CAPÍTULO 2

Lola

 

—De nada—dijo el editor en jefe, y se quedó mirándola mientras se iba. Ella caminó unos pasos, contoneándose. Luego se dio vuelta y le regaló una sonrisa cómplice.

Lola sabía seducir. Había algo en su andar, en sus piernas bien torneadas, en su expresión altanera. No era precisamente linda, pero sí sumamente sensual. Y le gustaba compartirlo con todos. Era competitiva con las mujeres, pero en cambio siempre buscaba algún contacto cómplice con los hombres. Sentir su dominio sobre ellos le daba un inmenso placer.

Aquella tarde tenía que encontrarse con Alberto. Odiaba ese papel de “novia” en que él la colocaba. Odiaba su formalidad, el apego a esa horrible familia que tenía y que quería imponerle a toda costa. Pero había amado ardientemente su voluptuosidad y esa cosa de “macho italiano” que todavía la subyugaba.... a veces. Después de todo, nada era para siempre.

Se demoró todavía un poco más. Había quedado con Alberto a las siete, y apenas eran las ocho. Si llegaba a las nueve iba a conseguir que él estuviera tan furioso como para olvidar su terrible charla diaria sobre matrimonio, y poder retomar, en cambio, el tema del viaje a Estados Unidos. Él era su pasaporte. Él podía darle la estabilidad que buscaba para abrirse paso con su cámara fotográfica por el mundo. En Buenos Aires ya había llegado a su techo. Las fotos elegidas por la revista lo confirmaban. Allí no había mucho más por hacer.

Todo lo que le restaba era terminar de convencer a Alberto y empezar una vida nueva.

* * *

Por cábala23 a Alberto no le gustaba presentarle sus mujeres a Damián.

No es que no lo quisiera, no. Habían sido amigos desde los dos años, cuando su familia se mudó a la casa de al lado. Habían hecho juntos todo el colegio. Incluso eligieron la misma carrera, influenciados quizás por el padre de Damián, que era el médico del barrio24...

Tampoco era que no se considerara buen mozo. Se sabía del tipo ganador. Morocho, de ojos celestes, y un cuerpo esculpido por toda la natación del club, siempre había podido conquistar a las mujeres con facilidad.

Pero Damián...

Le molestaba sentir la reacción de ellas cuando Damián entraba en escena. No era por lo físico, no... Había algo en él... Algo de nene abandonado, quizás. ¡Vaya a saber! No podía meterse en la cabeza de una mujer. Y, de hecho, era el último lugar en que le interesaba meterse, cuando de faldas se trataba.

Además, Damián seguía inexplicablemente suelto25. Estaba la abogada, por supuesto, pero él no parecía demasiado entusiasmado. ¿O quizás sí? Mentalmente Alberto anotó que tendría que consultarlo con Marcela. Su hermana era algo así como la consejera sentimental de su amigo.

Lola seguía charlando con Damián, inclinada sobre él, tocándolo ante la menor oportunidad. Alberto trataba de contenerse, pero no podía dejar de sentirse furioso.

Nadie tenía la culpa... Era la forma de ser de Lola...

Era...

Damián cruzó su mirada con la de Alberto, en el otro extremo de la sala. Ya conocía esa cara, así que rápidamente buscó una excusa y se levantó para ir hacia la cocina. Lola estaba buena, pero no valía la ira de su amigo... ¡Lástima que Alberto fuera tan celoso! Su novia era justo del tipo para compartir.

* * *

—¿Necesitas algo?

La voz y el tono de su cuñadita hicieron que Lola pegara un salto y dejara la agenda que tenía en las manos sobre la mesa.

—Nada, Marcela. Alberto me mandó a buscar el número de teléfono de Damián. No podía acordárselo.

—¿Cómo que no se lo acordaba? Te ha tomado el pelo26. Nunca anotamos el número de Damián en la agenda. Todos lo sabemos de memoria—dijo Marcela, extrañada.

—Entonces seguro que no me lo quiso dar. ¡Es terriblemente celoso tu hermanito!

—Ya lo creo...—comenzó a decir la muchacha mientras se iba. Le molestaba estar en la misma habitación con la novia de su hermano. Pero al apretar el paso sintió la voz enojada de Lola.

—Al final, ¿me lo darás tú, o tendré que seguir buscándolo por mi lado?