17
El plan de preparativos de boda había sido abandonado temporalmente. Las diez en punto -hora límite para iniciar el sueño reparador- habían dado mucho tiempo atrás. Los invitados se habían marchado, e incluso las otras damas de honor habían desaparecido pasada la medianoche; pero su prima no daba señales de querer irse a la cama.
Martha y Josie se encontraban sentadas en el alféizar de la ventana del dormitorio, con las piernas colgando sobre el inclinado tejado de más abajo. Los negros aleros de la vivienda se fundían con la intensa oscuridad del firmamento, y el brillo de las diminutas estrellas resultaba tan frío como el aire de la noche. No quedaba mucho para el amanecer.
Habían encontrado pijamas de forro polar y calcetines gruesos para ambas, y estaban envueltas en mantas para protegerse del gélido ambiente. Martha dio una calada al porro que estaban compartiendo.
- No he fumado hierba desde los diecisiete años -comentó.
Josie cogió el canuto mientras Martha exhalaba el humo por la nariz, con un reguero lento y melancólico.
- Yo tampoco.
- Las drogas no están de moda últimamente -afirmó Martha-. Ni tampoco el alcohol, o el sexo de una noche. Los pequeños placeres de la vida están desapareciendo por momentos, ¿no te parece?
- Dentro de poco descubrirán que ver la televisión produce cáncer de ojos y entonces, ¿qué será de nosotras?
Se echaron a reír al unísono.
- Me encanta que estés aquí, Jo-jo. -Martha alargó el brazo y le apretó la mano.
- A mí también.
- La vida sin Jeannie ha sido un infierno. -Los ojos de Martha se humedecieron bajo la luz de las estrellas-. Era una madre maravillosa.
- Os peleabais como el perro y el gato.
- Es curioso, pero esas cosas dejan de importar cuando ya es demasiado tarde.
- Mañana la echarás de menos.
Martha asintió.
- Jack y yo nos pararemos a verla después de la ceremonia; sólo unos minutos. Voy a llevarle el ramo de novia.
- Me alegro.
- Uno nunca imagina lo que va a ocurrir, ¿verdad? -Martha contempló el cielo-. Mira, allí está Orión. -Señaló la constelación con el porro-. El hermoso cazador. Yo solía pensar que, en alguna parte del mundo, mi héroe también levantaba la vista y le miraba, y que un día aparecería y sabríamos que existía un vínculo entre nosotros y estábamos destinados a vivir juntos para siempre. -Martha se rió con la risa de una estatua de piedra-. Romántico, ¿eh?
- ¿Y encontraste a tu héroe?
- Una vez, creí que sí. Me parece que estaba muy cerca de serlo, pero tal vez no era un buen momento.
- No hay muchos de esos héroes por ahí; no deberías haberle dejado escapar.
- No hace falta que me lo digas, ya lo sé. Yo creía que el mundo estaba lleno de hombres maravillosos, y que lo único que tenía que hacer era sentarme cómodamente y elegir. Cuanto más mayor me hago, más cuenta me doy de que los buenos ya están cogidos y que hay que rebuscar entre las sobras.
- ¿Qué pasó entre Glen y tú?
Martha desvió la vista y soltó un pequeño bufido.
- ¿Por qué me lo preguntas?
- Pura curiosidad.
Martha enarcó una ceja.
- De acuerdo, soy una cotilla. Me sorprendió verle aquí.
- ¿Es acaso algo más que un interés meramente superficial?
- Quizá.
- Es atractivo.
- Ya lo he notado.
- Él piensa que tú también lo eres.
- Mejor todavía.
Martha apoyó la cabeza en el marco de la ventana.
- Creí que era mi príncipe azul. Estuvimos saliendo durante todo el bachillerato. Para mí era todo lo que podía desear. Le adoraba, y creía que él me adoraba a mí. -Martha se quedó contemplando el humo, que ascendía en remolinos por el aire.
- ¿Y…?
- Cuando nos graduamos y teníamos toda la vida por delante, me quedé embarazada. -Miró a Josie frunciendo los labios.
- Mierda.
- No se lo dije a nadie -prosiguió, apretándose las rodillas contra el pecho-. Ni a ti, ni tan siquiera a mi madre. No se lo conté a nadie, salvo a Glen. Le entró pánico. Dijo que no podía hacer frente a semejante responsabilidad. Opinaba que arruinaría nuestras vidas. Acababan de ofrecerle un empleo fantástico en Europa y quería aceptarlo. En resumen, no quería a nuestro hijo, ni me quería a mí.
Josie inspiró hondo.
- Mierda.
- Me sometí a un aborto, que Glen pagó caballerosamente. Aceptó el empleo en Europa y no volví a verle más.
- Menudo cabrón.
- Me escribió todos los años, hasta hace dos. Me decía una y otra vez que se arrepentía de lo que había hecho, que aún me quería y que haría cualquier cosa por enmendar la situación.
Martha dio una última calada al porro, ya casi consumido, y lo aplastó contra el alféizar de la ventana. Inclinó la cara en dirección a las estrellas y soltó el humo de una sola vez.
- Rompí todas sus cartas.
- Mierda -masculló Josie entre dientes. Ambas contemplaron Orión en silencio-. ¿Te arrepientes?
- ¿Del aborto, o de romper con Glen?
Josie se encogió de hombros.
- Lo pasé muy mal con las dos cosas. En aquel entonces, me pareció que había tomado la decisión correcta. Ahora no puedo cambiar nada. Si volviera a tener la oportunidad, lo resolvería de otra manera.
- Sí, lo de retrasar el reloj del tiempo y todo eso.
- Es algo que nos ocurre a todos, Josie.
- Qué me vas a contar. -¿Hasta qué momento retrasaría ella el reloj? ¿Hasta antes de Damien? Desde luego, hasta antes de que Matt Jarvis le hubiera dejado plantada. Rebobinado de la conversación: «¿Te gustaría cenar conmigo esta noche, Josie?» «No; piérdete.» (Josie se marcha con ademán airado y la cabeza bien alta.)
Martha sonrió abiertamente e interrumpió los pensamientos de su prima.
- Para que veas, Josie Flynn, no lo sabes todo acerca de mí.
- Eso parece. -Por suerte, Josie no se había caído por la ventana del susto-. Y ahora es el padrino de boda de Jack.
Martha soltó una carcajada.
- Curioso, ¿no?
- No, qué va -repuso Josie con sarcasmo-. En absoluto.
- Jack y yo nos comprometimos en matrimonio un mes después de conocernos.
- En Wal-Mart…
- ¿Te has enterado de eso? -Martha se frotó la cara-. Es una larga historia. ¡No te la creerías!
- A estas alturas me creería cualquier cosa.
- Bueno, el caso es que Jack me dijo que conocía a un tipo extraordinario. Jack era su gurú, su maestro espiritual, en la academia de artes marciales. Este tipo extraordinario había tenido problemas personales y Jack le había ayudado a superarlos. Resultó que era Glen.
- ¿Sabe Jack lo vuestro?
- Sabe que estuvimos saliendo, pero no le he dicho nada del embarazo.
- ¿Y cómo se sienten ellos?
- ¿Te refieres a que ambos saben que hago unas mamadas estupendas? -Martha se echó a reír estridentemente.
- ¡Martha Rossani, eres el colmo! Tómatelo en serio, por favor.
- No parece que les importe. -Hizo una mueca de melancolía-. Aunque en realidad, no he hablado con Glen. Supongo que es mejor no mencionar ciertas cosas. -Martha cambió de postura y se ajustó la manta sobre los hombros-. Tenía sus defectos, como todo el mundo; pero nunca he sido tan feliz con ningún otro hombre.
- ¿Ni siquiera con tu futuro marido?
- He pasado los últimos diez años buscando a alguien que estuviera a la altura de Glen.
- ¿Y Jack lo está?
- Jack es diferente.
¡Ni que lo digas!
- Bueno, a ver -Martha se volvió hacia Josie y levantó las cejas con gesto travieso-, ¿vas a ligarte a Glen?
- Después de lo que me has contado, no.
- En la cama es increíble, y tiene un culo precioso.
- Yo busco algo más en los hombres -repuso Josie con tono altivo.
- ¿Es que hay otra cosa?
- Damien también tenía un culo estupendo. El problema era que solía compartirlo con otras mujeres.
- ¿Aún piensas en él?
Josie se contempló las uñas.
- Cada vez menos.
- La única manera de olvidarse de un hombre es cambiarlo por otro. No parece un comentario políticamente correcto, ¿verdad?
- Sin embargo, considero que es verdad.
- Me gusta el hecho de mantener una relación; no me siento completa sin un hombre. Es patético, ¿no te parece?
- Sí, mucho.
- La actitud de mi amiga Felicia me aterroriza. Está tan a gusto consigo misma; le encanta estar sola. Yo no puedo, necesito que alguien me necesite. Desde que mi madre murió, me siento como a la deriva; he perdido el ancla, Josie. -Martha apenas pudo pronunciar la última frase; se rodeó a sí misma con los brazos y durante un instante permaneció en silencio. Luego se puso bizca y exclamó-: ¡Es muy fuerte!
Josie se echó a reír.
- Mira ese tío que conociste en Nueva York. Te deja plantada el primer día, aplasta tu autoestima, se marcha a volver a hacer de las suyas y te deja preguntándote qué hiciste mal. ¿Por qué les dejamos que hagan eso?
- Son las hormonas -respondió Josie-. Yo culpo a las mías de todo lo que me pasa.
- Glen te iría bien.
- Me aterra la idea de volver a enamorarme de un hombre que no me convenga.
- Piensas mucho en el tipo ese que conociste, ¿verdad?
Josie asintió.
- Más de lo que me gusta admitir.
- Entonces, puede que ya te hayas enamorado del hombre equivocado.
- Me siento incapaz de volver a pasar por lo mismo, Martha. Mi seguridad en mí misma no lo soportaría.
- Pues considera la posibilidad de pasar un buen rato con Glen. Ha cambiado, Josie. Jack dice que ahora es un hombre íntegro. Ha pasado mucho tiempo; las cosas cambian y la gente, también.
- ¿Y te crees lo que dice Jack?
- Respeto su opinión.
- Tiene muchas opiniones, me da la impresión.
- Ni siquiera pienso preguntarte qué opinas de Jack.
- Y yo no pienso decirte nada.
- No tienes por qué; se te nota en la cara. -Su prima tiró de la manta y se la ajustó al cuerpo.
- Martha -dijo Josie con paciencia-, eres la criatura más hermosa de este planeta, si exceptuamos a Catherine Zeta Jones, o Catherine Douglas, o como quiera que se haga llamar. Y Jack es… Bueno, es como una criatura de otro planeta.
- La belleza no lo es todo. Tú misma lo acabas de decir.
- Sí lo es, si hablamos de Quasimodo después de una noche de juerga.
- Eso no es justo.
- Parece un sharpei.
- A mí me gustan los perros.
- Pero no te casarías con uno.
- Josie -suspiró Martha-, ya he probado con tíos macizos, con punks, con sofisticados, con bohemios, con nuevos y viejos ricos, con pobres…
- Así que ahora pruebas con calvos, feos e insoportables.
- Ninguno me hizo feliz.
- ¿Y Jack, sí?
- Lo conocí una semana después de la muerte de mi madre. Ha sido genial conmigo. Me ha apoyado, me ha dado consejos y me ha impulsado a abrir mi yo interior.
- No sabía que tu yo interior estuviese cerrado.
- Desde que conocí a Jack, estoy más en contacto conmigo misma y mis emociones.
- ¿Y es ésa razón para casarte con él?
- Quiero un hijo, Josie. En mi vida existe un hueco enorme con forma de bebé. Quiero empujar un cochecito. Quiero saberlo todo sobre los pañales desechables. Quiero ser madre.
- ¿Tiene eso más que ver con enderezar el pasado que con estar enamorada de Jack?
- No, fue a raíz de la muerte de mi madre. Me he dado cuenta de que ninguna otra cosa importa. Ni el dinero, ni el aspecto físico, ni los restaurantes de lujo, ni los bolsos de última moda. Quiero un hijo antes de que sea demasiado tarde, y Jack también está preparado para ser padre.
- ¿Está preparado, dices? ¡Pero si ronda los sesenta años!
- Tiene cuarenta y ocho. Lo que pasa es que no tiene fe en la crema hidratante.
- Si eso es lo que hacen las artes marciales, prefiero comerme un puñado de chocolatinas al día.
- Me estoy haciendo mayor, Josie. ¿Y si mis óvulos se deterioran por beber demasiada Coca-Cola light, o algo así?
- Tienes treinta y cuatro años. Te queda mucho tiempo por delante.
- Nunca se sabe, en realidad.
- Imagina que los espermatozoides de Jack ya no son capaces de nadar. Imagina que lo único que hacen es ir aleteando por la parte que no cubre. ¿Aún te casarías con él?
Martha hizo una mueca de disgusto.
- No hay por qué casarse. Hoy en día se puede concebir un hijo con un bote de mermelada vacío y una jeringuilla de esas para rociar el pavo al horno con salsa. Por todos los santos, Martha, aquí celebráis Acción de Gracias, debes de tener alguna rodando por ahí.
- Esta conversación es ridícula. Quiero un hijo concebido por amor.
- ¡Amor! Ésa es la palabra clave en este asunto, Martha.
- Él me quiere. Me adora. Soy su tesoro. Es el único hombre que me ha pedido que me case con él; todos los demás sólo se han aprovechado de mí.
- Pero Martha, ¿le quieres?
- Es demasiado tarde para esa clase de preguntas, Jo-jo.
- No, Martha; si existe alguna duda en tu mente, es el momento preciso de hacer la pregunta.
- ¿Has tomado alguna vez una dirección de la que no puedes desviarte? ¿No has sentido nunca que el destino te va arrastrando, a pesar de tus propios recelos?
- ¿Se trata del destino, o de haber contratado a la empresa de catering?
- Tengo que irme a dormir.
- Martha, ¿le quieres?
- Es lo que debo hacer, Josie. Es lo que necesito.
- ¿Le quieres?
Con añoranza, Martha clavó los ojos en Orión.
- Le quiero -respondió-. Ahora, vayámonos a la cama.