HOY, 12.41 H.

Kate deambula por las calles de Saint Germain-des-Pres, perdida en sus pensamientos, tratando de desentrañar el significado de su descubrimiento, de encontrar una explicación a la prueba incontrovertible del anuario de la universidad. La prueba de que Dexter y la mujer que ahora se hace llamar Julia no se conocieron hace dos años, en Luxemburgo, sino dos décadas atrás en la universidad.

La lluvia de la mañana ha dado paso a nubes altas e intermitentes que avanzan por el cielo a gran velocidad, dejando tras de sí ráfagas de sol muy brillante y un viento racheado que hace rodar los montones de hojas caídas.

Atraviesa la terraza del Flore, donde toda la familia hizo un alto después de la entrevista en el colegio de los niños y antes de decidirse a toda prisa por un apartamento el año pasado. Un café famoso cuya porcelana verde y blanca todo el mundo reconoce. El París de las guías de viaje, el París de Picasso, el hogar de Kate.

Nunca había pensado que llevaría esta clase de vida.

El último año en París había supuesto una mejoría considerable respecto al anterior en Luxemburgo. Y el año que viene, lo sabe, será todavía mejor. Le gustan los nuevos amigos que Dexter y ella han hecho durante el año anterior e imagina que este le gustarán aún más. Y además habrá gente nueva. Se ha dado cuenta de que le gusta la gente nueva.

Tuerce por la Rue Apollinaire a la altura de los alegres toldos de rayas del Bonaparte.

A Kate también le gusta el tenis. Empezó a jugar hace cosa de un año, primero con un agotador ritmo de tres clases a la semana, con el fin de avanzar rápido para poder unirse al grupo de madres del colegio que juegan en los Jardins du Luxembourg. Para finales del año se había convertido en una de las mejores jugadoras. Pero no es ni joven ni alta ni rápida, y nunca lo va a ser, de manera que nunca llegará a ser una gran jugadora. Solo buena. Y puede jugar con Dexter.

Ahora que este ya no trabaja tanto y no necesita viajar, tienen tiempo —y dinero— de sobra para hacer juntos cosas agradables, todo el rato. Son turistas permanentes en París. Su vida es, de alguna manera, como un sueño hecho realidad.

Pero Kate no puede negar que sigue necesitando algo más. O quizá algo distinto. Nunca será una de esas mujeres que abre una tienda de calzado infantil o de artículos de decoración para el hogar y se dedica a importar elegantes objetos de plástico de Estocolmo y Copenhague. Tampoco va a ponerse a estudiar a los grandes pintores clásicos ni a los existencialistas. No va a pasearse con un bloc de dibujo y una caja de pinturas al óleo; tampoco con un portátil, tomando notas para una novela sin interés… No se imagina haciendo visitas guiadas de la ciudad para jubilados, pasando de las mejores pastelerías a las mejores tiendas de quesos, descubriendo los mercados cubiertos, estrechando la mano de los propietarios que simulan ser simpáticos pero no lo son.

Son muchas las cosas que Kate sabe que no quiere hacer.

Aunque la suya es, se mire como se mire, una buena vida, no puede negar que se aburre, otra vez. Ya ha pasado por esto antes, y en esta ocasión se conoce mejor, lo que la ha llevado a convencerse de que solo existe una solución a su problema. Y esta tarde es consciente de que la solución puede estar a su alcance, cortesía de lo que el anuario ha revelado. Ahora podrá hacer uso de esta nueva información.

A Kate no le sorprende que un agente secreto le mintiera. Era algo que cabía esperar y que no la ofendió demasiado. Pero la traición de su marido es otra cosa. Nunca le ha cabido la menor duda de que Dexter la quiere, a ella y a sus hijos. No le preocupa su naturaleza: es un buen hombre, su buen hombre. Cualquiera que sea la explicación a la tremenda hipocresía de Dexter y Julia, debe por fuerza ser compatible con la realidad indiscutible de que Dexter es bueno, no malo.

Kate ya ha imaginado media docena de explicaciones y las ha descartado todas. Empieza de cero, a partir del mensaje de Julia, que escuchó hace unas horas: «El coronel ha muerto».

Gira a la altura de la puerta elegante y biselada de Le Petit Zinc, cuyo aroma a art nouveau llega hasta la acera, mientras la cálida luz del atardecer ilumina las piedras color arena de los edificios de la Rue Saint Benoit.

Es un rincón elegante, una esquina elegante. Una elegante…

Kate se detiene en seco con la mirada fija mientras sus pensamientos trazan un círculo que la devuelve al principio del todo, a la certeza, a la confirmación, a lo inteligente que ha sido todo.

Por fin entiende lo que ha pasado.