CAPÍTULO 7
Ramiro
—Así que tu primita está de novia otra vez... —dijo Ramiro, mientras se sentaba en la barra del bar, todavía sudoroso por el partido.
—¿Marcela? —se extrañó Claudio—. ¿Contra quién?
—No sé. Un vecino, creo.
—¿Un vecino? ¡Qué raro! El único vecino con el que se tratan es Damián. Y él y yo somos íntimos... ¡Imagínate que hasta le pedí que fuera mi padrino de boda! De ser así me lo hubiera contado.
—No sé. A mí me lo dijo una amiga.
—Parece que te picó fuerte mi primita —se burló Claudio. —Mira que ya te lo advertí: únicamente con fines serios. Es una muy, muy buena niña. Y no es de las que se acuestan sin una libreta bajo la almohada.
—Sí, boludo54, ya me lo has dicho mil veces. Pero putas se consiguen en cualquier lado. Yo estaciono el Mercedes en la puerta y caen como moscas... La amiguita de tu prima, sin ir más lejos. Buena puta parece esa. Una de estas noches le hago el gusto y me la bajo55... En cambio niñas serias, para casarse, hay pocas...
—¿Y tú quieres casarte?
—Si consigo una niña virgen, seguro.
Claudio lo miró asombrado.
—¡Epa!
—¿Qué? No me gusta que se burlen de mí. Y menos una mujer que elijo para toda la vida. ¿Hago mal?
—No, no digo eso... Me extraña que pienses en matrimonio. Que yo me case, vaya y pase, porque hace más de tres años que convivimos con Ana, y no queremos niños sin antes tener la libreta. Además los dos pasamos los treinta. Pero tú, todavía eres un pendejo56.
—Más o menos. Tengo veinticinco. Mira, yo ya soy escribano57. Los negocios marchan todo lo razonablemente bien que pueden andar en este país de mierda. Después de todo, ¿cuántos tipos de mi edad pueden decir que tienen medio millón en el banco, no te parece? Además correrla58, ya la corrí. Lo único que me falta es casarme.
Claudio lo miró con asombro. ¡Era raro ese fulano! Pero dentro de todo no era tan mal tipo...