Capítulo 2
A Caleb le parecía que la naturaleza de los seres humanos giraba en torno a una verdad empírica: queremos lo que no podemos tener. Para Eva, era el fruto del árbol prohibido. Para Caleb, era Livvie.
La noche había sido intermitente. Livvie gemía y temblaba mientras dormía y el pecho de Caleb parecía contraerse con cada sonido. Le había dado más morfina y, después de algún tiempo, su cuerpo parecía calmarse aunque todavía parecía que había un movimiento frenético bajo sus párpados. Pesadillas, supuso. Sin miedo a la torpeza o al rechazo, sintió la compulsión de acariciarla. La abrazó y los consoló a ambos, pero no podía apartar de su mente el mensaje de texto de Rafiq.
¿Cuándo aterrizaría en México?
¿Cómo reaccionaría ante Livvie y su condición destrozada?
¿Cuánto tiempo tendría con Livvie antes de que se la llevaran lejos de él?
Llevada. Lejos. Extrañas y terribles palabras de una lengua extranjera. Cerró los ojos y ajustó su mente a la realidad. Te estás desprendiendo de ella. Abrió los ojos. Y cuánto antes, mejor.
No podía razonar con lógica. Eso le había mantenido con vida durante más tiempo del que podía recordar. Era frío y eficiente. No se entretenía con cuestiones de moralidad. Y aun así, quería razonar con lógica. Quería encontrar una razón con la que sintiera que podía calmar al hombre curtido que había dentro de su cabeza. Pero no podía. La verdad era que la deseaba. La verdad también era que nunca pretendió que fuera así. Tiró de Livvie acercándola más aún, con cuidado de no aplastar sus costillas o su hombro herido, y enterró la nariz en su largo cabello, tratando de oler su esencia.
Le había dicho que no era su Príncipe Encantador, pero lo que no le había dicho era que deseaba poder serlo. Hace mucho tiempo, él podía haber sido… normal. Antes de ser secuestrado, antes de las palizas y las violaciones y las matanzas, podía haber sido algo diferente a lo que era. Nunca había pensado así, nunca se había preguntado sobre los caminos que había tomado, o que no había tomado. Su vida fue vivida en el presente y sin la angustia de las fantasías. Pero ahora fantaseaba. Fantaseaba con ser la clase de hombre que podría darle a Livvie todo lo que ella quisiera. El tipo de hombre que ella podría…Pero tú no eres ese hombre, ¿verdad?
Caleb suspiró, sabiendo la respuesta. Las fantasías de otros nunca le habían confundido, pero las suyas propias le dejaban insatisfecho con la vida que había aceptado e incluso disfrutado de vez en cuando. Quería dejar marchar los anhelos y los sentimientos de remordimiento. Quería vivir para cazar y para matar. Había sido lo único que tenía sentido para él durante mucho tiempo. Incluso en aquellos momentos de oscuridad, cuando su impulso había decaído y se cuestionó la posibilidad de encontrar alguna vez a Vladek, no había pensado en ser nada más que lo que era.
Y ahora, en sólo tres semanas y media con Livvie, la mayoría de las cuales las había pasado encerrada en una habitación oscura, todo parecía evaporarse. Era estúpido, ingenuo y peligroso. Una persona no era capaz de cambiar en lo fundamental en tan corto periodo de tiempo. Él no era diferente. Y aun así, se sentía diferente y ni siquiera la lógica podía alterar eso. Si no hubiera sido por los recuerdos, esos atroces, putos recuerdos de Narweh, golpeándole y violándole. Si no hubiera visto a Livvie, cubierta de sangre, magullada y temblorosa en los brazos de aquel motero, no habría sentido como si todo su mundo estuviera derrumbándose sobre él.
¡Dios! Lo que había hecho para hacerles pagar. Había sido el tipo de furia que no había sentido en mucho tiempo. Había saboreado la mirada en los rostros de esos moteros cuando hundió profundamente su cuchillo dentro de Tiny, y su sangre salpicó a Caleb, las paredes… todo.
¡Venganza! Ese era su propósito.
Se sentía bien tener un propósito. Estaba seguro de que sentiría esa urgencia otra vez. La sentiría en el instante en que los ojos de Vladek se iluminaran con comprensión y la llevaría a cabo hasta que Vladek tomará su último y jadeante aliento. Caleb suspiró. Deseaba sentir la satisfacción de ese momento. Deseaba sentirlo más que cualquier otra cosa. Lo deseaba más de lo que deseaba a la chica.
Ella te odiará. Para siempre. Querrá venganza.
—Lo sé —susurró Caleb en lo oscuro de la habitación. Incapaz de resistir el adormecimiento que le ofrecía el sueño, se dejó arrastrar por la oscuridad.
* * * *
El niño se negaba a bañarse.
—¡Caleb, no lo te lo diré otra vez! ¡Apestas! Apestas horriblemente. Han pasado días y todavía estás cubierto de sangre. Alguien te verá y entonces tendrás un problema de verdad entre manos, chico.
—Soy Kéleb. ¡Perro! He hecho pedazos a mi amo. ¡He probado la sangre y me gusta! No me la limpiaré. Quiero llevarla para siempre, como una medalla al honor.
El oscuro rostro de Rafiq se volvió demacrado, sus ojos se entrecerraron. —Báñate. Ahora.
El chico cuadró sus jóvenes hombros y miró amenazante a su nuevo amo. Rafiq era atractivo, mucho, mucho más que Narweh, el puto entrenado que había en él estaba afectado por eso. Rafiq también era mucho más fuerte que Narweh, capaz de hacer más daño, pero el niño no se permitiría tener miedo, acobardarse antes de que un hombre se estableciera como su nuevo amo. Él era un hombre ahora, ¡un hombre! Tomaría sus malditas propias decisiones acerca de cuándo se lavaría la sangre de su cara.
—¡No!
Rafiq se puso de pie. Sus ojos eran duros y amenazadores. El chico tragó saliva hondo y con fuerza, y a pesar de hacer su mejor esfuerzo, no podía negar el miedo que sentía. A medida que Rafiq se aproximaba, el muchacho reprimió su deseo de escabullirse. La callosa mano de Rafiq aterrizó firmemente en la nuca del niño y la apretó con suficiente fuerza como para hacerle estremecer, pero no lo bastante como para provocar su lucha o su instinto de volar.
Rafiq se inclinó y rugió en la oreja del chico:
—Lávate ahora, o te desnudaré y frotaré tu piel hasta que no vuelvas a soñar con desafiarme nunca más.
Las lágrimas punzaban en los ojos del niño. No porque tuviera dolor, sino porque de repente estaba muy asustado y deseaba que Rafiq no estuviera enfadado con él. No tenía a nadie más. Todavía era joven, incapaz de valerse por sí mismo. Su raza y apariencia le dejaba en clara desventaja ante los nativos. A menos que quisiera ser un puto otra vez, Rafiq era todo lo que tenía.
—No quiero hacerlo —suplicó con un susurro. La mano en su nuca se aflojó un poco y el chico forzó a sus ojos a cerrarse para mantener a raya la amenaza de lágrimas. Se negaba a llorar.
—¿Por qué?
—Quiero saber que está muerto. Se terminó muy rápido, Rafiq. Se terminó tan rápido y él… ¡él se merecía sufrir! Quería que sufriera, Rafiq. Todo el dolor que me hizo pasar, todas esas cosas… quería que sintiera todas esas cosas. Si me limpio la sangre… —Los ojos del niño suplicaban a Rafiq.
—¿Sería como si nunca hubiera sucedido? —dijo suavemente Rafiq.
—Sí. —Fue un sonido ahogado.
Rafiq suspiró.
—Nadie sabe cómo te sientes más que yo, Caleb. Pero no puedes seguir desafiándome; ¡no puedes seguir actuando como un niño quisquilloso! Ya no eres Kéleb. Lávate. Te lo prometo, Narweh seguirá muerto cuando hayas terminado.
El muchacho tiró para soltarse del apretón en su nuca.
—¡No! ¡No! ¡No! No lo haré.
El rostro de Rafiq pasó de cautelosa calidez a fría piedra.
—Tú verás, Kéleb. —Su agarrón en el cuello del chico se intensificó y mientras hacía una mueca de dolor y forcejeaba por apartarse de Rafiq, su otra mano cayó cruzando la cara del muchacho con un golpe seco y contundente.
Para Caleb el dolor no era nuevo, podía soportar fácilmente una bofetada de castigo, pero, a pesar de todo, estaba estupefacto. Trató de liberarse de Rafiq, pero estaba firmemente sujeto por el agarrón del hombre que le superaba en edad.
—¡Báñate! —Rafiq rugió con la suficiente fuerza como para hacer vibrar la cabeza de Caleb.
—¡No! —gritó Caleb, con lágrimas cayendo por su cara.
Rafiq flexionó su cuerpo, hundió su hombro en el estómago de Caleb y se lo echó al hombro. Ignorando los puños que aporreaban su espalda, entró con determinación en el baño y prácticamente lanzó al chico dentro. Ignoró los gritos furiosos y los insultos e improperios que venían de la perversa boca de Caleb y se volvió hacia el grifo para dejar caer agua fría en la bañera.
El cuerpo de Caleb se sacudió al sentir el agua helada empapando sus ropas y tocando su piel. Incapaz de resistirlo y lleno de ira, se las arregló para darle un puñetazo en la cara a Rafiq y escabullirse a medias de la bañera. Tan sólo había encendido más la furia de Rafiq. Sintió la mano de la Rafiq agarrando su pelo, luego el dolor en su cuero cabelludo y en su cuello mientras tiraba de él hacia atrás. El agua de la bañera le cubrió mientras Rafiq le empujaba hacia el fondo. El miedo y el pavor le atenazaron.
—¡Me obedecerás, muchacho! ¡Lo harás! O te ahogaré, aquí y ahora. Me perteneces. ¿Entendido?
La boca y la nariz de Caleb estaban llenas de agua. No podía entender las palabras con claridad y sólo oía los gritos furiosos del hombre que lo mantenía apresado en el agua. La sensación de muerte inminente lo mantuvo paralizado de terror. Cualquier cosa. Habría dado cualquier cosa para no volver a sentir ese tipo de terror nunca más.
¡Aire!
Caleb boqueó y dio arcadas mientras le levantaba, sus brazos luchando por encontrar y agarrar los hombros de Rafiq. Tiró de sí mismo hacia la calidez y seguridad del cuerpo de Rafiq. Él luchó contra los brazos, tratando de quitárselo de encima. Caleb no pensaba en sus gritos de pánico, sólo quería salir de la bañera. Sólo quería respirar y entrar en calor.
Unos brazos fuertes agarraron sus hombres y le sacudieron.
—Cálmate, Caleb. Cálmate. Respira —decía Rafiq. Su tono era tranquilizador a pesar de su intensidad—. Tranquilízate, Caleb. No te volveré a meter en el agua de nuevo si estás listo para escuchar. ¡Quieto!
Caleb se esforzó por hacer lo que le pedía Rafiq. Se agarró con firmeza a los hombros de Rafiq, diciéndose a sí mismo una y otra vez que no sería arrojado al agua mientras se mantuviera sujeto. Caleb enmudeció y se estremeció, tomando su primera inspiración calmada. Tomó otra y otra, hasta que al final, sólo quedaba su enfado. Despacio, soltó los hombros de Rafiq y se desplomó en la bañera. Tiritaba por el frío, le temblaba el labio, pero no le pediría agua caliente a Rafiq.
—Te odio —escupió Caleb, con sus dientes castañeteando.
Los ojos de Rafiq estaban tranquilos y serenos. Con una sonrisa de satisfacción, se puso de pie y abandonó el cuarto.
Los ojos de Caleb escocían con lágrimas de enfado y, como estaba solo, las dejó caer. Seguro de que Rafiq no volvería, giró el grifo hacia el agua caliente y se acurrucó cerca de él, esperando que le calentara lo más rápido posible. Se sacó sus ropas empapadas por la cabeza y las arrojó formando un montón en el sueño del baño con una sensación de satisfacción por el desorden que estaba haciendo.
Una ira pura y sin restricciones invadió su cuerpo como si fuera algo físico. Tirando de sus rodillas hacia su barbilla, mordió la carne de sus rodillas, raspándola con sus dientes. ¡Las lágrimas no cesarían! Seguían goteando desde sus ojos. Se sentía débil y patético. No podría detener a Rafiq para que dejara de hacerle esto. Mordió más fuerte, esperando que el dolor físico le liberara de su sufrimiento. Quería gritar.
Quería golpear cosas.
Quería matar de nuevo.
Arañó con sus uñas a lo largo de la carne de su brazos, sintiendo simultáneamente dolor y alivio mientras se le abría la piel y pequeñas gotas de sangre aparecían en su carne. Repitió el proceso: más dolor, más alivio. En el agua, la sangre de Narweh se arremolinaba con la suya. No sabía que sentir ante esta visión. El adormecimiento le asaltó. Miró fijamente, paralizado mientras la sangre del hombre que le había torturado durante tanto tiempo se disipaba en el agua a su alrededor.
¿Quién era él ahora?
Ya no era Kéleb, ya no era el Perro de Narweh. Era el único nombre que había conocido jamás, la única cosa que había sido.
Él está muerto. Está muerto de verdad.
Sus pensamientos volvieron a Teherán, volvieron a la noche que mató a su dueño, su torturador y su guardián. Kéleb había levantado el arma y la cara de Narweh había mostrado sorpresa, luego miedo, sólo por un instante. Después, le había dedicado a Kéleb la mirada, la que le recordaba que era menos que un humano a los ojos de Narweh, y luego Kéleb apretó el gatillo. La fuerza de la potente arma le tiró al suelo.
Lo añoraba.
Añoraba el momento de la muerte de Narweh. Gateó hacia el cuerpo.
Pizcas de sangre salpicaron su pelo, cara y pecho, pero no las detectó. Ni balbuceos, ni gemidos... sólo un cuerpo. Y sintió... tristeza. Narweh nunca había suplicado. Nunca se había arrodillado a los pies de Kéleb y suplicado su clemencia y su perdón.
No, Narweh no había suplicado, pero estaba muerto. Y bajo la tristeza, había un bendito alivio.
Pero ahora tienes un nuevo dueño, ¿no, Caleb?
Apretó sus ojos cerrados por un momento y respiró hondo. Después hizo lo que Rafiq le había pedido y limpió su antigua vida de su piel.
* * * *
Caleb se despertó, sobresaltado y ansioso. Intentó alcanzar el sueño mientras este corría para abandonar su mente consciente. Había algo... algo importante. Se fue.
Frustrado, le llevó un rato darse cuenta de que los ojos de Gatita le estaban analizando. Estaba hecha una mierda. Los rasguños de su cara estaban más pronunciados de lo que habían estado la noche anterior. Sus ojos estaban hundidos y púrpuras contra su colorada piel. Su nariz, libre de esparadrapo, también parecía inflamada. Por debajo del daño, todavía podía ver a Gatita, sobreviviendo pese a todo.
Otra vez su corazón parecía pellizcarle en el pecho. Consiguió que no se le notara en la cara. Tenía dificultades con las palabras. Después de su encuentro de la última noche, y todavía conmocionado por el mensaje de Rafiq, ¿qué podría decir? Todo lo que tenía para ofrecer eran más malas noticias.
Se decidió por exponer lo obvio:
—Es de día.
Gatita frunció las cejas e hizo una mueca de dolor por el esfuerzo.
—Lo sé, llevo despierta un rato —dijo malhumorada.
Caleb apartó la vista, fingiendo interés por lo que le rodeaba. Casi lo había jodido todo, casi la había jodido a ella. Eso nunca pasaría. Le llenó una sensación de urgencia. Tenían que abandonar este lugar, lo antes posible, pero no pudo obligarse a decir las palabras. La noche había sido intensa.
—¿Tienes... dolor? ¿Puedes sentarte? —susurró Caleb.
—No lo sé. Tengo demasiado dolor para intentarlo —susurró Gatita, igual de bajito.
Se miraron fijamente el uno al otro, un segundo demasiado largo, las miradas acariciándose con demasiada cercanía antes de que ambos, desesperadamente, apartaran rápidamente sus ojos, eligiendo mirar a cualquier parte excepto al otro.
—O quizás estoy demasiado aterrorizada como para pensar en lo que va a pasar hoy. O mañana. Quizás sólo quiero volver a dormir y despertarme de mi vida. —Había dolor en su voz y él sabía que no era físico. Caleb miró en su dirección y se fijó en que no estaba llorando. Estaba simplemente mirando al aire, demasiado bloqueada como para llorar, supuso Caleb. Conocía bien ese sentimiento.
Y ahora esto. Limbo. Un estado de existencia que nunca había experimentado. Se sentía inmovilizado por lo que había pasado, por encima de todo, porque aún tan jodidas como habían estado las cosas antes, él había llevado el control y se había mantenido distante. Ahora su situación era insostenible. Continuar con sus vidas girando la una alrededor de la otra sólo causaría más dolor y agonía. Caleb se rascó la cara, escarbando con sus dedos en su barba incipiente, como sí, por distracción, nunca tuviera que mirar hacia Gatita de nuevo, nunca tuviera que decirle que tenían que irse, y, que a pesar de la última noche... seguía siendo su prisionera. Y él seguía siendo su amo.
—¡Mierda —resopló ella, con voz fuerte, como despertando del vacío entumecimiento y volviéndose enérgica y obstinada otra vez—, acabemos con esto, Caleb. ¿Qué diablos va a pasar ahora?
Caleb. Simplemente la miró. Ahí estaba otra vez, el uso de su nombre. Sabía que debía corregirla, obligarla a dirigirse a él como Amo, y restaurar la línea, las barreras entre ellos, pero simplemente no podía hacerlo, joder. ¡Estaba agotado! Tan jodidamente agotado.
—El desayuno, supongo. Después, tenemos que irnos. Más allá de eso, no me molesto en discutirlo, —dijo. Trató de forzar un semblante de frivolidad, pero fracasó y Gatita lo notó.
—¿Y ayer? —Intentó mantener su tono neutral, pero Caleb ahora la conocía demasiado bien y no tenía que adivinar lo que estaba preguntando en realidad. Quería saber si ella significaba algo para él, si el hecho de que casi hubieran... follado, le había hecho cambiar de idea acerca de venderla como esclava. La respuesta era sí... y no. Vladek todavía tenía que pagar, y Gatita, todavía tenía que representar su papel. Habían pasado el punto de no retorno.
—Te conté todo lo que querías saber. —Hizo una pausa, moderando su tono—. No voy a decir nada más. Así que deja de preguntar.
Se levantó corriendo de la cama y se apresuró hacia el cuarto de baño. Dentro, evitó su reflejo y buscó un cepillo de dientes. Los gérmenes eran la menor de sus preocupaciones. Aunque se había duchado sólo unas pocas horas antes, abrió el agua caliente, sólo el agua caliente, y se dispuso a quitarse sus ropas prestadas.
El agua le escaldó y su propio cuerpo luchó por apartarse de la castigadora temperatura del agua, pero Caleb no lo permitiría. Se obligó a sentir el dolor punzante. Apretó los dientes e ignoró el hecho de que su piel probablemente sufriría ampollas en algunos lugares. Colocando sus manos contra la pared de la ducha, dejó que la tórrida agua y los múltiples chorros de la ducha eliminaran su confusión. Sentía su espalda tensa, ya sensible. Las cicatrices que presentaba hormigueaban y volvían a la vida.
Era la sensación que estaba buscando. Las cicatrices le recordaban quién era, de dónde había venido y por qué tenía que seguir adelante con su misión. El agua escocía contra su culo y sus genitales, y sintió el bulto en su garganta creciendo y emergiendo hacia su boca. Nunca lo dejaría salir. Se lo tragaría y lo mantendría prisionero en su pecho. Permitió que sus manos bajaran y cubrieran su polla y sus huevos del estricto calor del agua. Sonó un golpe en la puerta y la cabeza de Caleb se giró rápidamente hacía allí. Gatita había entrado, anunciándose con un golpeteo, pero sin esperar por su respuesta. La conmoción le asaltó. No podía mantenerlo oculto en su cara y sin pensárselo se movió rápidamente para abrir el agua fría. ¡Esto era privado!
Bien, al menos ella no huyó. Pero, ¿a dónde podría haber ido de todas formas?
Gatita le miraba a él... por todas partes. Incluso a través de la intensa cantidad de vaho, podría ver su violento sonrojo. Fuera un sonrojo virginal o no, sus ojos no se desviaron de su persona.
Sus ojos finalmente se encontraron.
—Yo... —Gatita aclaró su garganta y empezó de nuevo, pero nada salió. No estaba sonrojada, ya no.
—¿Necesitas algo? —espetó Caleb. Había estado intentando rehacer su compostura pero su interrupción le dejó sintiéndose expuesto de alguna manera, incluso vulnerable, y no le gustaba. Sin embargo, ella también estaba desnuda, no se había vuelto a vestir desde la noche anterior y eso también era confuso. Sus ojos tomaron consciencia de ella, centímetro a centímetro, y todo el sentido común se evaporó. Entre sus manos, su polla se despertó. Quería estremecerse por la punzante sensación de su carne castigada estirándose y expandiéndose, pero no le dolió tanto como debería, porque el dolor y el placer eran de pronto casi lo mismo.
Gatita enderezó su columna, con actitud segura.
—Sí. Necesito algo. Montones de algo. ¿Por dónde quieres que empiece?
La miró fijamente, paralizado. ¿De verdad había dicho eso? ¿A él? Sabía que debería estar enfadado, pero en lugar de eso, volvió la cabeza para esconder una sonrisa. Esta conversación era familiar, y de un modo peculiar, reprimió cualquiera de las emociones molestas que le habían estado atormentando hacía unos momentos. Conocía su parte del juego, era su juego, no importara en qué medida participara Gatita. Habló hacia la pared de la ducha e intentó mantener la diversión lejos de su voz.
—Bien, ¿puede esperar al menos hasta que salga de la ducha? —Y, porque no pudo evitarlo, añadió—: A menos que quieras subir aquí y devolverme el favor de anoche. —Se arriesgó a mirar en su dirección.
Se ruborizó con ardor, pero se mantuvo la cabeza alta.
—¿En realidad? En parte. Quiero decir... no, pero... —resopló—, me gustaría darme una ducha y ya que prácticamente estoy lisiada, podría usar tu puñetera ayuda. Pero no si vas a comportarte como un imbécil por ello. —Asintió con la cabeza, como diciendo: Ahí está, lo dije. Caleb no pudo evitar reírse, con su humor mejorado, y decidió dejar que sus payasadas le distrajeran. Era mucho más seguro y menos complicado. Sabía que su reacción iba en contra de la que habría tenido normalmente otro día, en otra situación con otra chica. Pero ahora mismo, estaba tremendamente aliviado de sentir algo similar a la diversión, en lugar de lo otro con lo que se había despertado. Se agarró a ello y aguantó firmemente.
Abrió la puerta de la ducha y le dedicó su mejor y más lasciva sonrisa.
—Bien, pasa para adentro entonces. Me esforzaré por no ser un imbécil.
Ella no le devolvió la sonrisa, optando en su lugar por mantener su enfado. Era una especie de desafío y él lo aceptó porque algún día, su odio hacia él la mantendría viva. Le necesitaba y estaba determinado a hacer lo que pudiera por ella. Le debía al menos todo eso.
Dio un paso hacia atrás en la ducha mientras ella se aproximaba. Su cabeza estaba baja y sus mejillas teñidas de rosa, pero también con tonos de púrpura, verde, amarillo y azul, mientras con cuidado se movía hacia él. De pronto, imágenes de su cuerpo golpeado y sangrando, y de su propio pasado, emergieron como una única visión, como una persona reviviendo un recuerdo horrible. Una emoción poderosa le atravesó y se alegró de que el vapor de la ducha y el sonido del agua golpeando contra las paredes, lo ocultara del todo.
Caleb parpadeó, luchando contra los pensamientos y las voces fluyendo por su cerebro. Cuando Gatita estiró el brazo hacia él, usando su brazo y su hombro como apoyo, sólo la vio y pensó en ella.
—Jesús, esto es como una sauna, —dijo Gatita. Miró hacia arriba, con expresión fatigada—. ¿Puedes hacer que no haga tanto calor?
—No lo sé. ¿Puedes decir por favor? —El tono de Caleb todavía contenía humor, pero la ansiedad estaba abriéndose paso. La sensación de contraste entre ellos pendía pesada y densa en el aire.
Gatita finalmente le dedicó la más pequeña de las sonrisas, solo una ligera curva de sus gruesos labios pero sus ojos eran directos.
—¿Porfi, Caleb? —Y, en un instante, era la chica de la noche anterior: seductora, depredadora... Livvie.
Despacio, Caleb tomó aire y se volvió para ajustar el agua. No se dio cuenta de su error hasta que oyó su gemido de sorpresa y sintió sus manos en su espalda.
—No la toques —rugió y se giró para encararla. Sus ojos estaban abiertos de par en par, llenos de terror y de horror, y su mano cubría su boca. Caleb apretó sus puños y ella volvió la cara apartándola de él. Dolía. La idea de que pensara que la golpearía con su puño cerrado. Se esforzó por desdoblar sus dedos de su palma, pero fue volviéndose más fácil cuando la vio relajarse con su progreso.
Cuando finalmente se quedó de pie frente a ella, con las manos abiertas a los lados y su cara con una calma deliberada, ella bajó la mano de su boca y suavizó el miedo y el horror de sus ojos. Le estudió con recelo, buscando una forma de aproximarse a él sin enfadarle. Con cautela, intentó alcanzar su mano. Sus dedos rozaron los de él, silenciosamente pidiendo permiso.
Retiró su brazo hacia atrás lentamente, unos pocos centímetros, mostrando su rechazo a la intimidad entre ellos. Observó como ella miraba fijamente hacia abajo, hacia sus pies, pero avanzando poco a poco y dejando un rastro con su dedo índice a lo largo de la muñeca de Caleb.
—Vamos, Caleb —susurró suavemente. Su cabeza permanecía baja, permitiéndole la privacidad de su reacción.
Se le erizó la piel. Si no estuviera tan lastimada, la habría empujado apartándola. En lugar de eso, le permitió seguir acercándose. Dos dedos le tocaban ahora; trazaban un camino lentamente desde su muñeca hacia su mano. Lo permitió. Con una inspiración profunda, dejó que sus dedos encontraran los suyos y se entrelazaran. Caleb mantenía la mirada fija por encima de su cabeza.
Su mano era levantada. Sintió sus dedos rozando contra las costillas de Livvie. Y luego por su hombro. Y por último, su mejilla.
Aquí.
Me hicieron daño, aquí.
El cuerpo de Caleb se balanceó un poco.
—Bésame —susurró ella. Era una oferta de distracción.
La aceptó.
El pecho de Caleb se agitó con la fuerza de sus suspiros y sus labios se dejaron llevar para encontrarse con el rostro girado de Livvie. Gimieron cada uno en la boca del otro. ¡Joder! ¡Sí! No quería nada más que levantar a Livvie con sus brazos, empujarla contra la pared de la ducha y follarla hasta olvidar toda su frustración, ira, lujuria y remordimientos.
Desenlazando sus dedos, Caleb buscó los pechos de Livvie con ambas manos y los apretó. Su caricia era ruda, ansiosa, pero ella respondió con igual intensidad. Sus pulgares trazaron sus aureolas. Su carne se plegó bajo su habilidosa caricia. Las puntas duras de sus pezones rozaron las yemas de sus pulgares y ella mostró su entusiasmo en voz baja en la boca hambrienta de Caleb. Las temblorosas manos de Livvie encontraron su cintura. Sus dedos agarraron sus caderas y sus uñas se clavaron en la piel sensible. Fue el turno de Caleb para gemir. Su carne estaba delicada por culpa del agua caliente, pero le dio la bienvenida al dolor, especialmente cuando se mezclaba con el placer. Quería más. Lo quería todo.
Caleb dio un paso adelante. Livvie retrocedió sin romper su beso febril. Era una danza que sus cuerpos ya conocían. Mordió la lengua de Caleb, sus labios dejándole asombrado unos pocos segundos antes de que ella deslizara su lengua por la suya. Con la espalda de ella contra la pared, Caleb aprovechó la oportunidad de acercarse más, de besarla con más dureza. Su polla rozaba el vientre de ella y empujó contra la suave y resbaladiza carne.
—¡Ay! —gritó Livvie. Rompió el beso y se agarró al cuerpo con los brazos, inclinándose ligeramente mientras procesaba el dolor.
Caleb se apartó instantáneamente.
—Mierda. No lo pensé —resolló, tensando sus manos y con los brazos a los lados—. ¿Estás bien?
—Sí —dijo ella, pero no sonaba como si lo estuviera—. Estoy bien, sólo dame un segundo.
Caleb se sintió tonto, merodeando sobre ella con su enorme erección entre ellos. ¿¡¿Pero en qué coño estaba pensando?!? No debería estar haciendo esto. Vaciló entre lo que debería estar haciendo y lo que quería hacer. Debería parar.
—Tenemos que parar.
Una de las manos de Livvie se estiró hacia arriba y Caleb le ofreció su brazo para usarlo como apoyo. No se lo esperaba cuando su otra mano envolvió su polla y la apretó. Caleb gimió en voz alta.
—No —dijo ella. Su tono no toleraba ninguna discusión—. No quiero parar. No quiero pensar. Quiero estar aquí y pretender que no hay nada esperándonos cuando salgamos. —Las palabras de Livvie parecieron acariciar algo muy dentro de él, algo que no podía acariciar por sí mismo. Por supuesto, también estaba la caricia muy física de su mano contra su polla.
Él siseó a través de sus dientes apretados. Su mano le rodeaba con fuerza; sus dedos no eran lo suficientemente largos para acariciar. Apretó otra vez. Más placer. Más dolor.
—No podemos. Te lastimaré —dijo Caleb.
La mano de Livvie apenas le liberó y la sensación de la sangre fluyendo hacia la cabeza de su polla fue casi suficiente para hacerle empujar contra su mano. Gimió mientras las puntas de sus dedos rozaban su carne dura.
—Bien, puedo verlo, Caleb. ¿Son todos... así? Quiero decir... ¿Todos los hombres la tienen así de grande?
Caleb puso su mano sobre las suyas y las sostuvo quietas.
—No hables de otros hombres justo ahora, Livvie. No cuando tienes mi polla en tus manos. —No estaba celoso. No era del tipo de los que se preocupaban lo bastante como para serlo. Pero su pregunta le recordó lo mucho que conocía acerca de otros hombres, y no le gustaba una mierda.
—Lo siento —susurró y se sonrojó—. Supongo que a ninguno le gustaría eso, ¿verdad? —Livvie sonrió a Caleb, con cautela, preciosa a pesar de los moratones.
Mi chica dura.
Los ojos castaños de Livvie todavía atraían su interés, más que nunca antes. Mientras se permitió a sí mismo llenarse con todo lo que le rodeaba, los ojos de ella parecían hacer lo mismo. Sus dedos se movieron nerviosamente a través de su mano y contra su polla. Él gimió y observó las pupilas de ella dilatarse, profundizando su mirada; se preguntó si los suyos hacían lo mismo.
Caleb vio cómo su lengua de gatita se deslizaba lentamente por su labio inferior. Lentamente, la flexible carne desapareció dentro su boca y observó cómo lo mordía. Tragó saliva.
—No —dijo, su voz ronca—, especialmente en este tipo de situación. —Le sonrió—. Aun así, te lo aseguro, mi polla es muy especial.
Livvie sonrió.
—No puedo creerlo... tuviste esto dentro de mí.
Las caderas de Caleb se balancearon hacia ella al oír sus palabras. Su polla recordaba follársela por el culo, evocaba la estrechez y la calidez que esperaban dentro de ella. Recordaba sus quejidos y suspiros, la forma en que se curvaba contra su pecho cuando se corría debajo de él. Lo deseaba mucho y estaba haciendo un pésimo trabajo para ocultarlo.
Livvie se acercó a él, hasta que su cabeza tocó su pecho. Los brazos de Caleb la rodearon, como por instinto.
—Quiero hacer que te corras, —susurró contra su pecho. Tímidamente. Seductoramente. Su mano todavía le agarraba y deslizó la mano arriba y abajo por toda su longitud. Caleb se levantó en las puntas de sus pies y jadeó, incapaz de resistir la deliciosa fricción de su mano, pero luchando contra la urgencia de empujar contra la suavidad de sus pechos mientras estos se encontraban con la punta de su polla.
—Sigue haciendo eso —dijo con voz ronca. Colocó una mano contra la pared detrás de Livvie, su brazo extendido como recordatorio de no magullarla. Su otro brazo la sostenía holgadamente contra él. Notó que su hombro lesionado estaba apoyado contra él, con su mano en su sensible y escaldada cadera.
Ella le acarició. Él abrió su boca y silenciosamente tomó aliento para no gemir, su estómago tensándose bruscamente. Sus caricias se sentían poco experimentadas, inconexas, como celestiales en un instante y como un ataque en el siguiente, pero lo estaba disfrutando. Le estaba acariciando porque ella quería, no por otra razón. ¿Qué coño me estás haciendo, Livvie?
Durante el siguiente minuto, su mente se quedó en blanco. Incapaz de resistir, se movió dentro de su mano, sus caderas moviéndose bruscamente hacia delante para tocar con su polla contra las jodidamente increíbles tetas de Livvie.
Estás arruinando mi vida...
Tan suave. Era tan jodidamente suave.
—Oh... Dios —salió de su boca, pero a Caleb no le importaba una mierda. Contra su pecho, Livvie jadeaba con agitación y esfuerzo. Los dedos contra la cadera de Caleb apretaron y tiraron de sus caderas más cerca y luego las empujaron de vuelta.
Más. ¡Oh, joder! Por favor, más.
—Más fuerte, Livvie, apriétame más fuerte —jadeó. Livvie obedeció, enviando a Caleb a un estado de nirvana. Él sintió como si fuera a arder desde el interior hacia afuera—. No pares. Sigue así.
—Oh, Dios, Caleb. Estás tan duro —la voz de Livvie era pura lujuria—. Quiero que te corras. Quiero ver cómo te corres. —Intentó retirarse, pero Caleb la sostuvo más cerca.
Él negó con la cabeza.
—No me mires a mí, mira a mi polla. Mírala correrse toda por encima de ti. —La mano de Livvie apretó más y aceleró el ritmo.
Caleb no pudo resistirlo por más tiempo. Con un grito, se puso de puntillas y se corrió encima de las generosas tetas de Livvie. Mientras jadeaba y trataba de no desmayarse, Caleb escuchó a Livvie chillar sorprendida.
—¡Oh. Dios. Mío! —susurró y se rio. Miró hacia abajo a su cuerpo, su expresión divertidísima—. Está por todas partes. Aghh. Caleb, es... pegajoso.
Caleb se rio y la observó mientras daba toquecitos a su semen e intentaba limpiárselo.
Se rio disimuladamente.
—Es más pegajoso cuando está mojado —le advirtió. Se giró y alcanzó el jabón. Se quedó quieto ante la caricia de su mano contra su espalda. Suspiró profundamente. En la euforia de su orgasmo, no tenía la energía para discutir o pelear.
Se tensó cuando ella se acercó más. Cerró los ojos mientras ella trazaba las penetrantes líneas blancas que cruzaban su espalda. Su piel estaba roja por el calor del agua y sabía que las cicatrices estarían más pronunciadas a causa de eso. No era la primera vez que alguien había visto sus cicatrices. No estaba necesariamente avergonzado de ellas y no era como si escondiera su cuerpo a sus amantes. Pero nunca hablaba sobre ello, jamás.
—¿Qué pasó? —El susurro era tan bajo, que Caleb lo habría pasado por alto si no supiera que iba a venir.
—Una infancia de mierda —dijo monótonamente.
El aliento de Livvie rozó por toda su piel. Ella besaba sus cicatrices.