Capítulo 8
—Gracias… —susurró y forzó una sonrisa hacia Anne que leía una novela sentada junto a su cama—. No sé que haría sin vosotros.
—Somos tu familia —dejó el libro en la mesilla y se inclinó para tocarle la frente, no tenía fiebre y estaba recuperando el color, ya llevaba dos días en casa y se recuperaba muy rápido—. Y para eso estamos, para cuidarte.
—Gracias, pero…
—¿O acaso no somos tu familia? —sonrió volviendo a su sillón—. ¿No te gusta ser medio escocesa?
—¿Medio escocesa? Esa es Victoria.
—Si te casas con uno de mi pueblo, eres de mi pueblo —bromeó Anne y la miró a los ojos. Eve era dueña de unos espectaculares y enormes ojos oscuros, muy luminosos, que sin embargo, lucían opacos y apagados desde el día del accidente—. Tú tranquila.
—Espero no haber estropeado la boda de Katie.
—No, si ellos no se enteraron de nada, dejaron el castillo a las cinco de la tarde y nosotros no te encontramos hasta las ocho y media. Están en Londres disfrutando de su luna de miel, no te preocupes por eso, además fue un accidente, no tienes culpa de nada.
—Bueno, eso no lo sé, tal vez si no me hubiese quedado aquí, si…
—Nada, el destino es el destino, no le des más vueltas, llegamos a pensar que os habíais escapado a otro sitio, como en la boda de los Fraser, ¿recuerdas?
—Ese día llevábamos a Victoria, y no era la boda de alguien de la familia.
—Eso pensé yo. Pero Eve, olvídalo. Deja de culparte, no es sano.
—Es difícil no culparse —se pasó la mano por la cara y Anne decidió que era el momento de insistir un poco más sobre el paradero de su hermano.
—Dime, Eve, ¿de verdad no sabes cómo podemos localizar a Robert? Hace más de una semana que no sabemos nada de él y no sé, ya es preocupante. ¿Ni siquiera te llama por teléfono cuando viaja? ¿No te deja la referencia de un hotel?
—No sé dónde localizarlo.
—Sé que comulgas con sus secretos y sus misterios, pero esto ha sido una urgencia y…
—No comulgo con nada —se estiró sintiendo una punzada en el centro del pecho, lo necesitaba y lo echaba mucho de menos y no sabía si algún día podría perdonar que no estuviera a su lado en un momento tan doloroso, miró a Anne y negó con la cabeza—. No sé nada, me dijo que si algún día había una emergencia aquí, lo sabría, pero al parecer no era del todo cierto.
—¿Cómo lo sabría?
—No lo sé.
—Es obvio que ha vuelto con la inteligencia británica, Eve, no tienes que ocultarme nada.
—Ya qué más dá, el caso es que no ha venido.
—Pues odio decir esto, pero creo que no deberías consentir que haga ese trabajo, ahora está casado, tenéis a Vicky…
—¿Consentir? ¿Crees que yo puedo consentir o no algo a tu hermano? —Anne movió la cabeza—. No puedo ni lo pretendo, como tampoco pretendo que él gobierne mi vida.
—Vale, solo digo que vosotras lo necesitáis y que él parece no ser consciente de ello, tal vez deberías decírselo.
—Y se lo he dicho… —tragó saliva y soltó un sollozo. Anne se levantó y le sujetó la mano—. Lo siento, no quiero seguir así, no quiero seguir llorando, perdóname.
—Tranquila, cariño, tú llora, llora todo lo que necesites.
Dormitaba, lloraba, se sumía en un sueño profundo y se volvía a despertar sin poder controlarlo. Un sopor inmenso le embotaba la cabeza y aunque Anne le decía que era por culpa de los analgésicos que le estaban dando, ella luchaba contra esa sensación con dientes y muelas, deseando volver a levantarse, ir al trabajo y poder atender personalmente a su hija, aunque cada vez que despertaba y recordaba lo que había ocurrido, volvía a ser consciente de todo y la pena no la dejaba respirar.
Una semana después del accidente, sin que Robert diera señales de vida, ya se levantaba por las mañanas y caminaba con Victoria por los pasillos y las habitaciones, salía al jardín, organizaba la casa con la señora Murray y comía con su cuñada o su suegra en la salita, pero a las cuatro de la tarde ya no podía más y se desplomaba en la cama con un agotamiento enorme.
La víspera del jueves 24 de octubre, doce días después de la boda y del accidente de tráfico, no fue una excepción y se metió en la cama temprano, muy triste después de desnudarse delante del espejo y contemplar por primera vez los golpes en los riñones, los brazos y el abdomen que habían acabado con su embarazo. La imagen era lamentable, estaba llena de morados y marcas y acabó sollozando sobre la almohada a oscuras, muy temprano, rogando a la familia que la dejaran a solas, deseando con toda su alma dormir para no pensar, ni recordar, aunque pasada la medianoche y como venía sucediendo desde su salida del hospital, se despertó de repente, sintiendo que no estaba sola en el dormitorio, el pulso se le aceleró pero no se movió, solo levantó lentamente los ojos hacia la sombra que creía tener junto a ella y se encontró con los enormes ojos color turquesa de su marido contemplándola de cerca.
—Pequeña.
—¿Rab?
—Pequeña… —se echó a llorar y ella se lanzó a sus brazos llorando también—. Lo siento, lo siento tanto.
—¿Cuándo has llegado?
—Shh —la abrazó contra su pecho y permanecieron mucho tiempo llorando juntos, sin hablar, hasta que Eve se apartó para mirarlo a los ojos y acariciarle la cara.
—¿Dónde estabas?
—Lo siento.
—¿Dónde estabas, Robert?
—No pude venir antes, yo… —balbuceaba intentando sujetar el llanto— no supe nada hasta ayer… Andrew consiguió hacerme llegar un mensaje y pude dar con un avión y venir enseguida, no sabía nada.
—Lo importante es que has venido, que ya estás aquí, te he echado tanto de menos, todos se han volcado conmigo, pero… —hizo un puchero y se echó a llorar otra vez. Rab volvió a acurrucarla contra su pecho y se pasó mucho rato acariciándole el pelo y besándole la cabeza— nuestro bebé…
—Lo sé, lo siento, mi vida, pero tendremos más hijos, enseguida, estás bien, eres muy joven y en cuanto te recuperes un poco volverás a quedarte embarazada, te lo prometo.
—No sabía cómo localizarte, no podía llamarte.
—Lo sé y lo siento, pero ahora debemos ser fuertes, ¿sí? Muy fuertes porque aunque no pueda quedarme, estoy contigo…
—¿No te quedas?
—No, Eve, solo he venido por unas horas, debo volver antes de que amanezca, tengo un avión esperándome cerca de Stirling.
—No puedes irte, no puedes, esta vez no, esta vez te necesito aquí, Victoria también te necesita, yo no estoy en condiciones, apenas puedo atenderla.
—Mis padres, mis hermanos y Andrew están pendientes de ella y…
—Pero ellos no son su padre, Rab, y yo me paso el día llorando, me siento mal, me llenan de medicinas…
—Debo irme y no hay nada más que hablar, solo he venido para abrazarte y comprobar que estás bien.
—No estoy bien.
—Lo estarás, eres la chica más fuerte que conozco.
—No te vayas, por favor, no me dejes sola con esto, por favor, Robert, por favor te lo suplico… —lloraba con tanta congoja que él se asustó, llevaban cinco años juntos, habían compartido verdaderos peligros durante la guerra y jamás la había visto así, nunca, y le aterró comprobar que ella también podía llegar a ser vulnerable. Estiró la mano para apartarle el pelo oscuro de su preciosa cara bañada en lágrimas y trató de sonreír—. No te vayas, por favor.
—Está bien, no me iré, te lo prometo, ven aquí… —la abrazó y la acunó en silencio. Ella cerró los ojos más aliviada y dejó de llorar poco a poco, sintiendo su calor y su aroma tan familiar pegado a su cuerpo, respirando con él, sintiéndose al fin segura entre sus brazos.
—¿Mami? —la vocecita de su hija la hizo despertar con una sonrisa, abrió los ojos y miró los azules de Victoria que la observaban desde muy cerca, estiró el brazo, la acurrucó a su lado y la llenó de besos. Era tarde, la luz del día entraba a raudales por la ventana y miró la hora en el reloj de la mesilla, las nueve de la mañana, había dormido muy bien y de repente se acordó de Robert. Él había vuelto. Se giró hacia su lado de la cama con el rostro iluminado, pero no había nadie. Se incorporó y lo llamó pensando que estaba en el cuarto de baño. No respondió.
—¿Rab? —dejó a Victoria en la cama y se bajó descalza para mirar en el vestidor. No había ninguna maleta y en la habitación tampoco había señales de su regreso. Era extraño. Se asomó al pasillo y no oyó su voz, ni encontró rastro de sus cosas, de su desorden, prueba inequívoca de que estaba en casa. Volvió al dormitorio temiendo que todo había sido un sueño, una alucinación más en medio de ese duermevela que le provocaban los calmantes, aunque le parecía imposible, porque lo había abrazado, él la había consolado y habían llorado juntos. No podía ser un sueño, seguramente estaba en la cocina o en el despacho con la puerta cerrada, por eso no lo oía y suspiró sonriendo a su hija que ya se había hecho con el libro de su mesilla y lo hojeaba muy concentrada—. ¿Te gusta el libro, mi vida?
—Sí.
—Ahora voy a vestirme, bajamos a desayunar y te lo leo un ratito, ¿quieres?
—Sí.
—Espérame un segundo y no te muevas, mi amor, no tardo nada.
La sola presencia de Rab en casa le había devuelto algo de ánimo, y por primera vez en muchos días pensó en ponerse un vestido bonito, lo sacó del armario y entró en el cuarto de baño para arreglarse un poco y quitarse ese aspecto de fantasma que la perseguía desde el accidente, encendió la luz y se acercó al lavabo para lavarse la cara, subió los ojos hacia el espejo y entonces lo vio, unas letras enormes escritas con pintalabios y a la carrera: «Lo siento. Te amo. R».
—¡Rab McGregor! ¿Dónde estás, hermanito? Juro por Dios que pienso darte una paliza… —Anne entró en el dormitorio principal muy alegre y, al ver a su sobrina sola encima de la cama, se asomó al cuarto de baño, donde se encontró a Eve sujeta con las dos manos al mueble del lavabo. Estaba pálida y con la mirada fija en el espejo.
—¿Eve? ¿Estás bien? ¿Dónde está tu marido? La señora Murray dice que llegó anoche de madrugada.
—Sí, llegó y se fue. Aunque me prometió que se quedaría, se marchó… —se alejó del espejo y Anne pudo leer perfectamente el escueto mensaje.
—Eve, ¿pero qué demonios significa todo esto? ¿Cuánto tiempo se quedó? Pero…
—No pasa nada.
—¿Cómo que no pasa nada? ¿Qué te dijo? ¿Cuándo vuelve?
—No lo sé, no me dijo nada y, sinceramente, no pienso seguir esperándolo —se visitó de prisa y tomó en brazos a su hija mientras Anne la observaba con la boca abierta—. Bajaré a desayunar algo.
—Toma tus medicinas —las agarró de la mesilla y la siguió con ellas en la mano, aunque antes de llegar a la primera planta Eve se volvió y le clavó los ojos oscuros muy seria.
—No voy a tomar ni una píldora más, lo siento, y agradezco que me cuides tan bien, Anne, lo sabes, pero no quiero seguir tomando analgésicos, me embotan la cabeza y no puedo seguir dormida todo el día.
—Son para el dolor…
—Puedo soportar el dolor, no te preocupes por mí.
La frustración, la pena y la sensación de traición eran tan enormes que Eve no tenía ánimos para llorar ni lamentarse. Era la primera vez que él rompía una promesa, dos en muy poco tiempo, mintiéndole y engañándola de manera miserable, y eso entre ellos era algo inaceptable. Así que en el pecho se le mezclaba la decepción y el enfado a partes iguales y, cuando esa misma tarde la llamaron sus padres desde Nueva York, muy preocupados por su estado de salud, se encontraba furiosa y triste. Sin embargo, pudo hablar con bastante control, tragándose las lágrimas y decidiendo mentalmente que ese estado de depresión que la afectaba se iba a acabar inmediatamente si quería sobrevivir, por su bien y por el bien de Victoria, que no tenía culpa de nada de lo que estaba pasando a su alrededor.
—Papá, ¿cómo os habéis enterado? No quería preocuparos —preguntó en medio de los ruidos extraños que siempre poblaban sus conversaciones a larga distancia.
—Me llamó William, tu suegro, afortunadamente, porque si no, no sabemos nada de lo que te ocurre. ¿Cómo estás?
—Mucho mejor, algo triste, pero lo superaré.
—¿Y Victoria?
—Preciosa, muy sana y muy inquieta, no para y hablando cada día más.
—¿Y Robert? William me ha dicho que está de viaje de negocios. ¿No podía suspenderlo para acompañarte?
—Supongo que no, papá. ¿Cómo estáis todos?
—Preocupados por ti —su madre se apropió del auricular y ella se desplomó en una butaca enjugándose las lágrimas—. ¿Cómo es que estás sola después de lo que ha pasado?
—No estoy sola, Anne está conmigo y los McGregor se han volcado con nosotras…
—Pero es él quién debe estar contigo, no te llevó a Escocia para dejarte sola y menos ahora que lo necesitas.
—Bueno, ¿y Claire? ¿Honor? ¿Los niños?
—Queremos que vengas a pasar una temporada con nosotros —su madre ignoró la pregunta y ella se quedó muda—. Espera, habla con Claire.
—Hola, hermanita —la voz de Claire casi puede con sus defensas pero se mantuvo serena—. Siento mucho lo que ha pasado, es terrible.
—¿Cómo estás, Claire? ¿Qué tal tu novio?
—Prometido, nos hemos prometido, pero eso te lo cuento por carta, escucha, tenemos billetes para vosotras dos en la Pan American, podéis salir de Londres antes de una semana. ¿Qué te parece? Te vendrá bien cambiar de aires y estamos locos por ver a Victoria, está creciendo tan deprisa, y papá y mamá se mueren por verla. Qué me dices, ¿eh?
—¿Un vuelo?
—Sí. ¿Tienes miedo a volar teniendo un marido piloto?
—Solo he volado una vez y…
—No me puedo creer que la intrépida Eve Weitz ponga reparos a volar. ¿Cómo piensas ser corresponsal de guerra si no te subes en un avión?
—¿Corresponsal de guerra? ¿Alguna vez quise ser corresponsal de guerra? —bromeó con amargura—. Qué poco queda de todo eso.
—¿Cómo dices?
—Nada, es que no sé, esos vuelos son carísimos.
—El dinero es lo de menos y nos apetece veros, si me das el ok, los billetes son tuyos y puedes recogerlos en las oficinas de la Pan American en Londres, ¿qué me dices?
—No sé… —miró a Victoria jugando en el suelo y pensó en lo mucho que disfrutarían sus padres con ella, además necesitaba con desesperación un respiro, y, no debía dar la espalda a su suerte, Rab siempre lo decía. Pensó en él, en sus ojos color turquesa y en esa sonrisa de ensueño que podía conseguir cualquier cosa, especialmente que le perdonara todo, y entonces lo decidió—. Está bien, de acuerdo, de aquí a una semana, tengo que pedir permiso en el trabajo y organizar la casa, y…
—¡Bien! —sintió los gritos y los aplausos de su familia y se emocionó—. Estará todo arreglado, te llamaré para darte los detalles. Ahora te dejamos, cuídate mucho y dale un beso a mi sobrina. Adiós.