en las puerta. Le había parecido extraño, ya que la mayoría de las juderías hasta ahora, las había encontrado en las partes más alta de la ciudad, y ahora tenía que bajar para dirigirse a ella. Allí encontró la carnicería y obviamente, que a pocos metros de allí se tendría que encontrar tanto el templo como la Yeshiva. El barrio judío o Call estaba contra la muralla que daba al río. Cuando por fin llegó a la parte final de la calle, se encontró con una vista que se le quedaría grabada para siempre. Ahí mismo, en la plazoleta que estaba frente a la carnicería, estaba la vista del hermoso puente fortificado. Más allá del puente se veían las montañas de Montseny y su pasado truncadoo en Barcelona. Las casas que estaban frente a la plazoleta, que parecía un mirador sobre las tímidas corrientes del Fluviá, en cada una de sus ventanas colgaban macetas llenas de geranios rojos. Ahí estaba el templo, el sagrado templo con el que había acompañado su petición al rey Jaume por el portavoz el gran Rabino José de Albo de Daroca. Qué destinos tenía la vida, pensó. Ahora se encontraba en el resultado final de aquella autorización.

La Cita Mortal / David Berniger