Capítulo 38
—¡Hola, preciosidad! Alabados sean los ojos que te ven… —exclamó Michael Kelly al pie de la escalerilla del avión y le plantó dos besos—. ¿Cómo estás?
—Embarazada, así que no estoy para muchos trotes —el americano le miró el vientre y silbó moviendo la cabeza—. Gracias por venir.
—¡Hola, chicos! —Mónica Newman saltó a los brazos de Andrew para darle un beso en la boca pero él la esquivó y ella se hechó a reír—. Perdona, bombón, se me había olvidado que ahora eres un hombre comprometido.
—Bueno, ¿qué sabemos?
—Pan comido —contestó Kelly abrazándola por los hombros para llevarlos al coche que tenía aparcado fuera de ese aeródromo privado de París—. Están en un apartamento del precioso barrio de Saint-Germain-des-Prés.
—Perfecto —respondió Eve sujetando las lágrimas. Llevaba horas sin dormir repasando una y otra vez los hechos e intentando contactar mentalmente con Rab, como en la guerra, cuando le bastaba cerrar los ojos para sentirlo, y aunque presentía que estaba bien, no podía espantar la sentación de terror que le atenazaba los nervios de todo el cuerpo—. Me alegro.
—Seguimos al muchacho, Fred Livingstone, que estuvo haciendo contravigilancia por los hoteles y restaurantes donde se mueven los agentes internacionales, imaginamos que para comprobar si seguían a salvo y ganando tiempo con su coartada. Mónica lo cazó en Montmaitre y lo siguió sin problemas.
—Llevan en la casa desde ayer. Esta mañana no han salido, me lo ha confirmado mi contacto de la zona, y podemos intervenir cuando quieras.
—¿Tamara y Alexia? —preguntó Andrew.
—Bueno, es la teoría de Eve y nosotros la apoyamos —contestó Kelly—. A mí esa mujer, Lopidato, no me gustó ni un pelo, ni antes ni después de cerrar lo del Mirlo Blanco. Obstruyó a la justicia y nos intentó mantener todo el tiempo al margen, ocultando pruebas y datos. Una zorra capaz de cualquier cosa y si son hermanas… suma dos más dos y lo tienes cantado.
—¿Y qué sabemos del MI6?
—Están trabajando aunque aún no han llegado a nuestra conclusión, pero los podemos llamar en cuanto tú me lo pidas, Eve.
—Primero intentaré hablar con ellas, comprobar que Robert está bien, a lo mejor con algo de suerte esto se resuelve sin montar un escándalo, ni perjudicar a nadie.
—¿Y qué estarán esperando? —preguntó Andrew encendiendo un pitillo.
—Esperan a alguien, seguro —contestó Mónica—, y no les importa arriesgar y quedarse, no son idiotas y saben que ya habrá gente preguntándose por el paradero del coronel McGregor.
—Entonces, ¿qué quieres hacer, señora McGregor? —Michael la miró y le guiñó un ojo—. Tú mandas.
—Vamos a Saint-Germain-des-Prés, entraré para hablar con ellas y si es imposible, vosotros tomáis el mando.
—Hecho —contestaron los dos norteamericanos y Andrew se apoyó en el respaldo de su asiento cerrando los ojos. Robert lo mataría cuando viera a su mujer embarazada allí, se volvería loco, seguro, pero no había ya fuerza humana que pudiera deneter a Eve. Lo había intentado denodadamente desde la noche anterior, pero ella se había cerrado en banda. Solo le quedaba rezar.
Saint-Germain-des-Prés, Distrito VI de París, un barrio precioso, bullicioso, herido por la guerra, pero luminoso a finales del mes de mayo y rebosante de actividad. Maravillosos recuerdos la inundaron en cuanto pisó la calle Dauphine, muy cerca de donde había estado el hogar de su querida tía Charlotte. Eve tuvo que respirar hondo y apoyarse en la pared antes de hacer lo que tenía que hacer porque, de pronto, llegar allí trasladó su preocupación brutal por Robert hacia una añoranza profunda, de enorme tristeza por sus tíos, aquellas inofensivas personas que habían muerto en condiciones espantosas al principio de la guerra, en un campo de concentración, sin mayor culpa que la de haber nacido en esa época que les había tocado vivir. Tragó saliva e intentó recuperar la calma confirmando que no había sido buena idea ir al barrio, aún no estaba preparada para ello, no lo estaba, aunque el motivo que la había empujado hasta allí era superior a todo, no había nada más importante en el mundo que llegar hasta Robert.
Su pequeño pero eficiente equipo de apoyo estaba muy cerca, y los tres la iban a seguir con la mayor discreción hasta el piso donde supuestamente estaban Tamara y Alexia con Rab, y una vez que consiguiera entrar, Michael le había dado una hora para intentar solventar el tema ella sola, tras lo cual si no daba señales de vida, entrarían a saco en el apartamento tomando el mando a su manera, asunto que había aterrorizado aún más al pobre Andrew, que lo estaba pasando fatal esa mañana. Había hecho un último esfuerzo por convencerla de no meterse por medio, ofreciéndose él mismo a abordar el piso, pero no era viable, no serviría de nada que lo mataran antes de abrir la boca y la única opción era ella, a la que Tamara no se atrevería a tocar, al menos eso le decía su instinto y con ese convencimiento se quedó de pie en un portal, pistola en mano, esperando a que Fred Livingstone regresara de su ronda matinal por la zona. Los contactos de Mónica, concretamente el frutero de la esquina, le dijo que el muchacho había salido hacía un par de horas y que volvería en cualquier momento. Entonces empezaría la función.
—Quieto y callado o disparo, sabes que lo haré —se agarró al brazo de Fred cuando lo vio pasar por delante y se pegó a su cuerpo. Al chico se les fueron los colores de la cara y se puso tenso como un palo—. Camina.
—Señora McGregor, no, por favor, lárguese de aquí.
—Camina, Fred, y llévame hasta mi marido.
—No le harán daño. Váyase y en unas horas lo soltarán.
—Quiero comprobarlo. ¡Vamos!
Entraron en el portal del edificio y subieron las escaleras a buen ritmo. A Eve se le iba a salir el corazón del pecho pero no lo demostró, se limitó a seguir encañonando a Fred en los riñones mientras caminaban en silencio. No le permitió hablar y cuando al fin llegaron al último piso, él la miró y volvió a suplicar que se fuera, a lo que ella respondió con una furiosa mirada en sus ojos oscuros.
—Querido, ¿dónde te habías metido? Es tarde —Eve oyó la voz de Alexia Smaragd y se puso a la espalda de Fred respirando hondo. De un vistazo comprobó que se trataba de una buhardilla diáfana, enorme, con una puerta al fondo, y bastante destartalada. Fred avanzó hacia el centro de la habitación y entonces ella salió de detrás de él y se dejó ver.
—Hola, Tamara —vio a Tamara sentada en una mesa limándose las uñas y enseñó la pistola antes de dejarla en el suelo—. ¿Dónde está mi marido?
—¡Maldita sea! ¡¿Qué demonios…?! —gritó Alexia levantando su arma para encañonarla. Eve dio un paso atrás y Tamara saltó de su sitio para sujetar el brazo de su hermana—. ¡¿Qué coño haces tú aquí?! ¿Qué has hecho, Fred?
—¡No dispares! Déjala, es inofensiva —la soviética movió la cabeza completamente perpleja, luego miró su precioso vestido de verano a la altura de su vientre y suspiró—. ¿Estás loca, Eve? ¿No piensas en tu hijo?
—¿Dónde está Robert? Por favor —de repente sintió que las lágrimas le mojaban el rostro y decidió suplicar—. Por favor.
—¿Y viene sola? —chilló Alexia—. Seguro que no. ¿Quién demonios la sigue, Fred? ¡¿eh?!
—Mi amigo Andrew me espera a dos calles de aquí, pero he venido sola. ¿Con quién iba a venir?
—Con tus amiguitos del MI6 —la mujer se acercó y la cacheó. Luego se agachó y se hizo con la pistola, que iba sin balas, lo comprobó y la tiró encima de la mesa—. ¿Qué demonios pretendes? ¿Estás loca?
—¿Dónde está Robert? ¿Le habéis hecho daño? —recorrió el enorme apartamento con los ojos nublados por las lágrimas y se detuvo al final de la habitación, en una cortina vieja y sucia que hacía las veces de separador. Percibió que Fred se ponía pálido otra vez y entonces avanzó hacia ella decidida, la descorrió con energía y encontró la cama donde Rab dormía boca arriba, con una mano esposada a la cañería que tenía detrás. Llevaba el mismo traje gris marengo con el que había salido de Edimburgo treinta y dos horas antes. Se acercó para tocarle la frente y le besó el cuello para comprobar que estaba vivo, tibio y respiraba con suavidad—. Rab, mi amor, cariño, soy yo. ¿Lo habéis sedado? ¿Con qué?
—¡Aléjate de él! ¡Fuera! —sintió la pistola de Alexia en la nuca pero no se movió. Se sentó en la cama y siguió acariciando el pecho de su marido—. ¡Déjalo!
—¡No!
—¡¿Qué?!
—No pienso moverme de aquí. Si pensabas matarlo, ahora nos tendrás que matar a los dos —se puso de pie y la mujer retrocedió—. Mátame si quieres porque no pienso salir de aquí sin él.
—Estás chiflada.
—Vale, Eve, mira —Tamara, que conocía la poca paciencia de su hermana, se acercó y apartó a Alexia intentando sonreír—. Mírame, Eve, mírame, sé que quieres a tu marido y que estás dispuesta a todo por él, pero no pasa nada, ¿me oyes? Vete de aquí, ahora mismo y dentro de un rato lo dejaremos marchar, no le haremos daño, no queremos nada de él.
—¿Ah, no? ¿Y por qué lo retenéis aquí? —se fijó en que Alexia fruncía el ceño al oír aquello y comprendió que sus planes no eran los mismos, así que volvió a la cama, se sentó en la orilla, agarró la mano libre de Rab y se la puso en el regazo.
—Es un seguro, un salvoconducto, siempre es bueno contar con un coronel del MI6 cuando las cosas se tuercen.
—¿Qué cosas?
—Mejor que no sepas nada, muchacha —gruñó Alexia desplomándose en una silla—. Y no entiendo por qué le das coba, Tamara, sácala de aquí de una puta vez o no responderé.
—Estoy esperando a Chelechenko… —Tamara, que iba vestida con un pantalón de vestir y chaqueta a juego, se sentó frente a Eve ignorando a su hermana—. Tiene una cuenta pendiente conmigo y la única forma de atraerlo hasta mí era a través de tu marido, pero en cuanto lo tenga, lo dejaremos libre.
—No te creo.
—Haces bien —susurró Alexia mirando el aspecto de esa jovencita tan decidida. Era guapa y muy elegante, a pesar de su insulso vestido rosa de verano, y no pudo evitar recordar su imagen espectacular vestida de rojo para Pascuade… parecía otra persona y a punto estuvo de comentarlo en voz alta pero se calló, porque no era bueno confraternizar con el enemigo, jamás, y mucho menos de la forma en que lo estaba haciendo su hermana—. Deberías salir de aquí ahora que te lo permitimos.
—¿Y Micha? —susurró Eve acariciando el pecho y la mejilla sin afeitar de Robert, que no hacía amago de moverse.
—A Micha lo mataron el 10 de septiembre de 1945, Eve, ocho días después de que acabara la guerra, y no lo hicieron ni los aliados ni los alemanes, lo hizo mi querido padrastro, ¿sabes? Lo aterrorizaba pensar que Micha contara a los soviéticos su verdadero papel durante la guerra, cuando lo mismo colaboraba con los nazis, que hablaba con los británicos o sus camaradas del Kremlin. Sergei siempre fue un oportunista, mi marido conocía todos sus secretos y estoy segura de que jamás lo hubiese delatado —suspiró y se limpió una lágrima rebelde—, pero Sergei prefirió adelantarse y pegarle un tiro en Berlín.
—¿Desde cuándo lo sabes?
—Desde diciembre. Cuando me mandaron a París el año pasado por casualidad me reencontré con Alexia, somos hermanas de padre y bueno… ella me ayudó, me sacó del pozo y consiguió localizar a Micha, mucho más rápido que todos los demás, y pudo comprobar cómo y cuándo había muerto.
—Lo siento mucho…
—Cuéntale cómo nos reencontramos, cuéntaselo a Eve, seguro que le encanta saberlo —Alexia soltó una carcajada y Fred Livingstone agarró una botella de licor que había en el aparador y tomó un trago—. Fue gracias a tu marido. ¿No te contó lo que hizo en el Hotel Ritz en noviembre?
—Se besó contigo en el bar del hotel y Tamara apareció por sorpresa desbaratando su trabajo.
—¿Te lo confesó? —se puso de pie riéndose a carcajadas—. ¿En serio? Al final hasta me va a caer bien McGregor. Y si te soy sincera, me encantó besarlo, menudo tío… fue una recompensa muy gratificante para alguien que tiene que enrrollarse con carcamales asquerosos para conseguir algo de información…
—¡Calla, Alex, por favor! —exclamó Livingstone y Eve lo miró con los ojos muy abiertos—. ¡Ya está bien, joder!
—No te pongas celoso, bomboncito, si el que a mí me gusta eres tú —la mujer se acercó a él y lo abrazó guiñándole un ojo a Eve—. No hay otro como tú… y ahora, deberías ir a buscar el paquete, ya falta menos.
—Aún queda un cuarto de hora.
—¿Y por qué Chelechenko contactó con nosotros en Nueva York? ¿Por qué…?
—¿Utilizó a tu marido? —Tamara suspiró—. Porque me tiene miedo, sabe lo que yo sé, Micha me lo contó todo y cuando se enteró de que había desaparecido en París, sabía que tenía que encontrarme. Afortunadamente nadie consiguió dar conmigo y todo gracias a mi hermana.
—Prometió pasarse a los británicos, compartió información sobre el Mirlo Blanco…
—Para él, el caso Mirlo Blanco era una minucia ridícula, Eve, algo que solo importaba a tu gobierno, y daros la información que manejaban los suyos no tenía la más mínima importancia, ¿no lo ves?
—Lo veo.
—Sergei siempre miente, engaña y manipula.
—Pero la herencia… tu madre… —balbuceó y ella sonrió—. Era verdad.
—Sí, aunque la pobre Juliette vive en la cama desde hace una década y no se entera de nada, lo de su herencia es cierto, y él, que es muy listo, utilizó los recursos que tenía a mano para coger a tu marido por las pelotas, porque desbarató su pantalla y llegó hasta la puerta de su casa, lo presionó desde dentro, él solito, usando una verdad que confundió a un tío tan directo como McGregor. Pretendía que me encontrara a cualquier precio y actuó. ¿Es verdad que se presentó en Escocia? —Eve asintió—. Un maestro de la extorsión de guante blanco. Vosotros desviando la atención hacia Juliette o hacia mí y la puñetera herencia, mientras él se hacía con el control, desde el principio, cualquier cosa con tal de evitar que yo desvelara sus secretos a los soviéticos… Lástima que Robert estaba en Nueva York y no corrió a buscarme a París en noviembre, eso debió cabrearlo muchísimo.
—Dios bendito.
—Cuando llegué a Inglaterra durante la guerra me consiguió un trabajo de mierda en la embajada de la URSS para que fuera sus ojos y oídos allí. Después, al acabar la guerra me aconsejó que buscara protección en el gobierno británico hasta que encontráramos a Micha, me dijo que me protegerían, cuando en realidad solo necesitaba de unas niñeras que me mantuvieran vigilada y callada, esperando a un marido que ya estaba muerto, pero, a pesar de tenerlo todo planeado, no contó con que me mandarían a París, ni con la casualidad de que yo me encontraría con mi hermana. Es un cabrón y morirá por eso.
—¿Igual que Rochester? —no paraba de hablar. «Tú sonríe y sigue hablando» le había aconsejado en el pasado Rab para hacerse con el control de una situación y ganar tiempo.
—Rochester participó en el asesinato de Micha, así que lo busqué y me lo cargué, un hijo de puta menos, así de simple.
—¿Él sabía que Micha había muerto en Berlín?
—No murió, lo mataron, y sí lo sabía, siempre lo supo. Él llevó a mi padrastro hasta Micha, pero prefirió engañarme y acostarse conmigo durante un año prometiéndome dar con mi marido… pero se acabó, Eve, ahora solo falta Sergei, que vendrá derechito a matarme, pero estaremos preparados.
—Y necesitabas que Robert lo hiciera venir a París.
—Exacto, sabíamos que Chelechenko vendría aquí solo si lo llamaba McGregor, así que metimos al coronel en el circo.
—Y si ya ha cumplido su parte, ¿por qué no dejas que me lo lleve? No hará nada, te lo prometo, lo sacaré de aquí y…
—¡No! Pero quién demonios te crees que eres, ¿eh? ¿Juana de Arco? ¿Una puta heorína? —Alexia se acercó apuntándola otra vez con la pistola y Eve se calló—. Ya estoy harta de tus preguntas y te lo digo en serio, McGregor, última oportunidad, vete ahora o asume las consecuencias. Te recuerdo que estás preñada y que ya perdiste un niño el año pasado. ¿Te vas a arriesgar otra vez?
—¡Alexia! —bramó Tamara.
—¡¿Pero y a ti qué te pasa con esta tía?! No es más que un puto problema, ¿no lo ves?
—Siempre fue legal conmigo, me ayudó en Inglaterra y no soy un animal, no lo soy.
—No, no, si lo sabemos, no eres más que una puta amargada y una pusilánime… —las hermanas se enzarsaron en una discusión en ruso que Eve fue incapaz de seguir y en medio del griterío aprovechó para estudiar la buhardilla. No había apenas muebles, ni ropa, ni un libro, nada que hablara de un hogar. Se fijó en la única mesa donde reposaban vasos y platos sucios, y vio la pistola reglamentaria de Rab, fuera de su funda, a mano para ser usada. Se mareó.
—Tiene que irse.
—¡No me iré sin Robert! —gritó y las dos se callaron—. Pensáis matar a Chelchenko con su pistola y luego acusarlo a él, ¿no? En París y sin el apoyo del MI6 lo mandarán a la cárcel, ¿o pensáis liquidarlos a los dos para que parezca un ajuste de cuentas entre espías?
—¡Esta muñequita es un genio! —gritó Alexia dando saltitos.
—¡Cállate! —Tamara miró a Fred y le hizo un gesto—. Dile que se vaya Fred, que se vaya ya.
—Aunque la dejáramos llevarse al coronel, señora, ahora es imposible —intervinó Fred—. Lo drogamos anoche y esta mañana. Estará dormido un par de horas más. Váyase a su hotel y ya tendrá noticias nuestras.
—No te creo, Fred, eres un traidor y un mentiroso. ¿Crees que puedo confiar en ti?
—Mira, Eve, liquidaremos a Chelechenko y cuando McGregor despierte podrá irse por su propio pie o en el peor de los casos, si lo detienen junto al cadáver de Sergei, su gobierno lo sacará inmediatamente de la cárcel. Es el niño bonito del MI6, lo sabes.
—Perfecto, pues me quedo con él.
—La verdad es que tienes agallas, muchacha —Alexia se acercó y le acarició el pelo con el cañón de su revólver—. Y eres muy guapa… pero ahora ya no pintas nada aquí, vuelve a casa y cuida de tus hijos, no te metas donde no te llaman. Esto te queda demasiado grande. Fred —se giró hacia el chico que se estaba poniendo la chaqueta— ve a encontrarte con Chelechenko. Ya es la hora.
—Me iré si me decís que hacíais en Versalles… —mintió Eve mirando la hora de reojo, solo faltaban unos minutos y los demás intervendrían, necesitaba tiempo así que decidió seguir hablando mientras apretaba la mano de Rab que no hacía amago de reaccionar.
—Alexia hacía su trabajo y yo fui a husmear un poco, quería saber si Chelechenko aparecería por ahí. Y Pascuade me tenía aprecio, ya lo viste tú misma.
—¿Y robastéis sus archivos?
—La información es poder, bonita, tú lo sabes mejor que nadie, ¿eh? —bromeó Alexia— porque tú también te guardaste secretitos de Pascaude. Por cierto, anoche, cuando tu marido estaba chuleándose aquí delante, suponiendo que él solito podría con nosotros tres, le conté que François intentó forzarte en su biblioteca. Casi le da un infarto, pobre imbécil, no hay hombre que resista una noticia semejante.
—¿Y decidiste drogarlo?
—Es un tipo muy molesto si se lo propone, no quería colaborar, no quería ayudar, empezó a amenazar… en fin, nada que una buena dosis de morfina no pueda solucionar.
—No entiendo cómo Chelechenko no contó contigo Alexia, te lo digo en serio —se movió en la cama y sintió un pequeño quejido proveniente de Robert—. ¿Cómo no te relacionó con Tamara? ¿Cómo fue tan estúpido de pasar por alto un detalle tan importante?
—Ya ves, nadie es perfecto y hasta el más listo deja cabos sueltos, aunque tú no, ¿eh? Tú eres casi tan lista como yo… ¡Fred! Llévatela. Señora McGregor —le hizo una venia y le indicó con la pistola que se fuera. Tamara volvió a la mesa y Eve se quedó quieta, rogando a Dios que hiciera un milagro mientras Livingstone abría la puerta con calma—. ¡Fuera!
—Sí, yo…
El golpe de la puerta abriéndose de cuajo delante de sus ojos las hizo saltar literalmente del susto. El cuerpo de Fred Livingstone cayó un par de metros dentro de la buhardilla por el impacto de una bala en el centro del pecho y las dos hermanas levantaron sus respectivas armas gritando, listas para recibir al recién llegado, que no era ni Michael, ni Mónica, ni Andrew, como supuso Eve, sino el mismísimo Sergei Chelechenko seguido por dos matones armados. Se inclinó para mover a Rab y antes de poder decirle nada, sintió el ruido de otro disparo.
—Ya está, una zorra menos —pronunció en un perfecto francés Chelechenko. Eve se giró y vio el cuerpo de Alexia inerte en el suelo—. Siempre te dije que no te fiaras de tu familia, Tamara, todos eran un poquito idiotas.
—No tanto si ha sido capaz de engañarte tantos meses.
—En eso tienes razón, no lo voy a negar —el diplomático recorrió el piso con los ojos y cuando se topó con Eve dio un paso atrás muy impresionado—. Señora McGregor. ¿Qué demonios hace usted aquí?
—Teníamos a su marido, deja que se vaya —susurró Tamara.
—Lamentablemente de aquí ya no se marcha nadie —comentó Chelechenko levantando su pistola hacia Eve—. Qué lástima, su familia la echará mucho de menos, querida…
—Yo creo que no.
Eve oyó el acento escocés de Andrew y el primer disparo casi a la vez. Su amigo entró disparando a los escoltas del soviético, que inmediatamente respondieron al ataque, y detrás de él vislumbró a Mónica y a Michael, pero no pudo ver nada más porque en medio de fuego cruzado sintió la mano de Rab agarrándola por la cintura, elevándola y colocándola justo al otro lado de la cama para protegerla con su cuerpo, cerró los ojos y se aferró a su pecho hasta que oyó la última detonación y la voz clara y divertida de Kelly.
—¡Alto el fuego! Todos sanos y salvos, al menos los míos.
—¿Qué demonios haces aquí, Eve? —susurró Robert, ella sonrió y se incorporó para besarlo, pero él cerró los ojos y se desplomó sobre su hombro.
—¡Rab! ¡Mírame! ¡Robert! ¡Maldita sea! ¡Rab!
—Tranquila, no está herido —Andrew y Mónica lo apartaron de ella y lo revisaron de arriba abajo mientras Eve se ponía de pie de un salto.
—Le han inyectado morfina, sigue inconsciente —atinó a decir viendo de reojo los seis cuerpos en el suelo y cubiertos de sangre—. ¿Estáis bien?
—Yo creo que estoy herido —Andy se tocó el brazo—. Pero es superficial.
—Será mejor que nos vayamos de aquí —opinó Mónica—. Ayudadme a ponerlo en pie, quítale las esposas. ¡Venga, McGregor, colabora un poco!
—Pobre Tamara —masculló Eve mirando el cadáver de la soviética mientras Michael Kelly, eficiente como siempre, se dedicaba a rescatar sus cosas de la buhardilla. Finalmente se las enseñó, ella confirmó con un gesto que eran suyas, y luego los dos miraron el cuerpo de Fred Livingstone destrozado sobre el suelo. No tenía ni veinticuatro años, presa fácil para alguien como Alexia Smaragd.
—¡Vamos!
—Muchas gracias, Mike, yo…
—Ya me darás las gracias, ahora fuera de aquí, Eve, hay que largarse antes de que aparezca la policía. ¡Vamos!