CAPÍTULO 16
Estreno hora de tutoría. El despacho está al lado del de la jefatura de estudios y de otros tantos dedicados a extraescolares, el laboratorio, la sala de ordenadores… No tengo ninguna cita programada, así que aprovecho para ponerme al día con los alumnos y con sus fichas. Aunque quiero revisar cuanto antes el disco duro de Viruca, siento que indagar en su plan de estudios, en las correcciones que hizo de los trabajos de los alumnos, es algo que debería dejar para el fin de semana. No sé por qué pero este no es el lugar para hacerlo. Tal vez porque no quiero que nadie me descubra hurgando en sus cosas. No estoy haciendo nada malo, ya que en teoría es para ponerme al día con los chavales, pero no me siento del todo cómoda. Me mata la curiosidad, eso sí.
Oigo que alguien llama a la puerta.
—Adelante.
Entra un hombre de unos cincuenta y pocos años. Robusto, alto, con barba de varios días, unos rizos un tanto incontrolables y con un gesto duro. Tiene unas manos grandes, nervudas y en tensión. Se le notan todas las venas.
—¿Eres la tutora de segundo? —Más que preguntarlo lo escupe. Está enfadado y no quiere disimularlo.
—Raquel Valero, ¿en qué puedo ayudarle? ¿Teníamos cita? —Sé que no, pero quiero marcar distancias, tanto con el tratamiento de usted, como con la pregunta.
—Soy el padre de Iago Nogueira.
Trago saliva. La que me espera. Me fijo en él y trato de encontrar algún parecido con el hijo. Sin duda comparten la mirada viva, inteligente y desafiante. Y la misma arrogancia, los dos han sido bendecidos con una buena genética y lo saben, aunque en el caso del padre está más oculta por la edad y ese aspecto un tanto descuidado. No creo que sea él muy de cremas hidratantes, ni de dietas.
—Hola, siéntese por favor.
—Prefiero estar de pie.
—Y yo prefiero que se siente. Porque si no me va a obligar a levantarme, y no sé por qué, pero creo que va a ser mejor que tengamos esta conversación sentados.
Duda un segundo, me mira desde una suficiencia que trata de desarmarme, como si ya la situación no fuera desequilibrada, como si necesitara hacer algo más para demostrar que estoy en desventaja. Menos mal que acaba accediendo y se sienta.
—¿Y su nombre es?
—Tomás. ¿Podemos dejar ya las formalidades? ¿Sabes lo que pasó ayer en el cementerio?
Pues claro que quiere hablar de eso. Ningún padre lo iba a dejar pasar. Lo que no sé es por qué me tengo que comer yo el marrón, vale, soy la tutora, pero acabo de llegar a este drama.
—Estaba allí —le digo—. Y si no le importa preferiría que no nos tuteáramos.
—A mí, bonita, lo que tú prefieras me importa tres cojones.
Vale. Va a jugar duro. Haciendo del insulto su moneda de cambio. Trato de respirar. Voy a procurar no perder la calma.
—Si no va a ser capaz de mantener las formas, es mejor que se vaya.
—Eso va a ser difícil. A mi hijo le agredió un profesor, le partió la cara. ¿Y cuál es mi sorpresa cuando hoy me llama mi chaval y me dice que ese hijo de puta sigue dando clase? Que lo vio por los pasillos.
Normal que lo viera hoy por clase, que yo sepa aún nadie ha hablado con él. Supongo que el director y la jefa de estudios pretenden resolver este asunto con una llamada de atención y poco más. Ya bastante mal lo está pasando el pobre.
—Dime que mi chaval se equivoca y que a ese subnormal le han echado. Dímelo porque si no me voy a cagar en todo.
—Tal vez deberíamos tener esta conversación con la jefa de estudios y el director del centro.
Me levanto con la intención de acabar aquí la discusión antes de que la cosa se ponga más violenta. He escuchado demasiadas historias de terror con padres que pierden el control y acaban agrediendo a los profesores. Y lo siento mucho pero yo no tengo ninguna necesidad de pasar este mal trago. Veo que el padre se espatarra en la silla, cruza los brazos y me mira amenazante. Para llegar hasta la puerta en este diminuto despacho tendría que rozar su cuerpo y francamente es algo que no quiero hacer. Me quedo un momento en el sitio. De pie, pero en el sitio.
—¿Lo han echado o no?
Miro el teléfono que tengo encima de la mesa. ¿A qué tengo que pulsar para hablar con dirección o con secretaría? Mierda. No tengo ni idea. Ni siquiera sé el teléfono de la jefa de estudios. ¿Adónde da la ventana del despacho? ¿Me oirá alguien si la cosa se pone violenta? ¿Si grito? Será mejor que me calme, no puedo mostrar que estoy nerviosa, no le voy a dar el gusto. Yo puedo manejar la situación. Tengo que poder.
—¿Usted sabe que su hijo llegó borracho al cementerio, insultando a la fallecida y a su marido?
—¿Y tengo que creerle?
—Hay unas sesenta personas que podrán decirle lo mismo.
—Bueno, y aunque fuera verdad, ¿qué?
—Solo trato de ponerlo en contexto. El contexto en este caso es muy importante. Si en un momento de estrés el profesor perdió la calma, creo que es bastante comprensible.
No sé por qué estoy hablando de esa manera tan redicha, pero supongo que es para tratar de imponer distancia. Para no perder el control, que vea que no me intimida. El hombre se levanta, su ira no ha disminuido, todo lo contrario.
—Ese gilipollas tumbó de un golpe a mi hijo. No sé qué más contexto necesitas. Lo tumbó. Un adulto a un crío. ¿Estamos locos? Lo tumbó.
—Bueno, digamos que su hijo estaba en posición de perder el equilibrio con mucha facilidad.
—¿Quién coño se cree ese cerdo que es para tocar a mi hijo?
—Cualquiera en el caso de Mauro hubiera hecho algo parecido. Imagínese en su lugar.
—¡Es que yo no estaba en su lugar! ¡Quiero que se vaya, que lo echen! Pero antes quiero que le pida perdón a mi hijo. Y si no lo hace, que se prepare para una denuncia, no voy a parar hasta hundirlo. A él y a todo el instituto.
Tomás agarra el pomo de la puerta, la abre y se va. Mis piernas empiezan a temblar. Al igual que mi mandíbula. He aguantado muy bien el tipo, pero ahora toda la tensión acumulada me juega una mala pasada. Me dejo caer en la silla. Trato de tranquilizarme sin éxito.
Esto ha sido estrenarse por todo lo alto con un padre.
Se lo cuento a la jefa de estudios, con todos los detalles. No me siento muy orgullosa de mi actuación, pero tampoco sabía cómo comportarme. Marga me tranquiliza.
—No podías hacer otra cosa, no te preocupes. Creo que todos nos hemos enfrentado alguna vez a Tomás. Tiene carácter.
—De eso no me ha quedado duda.
—A ver cómo nos afecta todo esto. Pero la única manera va a ser que Mauro se tome unos días libres. Esta vez voy a tener que convencerlo como sea para que la cosa no vaya a más.