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- Maquíllame como a una cabaretera -solicitó Josie.

- Que se vea natural, Beatrice -decretó Martha mientras se masajeaba sus esbeltos dedos con crema para manos con aroma de vainilla.

- Natural, pero como una cabaretera -insistió Josie.

- No querrás parecer más guapa que la novia, ¿verdad? -Beatrice le pasó una brocha de colorete por los pómulos.

- Claro que sí -respondió Josie-, aunque para eso tendría que someterme a varias operaciones de cirugía plástica y ponerme la hormona del crecimiento. Anda, Beatrice, intenta hacer un milagro con la sombra de ojos.

Eran la seis de la mañana y aún estaba oscuro. Una espesa escarcha cubría las ramas de los árboles del exterior, otorgándoles un aspecto sobrenatural. Si la temperatura no fuera de cinco grados bajo cero, habría sido el día perfecto para una boda. La novia y sus damas de honor estaban sentadas en la cocina de casa de Martha bebiendo café, mientras eran peinadas y maquilladas por Beatrice, la esteticista, y Christina, su simpática ayudante. La manera en la que blandían sus pinceles cargados de maquillaje dejaban al mismísimo Rolf Harris a la altura de un principiante; lo cual era una suerte, porque los ojos de Josie estaban tan hinchados y enrojecidos como si hubiera visto Los puentes de Madison mil veces seguidas y se hubiera pasado llorando todo el tiempo.

Poco después de que Martha y ella se hubieran ido a la cama a una hora intempestiva, Josie cayó en la cuenta de que ella iba a encabezar el desfile nupcial camino al altar, seguida por Martha y su nutrido cortejo. También iba a leer un pequeño discurso, inaugurar el baile y, posiblemente, hacer el payaso durante el banquete de bodas para entretener a los invitados. Daba la impresión de que no había posibilidad de quedarse en la retaguardia, emborrachándose, como hacían las damas de honor en Inglaterra.

Josie echó una ojeada a la hilera de vestidos de gasa lila que, una vez planchados a la perfección, esperaban pacientemente en sus perchas.

- ¿No hubiera sido mejor llevar mangas, Martha?

- Deja de protestar, estarás preciosa. Además, la boda va a ser tan emocionante que pasarás calor. Espera a la noche; estarás echando humo.

El fotógrafo y su encantador asistente también zumbaban como abejas alrededor de ellas, al igual que el encargado del vídeo y su ayudante, bastante menos encantadora. La verdad es que Josie no quería que aquella imagen suya en pijama, con rulos en el pelo y a medio maquillar fuera grabada para la posteridad, pero por lo visto no había más remedio.

- Me gusta el fotógrafo -susurró a través de la separación de las dos sillas.

- Es gay -replicó Martha, tragándose sus algas de ciénaga para que Beatrice pudiera aplicarle el carmín de labios, a pesar de lo temprano de la hora.

- El tipo que sujeta el medidor de luz es su novio. -Martha asomó la cabeza por detrás de Beatrice-. ¿Qué te pasa?

- Creo que el breve encuentro con Matt Jarvis, ese inglés tan macizo como hijo de puta, ha hecho que mis hormonas se revolucionen, o algo parecido. El tío Nunzio me dijo que necesitaba un buen polvo.

- ¿Eso te dijo el tío Nunzio?

- Más o menos.

- Entonces, tienes que echar un polvo. El tío Nunzio debe ser obedecido en toda ocasión.

- ¿En serio? Por el aspecto que tiene, se diría que su próximo cigarrillo podría ser el último.

- Las apariencias a veces engañan, Josephine. Y tú precisamente deberías saberlo. -Martha miró a su prima mientras alargaba las uñas para enseñárselas-. El tío Nunzio tiene una salud de hierro. Es el cabeza de familia y en su pueblo natal todos le respetan. Nadie se ríe de Nunzio Rossani.

- Entonces, ¿quién soy yo para dudar de sus consejos?

Ambas se echaron a reír.

- Felicia -gritó Martha a una silueta vagamente inerte, enfundada en un pijama-, ¿te importa llamar a la floristería y asegurarte de que me han preparado un ramo para lanzar a las invitadas, además del ramo nupcial?

- Martha, son las seis y media. -Felicia continuó engullendo rosquillas con crema como si le fuera la vida en ello.

- Tienen un servicio de mensajes; no quiero que se me olvide. Además, podría ser tu gran oportunidad.

Felicia se acercó al teléfono arrastrando los pies.

- Si mi felicidad futura depende de atrapar tu maldito ramo de novia, ahora mismo voy a cortarme las venas.

Los rulos desaparecieron y las tenacillas de rizar hicieron su entrada, seguidas de un buen cepillado hacia atrás y suficiente laca como para dar un buen susto a la capa de ozono.

Felicia colgó el auricular.

- Eres la afortunada propietaria de un ramo de novia para lanzar a las invitadas. -Volvió a atacar su desayuno.

El teléfono sonó. Felicia se encaramó de nuevo a la encimera para contestar. Sujetando el auricular a cierta distancia, gritó:

- La tía Lavinia. ¿Primer voluntario?

Martha apartó con la mano la nube de laca que le rodeaba la cabeza y agarró el teléfono.

- Hola, Lavinia. Sí, ya estamos a punto. Sí, mi prima se está portando bien.

Josie gruñó de irritación y Martha ahogó una carcajada.

- Sí, llevo algo nuevo, algo viejo, algo prestado y algo azul. Sí, ojalá estuvieras aquí. Sí, papá está muy bien. Sí, yo también echo de menos a mamá. -Martha se mordió el labio-. Sí, ya sé que te acuerdas de mí. Tengo que dejarte, tía Lavinia, gracias por llamar; hablaremos pronto. Aquí está Jo.

Josie cogió el auricular.

- Sí, llegué aquí sin problemas. Sí, me estoy portando bien. Sí, me seguiré portando bien. Sí, está guapísima. Sí, les daré recuerdos a todos. Sí, a mí también me gustaría que estuvieras aquí. ¿Cómo?

Josie hizo una pausa.

- No, claro que no estoy pensando en volver con Damien; ¿de dónde has sacado semejante idea? Sí, seguro que pasaremos un día estupendo. Mamá, ¿por qué me has hecho esa pregunta sobre Damien? Mamá… mamá…

Josie se apartó el auricular de la oreja y frunció el entrecejo.

- Ha colgado sin que yo tuviera que seguir la cuenta atrás del término de la conversación. Qué raro.

Josie se desplomó en la silla, junto a Martha.

- Acaba de preguntarme si estaba pensando en volver con Damien.

- Ya he oído.

- Estamos firmando los papeles del divorcio. ¿En qué está pensando mi madre?

- Ya sabes que a veces resulta un poco extraña.

- Ni que lo digas.

Joe, el padre de Martha, entró en la cocina. Llevaba a la vista la camiseta interior, y los pantalones tenían la bragueta bajada; la camisa, abierta, aleteaba a sus costados como una vela de barco.

- ¡No consigo abrocharme este maldito disfraz de pingüino!

Felicia acudió al rescate.

- A ver, señor Rossani, tómese una rosquilla mientras le abrocho la camisa.

- ¡Ay! -se quejó él-. Menos mal que sólo tengo una hija. Con lo que me está costando esta boda, podría haber comprado un edificio de apartamentos.

- Deja de quejarte, papá. Es lo que mamá hubiera querido.

- Tu madre habría disfrutado cada minuto. -Se tiró de la pajarita-. Pero yo estoy deseando quitarme esta maldita ropa. ¿Por qué tengo que vestirme a esta hora? ¡Si todavía es de noche!

- No queremos llegar tarde a la iglesia.

- Aún quedan horas para la boda.

- Hay mucho que hacer.

- Ya veo que tus chicas se esfuerzan mucho por estar guapas.

- ¡Papá!

Joe levantó la mano.

- Me voy. Estaré en el estudio, viendo el concurso de Ben Stein. Dame un grito cuando llegue la hora de poner en marcha a este pelotón.

Martha se mordió el labio mientras observaba cómo su padre desaparecía.

- En realidad, está encantado -comentó, poco convencida.

- Claro que está encantado -aseguró Josie-. Tu padre es como mi madre: a los dos les encanta quejarse. Pasará un día espléndido y no hablará de otra cosa durante años.

Martha y Josie dejaron libres sus asientos de belleza y Felicia y Betty-Jo las relevaron.

- ¿Te apetece desayunar? -preguntó Josie.

- Se me estropeará el carmín de labios.

- No te preocupes, ya te has comido la mitad. Beatrice te lo volverá a poner más tarde. Tienes que tomar algo.

- Se me ha cerrado el estómago.

- Come. -Josie cogió una rosquilla, le entregó otra a Martha y ambas empezaron a mordisquear con cuidado.

- ¿Pensaste en lo que te dije anoche?

- Me pasé la noche entera sufriendo de insomnio y ansiedad.

- ¿Y?

- Voy a casarme, es lo mejor.

- ¿Estás segura?

- Sí.

- ¿Completamente segura?

- ¿Cuántas veces tengo que decírtelo?

- Sólo una, pero que suene como si estuvieras contenta.

- Estaré mucho más contenta cuando se me pasen los nervios.

- Relájate y disfruta. El día pasará tan rápido que apenas te darás cuenta.

Las manos de Martha temblaban.

- Quiero que sea un día perfecto, Jo. Quiero que todos los invitados lo recuerden durante toda la vida y comenten que mi boda fue maravillosa.

- No te preocupes. -Josie cogió las manos de su prima y las apretó con fuerza-. Lo harán, seguro que sí.

De repente, se escuchó un estrepitoso crujido en la gravilla del exterior y la luz de las ventanas quedó bloqueada.

- Han llegado los coches -anunció Martha.

Efectivamente, tres de las limusinas más grandes y más blancas jamás conocidas se detuvieron a las puertas de la casa, obliterando el sol que asomaba por el horizonte.

- Es hora de vestirnos, querida prima -indicó Martha.

- ¡Dios mío! -exclamó Josie al tiempo que se recostaba en la cama de Martha. Se mordió el labio, arruinando los últimos restos de carmín.

- No llores; no, por favor. El maquillaje se te echará a perder.

- No estoy llorando; sólo gimoteo un poco.

Martha se puso a girar sobre sí misma.

- ¿Te gusta?

- Eres la novia más preciosa del mundo.

- ¿Es eso un sí? -Martha se admiró en el espejo.

El vestido era de satén de seda, ajustado, con perlas bordadas en el talle y -según apreció Josie con un ligero toque de resentimiento- manga larga.

- ¿Te acuerdas cuando éramos niñas y nos poníamos los camisones de tu madre para jugar a las princesas? Bueno, pues ahora eso es lo que pareces: una auténtica princesa.

- Así debería sentirse toda mujer en el día de su boda. -Martha volvió a dar vueltas de nuevo y la cola de gasa flotaba sobre el suelo, hinchándose a medida que el aire la atrapaba y la levantaba.

- A Jeannie le habría encantado.

- Sí, ¿verdad? -Los ojos de Martha se cuajaron de lágrimas-. No sigas hablando. Vas a hacerme llorar.

- Se habría sentido muy orgullosa de ti.

- Jack quería que nos casáramos en Fiji, solos los dos. Me alegro de haber insistido en celebrar una boda por todo lo alto.

- Confío en que Jack se merezca el esfuerzo.

- La princesa será feliz para siempre jamás. -Martha se mecía de un lado a otro frente al espejo-. ¿No es lo que ocurre siempre?

- No -rebatió Josie-. No siempre.

- Lo siento -se disculpó Martha, dejando caer los brazos-. ¿Estás pensando en Damien?

Josie asintió con un gesto.

- Estaba tan segura, tan convencida. Era perfecto, formábamos la pareja ideal. ¿Por qué salió mal?

Josie no sabía a ciencia cierta cuándo la relación empezó a fallar. ¿Fue después de la primera pelea? A ninguno de los dos se le había dado bien pedir disculpas. ¿Fue porque nunca se ponían de acuerdo en la elección del papel de las paredes? ¿O porque a Damien no le gustaba Bon Jovi, mientras que ella opinaba que Will Smith era el petimetre más extravagante sobre la faz de la Tierra? Incluso habían discutido sobre el nombre del gato. Josie pensaba que Prince, el cantante de pop, era un individuo divertido y lleno de vida, un modelo a imitar por un garito alegre y encantador. Por el contrario, Damien opinaba que era un gilipollas arrogante y enano, además de un chulo. No quería que ningún gato de su propiedad llevara el nombre de semejante paticorto engreído. Damien prefería nombres tales como Pelusa, Cascabel o Micifú, con la particular falta de imaginación que caracterizaba su vida. Lanzaron una moneda al aire y Prince salió ganador.

- Allí estaba yo, como tú, Martha, hace sólo cinco años. Vestida como una princesa y confiando en la felicidad eterna. ¿Qué ha pasado desde entonces?

- Que Damien se tiró a otra.

- Sí, gracias por tu concisa valoración de los hechos -repuso Josie con mal humor-. Pero, ¿qué le impulsó a actuar así? ¿Fue algo que comenté? ¿Algo que hice, o que dejé de hacer? No me lo dijo. Nunca me dijo en qué me había equivocado.

- No debes atormentarte sólo porque tu ex marido sea un cabrón.

- Por eso estoy preocupada por ti, Martha. No quiero que cometas los mismos errores que yo cometí. Y eso que ni siquiera sé cuáles fueron.

- Me irá muy bien, no te preocupes.

- Una vez leí una cosa… Decía que no debes casarte con alguien con quien creas que podrías vivir; debes casarte con un hombre con el que creas que no podrías vivir.

- ¿Sabes?, lees un montón de basura.

Josie soltó una carcajada.

- Es por estar divorciada y pasar tantas noches en casa, sola.

- A mí también me ha pasado -terció Martha-. Y ahora quiero conocer la vida de casada.

- Espero que te vaya mejor que a mí, querida prima.

- Yo también.

Ambas soltaron una risita nerviosa.

- Ven -dijo Martha, y se abrazaron con fuerza.

- Sigue los dictados de tu corazón, Martha, con todas las consecuencias. -Josie la agarró por los hombros y la apartó hacia atrás-. Tienes que ser feliz; prométemelo.

- Te lo prometo.

- ¡Martha! -gritó Felicia desde el pie de la escalera-. El fotógrafo espera. ¿Estás lista?

- ¡Ya voy!

- Josie, ¡tienes que ponerte el vestido!

«¡Oh, inmensa alegría! El momento que había esperado con tanta emoción. Gasa color lila, allá voy…»