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- ¿Lavinia? ¿Cómo estás?
- Estupendamente. ¿Con quién hablo?
Damien dobló por la mitad el clip que tenía en la mano.
- Con Damien.
- Resistiré la urgente necesidad de preguntar: ¿Damien qué?
Damien se recostó en el asiento y colocó los pies sobre el escritorio. Dios, siempre había odiado a la madre de Josie; pero ella había empezado a odiarle a él en primer lugar. Desde el momento en que le puso los ojos encima, se había propuesto detestarlo, lo que trajo como consecuencia que Josie y él pasaran por momentos muy difíciles durante el noviazgo. La boda tampoco fue lo que se dice un manojo de risas. Lavinia puso de manifiesto desde el primer día su opinión de que Damien no era lo bastante bueno para su preciada hija -si bien habría puesto pegas a cualquier pretendiente, con toda seguridad-. Ni siquiera los solteros más codiciados del mundo habrían alcanzado las expectativas de la madre de Josie. Para ella, hasta el mismísimo príncipe azul habría carecido de encanto.
Damien siempre había gozado de popularidad en el colegio, en la universidad, en el trabajo: el hecho de ser despreciado le resultó toda una novedad. Pero, como todas las novedades, pronto perdió la emoción, por lo que él y Lavinia se habían distanciado lo más posible y sólo se veían cuando las reuniones familiares, o Josie, así lo exigían.
Bodas, funerales, bautizos, Navidad y el Día de la Madre -aunque Halloween era una fecha que Damien invariablemente asociaba con Lavinia-. Incluso en aquellas ocasiones, cuando el deber le hacía señas con su desagradable dedo índice, casi siempre se las arreglaba para quedarse trabajando hasta tarde, con la excepción del día de Navidad cuando, por mucho que intentara evitarlo, siempre se había visto obligado a soportar el pavo al estilo Lavinia. Se metía en su papel de yerno y se colocaba el ridículo gorro de cartón incluido en el igualmente ridículo paquete sorpresa que, invariablemente, le era entregado. Siempre había deseado pasar esa fecha en las Maldivas, pero Josie jamás contempló la posibilidad. Para ella, la Navidad implicaba espumillón, pavo, aperitivos de salchicha y beicon… y sufrimiento.
El año anterior fue aún peor para Damien. Con Melanie, las Navidades habían incluido además dos niños, levantarse al amanecer, simular que Papá Noel existía de veras y, en términos generales, sentirse aún más desatendido que en épocas pasadas. Enormes cantidades de dinero habían sido arrojadas al agujero negro de la Navidad para adquirir las últimas e inútiles novedades de plástico. Las Maldivas era un sueño que se desvanecía a toda velocidad.
- Hablas como un vendedor empalagoso -aseveró Lavinia.
- Estoy intentando localizar a Josie.
- A lo mejor ella no quiere ser localizada.
Damien enroscó una goma elástica en el cuello de un androide de La guerra de las galaxias que tenía sobre el escritorio. Era un regalo de los hijos de Melanie -poco antes de decidir que ellos, también, le odiaban.
- Lavinia… -Damien no hizo esfuerzo alguno por ocultar el abatimiento de su tono de voz-, estamos pensando en volver a vivir juntos.
- ¡Por encima de mi cadáver!
La idea resultaba tentadora.
- Acaba de firmar los papeles del divorcio -le recordó su ex suegra.
Damien se encogió. Ése había sido uno de los problemas en su relación con Josie: le contaba todo a su madre. No de una forma exagerada o desmedida, sino que le decía la verdad. Incluso cuando Damien tuvo aquel insignificante problema de eyaculación precoz debido al estrés del trabajo, fue directa al teléfono a contárselo a su madre para regocijo de Lavinia, no sólo porque odiaba a su yerno y le encantaba la idea de que su hombría se viera en apuros, sino porque se consideraba una maldita consejera sentimental al estilo de Claire Rayner.
- Y ahora está arrepentida, según creo -repuso Damien con frialdad.
- ¡Se arrepentirá, si es que le pongo las manos encima!
- He estado llamándola todo el día, pero no contesta. En el instituto me dijeron que están de vacaciones por mitad de trimestre.
- Ellos sabrán.
- Bueno. ¿Dónde está?
- No creo que sea asunto tuyo.
- ¿Se ha ido de viaje?
Se produjo un prolongado silencio. Les Dawson tenía razón sobre las suegras. Damien bajó los pies del escritorio y se inclinó hacia delante con determinación.
- Lavinia, tengo que hablar con Josie urgentemente. ¿Te das cuenta de que la futura felicidad de tu hija podría depender de este momento?
- La futura felicidad de mi hija depende de que se quede exactamente donde está. Lejos, muy lejos de ti.
- Así que está de viaje. -Damien esbozó una sonrisa complacida ante la ingenuidad de Lavinia; pero, de pronto, un terrible pensamiento le pasó por la cabeza-. ¿Con quién se ha ido?
Podía imaginar a su ex suegra con los labios blancos de tanto apretarlos. Lamentaba el desliz, claro estaba. Damien recogió el abrecartas y se puso a aguijonear al androide medio estrangulado.
- ¿Se ha ido con ese hombre?
- ¿Qué hombre? -La voz de Lavinia se tiñó de preocupación.
Damien sonrió con satisfacción y, de un estoque, arrojó al androide al suelo. ¡Toma ya, Lavinia!
- Buscaré a Josie, Lavinia, y cuando la encuentre la traeré de vuelta a casa.
Colgó antes de que su ex suegra pudiera tener la última palabra, lo que infaliblemente ocurría. Estaría encendida de rabia. Entonces, Damien esbozó la abominable sonrisa afectada propia de los engreídos terminales.
Mordió el extremo del abrecartas y se lo fue pasando por los dientes. De modo que Josie estaba de vacaciones con ese hombre misterioso. Y su madre no tenía ni idea de quién era. De repente, la abominable sonrisa afectada se le esfumó de los labios. Damien empezó a tamborilear los dedos sobre el escritorio. Era una mala noticia. Muy mala, desde luego. Porque si Josie no le había hablado a su madre de él, quería decir que la relación iba en serio. Muy en serio. Extremadamente en serio. Lo que también significaba que había que detenerla. De inmediato.