CAPÍTULO 44

Esa información me cae como un jarro de agua fría. Miro a Mauro sin entender lo que me acaba de decir. ¿Cómo que no estaban separados? Pero si lo sabía todo el mundo. ¿Qué mentira me está contando? Si todo el instituto, todo el pueblo saben que no estaban juntos.

—Ella y yo nunca nos separamos. No estábamos mal, o no tan mal como plantearnos un divorcio. Fue todo un engaño.

—A ver… a ver… a ver… ¿Qué… qué me estás contando? ¿Por qué te inventas ahora eso? No tiene ni pies ni cabeza… no…

—Va a ser mejor que vayamos al salón y que te sientes. Lo que te voy a contar no es fácil de explicar. ¿Vamos? Necesito una copa para contarte esto.

Salimos de la habitación. No le pierdo ni un momento de vista.

—¿Quieres tú algo? —me pregunta.

—No.

Mauro saca una botella de whisky del mueble del salón y se sirve una copa generosa. Le da un trago. Se ve que no le impresiona lo más mínimo que yo esté con un chuchillo en la mano.

—Te conté que Viruca y yo teníamos problemas económicos, ¿verdad?

—Sí, pero ya no sé si eso forma parte de la realidad o entra dentro de las mentiras que me has ido contando desde que te conozco.

—Apenas te he mentido. Créeme. He maquillado un poco la verdad, he omitido datos. Pero mentiras, no demasiadas, te lo juro.

—Mira, me da igual lo que me dijeras, solo necesito que ahora sí seas sincero. Nada más.

—Estoy siéndolo. ¿O te crees que es fácil admitir que he matado a tu perro?

Muevo la cabeza disgustada. ¿De verdad voy a dejar que hable este tipejo? ¿De verdad me lo voy a creer?

—Empieza. ¿Tenías problemas económicos o no?

—Hablar de problemas económicos es todo un eufemismo. Estábamos arruinados, pero de una manera sangrante. Entrampados hasta los huesos. Con peligro de acabar en la cárcel. Así de desesperada era nuestra situación. Y eso ni siquiera era lo peor. Con nosotros iban a caer nuestras familias. Mis dos hermanas y los padres de Viruca.

—¿Y eso?

—A todos les fuimos pidiendo dinero, avales, mis dos hermanas hasta pidieron un crédito para cubrir nuestras deudas…

—¿Pero cómo se puede deber tanto?

—¿Estabas aquí con la crisis del 2008? ¿No te enteraste de todos los que perdieron su casa, sus ahorros, su vida?

—Sí.

—A eso súmale nuestra mala cabeza, nuestra afición por gastar, por no prever, por querer estirar unos sueldos que no daban ni para la décima parte, añádele un mucho de mala suerte en varias inversiones, la locura de Viruca de invertir en un restaurante en Vigo, eso fue un saco sin fondo… eso nos llevó a estar tan desesperados que acabamos pidiendo dinero en los sitios equivocados. Porque antes de acudir a nuestras familias, firmamos un par de créditos con empresas de esas que prestan dinero y que anuncian todo el día en televisión… Los intereses de esas empresas son… bueno, un disparate. En menos de dos años debíamos cinco veces lo que nos habían prestado. Y aun así tampoco acudimos a la familia. Yo no quería. Pusimos esta casa a la venta, también la de la playa. Yo quise vender las acciones que tenía en la empresa de los Acebedo, pero empezaron a bajar y ya no valían nada… Estábamos en la mierda. Y ahí Viruca me convenció de que pidiéramos dinero a nuestros padres, a mis hermanas. Yo todavía me resistía, pero es verdad que no vimos otra salida. Nos prestaron lo que pudieron, se entramparon por nosotros, y ni así conseguimos salir. En vez de reflotarnos lo único que ocurrió es que se hundieron con nosotros. Porque eso es lo que suele pasar, cuando te tiras al mar a por alguien que se ahoga hay muchas posibilidades de que te ahogues con él.

—¿Y todo esto tiene que ver con Viruca y su muerte?

—No voy a negar que todos estos problemas erosionaron nuestro matrimonio. Mucho. Nos hicimos mucho daño, pero seguíamos juntos. Con dudas, pero juntos. Nos echamos cosas en cara, muy dolorosas…

—Sí, todo eso me lo contaste, ahórratelo.

—Cuando ya parecía que nuestra situación económica nos iba a llevar a la cárcel, Viruca tuvo una idea. Insensata, desesperada, lastimosa… Por supuesto, me negué. Me negué de todas las maneras posibles.

Estoy intrigada.

—Había alguien que nos podía ayudar. Alguien que nos podía echar una mano. Pero para eso teníamos que estar separados. Fingir un divorcio.

—¿Por qué?

—Era alguien dispuesto a asumir nuestras deudas si tenía a Viruca para él. Solo para él.

—¿Qué? Eso no puede ser real.

No me cabe en la cabeza. Me está hablando de que su mujer decidió romper con todo y ofrecerse al mejor postor. ¿Pero eso pasa hoy en día? ¿Y Mauro estaba de acuerdo?

—Tú no eres consciente de cómo era Viruca. Era la mujer más espectacular de Novariz, de la provincia entera. Siempre había tenido mil pretendientes, todos querían estar con ella. Era un imán. Podía haber elegido a quien le diera la gana. Y me eligió a mí. A un profesor de historia de instituto. A un pobre desgraciado.

Ya conozco ese discurso, algo muy parecido me dijo la otra vez que habló de ella. Supongo que le ha marcado mucho el hecho de haber sido el elegido. El hecho de que crea que nunca acabó de merecérsela.

—Pero, por supuesto, nunca olvidó que seguía atrayendo a todos como antes de estar casada, incluso más, por aquello de que ahora era inalcanzable. Así que se le ocurrió una manera de utilizarlo. Ante situaciones desesperadas, soluciones desesperadas.

—¿Se prostituyó?

—Bueno, es una manera de verlo, un poco categórica, pero sí, se podría decir que algo de eso había. Decidió dejarse querer por uno de los hombres con más dinero del pueblo. Alguien repulsivo, enfermizo, pero que llevaba años enamorado de ella. Siempre la había querido poseer.

—¿Alguno de los Acebedo?

—No, no. El padre de un alumno. El padre de Iago. Estaba dispuesto a comprar todas las propiedades, cubrir los embargos, todo lo que hiciera falta. El dinero de la prostitución da para mucho. Tiene una tapadera estupenda con su negocio de construcción, así lava su dinero, pero en el pueblo muchos sabemos a lo que se dedica.

—¿Y estaba dispuesto a asumir toda vuestra deuda con tal de acostarse con tu mujer?

—Estaba dispuesto si Viruca… era solo para él. Si tenía una relación de verdad, duradera, exclusiva.

—Y por eso os separasteis…

—La intención era volver cuando la deuda ya no fuera un problema. Ahora lo cuento y suena bastante ingenuo, porque no hubiéramos conseguido librarnos de él, está claro que no, pero en ese momento nos pareció posible. La desesperación te nubla el juicio.

—¿Y tú…? ¿Tú estabas de acuerdo con semejante trato?

—Nos lo iban a quitar todo. Íbamos a arruinar a nuestras familias. Y claro que no quería que estuviera con él. Claro que no. Me partía en dos verla con él. Era horrible. Aunque trataba de acostumbrarme. A veces hasta conseguía no morirme de celos. Ni de asco. Ella siempre acudía a mí para tranquilizarme. Era a mí a quien quería. Se estaba sacrificando por nosotros, por los dos. Íbamos a salir de esto reforzados. Yo tenía dudas, claro. Creí perderla muchas veces, que realmente le llegara a gustar el otro, pero siempre acababa volviendo a mí. A pesar de las broncas, a pesar de los celos, a pesar de las semanas sin hablarnos, nuestra historia podía con todo. Así que seguimos adelante.

Se calla. Me mira. ¿No va a contarme más?

—¿Y qué pasó?

—Iago. Eso pasó.

No entiendo qué quiere decir. ¿Qué tiene que ver el chico con todo esto?

—El hijo se enamoró de ella, o se obsesionó con ella. Y eso puso a Viruca en una posición incómoda. El chaval aprovechaba cualquier momento para estar con ella. Cuando el padre no estaba cerca, Iago la acosaba, y Viruca, aunque al principio era categórica, a veces no le quedaba más remedio que mostrarse algo receptiva, no dándole esperanzas, pero sí atendiéndole, comprendiéndole. Temía que fuera un obstáculo insalvable para que el padre quisiera seguir adelante. Con el hijo completamente en contra, sabía que todo se podía ir al traste. Por lo que me decía Viruca, padre e hijo tienen una relación complicada. El chaval perdió a su madre de muy niño y el padre lo ha sobreprotegido. Sin el consentimiento del hijo, Viruca no iba a poder ganarse al padre.

Mauro se acerca a un escritorio, abre un cajón, revuelve entre las cosas y coge un pen drive del tamaño de poco más de una uña. Me lo pasa.

—¿Te acuerdas de que faltaban todas las carpetas con los trabajos y exámenes de Iago? Ahí están.

Miró el pen drive, asimilando lo que supone.

—¿Los tenías tú? ¿Por qué no me los diste?

—Tú tenías razón, quería que te sintieras intrigada por esa ausencia de Iago. Quería que te diera ganas de seguir.

—Me estoy sintiendo gilipollas. Entre tú y Roi me habéis manipulado desde el principio.

—Pero yo lo hice por una causa mayor, para que siguieras investigando.

—Lo mismo me dijo Roi. Y mira cómo ha acabado… —Miro el pen—. ¿Qué me voy a encontrar aquí?

—Tampoco mucho, no te creas. Desvaríos de adolescente en celo. Declaraciones de amor a Viruca, encubiertas entre sus trabajos. Improperios por no conseguirla, provocaciones sexuales parecidas a las de los mensajes del móvil que me enseñaste, pero sin contenido gráfico, claro, increpaciones, amenazas desesperadas de alguien que no sabe qué hacer para llamar su atención, fantasías lascivas de haberla conseguido…

—¿Consiguió acostarse con Viruca?

—¡No! O al menos a mí Viruca no me lo dijo. Pero eso sí, la situación se fue poniendo cada vez más complicada, el chico quería más y más… y Viruca ya estaba empezando a verlo todo muy negro. Era demasiado incómodo. El chaval debió de convencer a los amigos para que empezaran a acosarla en clase. Si no quería nada con ella, estaba dispuesto a hacerle la vida imposible…

Trato de montarme la historia en la cabeza, de llegar a conclusiones.

—¿Y Viruca se vino abajo y decidió dejar al padre del chico?

—No, pero hubo un cambio de planes. Una noche vino a casa diciendo que ya no hacía falta llegar tan lejos con Tomás, que hasta lo podría abandonar. Había encontrado algo que lo cambiaba todo. Algo con lo que podríamos saldar la deuda sin necesidad de seguir con él. Algo con lo que podía chantajear a Tomás. Él no tendría más remedio que ceder.

—¿Qué era?

—Nunca lo supe. Pero sé que al principio surtió efecto, porque Viruca estaba contenta, estaba sacándole mucho dinero… Mucho. Pero de repente Tomás se debió de cansar de darle más y…

—¿Por qué iba a ceder al principio y luego no?

—No lo sé.

—Vale, y si lo tenías tan claro, ¿por qué no fuiste a la Guardia Civil y se lo contaste todo?

—Claro que fui.

—¿Y le dijiste toda la verdad, todo lo que habíais planeado?

—¿Que mi mujer y yo teníamos un plan para saldar nuestra deuda? ¿Y que el plan consistía en que sedujera a otro y chantajearle? No, solo lo que creí necesario para que investigaran. Les dije que la amenazaban. Que había descubierto algo, pero no sabía qué. Que ese algo debía de ser muy grave, tanto como para estar dispuesto a asesinar.

No sé si me acaba de convencer su explicación.

—¿Y la Guardia Civil qué hizo?

—Poco. Los interrogaron, sí. El padre de Iago dijo que había salido en unas cuantas ocasiones con ella, pero que la cosa no había cuajado. Y tanto padre como hijo tenían coartada para la hora del crimen.

—Pero entonces, si tenían coartada, no fueron ellos.

—Las coartadas se inventan, es fácil, sobre todo cuando tienes a una Guardia Civil dispuesta a creerte.

—¿Y a ti no se te ocurrió contar toda la verdad, absolutamente toda la verdad, por si podía ayudar?

—Les conté todo lo necesario, ¿y qué si me ahorré los detalles más escabrosos? ¿De qué iba a servir, sobre todo después de ver la reacción de la Guardia Civil, del juez? Fíjate, si incluso tú ahora que lo sabes todo también sigues pensando que pudo haber sido un suicidio, imagínate la Guardia Civil. Si ya no se tomaron demasiado en serio el caso, figúrate si llegan a hacerse un juicio de valor negativo sobre Viruca. La habrían condenado sin más. Y solo hubiera servido para que todo el mundo se enterara de que Viruca se acostaba con alguien por dinero. Y no quería que nadie tuviera esa imagen de ella. No se lo merecía. Ni ella, ni sus padres, ni mi familia. Lo siento, pero no.

Tengo que ser sincera con él.

—No sé si te acabo de creer, Mauro. Hay algo que no me estás contando.

Mauro me mira. Parece avergonzado.

—Vale. Y también quería encontrar antes el dinero, ese que le sacó Viruca a Tomás. Necesitaba utilizarlo para empezar a pagar deudas… Por eso necesitaba su móvil. Sabía que ahí guardaba el número de la caja de seguridad donde lo estaba escondiendo. En el ordenador tenía unas cifras, pero no estaban completas.

Me quedo helada.

—¿Qué? ¿Por eso querías el móvil? ¿Y por eso has matado a mi perro? ¿Por dinero? ¿Y por eso no le has contado todo a la Guardia Civil? Porque querías conseguir el dinero, y como no diste con él me implicaste a mí… Dios… —Le miro como quien mira a un monstruo. Porque en eso se ha convertido—. ¿Encontraste en el móvil lo que buscabas?

—Yo buscaba la verdad, Raquel, no solo el dinero. Te juro que buscaba la verdad. Yo quería saber quién mató a Viruca.

—¿No lo encontraste?

—¿El dinero? No.

Trato de digerir toda la información. Y aunque me repugna su explicación, ahora sí le creo. Es tan mezquino que por eso le creo. Por fin todo me cuadra.

—¿Y ahora qué? —le pregunto—. ¿Ahora qué pretendes que haga con todo lo que me has contado?

—Ahora vete a la Guardia Civil o haz lo que quieras. Yo sigo queriendo saber la verdad. Quiero saber qué fue lo que descubrió Viruca, con qué pretendía chantajear al padre de Iago. Quiero saberlo todo. Necesito saberlo, para descubrir si fue él quien la mató.

—Yo no sé si quiero.

—¿Ni por tu marido? Si Roi no sobrevive, le van a culpar a él de su muerte.

—¿Tú sabías que mi marido y Viruca se conocían?

—Ya te dije que no. ¿Por qué?

—Por saber cómo y cuándo empezó a pasarle droga, si les unía algo más, algún tipo de relación, de amistad… no sé, se me hace tan raro que Germán pasara droga a cualquiera, que en tan pocos meses todos supieran que él era camello. No sé… es… no me acaba de encajar.

—¿Crees que tu marido es un asesino?

Y por fin llego a una conclusión. Ahora lo veo claro. ¿Cómo va a ser un asesino? Es Germán. Es imposible.

—No. No lo es.

—Pues no dejes que pague por un crimen que no ha cometido. Raquel, estamos muy cerca de llegar al final. De unir todas las piezas. Lo sabes, ¿verdad? No te rindas ahora. Si no lo quieres hacer por la memoria de Viruca, por esclarecer lo que ocurrió, hazlo por tu marido.

—¿Y no es mejor que se encargue la Policía, la Guardia Civil?

—Haz lo que veas. Pero vas a tener que explicar muchas cosas.

No sé lo que tengo que hacer. Por lo pronto, irme de aquí, procesar toda esta información.

Cojo mis cosas, lo poco que traía y me despido de él.

—¿Qué vas a hacer? —me pregunta.

—No lo sé, Mauro, te juro que no lo sé.