HOY, 11.02 H.

Kate llega hasta la esquina y la dobla; está en la Rue de Seine, fuera de la vista de la Rue Jacob y de quienquiera que esté observándola, antes de darse el lujo de detenerse, de dejar de caminar, soltar la respiración que había estado conteniendo sin ser consciente de ello, cada vez más sumida en sus pensamientos, en sus hipótesis. Al borde de un ataque de pánico.

Llevan viviendo en París un año, de manera anónima, sin ostentación alguna, sin llamar la atención ni despertar sospechas. Deberían estar fuera de peligro.

Pero entonces ¿qué hace aquí esta mujer?

La creciente preocupación la lleva a detenerse, distraída, frente a dos grandes puertas de madera. Una de ellas se abre empujada por una mujer diminuta y decrépita vestida con un impecable traje de punto que lleva un bastón. Se queda mirando a Kate de esa manera descarada que parecen haber inventado las mujeres francesas mayores.

—¡Bonjour! —grita la vieja de repente y Kate casi se cae de espaldas del susto.

—Bonjour —responde. Puede ver lo que hay detrás de la mujer, un patio luminoso y frondoso al final de un oscuro pasillo cuyas paredes están recubiertas de buzones de correos, cuadros eléctricos, cubos de basura, cables sueltos y bicicletas aseguradas con cadenas. El edificio donde vive tiene un pasillo parecido; hay miles de ellos en París. Todos compitiendo por el premio al lugar-ideal-para-cometer-un-asesinato.

Sigue caminando, perdida en sus pensamientos. Se detiene de nuevo ante el escaparate de gran tamaño de una galería de arte. Fotografía contemporánea. Observa el reflejo de los peatones en la ventana, en su mayoría mujeres vestidas como ella y hombres que van a juego. También pasa una pandilla de turistas alemanes con sandalias y calcetines y tres jóvenes americanos con mochilas y tatuajes.

Hay un hombre que camina por su mismo lado de la acera demasiado despacio, vestido con un traje que no es de su talla y un calzado que desentona, zapatillas de cordones y suela de goma que resultan demasiado informales, demasiado feas. Kate le mira pasar y seguir calle arriba hasta desaparecer.

Continúa mirando el escaparate, ahora fijándose en el interior y no en las imágenes reflejadas. Cerca de media docena de personas pasean por las salas amplias y despejadas que se suceden unas a otras. La puerta delantera se mantiene abierta con un calce de plástico dejando entrar una brisa fresca otoñal. Dentro debe de haber mucho ruido, lo suficiente para que Kate pueda mantener una conversación telefónica que nadie pueda escuchar.

—Bonjour —dice a la bonita muchacha que está en la recepción, idéntica a todas las demás muchachas bonitas que trabajan de cajeras de supermercado o azafatas de congresos, puestas allí para atraer el dinero que siempre flota alrededor de las calles de los arrondisements del centro de París.

—Bonjour, madame.

Kate es consciente de que la joven la está estudiando, evaluando sus zapatos, su bolso, sus joyas y su corte de pelo, calculándolo todo con una sola mirada. Si hay algo que estas dependientas parisienses saben hacer es diferenciar con rapidez el cliente genuino del que se limita a curiosear o, como mucho, a salir de la tienda después de haber comprado el artículo más barato. Kate sabe que ha pasado el examen.

Echa un vistazo a las fotografías de gran tamaño de la sala delantera, paisajes semiabstractos: rígidas hileras de campos de cultivo, repetitivas fachadas de edificios de oficinas modernistas, arrugas ondulantes en masas de agua. Podrían ser de cualquier parte del mundo estos paisajes.

Se demora los pocos segundos de rigor delante de cada obra antes de pasar a la siguiente sala, que está dedicada a playas. Hay una pareja joven hablando a voz en grito en español, con acento de Madrid.

Kate saca el teléfono.

Se había repetido a sí misma que nunca volvería a ver a aquella mujer, pero en su fuero interno nunca había estado convencida. De hecho, siempre ha sabido, en el fondo, que ocurriría lo contrario, que la volvería a ver, como de hecho acababa de ocurrir.

¿Es el pasado de su marido, que ha vuelto para perseguirla?

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¿O es el suyo?