CAPÍTULO CATORCE
-Por eso los judíos representamos el encuentro
con Dios permanentemente y no el abandono de Dio, o de nosotros
hacia él. Si él viene a por nosotros, si él está detrás de
nosotros, ¿cómo nos va a abandonar? Somos nosotros los que perdemos
la fe y en ese paso nos abandonamos.-le explicaba Abraham al Papa
mientras Basilio escuchaba y observaba con increíble atención cada
suceso de aquel memorable encuentro.
- ¿Y cómo lo representan? – preguntó Basilio.
- Nuestro símbolo principal, el que amamos por sobre todas las
cosas, es la menoráh, el candelabro de siete brazos, que en
realidad significa o representa de una manera esquemática el árbol
de un manzano, como puede ser cualquier árbol. Puede ser de una
acacia como el del Arca de la Alianza, como el de la sabiduría, o
como el de la vida. Nuestro símbolo es un árbol, un árbol que al
ser un candelabro de siete brazos, arde. Arde pero no se consume.
Es nuestro encuentro con nosotros mismos, es nuestro encuentro con
Dios, es el pacto que tenemos con él de amarlo por encima de todas
las cosas.
- ¿Y qué es lo que tenía ese sobre que tenía el Papa? – preguntó
Basilio.
- Nunca lo tuve muy claro – respondió Abraham, recordando aquel
momento. El Papa tenía un sobre que realmente parecía estar
vinculado con su propia visita allí. Era un pálpito, pues el Papa
con sus gestos se lo estaba contando o no lo podía
ocultar.
- ¿Esa carta tiene algo que ver conmigo? – preguntó Abraham por fin
en la noche al Papa. El sobre parecía ser muy fino, amarillo y con
un fuerte rosetón rojo de cera lacrando falsamente y con una
extraña estampa.
- Es una larga historia – le respondió el Papa, volviendo sobre
aquella entrega de su cardenal Simón de Brie.-Logramos interceptar
esta correspondencia en uno de los pueblos de Francia, se dirigía
hacia Barcelona. Es del judío Bonastruc, al que los judíos llaman
Nahmanides, dirigida supuestamente al hereje. Están intentando una
revuelta en contra de Roma, pero no del reino particular, sino del
imperio Cristiano. De todos los confines del mundo se están uniendo
y entretejiendo un plan para destruir la Santa Fe de la Tierra.
¿Qué es lo que dice la carta?- le había preguntado el Papa. Pero su
cardenal primero trataba de prepararlo racionalmente por las dudas
de que no entendiera el valor de la misma. -Esta carta confirma el
plan secreto que tienen los judíos contra nosotros. Debimos quemar
a aquel hereje judío que osó a burlarse de todos nuestros doctores.
Y debemos también eliminar a Jaime I “El conquistador”, que por
fuentes fidedignas sabemos que también es un hereje cátaro y de
allí su justificación para no quemar a los judíos de
Barcelona.
- Estoy de acuerdo con usted – le respondió el Papa – tienen mi
consentimiento en contra de Jaime I “El conquistador”. Ahora bien,
¿qué es lo que dice esa carta?
-…No he dicho que el Mesías está en Roma, sino que se revelará en
Roma en algún momento, ya que se lo dijo Elías a aquel sabio… que
lo podrá encontrar allá en ese día, que se mostrará allá. En el
Hagadá se dice que el Mesías estará en Roma hasta destruirla, como
ocurrió con Moisés, nuestro Maestro que creció dentro de la casa
del Faraón, hasta que lo castigó y ahogó a todo su pueblo en el
mar… en el texto Pirkey Eijalot dice: ”Hasta que le diga a una
persona a otra: anda a Roma que todo lo que hay en ella no cuesta
nada, y éste le diga: no me interesa nada de allí…”
- ¿Y qué es esto? – preguntó el Papa.
- Esta es una carta que mandó Nahmanides, de lo que le dijo este
hereje a todo el doctorado cristiano en Barcelona.
- ¿O sea, que este hereje viene a Roma a destruirla?
- Así es – le dijo el cardenal – eso es lo que quiero intentar que
entienda. Hay que matar a este hereje antes de que llegue a Roma,
pues realmente la cosa parece bastante seria.
- “… y así como Moisés – continuó leyendo - que se ocultó mientras
se formaba o maduraba para luego enfrentarse al Faraón y pedir por
la libertad de su pueblo en el palacio, así hará el Mesías; irá
hasta el Vaticano y se enfrentará al Papa, para liberar a Israel y
a los judíos de las manos cristianas…”
- ¿Cómo has conseguido esta correspondencia? – le preguntó el Papa.
El cardenal Simón de Brie, no quiso responder, y el Papa
seguramente tampoco quiso escucharlo.
***
Aquel muchacho corría como alma que lleva el
diablo. La desesperación de buscar hacia atrás quién era el que lo
perseguía. Sus pasos tropezaban con todos los obstáculos que
abiertamente se colocaban delante de su fuga. Eran callejuelas de
miedo y corredizos de terror. Apenas algunas farolas disimulaban la
impiedad del sufrimiento venidero. Paró en esa esquina, una brisa
de mar se filtró entre sus pensamientos, tendría que huir por
alguno de los barcos. El joven comenzó a correr en dirección hacia
el puerto y un fuerte golpe por detrás de una de las esquinas lo
atontó por la sorpresa. ¿Acaso crees que te ibas a salir con la
tuya, hijo de las mil perras?-. Eran dos hombres de un tamaño
enorme, armados de espadas y cascos. De pronto aparecieron los
otros dos que venían persiguiendolo a toda velocidad y sumamente
agitados por detrás.
-Es este- le dijo uno de los que llegaban totalmente abatido por el
cansancio, y le soltó una patada en la cara. El joven intentó
reincorporarse y en ese momento le dieron otro golpe en la cara,
intentándolo noquear de una vez por todas. Allí mismo lo llevaron a
la luz del farol y empezaron a registralo. Uno de ellos encontró el
sobre, lacrado con un sello rojo de cera, le bajaron los pantalones
y comenzaron a reírse de su sexo, efectivamente no tenía prepucio.
Uno de ellos, sin pensarlo, tomó su afilada espada y el corte del
miembro pareció saltar por los aires. Fue fino, seco y mortal. Las
risas comenzaron a llenar aquella esquina, mientras el joven
languidecía de dolor y espanto.
- A las ratas- dijo el hombre, tomando el miembro y arrojándolo muy
lejos, mientras los demás se partían de la risa.- Tenemos el sobre-
dijo uno de ellos. En ese momento, de la nada se sintió un gemido,
había sido uno de los cuatro. Cuando los tres lo miraron éste cayó
evidenciando que había sido herido por la espalda. Detrás de él,
como un fantasma ,estaba Abraham parado con una roca en la mano. En
el momento en que los tres se abalanzaron sobre Abraham, éste
sujetó a uno de ellos justo cuando le fue a dar un golpe con el
mismo brazo. Tomándolo del brazo, le hizo girar sobre sí mismo y
cuandootro de ellos se abalanzaba para encestarle un golpe con la
espada, se la clavó a su propio compañero, el cual Abraham sujetaba
como escudo. Abraham aprovechó el momento en el que este soldado
estaba con la espada enterrada en el hombre para propinarle un
fuerte golpe en la cara. En ese momento el otro hombre se acercó
corriendo hacia Abraham con la espada en la mano, y Abraham cogió
rápidamente la espada ensangrentada del hombre que la tenía
incrustada en la espalda y se la clavó. En ese momento éste le dice
al otro que parecía tonto del golpe, que se fuera con la carta y
que se la entregara al cardenal mientras él se entretenía con aquel
mequetrefe.
Abraham viendo que el otro comenzaba a correr con la
correspondencia, se abalanzó sobre el que tenía la espada, pero
éste de un sablazo le tiró la espada por los aires, y justo cuando
se la iba a clavar en el pecho, Abraham le patea con toda sus
fuerzas en los tobillos. En esa caída, Abraham tomó la misma piedra
que había usado para el primer hombre y se la partió en la cara. El
otro hombre ya había desaparecido por los corredores del barrio
judío de Narbona. El muchacho seguía apenas gimiendo, un mar de
sangre se desprendía entre sus piernas.
- ¿De quién era esa carta?- le preguntó Abraham.
- De Nahmanides hacia ti. Tienes que ir a Roma, eso es lo que te
pedía, tienes que ir a Roma.- fueron las últimas palabras de aquel
muchacho antes de desvanecerse en la paz del silencio.
****************
- Nunca supe lo que decía esa carta – le dijo
Abraham a Basilio- pero estoy seguro de que es la que tenía el Papa
sobre su mesa.
- ¿O sea que tú has matado al Papa? – le gritó Basilio – Tú,
creyendo que estabas poseído por el Mesías, fuiste a destruir Roma
y creíste que matando al Papa todo el mundo se echaría a tus pies.
¡Eres un idiota! – le gritó Basilio.
- ¡No he matado al Papa! – le gritó Abraham.
- El Papa murió el mismo día que tú lo visitaste, ¿acaso te crees
que el resto de los mortales son idiotas o imbéciles para no darse
cuentade que has sido tú?, ¿cómo puedes pensar después de todo lo
que me has contado, que uno no crea que eres tú el homicida del
Papa?
- Cuando yo abandoné al Papa, éste estaba con vida, te lo juro
Basilio – le dijo Abraham – Si murió después de que lo visité o lo
mataron luego..., pero yo no he sido.
- Si tú no has sido – dijo pensativo Basilio – alguien que
seguramente sabía que tú estabas allí, lo planificó todo para
inculparte y para que te prendieran y de una vez por todas, te
quemaran en la hoguera. Con seguridad alguien te quiere muerto y
bien muerto, desde hace ya mucho tiempo y lo que es peor, ya
conocía tus planes. Seguramente éste personaje estaría allí
aguardando a que todo se diera para que saliera a la
perfección.
- Puede ser - dijo pensativo Abraham – Seguramente alguien esperó a
que yo llegara al Papa, me dejó entrar, aguardó a que yo me fuera y
luego lo mató para dejar en evidencia que había sido yo.
- ¿Alguien más sabía que tu irías a hablar con el Papa? – le
preguntó Basilio intentando encontrar al que estuviera detrás de
todo esto – El musulmán éste que te vino a visitar, ¿sabía que tú
estabas aquí encerrado?, ¿confías en él?
- Sí – dijo rotundamente – él sería la última persona que me
quisiera aquí, y realmente mucha gente sabía que yo estaba
preparando un encuentro con el Papa para pedir por la liberación de
mi pueblo de toda la colonia nazarena.
Pero Abraham se quedó pensando en la duda de
Basilio. Es verdad que siempre que llegaba a un lugar, al poco
tiempo le ocurría una desgracia. Le habían delatado por judío,
tanto en Narbona como en Santorini. Las familias de aquellas
mujeres tenían un buen motivo para prenderle y quemarlo vivo en la
hoguera. ¿Y si la muerte de su amigo fuera un atentado contra él?
Ahora todo empezaba a encajar, desde Barcelona estaban buscando
apresarle, a Yacob le mataron en su oficina allí mismo en la noche;
luego en Besalú también intentaron prenderle en medio de un motín
contra los judíos; en Narbona;más tarde en Santorini; en Capua y
ahora finalmente lo habían prendido aquí en Roma.
- Por un momento había pensado que aquella carta que tenía el Papa
era una de esas cartas que siempre me delataban, como un judío
entre gentiles,
– le dijo Abraham a Basilio – pero luego recordé ese sello rojo, y
que en realidad esa carta estaba dirigida a mí por el gran Rabí. La
pregunta era cómo sabían que ese Rabí me había mandado una carta.
¿Quién más podía estar enterado de los movimientos de ese Rabí? En
ese momento recordó cuando lo había visitado en Gerona junto a
Yacob y este le había dicho que tenía un buen discípulo en
Barcelona, Rashba se repitió.
- ¿Acaso crees que un discípulo de ese sabio judío te pueda tender
una trampa? – le preguntó Basilio.
- En realidad me parece casi imposible, porque a este Rashba no lo
conozco de nada y él a mí tampoco.Además, ¿ qué es lo que puede
tener en mi contra? Simplemente que recordé el nombre de aquel
encuentro que tuve con el Rabí. – se dijo mientras en sus
recuerdos, descendía junto a Yacob por las escaleras de Gerona
hacia el río Onyar. Lo echaba mucho de menos a su amigo.
***
- Así que el famoso candelabro de siete brazos, que ustedes adoran,
signifi- ca la zarza ardiendo – le dijo pensativo el Papa y
maravillado por la gran revelación.
- En realidad se dice zarza por la sin forma que tiene dicho árbol,
para no adorar a ningún árbol en particular, pero en el libro del
Éxodo se dice que era un manzano, por la exquisitez de ese fruto.
Comer aquella manzana, de aquel encuentro entre Dios, el hombre y
el Espíritu Santo, sería algo maravilloso.
- ¿Y no sería ese el fruto del pecado que comió Eva en el paraíso?
– le preguntó el Papa con la humildad de un buen alumno.
- Creo que el pecado no fue el fruto señor, – le dijo Abraham –
pues los frutos los hizo Dios con una finalidad determinada. El
pecado, le aclaro, fue desobedecer a Dios en un mandato que en este
caso era la prohibición de comer el fruto. Pienso que muchas veces
no tenemos la madurez para hacer un montón de actos. Y también creo
que la reprimenda que mandó Dios a Adán y Eva fue justa por
desobedecer una orden que todavía no estaban preparados para
asumir. Como a nuestros niños, cuando les decimos que no toquen
determinada cosa, para que no la rompan o para que no se hagan
daño. El conocimiento superior en las manos de una persona justa,
puede ser algo maravilloso, pero en la persona irresponsable puede
ser fatal. De ahí quizás las precauciones que Dios debía de tomar
para el cuidado de sus amadas criaturas.
- Ese Dios del Génesis, los castigó con la muerte, aparte de los
dolores y sufrimientos que tenemos que seguir pagando todas sus
generaciones posteriores por aquel pecado.
- Al comer del fruto, Dios nos mostró la conciencia de nuestro
dolor que antes no teníamos. Entender que sufrimos, entender que
mueren nuestros seres queridos, es negar la idiotez que viven
muchos sin saber que están viviendo. Llorar por una persona o
sufrir por nosotros mismos, es una manera de valorar nuestras
insignificantes vidas y luchar por ellas, como por nuestros hijos.
El sufrimiento o el dolor es una conciencia que podemos tener para
buscar o para no olvidar nuestro verdadero camino, que es ir detrás
de lo maravilloso y de la felicidad. Si nuestra vida fuera dentro
del paraíso, no le encontraríamos sentido a nada de la creación, a
nada de nuestras luchas, no haríamos nada, no creceríamos, no sería
necesario ni siquiera un nombre para cada uno de nosotros, ya que
todos seríamos realmente iguales, no hablaríamos porque no
tendríamos necesidad de comunicarnos, no reiríamos porque no habría
absurdos de cosas graciosas. ¿Hasta cuándo podríamos aguantar allí?
Todos los frutos serían exactamente iguales, todos los sabores,
todas las personas irremediablemente iguales, ya que no tendrían
defectos. Y son los defectos como las virtudes las que nos
construyen como personas únicas en el mundo y diferentes a nosotros
mismos en cada día que pasamos y vivimos. Donde nos equivocamos o
resolvemos. Hoy estoy delante de ti, para mostrarte el camino de la
verdad y el de la vida. Y todavía eres incapaz de darte cuenta, que
hoy podría ser el último día de todos los días que tiene reservado
Dios para ti como Papa. Sin embargo, nos arregló un encuentro para
que a través de tu poder, él se pueda manifestar como
corresponde.
- ¿Acaso te crees el Mesías? – le preguntó muy cortésmente el Papa.
Abraham se rió y tomó un largo sorbo del vino acabando su copa.
Esta vez el Papa se levantó y le llenó con ganas la copa, el sonido
a un chorro que no solamente llenaba una copa parecía acompañar a
su alma que estaba entrando en su cuerpo. Hacía muchos años que
Giovanni Caetano Orsini, su nombre original, no se sentía tan
complacido con las palabras que estaban acariciando su alma.
Solamente la verdad tiene ese don, de acariciar el alma y llenar
nuestro espíritu, pensó.
- Señor, – le dijo Abraham – en realidad, todo depende de usted.
Usted puede cambiar la historia aceptando al pueblo judío y
otorgándole la libertad para que regrese a Jerusalén, y a través de
usted unificar a todos los judíos que están en la diáspora. para
realizar un reino judío en Jerusalén. Usted puede también, destruir
todo el paganismo que lo rodea y aceptar el pacto de Abraham,
rompiendo todos los ídolos que ni siquiera conoce su verdadero
origen. ¿Cómo se puede creer en algo que no se conoce? No le digo
que destruya a Roma como hizo Nerón, lo que le pido es que destruya
la idolatría que viste aquíAquí los gentiles adoran a los
cardenales, a las cruces, a los santos, a las imágenes pintadas por
algún trastornado y que es fruto de su imaginación. Porque ni
siquiera son como los romanos, que la copiaban de los originales o
verdaderos.
- ¿Acaso tú me estás insinuando que me haga judío? – le dijo riendo
pero un poco pensativo o incrédulo.
- Usted me preguntó si yo era el Mesías – le reprochó Abraham – y
yo le respondo cuales son las condiciones que necesito para
convertirme como tal. El Mesías, supuestamente, ya nació para
nosotros hace mil años, como dicen nuestras escrituras y de las
cuales nuestro sabio Nahmanides tuvo un juicio en Barcelona
sosteniendo y defendiendo al Talmud. El punto que él explicó al Rey
Jaime I y a los frailes franciscanos, es que decir nacer es una
cosa y ser es otra. Pues para que el Mesías se haga, tiene una
larga cantidad de tareas que debe de cumplir previamente, como por
ejemplo entrevistarse con el Papa – le dijo riendo.
El Papa también se rió, pero en el fondo estaba maravillado con el
personaje que tenía enfrente. Sabía de todo, conocía de todo sin
agredir y hablaba como las mil verdades reveladas en el
Apocalipsis.
- ¿Pero tú has nacido de una virgen? – le preguntó desconfiado el
Papa.
- El Mesías para nosotros no tiene que nacer de una virgen. Tiene
que ser descendiente de David y para que sea descendiente de David,
tiene que ser de la tribu de Judah, o sea, tiene que ser Judío. Es
decir, que para que sea descendiente de David lo tiene que ser por
línea paterna y no materna, pues si mi madre hubiera estado con el
Espíritu Santo, yo nunca hubiera llevado la sangre o el linaje de
David. Por lo tanto, el mesías para nosotros tiene que venir por
vientre materno y con linaje de David por parte de padre, como
supuestamente lo era Jesús también. Pero para nosotros, el mesías
tiene que ser un hombre que luche, un hombre de carne y hueso que
vea la estrategia de cómo llegar al Faraón o al Papa en este
caso.
- ¿Me estás comparando con el Faraón? – le dijo indignado el
Papa.
- ¿Usted no me está comparando con el Mesías? Pues esa es la misión
del libertador del pueblo de Israel y de los judíos; liberar al
pueblo del yugo para que pueda vivir en paz, y para eso he venido a
hablar con usted.
- ¿Y cuál es mi papel en todo esto? – le preguntó el Papa – Si yo
accedo, ¿me tengo que convertir al judaísmo?¿ o simplemente otorgo
los permisos necesarios para que ustedes construyan su tercer
templo en la ciudad de Jerusalén y listo?
- Hay un detalle que tiene que tener en cuenta – le dijo Abraham –
El Faraón y todo su pueblo murieron ahogados cuando salían detrás
de ellos arrepentidos por dejarlos ir. El Faraón estaba atemorizado
con las palabras de Moisés y por eso lo dejó ir. Ahora en esta
oportunidad el Faraón tiene que estar convencido totalmente para
que no salga detrás para su captura.
***
- Le voy a contar una historia: – le dijo
Abraham mientras le daba un sorbo a su copa – Hay rumores de que
por tierras germanas, en una de esas miles de persecuciones que
tienen los judíos, a una de las familias tradicionales judías de
Maguncia le arrebataron un niño. Ese niño fue llevado a una familia
de gentiles que no podía tener hijos, así que una vez fue creciendo
abrazó la fe cristiana. Pero lo más absurdo de todo es que cuando
creció, llegó a ser prelado de la Iglesia, después fue elegido
Cardenal, hasta llegar a ser Pontífice.
- ¡Eso no puede ser! – exclamó el Papa – ¿De cuál pontífice está
hablando?
- Quizás cuando termine de contar la historia usted me lo pueda
responder – le respondió Abraham – Este niño se llamaba Eljanán y
era hijo de un sabio judío llamado Rabí Simón Hagadol. Cierto día,
este Rabí estaba componiendo una poesía y entró su esposa llorando
interrumpiendo aquel memorable momento. El rabí no entendía nada,
entre los gritos desesperados de su esposa y el llanto, hasta que
entendió que la criada que tenían les había arrebatado el hijo.
Este chico era su único hijo, su única herencia y sus únicos
sueños. Era la primera vez que una criada se fugaba con un niño,
por eso al principio no lo podían creer. Esa tarde se juntó toda la
comunidad en el Call de Maguncia para buscarlo por todas partes.
Salían cuadrillas de judíos en todas las direcciones en busca del
niño y la cridada desaparecidos. No habían dejado rincón si
revisar, hasta en los pozos de agua de dentro de las casas
intentaban verificar por las dudas de que estuvieran ahogados o
algo así. Jamás se supo nada de ellos dos, no habían dejado ni una
sola huella. Todo había sido un misterio, de los más grandes
ocurridos dentro de la historia de la comunidad. El Rabí Simón
comenzó un ayuno para que Dios escuchara su plegaria, hizo muchos
días de ayuno para potenciar sus oraciones a Dios, rogándole que le
devolviera a su hijo; pero todo había sido en vano. Ese niño jamás
aparecería y no se sabría nada más de él.
Eljanán era un niño de pocos años,pero habían
pasado ya varios y el niño estaba irreconocible. Entre todos los
cambios que había tenido, uno era que le habían afeitado las peots,
esas trenzas o tirabuzones en los cabellos. En la nueva familia
había aprendido a recitar las oraciones cristianas; los padres
nuestros, “os ave María y un sinfín de plegarias de la Iglesia,
hasta que al fin se volvió fanático del templo nazareno, comenzando
a estudiar allí el sacerdocio. Su nombre también había cambiado, de
Eljanán ahora era Iojanan, Juan. Pero él tenía algo sorprendente
que admiraba a los judíos, tenía una mente brillante y su lucidez
para interpretar versículos o agudos razonamientos, lo habían hecho
escalar rápidamente dentro de la jerarquía eclesiástica. Estaban
tan maravillados con este muchacho que lo mandaron al centro de la
Iglesia, a Roma, para que completara sus estudios seminaristas.
Aquí en Roma continuó estudiando, ascendiendo dentro de la
jerarquía en el Vaticano hasta llegar a ser Cardenal.
Cuando el Papa murió, en el cónclave intimo del Vaticano, Iojanan
fue elegido para suplantarlo.
- Vaya, parece una historia increíble – lo interrumpió el Papa.
Cada dos por tres al Papa Juan le venían fuertes recuerdos de su
infancia que no entendía de donde provenían, se veía estudiando un
libro con letras en hebreo, veía a un hombre barbudo de negro que
cantaba oraciones en hebreo, se veía como era llevado por una chica
cristiana de la mano hacia el bosque para huir para siempre de
aquella casa. Más tarde recordó cuando le habían afeitado la cabeza
y cómo lo vestían con las ropas de la Iglesia, de cómo le enseñaban
a cantar todas las oraciones de Jesús y cómo participaba en
distintos coros para agradecer a Jesús por su suerte. De todas
maneras, había algo que no le cuadrabaa, era un niño que le habían
dicho que sus padres lo habían abandonado y que lo habían entregado
en una Iglesia. En momentos de grandes meditaciones, comenzaba a
entender que aquellas letras que veía en la infancia, eran en
hebreo, y que aquel libro que estaba en sus manos era una Toráh.
Aquel hombre que lo miraba con cariño era su padre, barbudo, con
trenzas en sus costados y de negro era un Rabí. No podía ser otra
cosa que un rabí se decía. Se despertaba sudando de esas pesadillas
como si hubiera visto al demonio. No podía ser que sus orígenes
fueran herejes, no podía ser que sus orígenes fueran
judíos.
- ¿O sea que se dio cuenta que era judío? – le dijo el Papa - ¿Y
qué fue lo que ocurrió? – le preguntó como un niño chico escuchando
a su padre. El Papa Juan estaba seducido por el poder que
representaba, se sentía que dominaba el mundo. Sabía que todo el
mundo le temía, que representaba el poder de algo que no creía más.
Pero no se animaba a dejar todo aquello, todo aquel glamur del oro,
de los reinos para volver al poblado de Maguncia donde vivía su
familia y su pueblo. Tampoco sabía cómo lo iban a recibir en la
comunidad, sabía que su padre era un gran maestro. Se decía que era
el más sabio de todos los sabios y que si se enterara que su hijo
abrazó la fe del nazareno, se iba a querer morir de vergüenza. Así
que luego de miles de noches de insomnio elaboró un plan. Envió un
edicto al Obispo de Maguncia, que se prohibía celebrar el descanso
del Shabat y la circuncisión bajo pena de muerte. La comunidad no
lo podía creer, y fue hablar con el Obispo de Maguncia. Le dijeron
que si ellos dejaban de practicar el descanso del Shabat y de
realizar las circuncisiones a los niños recién nacidos, serían
igual al resto de los pueblos de la tierra. Y eso para ellos
significaba la muerte como judíos.
El obispo les dijo que ese era un problema bastante complejo, ya
que el dictado era directamente del Papa, y que si querían
realmente levantar el edicto, tenían que interceder con el Papa y
no con el Obispo. Así que la comunidad decide mandar al hombre más
destacado y sabio de entre ellos, acompañado de una delegación de
personas importantes de la judería hacia Roma para hablar con el
Papa.
- O sea que no eres el primero que intercede por tu pueblo con el
Papa – le dijo Nicolás III
- Y espero no ser el último, pues la lucha por la libertad
aprendemos que tiene que ser por siempre. La libertad es un don que
se gana y no que se hereda. Al fin llegó la delegación a Roma donde
aguardaba el Papa Juan ansiosamente.
La puerta de la gran sala se abrió, allí aguardaba el Papa ansioso,
muy ansioso que disimulaba como había aprendido en los años de la
Iglesia a no mostrar sus emociones. Controlar la brutalidad
desenfrenada en los más finos y delicados gestos era un arte, el
arte del poder. Que en aquellos muros se transmitía de generación a
generación a sangre viva. Un hombre viejo acompañado de dos hombres
entraron apresuradamente para no quitarle el tiempo supuestamente
“sagrado” al gran Pontífice. Los tres hombres se inclinaron
“obstinadamente” y pidiendo perdón en sus adentros mientras le
hacían una falsa reverencia al supremo poder de la Iglesia. El Papa
sabía lo que significaba para aquellos tres judíos inclinarse y
arrodillarse frente a un hombre. Era la más extrema humillación y
uno de los pecados a los diez mandamientos que decía “no te
inclinarás ante otros que no sea yo tu Dios”. Pero estos tres
representaban al pueblo de Israel y a los judíos. Estaban allí para
salvar la herencia de los judíos de Maguncia por sobre todas las
cosas y Dios en el amor eterno lo entendería y si no lo entendía,
como tres mártires estaban dispuestos a morir por todo su pueblo.
Un gran silencio había en la sala, solamente se escuchaban sus
respiraciones y sus pequeños sermones que se hacían para sí mismos.
Con seguridad Dios en su suprema bondad los iba a perdonar por
semejante pecado. El Papa Juan se levantó de su trono y viendo uno
de los notables que el gran Rabí Simón Hagadol le iba a besar los
pies, se adelantó para que este Rabí no tuviera esa humillación.
Pero el Papa, lo atajó y le dijo que no era necesario, que sabía
que todo aquello era muy fuerte para ellos. Los judíos no entendían
nada, se imaginaban encontrar con el peor de los déspotas
cristianos de la historia, hasta ese momento nadie había prohibido
el festejo del Shabat y la circuncisión de los niños. Estaban
confundidos, que se estaría tramando este Papa, de cuánto dinero
estaría pensando para levantar esa bula papal.
- ¿A que han venido? – les preguntó por fin el Papa
El Rabí Simón Hagadol, le contó lo funesto que era no poder
realizar el Shabat y no circuncidar a sus niños. Realmente era
exterminar al pueblo judío sobre la faz de la tierra.
El Papa escuchaba con atención y en silencio. Reconoció a su padre,
en la mirada, se quería contener la emoción de haberse encontrado
con su familia. Pero hacía lo imposible por disimular cualquier
síntoma de emoción. Ahora su cabello era blanco al igual que sus
“peots” y la gran barba que le llegaba al medio del pecho. Había
pasado más de treinta años desde entonces. En sus ojos se veía
lágrimas de tristeza y alguna cicatriz que nunca había sido
curada.
- Háblame de su familia – le dijo el Papa al Rabí. Este quedó
estupefacto. No sabía que responder. El podía entregar su vida,
pero no la de sus hijos, ya había perdido uno injustamente y no
estaba dispuesto a perder ninguno más.
- ¿Cuántos hijos tienes? – le preguntó el Papa Juan.
- Eso que tiene que ver con sus edictos – le preguntó el
Rabí
- Pues quiero saber si has venido aquí como padre de familia o como
notable de tu pueblo de Maguncia.
- He venido como las dos cosas, mi pueblo también son mis hijos y
mis hijos son mi pueblo.
- Pues la pregunta era clara – le repitió el Papa – ¿cuántos hijos
tienes tú como padre?
- Tengo dos hijos y una hija – le respondió el Rabí
- ¿Como se llaman ellos? – insistió en la pregunta.
El rabí respondió con cada uno de los nombres, pero nunca dijo el
nombre de Eljanán. El papa sintió una fuerte puñalada en el pecho.
¿Cómo era posible que no lo hubiese nombrado?
- ¿Y no te ha faltado nombrar a otro hijo? – preguntó el Papa. El
Rabí Simón dudó, pero vio que el rostro del Papa, no era
inquisidor, sino más bien de una extraña curiosidad cuasi
familiar.
- Dime la verdad – le insistió el Papa, pero esta vez el tono de su
voz lo comenzaba a traicionar, dejando mostrar una pequeña mueca de
dolor en sus labios. Los dos notables observaban de lejos y
parecían preocupados. El papa, les ordenó que se fueran y que lo
dejaran solo con el Rabí. Los ojos comenzaron poco a poco a
reconocerse, el Rabí al principio quería eludir la mirada que
parecía inquisitoria del Pontífice, pero se dio cuenta que era más
familiar y suya que otra cosa. El papa, reconoció una vez más las
millones de lágrimas que habían sido vertidas por aquellos ojos,
que habían perdido un hijo sin una causa aparente.
- Si – dijo mientras comenzaba a llorar el Rabí y soltaba de a poco
las riendas de un contenido llanto. En ese momento el Papa lo
abrazó en el momento que le decía que era él, ¡Soy Eljanán, tu
hijo, ahora soy el Papa Iojanan, el Papa Judío! El padre no pudo
contener la emoción y lo apretó con fuerza, no lo podía creer, por
un momento pensó que había tocado al mismo Dios con las manos.
Parecía que su corazón no iba a resistir, lo abrazaba y lo
besaba.
- ¿Pero que te ha pasado hijo mío? ¿Cómo has podido convertirte en
esto? ¿Y cómo has podido hacer esto contra tu familia? – le dijo el
padre mientras se separaba de aquellas garras.
- No sabía que era tu hijo, hasta que en sueños me fue revelado. Y
lo del edicto fue un plan para que vinieras a mí y preguntarte ¿si
estabas dispuesto a aceptar a tu hijo nuevamente? Nunca podré
perdonarme lo que hice, hace tiempo que sé que soy un judío, pero
el enorme poder concentrado en las manos de un solo hombre, muchas
veces consume el cerebro y seca el corazón.
- No te preocupes hijo mío, que Dios se apiada de quién confiesa su
arrepentimiento.
Así pasaron los días, aquella delegación había regresado contenta
con los edictos revocados del Papa Juan. El vaticano parecía
tranquilo hasta que una mañana, uno de los cardenales más íntimos
del Papa, se desesperó cuando no encontró al Papa por ningún lugar.
Así pasaron los días hasta que la comunidad cristiana, se conmovió
cuando le dieron la noticia que el Papa había desaparecido, pues
nadie conocía su paradero, no había dejado huella ni rastro, como
si la tierra se lo hubiera tragado.
- ¿Y qué fue lo que pasó? - Preguntó Nicolás
III – ¿qué me quieres decir con este cuento? Ya sabes que este
cuento es toda una mentira.
- ¿Acaso no conoces ningún Papa Juan? – le dijo riendo Abraham –
hay más de veinte. Tu mismo eres el ciento ochenta y
ocho.
- ¿Y tú sabes lo que ocurrió con este papa? – le preguntó Nicolás
III
- Este es uno de los secretos que tiene muy celosamente guardado la
comunidad judía, ya que este Papa Iojanan, regresó a Maguncia con
el nombre de Eljanán y trabajó junto a su padre y luego se dedicó a
la Toráh como uno de los mejores judíos. Muchos cambios papales a
favor de los judíos fueron hechos por este mismo papa.
- ¿Y qué me quieres decir con este cuento? – le preguntó el
Papa
- Que muchas cosas que pasen aquí, también se guardarán en el más
absoluto secreto para protegerte. Tú también si quieres puedes
fingir tu muerte al conocer la verdad. O puedes cambiar la historia
junto a mí para morir con honor.
***
Cuando Abraham abrió los ojos, no sabía si
estaba soñando, allí en la celda de al lado estaba Basilio de pie
hablando con alguien. El guardia había dejado la antorcha de la
pared encendida para poder venir a buscar la visita cuando
terminara el horario. ¿Con quién estaría hablando Basilio? En todo
el tiempo que habían permanecido juntos nunca lo había venido a
visitar nadie. Hablaban bajo y sospechó que se estarían refiriendo
a él. Basilio dos por tres giraba la cabeza hacia donde estaba él y
continuaba cuchicheando. Algo estaban tramando, así que juntó
fuerzas y se dirigió hacia los barrotes donde estaba
Basilio.
- ¿Qué es lo que están tramando? – preguntó Abraham, y cuando vio
quien era la otra persona se sorprendió.
Basilio lo miró sin entender el por qué de esa reacción – No
logramos despertarte – le recriminó Basilio, por eso está hablando
conmigo, para continuar con el plan.
- Lo siento Ayub – le dijo Abraham – realmente no distingo lo que
ocurre o lo que sueño. No sé si es de día o de noche. Si es ayer o
mañana, si están conmigo o contra mí.
- Tranquilo Abraham – le respondió Ayub – estamos viendo la
posibilidad de cambiar el destino. Mañana a esta misma hora
seguramente si no hacemos algo ya mismo, serán carne asada. Las
estacas ya están en la plaza, montañas y montañas de paja, ramas y
arbustos secos están apilados a los costados de toda la muralla. Te
acusan de haber asesinado al Papa, de haberle dado hierbas
venenosas. Durante tu visita al pontífice, hubieron testigos que te
reconocieron al salir desde el balcón, cuando entraron a la
recamara del Papa, éste ya estaba muerto. Dios no quiere este
destino para ti Abraham, por eso estamos tramando el
escape.
- Es imposible salir de aquí – respondió este desanimado.
- Ya te he dicho tonto que lo haremos por el suelo – le reprochó
Basilio fastidiado de tanta negatividad y fracaso mental.
- ¿Quién lo ha encontrado? – volvió en sí Abraham hacia su amigo
Ayub
- El cardenal Simón de Brie que era su huésped – le dijo pensativo
– sin embargo – hizo una pequeña pausa pensando en lo que no iría a
decir.
- ¿Sin embargo qué? – preguntó Abraham
- Algunos rumores dicen que estaba todo ensangrentado corriendo por
los corredores
- ¿Ensangrentado? – Preguntó Basilio – ¿acaso
lo han atacado físicamente?
- No – dijo pensativo Abraham con un gesto de negativo –
seguramente se desprendió la carne que cubre el sexo.
- ¿Cómo lo sabes? – preguntó Ayub
- Pues era el primer pasó para cambiar el mundo – dijo Abraham
pensativo
- ¿Acaso lo circuncidaste? – le preguntó Basilio
- Ese fue seguramente el motivo de su muerte – dijo Ayub, mientras
Abraham afirmaba con la cabeza.
- Seguramente se desangró hasta expirar y nadie lo ayudó – se dijo
para sí mismo Abraham.
- ¿Cómo se te ha ocurrido hacerle la circuncisión al Papa? – le
gritó Ayub no soportando más tanta locura.
- No lo he hecho yo – dijo Abraham – seguramente fue una
automutilación, algo descontrolado y sin conocimiento en la
materia. O quizás alguien aprovechó su herida para darle
muerte.
- Sin embargo el motivo que han dado públicamente, fue de un
infarto al corazón en su residencia de Soriano de Cimino y no en el
Vaticano, causado por hierbas venenosas desconocidas traídas de
tierras exóticas.
La Cita Mortal / David Berniger