CAPÍTULO 5

Marita

 

—Ya me estaba yendo. ¡Me dejaste plantada con los planos!—se impacientó Marita.

Ella era buena, pero decididamente no le gustaba que la “pasaran”38, sobre todo cuando se trataba de trabajo para la facultad.

—Discúlpame —rogó Marcela—. Damián me necesitaba y...

—¿Damián? Es tu vecino, ¿no?

—Sí.

—El médico buen mozo y soltero del que me habló tu mamá, ¿no?

—Sí.

—¿Qué quería?

Marcela trató de ordenar sus pensamientos.

—Nada—contestó dubitativa—. Sólo quería que fuéramos novios.

—¡¿Qué?!

Marita dejó sus cosas a un costado y comenzó el interrogatorio. Marcela le contó todo, o lo poco que había entendido, mientras su cabeza hacía esfuerzos por mantener atado a su corazón.

Marita parecía fascinada con el relato. De la misma edad que Marcela era, como ella, “una chica de familia”. Así que la aventura de su amiga con un hombre mayor le parecía inquietante.

—Bueno—dijo a modo de conclusión—, al menos con este falso noviazgo podrás “transártelo”39.

—¡¿Qué dices?!

—¿A ti te gusta, no?

—No.

—¿Segura? —insistió Marita con suspicacia.

A Marcela le corrió un escalofrío por el cuerpo... Ya hacía mucho tiempo de eso.

—Bueno... Cuando me hice adolescente por supuesto me enamoré de Damián. Él era tan dulce, tan compañero conmigo, que creo que fue lógico.

—¡Buenísimo! —interrumpió Marita—. ¡Como en la película “El amante”!

—¡¿Qué estás diciendo?! ¡Nada que ver40! No pasó nada. Con Damián nunca ocurrió nada. Yo nunca dejé de ser para él su hermana menor. Así que después de mi cumpleaños de quince41 decidí no darme más manija42 con eso.

—¿Y por qué después de tu cumpleaños?

Marcela agachó la cabeza. A pesar de que hubiera pasado tanto tiempo, todavía le dolía recordar.

—Cuando iba a cumplir quince años Damián estaba todos los días aquí, porque estudiaba con Alberto.... Y a mí me pasaban por la cabeza todo tipo de pavadas. Soñaba que si él me veía de alguna manera distinta, sin el uniforme, sin la cosa de todos los días, se iba a dar cuenta de que al fin me había convertido en una mujer. Soñaba que si alguna vez me tenía entre sus brazos... ¡Qué sé yo! Uno a esa edad se hace la película43.... Así que me empecé a obsesionar con mi cumple de quince...

—¿Qué tiene que ver tu cumpleaños de quince?

—No sé... — respondió Marcela, avergonzada—. Ideas mías... Me imaginaba que al bailar el vals, así vestida...

Sintió un calor intenso que poblaba de rojo sus mejillas —Ya te dije: me hice la película.

—¿Y qué ocurrió con el vals?

—No hubo vals. Al menos no con él. Llegó como a las tres de la mañana acompañado de una mina44. Te imaginas: yo con mi sombrita45 celeste cielo, mi brillo en los labios, mis bucles, mi vestido de princesa del subdesarrollo… Y ella con bruta46 minifalda y la cara más pintada que una puerta. ¡Me sentí terrible!.. Pero lo peor vino después, cuando nos presentó. Le dijo: “esta es la nena que cumple años”, señalándome... “La nena que cumple años”... Nunca dejé de ser eso para él: una nena que cumple años. Lloré quince días seguidos, y después me juré borrarlo de mi cabeza. Y te puedo asegurar que lo he cumplido hasta hoy.

Marita parecía desilusionada. Marcela era más inocente de lo que a primera vista le había parecido. Ahora entendía por qué no le daba “bola”47 a ese tipo de la Cultural Inglesa. En realidad, ahora entendía por qué no le daba “bola” a nadie... Marcela no sabía ganarse a un hombre, eso era evidente.

—¿Por qué plantaste a Nacho? Yo creí que...

—Lo planté porque era un pulpo. Aquí todos pensaban que era muy inocente, pero cuando salíamos tenía que defenderme con uñas y dientes.

—¿Tenías que defenderte? No entiendo... ¿Tú por casualidad no serás virgen, no?

Marcela se sorprendió por la pregunta.

—¿Tú no?

Marita se quedó pensativa. En términos estrictos lo era. Pero de seguro había perdido la inocencia hacía rato. Incluso recordó el intento fallido de su último novio... Por eso ahora sólo se interesaba en hombres maduros.

—Casi—respondió.

—¿Cómo se puede ser “casi” virgen?

—Yo soy virgen por falta de ocasión.

—Yo soy virgen por convencimiento —replicó Marcela con toda la soberbia de su inexperiencia.

—Tantas Misas te están afectando el cerebro—se burló Marita—. Pero a mi lado vas a aprender muchas cosas... ¡No hay nada mejor que las buenas compañías!