CAPÍTULO 32
Iago daba vueltas en su habitación con el móvil en la mano. Su cabeza iba a mil. ¿Cómo coño se había agenciado la profesora nueva el móvil de Viruca? ¿Cómo coño lo tenía? ¿Y por qué? ¿Qué hacía metiendo las narices en todo esto? Tenía que pararlo, tenía que pararlo como fuera. Antes de que las cosas se revolvieran más. Joder, con lo bien que estaba todo ahora. Si la Guardia Civil ya había cerrado el caso, después de llegar a la única conclusión posible y es que la muy cobarde se había matado. ¿A qué venía ahora que la nueva se pusiera a removerlo todo? Entérate, tía, Viruca se mató. Se mató. E hizo muy bien, por cerda, por traidora, por cobarde. Le entró la culpa, y normal que le entrara. Porque solo alguien que es capaz de hacer algo así, solo alguien tan hija de puta, puede tener un final como el que tuvo. Normal que se tirara al río, normal que quisiera acallar su puta conciencia.
Porque eso fue lo que pasó. Sí.
Iago trató de tranquilizarse. Esos pensamientos recurrentes nunca le llevaban a ningún buen sitio. Ya está, tío, supéralo. Ya está. A otra cosa. Esa cerda es historia antigua, tú tienes toda la puta vida por delante. Ya está. Pero claro, si está la nueva ahí removiendo, no hay manera de olvidarse.
Decidió salir a correr. A ver si sudando toda esa rabia conseguía calmarse.
Se puso los pantalones de deporte, las zapatillas, una sudadera y se dispuso a salir de casa.
—¿Te vas? —preguntó su padre.
—En menos de una hora vuelvo. Quiero sudar la cena.
—Está lloviendo.
—¿Y qué?
—Haz lo que quieras —dijo Tomás, dándole por imposible.
Iago salió, y después de media hora corriendo a buen ritmo, sus sentimientos de rabia hacia Viruca se habían ido transformando. Ahora recordaba lo bueno, solo lo bueno. Y había sido tanto. Nunca nadie le había hecho sentir así. Así de bien, así de mal, así de eufórico, así de vivo… Y por eso le jodía tanto que al final… no, pero ya está. No iba a pensar más en ello. No iba a dejar que la rabia se volviera a adueñar de él. Ahora lo único que tenía que hacer era solucionar todo el tema de la nueva. Que se olvidara de una puta vez de Viruca. Que todo Dios se olvidara de ella. Viruca solo le pertenecía a él. Su recuerdo era solo para él.
Apuró el paso. Aún tenía fuerzas para correr al menos unos quince minutos más. Hasta que los músculos le reventaran de dolor. Podía hacerlo. Y poco a poco se le fue ocurriendo la manera de que la nueva dejara el recuerdo de Viruca en paz. Sí, podía funcionar.
Volvió a casa, entró en la sala y se dirigió a su padre.
—¿Qué te parece si mañana cenamos en O Muíño?
—¿Y eso?
—Hace mucho que no salimos tú y yo, ¿no? Y ese sitio te gusta.
—Venga, llamo para reservar —dijo Tomás, animado y sonriendo ante la propuesta de su hijo. Le reconfortó ver que el chaval comenzaba a salir de su mutismo; ya empezaba a preocuparse de verdad.
—Subo a cambiarme.
Iago se encerró en su cuarto. Estaba eufórico con el plan que se le había ocurrido. A esa puta metomentodo de profesora se le iban a pasar las ganas para siempre de meterse donde no debía. Vamos que si se le iban a pasar. Como que se llamaba Iago que se iba a cagar del susto.
Cogió el teléfono y llamó a Nerea.
—Nere, no hagas planes para mañana por la noche.