Capítulo 7
—No podemos esperarlo ni un segundo más, ¡vamos! —Anne tiró de ella y Andrew tomó en brazos a Victoria que estaba preciosa vestida de lavanda y preparada para ir a la boda de su tía—. ¿Eve?
—No, me dijo que vendría y que lo esperara.
—Y puedes hacerlo en Sighthill. Vamos, Eve, no quiero dejarte aquí y la niña tiene que llevar los anillos. Por Dios te lo suplico, nos están esperando.
—Vale, está bien, haremos lo siguiente, llevaos a Victoria y yo esperaré a Rab. Si no llega en media hora, cojo el coche y estaré ahí a tiempo.
—No, ni lo sueñes —Andy se puso serio y miró a Anne moviendo la cabeza—. ¿Está loca? Ha estado lloviendo toda la noche y…
—Conduzco desde los diecisiete años, no os preocupéis. Y, además, es cierto, Katie debe estar esperando que lleguemos con Victoria, así que marchaos ya, adelantaos un poco y estaré allí enseguida. Por favor.
—Jamás conduces en Edimburgo, nunca lo haces.
—Porque me he vuelto perezosa, pero si Robert no llega, iré tranquilamente.
—No llegará.
—Me dijo que vendría.
—¡Mierda! Juro por Dios que mataré a mi hermano cuando aparezca, si aparece. Vamos, Andrew, está claro que no la convenceremos.
—Gracias. Adiós mi vida, tú ve con los tíos y yo iré enseguida, ¿sí? —la niña asintió abrazada a su adorado tío Andrew y ella salió a la calle para verlos partir. Estaban a 13 de octubre y empezaba a hacer frío en Edimburgo. Se arrebujó en el chal de seda y volvió a entrar en casa para esperar a su marido tal como le había prometido. Se paseó por los pasillos vacíos, porque había dado el día libre a todo el servicio, y, finalmente, se sentó junto a la radio para escuchar las noticias hasta las once y media de la mañana, el límite de su espera, porque la boda era a las doce en punto y tardaría aún treinta minutos o más en llegar hasta allí.
Se subió al coche y lo sacó del garage con pericia. Le encantaba conducir. Durante la guerra había llevado muchas veces el coche oficial de su jefa por todo Londres y sus alrededores, y se sintió a gusto poniéndolo en marcha a pesar de la desazón que la embargaba. Ajustó el espejo retrovisor, dio un último vistazo aprobatorio a su vestido y salió tragándose las lágrimas. No pensaba llorar, ni enfadarse, Robert acababa de romper una promesa importante, pero no le gritaría, ni le reprocharía nada si aparecía, aunque fuera tarde, lo importante era que estuviera bien, que apareciera, y cualquier enfado podía esperar para otro momento.
Se plantó en Shandwick Place pensando en ir al este y giró a su izquierda, hacia Haymarket Terrace, con la lluvia mojándole los cristales, siguió recto hacia la estación de trenes de Haymarket, meditando por primera vez en que no tenía ni idea de cómo salir de la ciudad para ir hacia Sighthill y paró el coche para sacar un mapa, miró por el espejo retrovisor y no vio a nadie, comprobó el mapa un buen rato y se dispuso a seguir por Haymarket Terrace hacia Roseburn Terrace pero no avanzó demasiado, porque antes de andar solo unos metros un coche, al que le falló el freno de mano, se precipitó por una calle lateral y la empujó con brutalidad hacia el carril contrario. Eve alcanzó a ver una sombra por su izquierda y poco más, porque lo siguiente que sintió fue un golpe seco en la puerta y otro de frente, proveniente del vehículo que circulaba por el otro carril y que no pudo esquivarla, cerró los ojos y perdió el conocimiento inmediatamente.
Anne llamó por enésima vez a la casa de su hermano sin resultado y salió al enorme salón del castillo para ver a su sobrina. La niña había llorado un par de veces llamando a su madre, pero Andrew y los abuelos estaban distrayéndola y de momento parecía tranquila, aunque los adultos estaban empezando a preocuparse seriamente por el paradero de Eve, que no había llegado a la ceremonia y que también se había perdido el banquete nupcial.
Eran las cuatro de la tarde y la habían dejado en su casa a las once de la mañana. Si Robert hubiese aparecido a tiempo, tendrían que haber llegado hacía horas a Sighthill y si no lo había hecho, ella al menos hubiese llegado sola. Eve no iba a faltar a la boda de su cuñada porque su marido no se dignara a volver a tiempo, y Anne llevaba un rato temiéndose lo peor. Llamó a Andrew con la mano y este se acercó con el ceño fruncido.
—Alguien debería ir a la ciudad a ver qué ocurre.
—Tal vez se han quedado retozando en la cama, ya sabes como es Rab, habrá visto que tenían la casa para ellos solos y la habrá convencido…
—No, Eve no lo iba a dejar.
—Acuérdate de lo que pasó en la boda de los Fraser, acabó llevándosela a Inverness y no se presentaron.
—Sí, bueno —Anne pensó un segundo en las locuras que su hermano solía hacer y relajó los hombros—, puede ser, pero dudo mucho que no vinieran por algo semejante, además está Vicky, Eve no la dejaría sola por un capricho de Robert.
—¿No han llegado? —La preciosa novia se acercó y los miró indistintamente sin que ellos abrieran la boca—. Mataré a mi hermano, es increíble que no viniera a mi boda, es un egoísta.
—No sabemos lo que ha ocurrido, pero no te preocupes y atiende a tus invitados, Katie, ¿quieres?
—Muy bien. ¡Chris! —llamó a su flamante marido y él se acercó tambaleándose porque ya llevaba demasiadas copas encima. Anne miró nuevamente a Andrew y se acercó para susurrarle al oído.
—Tengo una mala sensación, llamaré al periódico y pediré que alguien vaya a su casa a comprobar qué ha ocurrido y si no sé nada de ellos en una hora, me voy a Edimburgo. ¿Hay alguien en vuestro despacho?
—Es domingo, Anne, claro que no.
—Por supuesto, claro, es que…
—¿Dónde demonios está tu hermano? —Graciella Fitzpatrick Williamson llegó por su espalda y los sobresaltó con su tono de lo más remilgado.
—¿Mi hermano William? Fumando con los hombres en la biblioteca.
—Me refiero a Rab —se sonrojó hasta las orejas y Anne sintió un placer egoísta de poder avergonzarla, no soportaba a esa esnob que seguía babeando detrás de Robert a pesar de estar casada con su mejor amigo.
—No sabemos dónde están, estamos preocupados, querida —Andrew obvió su azoramiento y le sonrió—. Eve se quedó esperándolo y…
—Ah, pero ¿ella tampoco ha venido? —miró con altanería a su alrededor sabiendo perfectamente que Eve no había llegado, asunto que le había alegrado el día porque sabía que estaba deslumbrante con su traje de seda color lavanda, pero prefería simular que ni siquiera había notado su ausencia.
—Claro que no, cariño por favor, no me digas que no te has dado cuenta.
—Pues no. ¿Y dónde puede haberse metido Rab?
—Eso quisiéramos saber nosotros, dónde están los dos.
—A lo mejor ella se quedó trabajando. ¿Los reporteros no trabajan incluso en domingo?
—Oh, Dios —Anne bufó furiosa y Andrew medió colocándose entre ambas.
—Eve no trabajaba hoy, ese no es el tema, pero no te preocupes, cielo, seguro que no ha pasado nada, ya te avisaré cuando averigüemos algo, ahora vuelve con los invitados.
—De acuerdo y si aparece Rab, avísame para tirarle de las orejas por informal.
A las cinco de la tarde y después de esperar a que los novios abandonaran el castillo camino de su luna de miel, los McGregor al completo volvieron a Edimburgo muy preocupados por la ausencia de noticias de Robert y su mujer. Anne, Andrew y Billy fueron primero a su casa, donde no había nadie y comprobaron que el coche no estaba en el garage, lo que los inquietó aún más y los empujó a decidir que lo mejor era dividirse y hacer preguntas por la ciudad, en primer lugar en el Scotsman donde no sabían nada de Eve desde el día anterior. A medida que las horas pasaban el panorama se tornaba más oscuro y cuando a las ocho de la tarde Anne entró en casa de sus padres a punto de echarse a llorar de la impotencia, la familia se temía lo peor y su madre lloraba a escondidas en la cocina sentada delante de una taza de té.
—¿Y Vicky?
—Se ha dormido, señorita —contestó la doncella sirviéndole un té—, la pobrecita estaba agotada.
—Ay, Dios bendito, ¿dónde pueden estar? Si Robert tuviera una vida más normal, sabríamos a qué atenernos, pero es todo tan… impropio… —Margaret McGregor se enjugó las lágrimas y miró a su hija moviendo la cabeza—. ¿Qué crees que habrá pasado, querida?
—No lo sé, mamá, te juro que no lo sé…
—Anne —Billy se asomó a la cocina y le indicó el teléfono—, te llaman, un tal doctor Peter Innes, dice que es compañero tuyo…
—Sí, claro, claro —voló por el pasillo hasta el recibidor y agarró el auricular con el corazón en la garganta. Peter Innes trabajaba en urgencias del Royal Edimburgh Hospital y jamás la llamaba a casa, así que tragó saliva y lo saludó—. Peter, ¿cómo estás?
—Anne escucha, creo que tenemos a tu cuñada aquí, la esposa de tu hermano Robert.
—¿Cómo? ¿Cómo está?
—Tuvo un accidente de tráfico, la trajeron hace horas pero no llevaba identificación, así que no se ha podido avisar a la familia, a mi me tocó hacer la ronda hace media hora y la he reconocido, es una chica difícil de olvidar…
—Oh, Dios bendito. ¿Y cómo está?
—Tiene contusiones y está inconsciente, pero creemos que es por la conmoción, no tiene ningún hueso roto, solo golpes múltiples que han derivado en hematomas y moratones, pero no es grave, intentaremos reanimarla para hablar con ella, lo peor… —carraspeó y saludó a un colega con la mano—. Creo que ha sufrido un aborto, el informe no es demasiado específico. ¿Sabes si estaba embarazada?
—Sí, de unas diez semanas —ahogó un sollozo y agarró la mano de su padre que escuchaba la charla atento—. Pobre Eve, ¡maldita sea!
—Habrá que hacer un examen más exhaustivo y decidir si hay que hacer un legrado, llamaré a un especialista.
—Voy para allá, no sabíamos nada de ella desde esta mañana, es tremendo lo que me cuentas, pero al menos la hemos encontrado. ¿Llegó sola? ¿No has visto a mi hermano?
—Ingresó sola e iba sola en el vehículo que fue embestido en Haymarket Terrace dice el informe policial.
—Gracias, Pete, en serio, muchísimas gracias —colgó y miró a la familia cruzando los brazos y con la cara bañada en lágrimas—. Eve está en el hospital, tuvo un accidente de tráfico y está bien, pero ha perdido al bebé.
—¡Bendito sea Dios! —su madre se echó a llorar y los hombres de la casa clavaron los ojos en el suelo—. Hay que avisar a Robert.
—¿Sí? ¿Y cómo? Si no tenemos ni idea de dónde se mete… —Billy espetó indignado y se fue al minibar a buscar una copa.
—¿Me acompañas al hospital? —Anne miró a su padre y este asintió saliendo a la calle con prisas—. No sé a qué hora volveremos, si aparece Andrew decidle donde estamos y si el idiota de mi hermano da señales de vida, contadle las novedades.
En cuanto pisaron el hospital les dejaron entrar en urgencias para ver a la herida y de paso oír el informe exhaustivo de su estado de salud. Tanto Anne como su padre eran médicos, y ambos oyeron a su colega de guardia y al ginecólogo que acaba de valorarla, con atención, dando el visto bueno para que la sometiera a un legrado de urgencia, tras comprobar que el aborto de casi diez semanas era un hecho. Ella estaba bien, solo sufría contusiones y había despertado, dicho su nombre y preguntado por su hija antes de que la durmieran para llevarla al quirófano.
Anne estaba conmocionada por lo sucedido y cuando al fin pudo sentarse junto a su cama y acariciarle el pelo oscuro con ternura, no pudo contener las lágrimas y simular que todo iba bien, porque no era cierto, todo iba muy mal y no podía hacer nada por remediarlo.
—Hola… —susurró al ver que Eve abría los ojos.
—¿Sabes lo que me han hecho? —Anne asintió con lágrimas en los ojos y ella se echó a llorar con una congoja enorme—. Mi bebé.
—Lo siento mucho, cariño, lo siento mucho.
Eve lloró horas y horas. Dormitaba y se despertaba y volvía a llorar y ni las palabras de consuelo de su suegro, ni los mimos de su cuñada parecían conseguir aplacar su enorme pena. Estaba dolorida y con el cuerpo cubierto de hematomas, apenas podía moverse, pero eso no le importaba lo más mínimo porque solo podía pensar en su bebé, en su hijo, que era una criatura diminuta, inocente, y que no tenía culpa de nada, repetía incansablemente mirándolos con los ojos desolados.
—A la cama de inmediato —dos días después del accidente y sin que Robert apareciera aún, le dieron el alta y su familia la llevó a casa. Su suegra y Anne se empeñaban en tratarla como a una niña y cuando su cuñado Billy la posó en el suelo de su dormitorio, después de subirla en brazos hasta la segunda planta, las dos ya estaban abriendo la cama para obligarla a meterse debajo de las sábanas—. Vamos.
—Deberíamos haberla llevado a nuestra casa.
—Quiere estar aquí y yo me quedaré con ella, mamá, no te preocupes. Eve —la agarró de la mano—. Cariño, acuéstate.
—¿Y Victoria?
—Está abajo con Ruth, en cuanto descanses un poco, le diré que la suba.
—No, quiero verla ahora, por favor.
—Yo bajo a buscarla —Billy salió hacia las escaleras como un rayo y ella se dejó desnudar y poner el camisón sin rechistar, luego se recostó en la cama y esperó en silencio a que le llevaran a su hija—. Mi vida…
—Mami —la niña saltó a sus brazos y se le acurrucó en el pecho, Eve le besó la cabecita y se echó a llorar.