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El taxi había dejado a Matt y Holly a las puertas del apartamento de ésta, y ahora ambos se encontraban a la intemperie, bajo cero, inadecuadamente ataviados para el frío viento que les cortaba la piel, mientras Holly buscaba a tientas la esquiva llave con dedos helados. El nuevo ojo morado de Matt palpitaba primorosamente, mientras que el antiguo -el de la pelea con los chicos de Headstrong- se mostraba claramente desdichado por haber sido reemplazado en tan corto espacio de tiempo y había vuelto a emerger en un gesto de solidaridad. Dolor en estéreo: genial. Lo primero que tendría que hacer al día siguiente era ir a comprarse unas gafas de sol al estilo de los Blues Brothers para ocultar tanto sus contusiones como su humillación. No sabía si aquello tenía algo que ver con Josie, pero le daba la impresión de que por minutos se estaba convirtiendo en un músico de rock a base de beber, armar bulla y todo lo demás. Incluso contemplaba la posibilidad de rescatar su antigua guitarra eléctrica en cuanto regresara a casa.

A punto de quedarse congelado sobre la acera e impaciente ante la inútil búsqueda de la llave por parte de Holly, Matt la cogió en brazos y con ella a cuestas subió el pequeño tramo de escalones de piedra. Era ligera como una pluma y su cabello le hacía cosquillas en la cara, también como una pluma.

Holly le asestó un golpe con el bolso.

- ¡Bájame, idiota!

Matt se aferró a Holly mientras ella se retorcía.

- Pensé que tendrías los pies fríos -dijo él, mirándole los pies descalzos.

- Lo están -respondió Holly mientras los dientes le castañeteaban-. Te enviaré la factura de unos zapatos nuevos.

Matt pensó en contestar que la rotura del tacón había tenido lugar en el incidente con los taxis, por lo que no era estrictamente culpa suya; pero si se examinaban los hechos con minuciosidad, él era realmente el responsable de todo cuanto había ocurrido durante aquella desastrosa velada.

- Sé compasiva conmigo -replicó-. Mi tarjeta de crédito tiene un límite de tres mil libras.

- ¡Ja, ja! -respondió Holly agitando en el aire la antojadiza llave.

Matt colocó a Holly en una posición más baja para que pudiera abrir y tras empujar la puerta con el pie, entró con ella en brazos.

- De acuerdo, ahora ya puedes dejarme en el suelo -dijo Holly mientras cruzaban el vestíbulo-. Puedo arreglármelas sola.

- ¿Y si pisas algo cortante? No querría ser responsable de causarte una herida fatal encima de todo lo demás -dijo Matt entre bufidos a medida que subía las escaleras-. Tu apartamento queda bastante arriba, ¿verdad?

- Muy arriba -repuso Holly con un pícaro destello en los ojos. Unió las manos alrededor del cuello de Matt y movió las cejas en señal de placer.

Matt hizo una mueca y prosiguió la marcha.

- Esto podría considerarse justo castigo a todos tus delitos de los últimos días -observó Holly.

- Gracias -respondió Matt falto de resuello.

- No hables -ordenó Holly, colocando un delicado dedo sobre los labios de Matt-. No quiero que te quedes sin aliento demasiado pronto.

- Eres todo corazón -apuntó Matt.

- Fue idea tuya. -Holly se examinó las uñas mientras balanceaba los pies.

Matt subía las escaleras a trompicones; el peso pluma de Holly se iba convirtiendo en plomo con cada nuevo paso. Estaban llegando a lo más alto y las piernas de Matt contaban con la fortaleza propia de la gelatina a medio cuajar.

- Tienes que perder peso -comentó Matt con un bufido.

- Y tú tienes que hacer más ejercicio -se jactó Holly.

Por fortuna, la puerta estaba a la vista.

- Casi hemos llegado -anunció Holly innecesariamente, y agitó la llave del apartamento ante los ojos de él.

Matt veía círculos psicodélicos ante sus ojos, que pensó serían consecuencia de la falta de oxígeno. Había sido un día maratoniano en muchos aspectos y su cuerpo no estaba ni mucho menos acostumbrado a aguantar tan larga carrera. Tanto bailar el Hava nagila con la tía Dolly le estaba pasando factura.

- Abajo -dictaminó Holly mientras Matt oscilaba de un lado a otro frente a la puerta. Él obedeció y con cautela colocó a Holly a la altura del cerrojo. Las rodillas y los brazos le ardían; la espalda se le había entumecido.

- Veamos -Holly sopesaba la situación con la llave en la mano.

- ¡Venga, deprisa! -Matt la agitó de arriba abajo, haciéndola reír, y en cuanto Holly abrió la puerta, irrumpieron en el apartamento soltando risas como si fueran niños de guardería.

Matt cruzó la estancia tambaleándose y dejó caer a Holly sin ninguna ceremonia sobre el sofá. Al hacerlo, las rodillas se le doblaron por detrás y se desplomó encima de ella. Holly se carcajeaba, falta de aliento, mientras él jadeaba con toda la elegancia de un caballo de carreras agotado.

De repente, las risas cesaron y la respiración de ambos se hizo más lenta, más concentrada. En la habitación reinaba el silencio; los únicos ruidos consistían en la laboriosa respiración de ambos y el incesante aullido de las sirenas de policía, que ascendía desde las calles desiertas de la ciudad. Matt era consciente del cuerpo de Holly, pequeño y suave, adaptado al suyo en toda su longitud. Su melena salvaje y orgullosa le enmarcaba la cara, otorgándole un aspecto voluptuoso y vulnerable al mismo tiempo. Las manos de Matt sujetaban las blancas y delgadas muñecas de Holly contra el almohadón en el que ella apoyaba la cabeza, arqueando así su cuerpo contra el suyo. Sus labios rosados estaban húmedos, y su lengua los recorría, temblorosa. Matt observó un diminuto nudo que bajaba por su cuello desnudo. Un delicado rubor se extendió por el escote de Holly y su respiración le levantó los pechos, de manera que sus pezones rozaban la camisa de Matt, quien notaba su calor. En la oscuridad, Matt miró a Holly a los ojos. Sería tan fácil, y resultaba tan tentador…

- Señorita Brinkman -dijo-. Considero que se encuentra usted en desventaja.

- Señor Jarvis -remedó Holly-. Estoy segura de que respetará mi virtud. Al fin y al cabo, es usted un caballero inglés.

- Señorita Brinkman, creo que me sobrevalora. -Matt se apoyó en los codos.

- Ha tenido usted, como sabe, diversas oportunidades de asaltarme -señaló Holly-, y sin embargo se ha resistido invariablemente a mis modestos encantos.

- Me temo que eso podría cambiar. En breves momentos pasaré a comportarme como un sinvergüenza y un absoluto bellaco.

- ¿Bellaco, dice usted, señor Jarvis? -Holly mostró una expresión confundida-. Soy norteamericana, señor; ignoro cómo se comporta un absoluto bellaco.

Matt apartó un mechón de cabello de los ojos de Holly.

- Será un placer demostrárselo, señorita Brinkman -dijo él, rozando los labios de Holly con los suyos.