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03-Epilogue: The Dark Duet
Nota de la autora (febrero de 2013):
He estado trabajando en una novela corta para acompañar a The Dark Duet, llamada Epilogue: The Dark Duet. La historia está contada desde el punto de vista de Caleb y supone un desvío de mis dos libros anteriores ya que se trata bastante de Caleb hablándole directamente al lector.
Desde que salió Seduced in the Dark he sido inundada con emails, tweets y post de Facebook preguntándome mucho acerca de Caleb y Livvie. Intenté resistir. LO PROMETO, lo hice, pero la verdad es que yo también echaba mucho de menos a los personajes. No habrá ninguna nueva revelación. El final de Seduced in the Dark permanece intacto. Es simplemente una versión mucho más sustanciosa, llena de momentos íntimos y luchas que mantuve “fuera de la pantalla”.
Mi plan original era escribir un libro para el Agente Reed, mi personaje spin-off de The Dark Duet. Podéis estar seguras de que todavía planeo escribirle al delicioso Agente Reed su propio relato. Sin embargo, mi primer amor siempre va a ser Caleb y si soy realmente honesta conmigo misma, todavía hay mucha historia al final del libro dos. No mucha, pero suficiente para revisitar a esos dos.
Así que, ¿por qué no la escribí?
Bueno, el libro ya tenía sobre 500 páginas. No tenía suficiente para un tercer libro, pero el segundo ya estaba lleno a reventar. Caleb y Livvie habían hecho el camino de ida y vuelta desde el infierno, ¿qué más podía hacer por esas pobres almas? La acción estaba terminada, el argumento revelado, así que escribí el final e intenté hacer lo mejor que pude sin prolongarlo más de lo necesario. La brevedad nunca fue una de mis virtudes.
Pero una novela corta no es una novela. Son sólo 100 páginas y definitivamente tengo 100 páginas que valen la pena escribir sobre Caleb y Livvie. Este epílogo es realmente para los fans de la serie. La gente a la que no le gustó o que lo leyeron con el mero propósito de destriparlo lo van a odiar, pero ellos no son mi audiencia. Para los fan de esta serie, sospecho que se sentirán igual que yo mientras la escribo (¡y podéis apostar vuestros culos que sigo escribiendo!): es como visitar a viejos amigos.
Gracias a todos por vuestro apoyo increíble. ¡Sois los mejores!
La historia está escrita desde el punto de vista de Caleb y empieza la noche en que se reúne con Livvie en el Paseo de Colón. Aquí tenéis un pequeño avance.
Capítulo 1
Estoy escribiendo esto porque suplicasteis. Ya sabéis cuanto amo las súplicas. De hecho, probablemente sabéis demasiadas cosas y las sabéis demasiado bien.
Ya deberíais saberlo, no soy el tipo de persona que deja salir todos mis secretos a la luz pública. Sin embargo, Livvie me ha explicado que escribir su versión de nuestra historia la ayudó a curarse y yo estaba totalmente entregado a ese esfuerzo. Era lo último que podía hacer, considerando el hecho de que había sido el que le había causado tanto daño. Esta historia no tiene el mismo propósito para mí, pero no obstante, aquí estoy escribiéndola.
Ha pasado mucho tiempo desde Captive in the Dark, hoy es viernes, 8 de febrero de 2013. En mayo habrán pasado cuatro años desde que me senté en aquel turismo con lunas tintadas y consideré la idea de secuestrar a Livvie. Tengo veintinueve años ahora y finalmente lo sé con seguridad. A veces desearía no hacerlo, porque tengo que enfrentarme a cumplir treinta en agosto. Livvie es ocho años más joven que yo, pero no lo sabríais por la forma en que me habla a veces (creo que simplemente le gusta ganarse unos azotes). Livvie y yo hemos cambiado considerablemente desde las personas sobre las que leísteis. Sin embargo, ya que lo suplicasteis con tanta amabilidad, me esforzaré por contaros la historia que queréis oír.
Antes de que siga adelante, diré una palabra acerca de los nombres. Eran muy importantes en los libros de Livvie y vale la pena mencionarlo. Shakespeare preguntó: “¿Qué hay en un nombre?” Yo puedo decirte: muchísimo.
Livvie ahora se llama Sophia. Cambió su nombre cuando entró en el programa de protección de testigos en los Estados Unidos a cambio de su testimonio contra su secuestrador y violador (ese soy yo). Sin embargo, vosotras la conocéis como Livvie y así continuaré llamándola para vuestro beneficio, pero, por supuesto, eso nos lleva a la pregunta: ¿Quién soy yo?
¿Soy Caleb?
¿Soy James?
A menudo me he hecho esa misma pregunta a mí mismo y siempre viene con una respuesta diferente. Quizás la única respuesta que pueda ser verdadera sea: “Soy ambos.”
Caleb siempre será una parte de mí, probablemente la más grande. Yo quiero ser James.
James es un hombre de 29 años de Oregón. Fue criado por su madre y siempre se preguntó acerca de su padre. Creció con respeto por las mujeres, pero también una necesidad de mostrar su masculinidad para compensar la ausencia de su padre. Fue a la universidad pero se tomó un tiempo antes de graduarse para irse y ver el mundo. Conoció a Sophia en el Paseo de Colón y se enamoró al instante.
James nunca conoció a nadie llamada Livvie. Él nunca le hizo daño.
Nosotros sabemos que así no es como ocurrió. Nosotros sabemos la verdad. Así que, para el propósito de esta historia que me suplicasteis que contara: Yo soy Caleb.
Soy el hombre que secuestró a Livvie. Soy el hombre que la mantuvo en una habitación oscura durante semanas. Soy el que la ató a un poste de la cama y la golpeó. Soy el que casi la vende como esclava sexual. Pero, por encima de todo, yo soy el hombre que ella ama.
Ella me ama. Es bastante enfermizo, ¿verdad?
Por supuesto, hay más de nuestra historia de lo que se puede presumir en unas pocas frases, pero no sé qué decir para justificar mi comportamiento de entonces. Asumo que si estáis leyendo esto, no necesito dar esas explicaciones. Vosotras ya habéis hecho las vuestras propias.
Estáis leyendo esto porque queréis saber acerca del resto de la historia. Queréis saber qué pasó esa calurosa noche de verano de septiembre de 2010, la noche que me encontré con Livvie en El Paseo. Fue la noche en que mi vida cambió del todo otra vez.
No ocurrió exactamente como contó Livvie. Ella ha sido muy amable conmigo en el relato de nuestra historia. La verdad es bastante más… complicada.
Livvie os habría dejado creyendo que nos besamos y eso era todo lo que era necesario decir.
Deseo que hubiera sido tan simple. La parte del beso es verdad. Me besó, después de un año entero sin contacto. Un año entero después de que ella matara por mí y yo se lo pagara dejándola tirada en la frontera mexicana cubierta de sangre. Me besó y mi cabeza flotó. Puedo decíroslo sin vergüenza alguna: fue probablemente lo más feliz que había estado nunca.
Luego me abofeteó. Fuerte. Creo que mi cabeza vibró.
Recuerdo agarrarme la cara y pensar: ‘Ahora voy a ir a la cárcel.’
—¿Cómo pudiste? —preguntó Livvie. Pude oír el dolor en su voz y me destrozó.
Creí que ella había seguido adelante. Había hecho su vida y yo había vuelto una última vez para joderla. Fue un minuto que nunca terminaría. En ese simple minuto reproduje en mi mente el tiempo que Livvie y yo habíamos pasado juntos y me reprendí a mí mismo por siquiera pensar que ella podría perdonarme por las cosas que había hecho.
—No voy a huir, Livvie. Dejaré que me lleven y nunca más me verás de nuevo.
No podía mirarla a los ojos. Había estado soñando con ella tanto tiempo, imaginando su rostro sonriéndome. No podía soportar verla disgustada conmigo. No quería recordarla de esa manera.
Lentamente, el minuto más largo de mi vida se terminó. No podía oír ninguna sirena, no había ningunos hombres aplastándome contra el suelo y poniéndome unas esposas. Lo que era extraño.
—¿No verte nunca más? ¡¿Qué estúpido puedes ser?! No puedes simplemente entrar en mi vida y esperar abandonarme otra vez. No te dejaré, Caleb. No esta vez.”
Y, sí podéis creerlo… me abofeteó otra vez.
—¿Qué diablos te pasa? ¡Deja de pegarme! —Finalmente levanté la vista hacia ella, pero era una imagen borrosa. Me golpeó tan fuerte que mis malditos ojos estaban llorosos (No estaba llorando, los ojos estaban llorosos. Creo que todos nosotros sabemos que soy un cabrón y no lloro). Después de que me limpié los ojos, pude ver el enfado en los suyos, el dolor, pero también, su anhelo. Por mí. Lo sabía sólo porque podía reconocer su rostro como un espejo del mío propio.
—¿Cómo pudiste dejarme, Caleb? Pensé… pensé que estabas muerto, —gritó. Me envolvió la cintura con los brazos y me abrazó fuerte. Se sentía tan bien tenerla entre mis brazos otra vez, no podía pensar en nada excepto en la sensación de ella contra mí.
—Lo siento, Livvie. Lo siento mucho, —susurré contra su pelo. No podía creer que estuviera con ella otra vez. Ni siquiera puedo describíroslo. Basta con decir que si me hubiese muerto en ese momento, habría estado bien con ello.
Nos quedamos allí de pie durante un largo rato. Ella se aferró a mí. Yo me aferré a ella. Dijimos cosas con nuestro silencio que no podríamos poner en palabras. Supongo que eso es a lo que se refería ella cuando dijo ‘fue todo lo que era necesario decir.’
Me sentí en ese momento todas las cosas que solo podía haber sentido con Livvie: vacío y al mismo tiempo lleno hasta reventar. —Te he echado de menos, Livvie. Te he echado de menos como no podrías creer. —No quería dejarla ir. Nunca lo quise. Me había llevado una eternidad admitirlo finalmente ante ella.
No sé cuánto tiempo estuvimos allí de pie abrazándonos el uno al otro mientras los turistas pasaban junto a nosotros. Éramos simplemente otra pareja, disfrutando la calurosa noche juntos. Nadie sabía quiénes éramos o por lo que habíamos pasado para llegar a ese momento. Sin embargo, incluso en esa circunstancia elegantemente prolongada, supe que no duraría para siempre. Tenía muchas cosas que decirle a Livvie. Temía las cosas que ella podría tener que decirme a mí.
La sentí agitarse en mis brazos, sus hombros temblando contra mi pecho y supe que estaba llorando. No se lo recriminé. Tenía más que derecho a sus lágrimas. Yo, desafortunadamente, no podía expresarme de la misma manera. Habían pasado demasiadas cosas en mi vida. Había llorado todas las lágrimas que tenía dentro de mí. Todo lo que podía ofrecer era fuerza. Podía ser fuerte por ella. Podía abrazarla, ser su apoyo y cubrirla de las docenas de ojos a nuestro alrededor.
Las mujeres me miraban con furia mientras pasaban. ‘¿Qué has hecho?’ acusaban sus ojos.
Los hombres me lanzaban miradas de lástima o sonrisa condescendientes. ‘Apesta ser tú.’
Los ignoré. No eran merecedores de mi atención.
—¿Puedo sacarnos de aquí? —pregunté. Sentí el suave asentimiento de Livvie contra mi pecho. Me aparté lentamente, sin estar seguro de si estaba preparado para lo que podría ocurrir a continuación. De pronto, ya no importaba. Livvie levantó la vista hacia mí e, incluso con lágrimas en los ojos, sonreía. Había estado esperando mucho tiempo por verla sonreír. Había merecido la pena cada horrible segundo que había estado sin ella.
—Yo también te he echado de menos. Muchísimo, —susurró y se secó los ojos—. Lo siento, no pretendía llorar. Es sólo que… ¡es tan jodidamente bueno verte!
Y entonces sonreí. Tomé su mano y caminamos. A mi alrededor, la vida parecía surrealista. Habría pensado que estaba en un sueño si no fuera por la forma en que me dolía la cara. Estuve tentado a decirlo, a hacer una broma de algún tipo para romper la tensión bajo la superficie de nuestra alegría, pero opté por no decir nada. Livvie estaba conmigo y eso era todo lo que me importaba.
—¿Viniste conduciendo? —preguntó.
—Sí, —repliqué de alguna forma con torpeza—. Fui optimista, supongo. Me imaginé que de cualquier forma podría ser mi última oportunidad de conducir por las calles de Barcelona, o podría estar llevándote de vuelta a mi casa con estilo. —Me reí con poco entusiasmo. Cuanto más tardábamos en llegar a mi coche, más incómoda se volvía la situación.
Livvie dejó de caminar y yo me paré abruptamente. —No creo que esté lista para eso… Caleb. —Miró alrededor como si se estuviera asegurando de que no estuviéramos solos. Soltó su mano de la mía.
Intenté no dejar que me molestara. Por supuesto, ella debería estar aterrada de ir a cualquier sitio conmigo, pero aun así me dolía. Intenté sonreír tan sinceramente como me fue posible y me metí las manos en los bolsillos. —No tenemos que ir a mi casa. Te llevaré a cualquier sitio que quieras ir. Yo sólo… Mierda, ni siquiera sé lo que intento decir.
Livvie me dedicó una sonrisa débil, ese tipo de sonrisa que no llega a alcanzar sus ojos. Estaba tan bella, y tan triste. —No sé lo que me pasa. He sido una ruina durante las últimas cuatro horas, muriéndome por llegar aquí para poder verte y ahora… —Cruzó sus brazos alrededor de su estómago y levantó una mano para tirarse del labio inferior. Era uno de esos gestos que hacía inconscientemente. Primero se mordía el labio y luego tiraba de él con sus dedos. Me recordaba que no importaba cuánto hubiera cambiado durante el último año, había cosas en ella que nunca cambiarían.
Era natural para ella preguntarse por las formas en que yo no había cambiado. Francamente, me llevó cada ápice de autocontrol no agarrarla (a veces todavía me pasa). Había llegado tan cerca para tener lo que deseaba y en un instante parecía como si fuera a terminar incluso antes de llegar al coche. Quería agarrarla y obligarla a oírme. Quería suplicarle si hacía falta. Quería gritarle a la cara que podía cambiar, que podía ser diferente… que ella era todo lo que me quedaba a lo que poder aferrarme.
Pero hacer eso, habría sido para probarle que no podía confiar en mí. De pronto no confiaba en mí mismo. —Quizás… ¿esto ha sido un error? —eludí. Quería darle la opción, pero no estaba seguro de que pudiera soportar escuchar la respuesta.
Ella cerró los ojos y se apretó a sí misma un poco más fuerte. Sus cejas se fruncieron en lo que interpreté como tristeza. Su cabeza negó ligeramente de un lado a otro.
Lo tomé como una buena señal. Sus palabras no eran una elección, eran instinto. Me emocionó saber que su instinto era negar cualquier posibilidad de que reunirse conmigo fuera un error. Mis sentimientos hacia ella estaban en la punta de mi lengua. Había estado reprimiendo las palabras desde el momento en que la vi caminar saliendo de mi vida y si ella se hubiera dado la vuelta y me hubiera mirado incluso por un solo segundo, yo no habría sido capaz de resistirme a decírselas entonces.
Te amo.
No estaba seguro de pudiera querer decirlo en México. No estaba seguro de que ella realmente me amase. Pero el abismo que su ausencia había abierto en mí no podía ser rellenado. No con venganza, no intentando corregir mis equivocaciones, no con mujeres al azar, o bebiendo. Sólo Livvie podía completarme y tan pronto como me di cuenta de ello, no pude dejar de buscarla. Me había convertido en un obseso por saber si realmente me amaba.
—Sé lo que quiero, Livvie. Quiero ser parte de tu vida otra vez. Sé que no podemos empezar de nuevo. Sé que tienes todos los motivos del mundo para quererme muerto, pero yo…
Colocó su mano sobre mi boca. —No. Tampoco estoy preparada para eso, —dijo. Casi parecía estar enfadada conmigo.
Nunca puedo exagerar la profundidad y la belleza de los ojos de Livvie. Puedo mirar fijamente en su interior para siempre, hasta que me olvide de mi propio nombre (lo cual, admitámoslo, no me costaría mucho).
Saqué mi mano izquierda de mi bolsillo y cubrí su mano sobre mi boca. Besé sus dedos y asentí. Estaba cercano a suplicar, mientras pudiera hacerlo sin hacer de mí un idiota arrastrado. Y podría haberlo hecho en un abrir y cerrar de ojos si hubiera pensado que eso podría hacer que Livvie entrase en mi coche (vosotros y yo sabemos que soy un desvergonzado).
Lentamente, Livvie retiró su mano de mi boca y cerró sus dedos alrededor de los míos. Negó con la cabeza y sonrió con arrepentimiento. —Yo tampoco sé lo que estoy haciendo, Caleb. He deseado esto desde hace tanto tiempo. He mantenido ciertos aspectos de mi vida a la espera, pensando… esperando que algún día me encontraras de nuevo. Y ahora estás aquí y tengo que ser honesta… esto me está asustando.
Di un paso más cerca de ella. Me entusiasmé cuando ella no dio un paso hacia atrás. Su mano estaba caliente sobre la mía y sus labios rojos simplemente estaban suplicando ser besados otra vez. Me atrapó con la guardia baja con el primero. Estaba desesperado por hacer que el segundo beso durara. Pero no quería apartarla, no mientras estuviera tan cerca. —Lo sé. No espero que confíes en mí, pero, Livvie, nunca más volveré a hacer nada para lastimarte. Sólo dame una oportunidad de probarlo. ¿Cómo puedo demostrártelo? —No pude resistir la urgencia de acariciar su hombro bronceado. Parecía una Diosa. Parecía como sexo sobre unas piernas sedosas. Su lengua de gatita, tal y como la recordaba, lamió su labio inferior mientras reflexionaba su respuesta—. Me estás matando con eso, Livvie.
Su cabeza se inclinó hacia un lado. —¿Matándote con qué?
Aproveché una oportunidad y tiré de ella un poco más cerca. Saqué mi otra mano de mi bolsillo y dejé que mi pulgar recorriera el arco curvado de sus labios. Los dos tragamos saliva. —Quiero besarte otra vez, pero tengo miedo de asustarte y que te vayas. —Di un paso hacia atrás cuando ella se tensó—. Así que no lo haré.
Era casi más de lo que tenía ganas de conseguir. El hombre impulsivo dentro de mí que estaba acostumbrado a obtener lo que quería a cualquier coste, estaba tentado a tomar el control.
Me doy cuenta de que de alguna manera habéis estado tranquilas creyendo que mis más básicas urgencias habían sido sometidas, pero eso no podía estar más lejos de la realidad en ese momento. Había pasado el año anterior a nuestra reunión corrigiendo viejos errores y en ocasiones eso significó ser el hombre que Rafiq me había criado para ser.
—¿Cómo me encontraste, Caleb? —La voz de Livvie era baja y su miedo me irritaba porque sabía que ella tenía derecho a él. Se preocupaba por mí. No se habría presentado si no lo hiciera, pero al mismo tiempo odiaba su inquietud.
—¿Qué quieres que diga? Sabes quién soy. Sabes lo que hago. —Solté su mano antes de que tuviera la oportunidad de apartarla de mí otra vez. La noche se estaba yendo a la mierda rápidamente. Estaba contento de que no hubiera hecho que me arrestaran, pero realmente no había planeado un escenario que implicase deseo y una incomodidad increíble.
—Ey, —susurró—. No quería decirlo así. Estoy feliz de verte, ¡lo estoy! Pero si tú me encontraste… ¿qué te hace pensar que otros no lo harán?”
Me sentí como un idiota. —No fue fácil. Si no hubiera sido por nuestras conversaciones, las cosas que sabía sobre ti, no creo que te hubiese encontrado. Estás a salvo, Livvie. Nadie va a venir a por ti. Te lo juro. —No mencioné que habría matado a cualquiera que se pudiese haber molestado.
—¿Qué cosas? —preguntó. Podía oír la duda en su voz.
—¿Realmente quieres saberlo, Livvie? Porque una vez que lo sepas, no podré retirarlo. —Dejé que mis ojos se encontrasen con los suyos. Estaba deseando hacer un montón de cosas para conquistarla, pero ella tenía que aceptar la dura verdad de que yo no era un hombre que jugase siguiendo las reglas de la sociedad y nunca lo sería.
—¿Hiciste daño a alguien? —Sus ojos me suplicaron que dijera que no.
—No, —dije honestamente. Incluso conseguí una sonrisa de flirteo.
Me devolvió la sonrisa. —Entonces supongo que no necesito saberlo. —Alcanzó mi mano y tiró de mí en la dirección en que habíamos estado caminando.
—Esto todavía no resuelve el problema de que lo que vamos a hacer cuando subamos a mi coche.
—¿Tiene palanca de cambio?”
—Por supuesto. ¿Por qué? ¿Finalmente has aprendido a conducir? —Me reí con el recuerdo de ella admitiendo que no sabía conducir. Me reí incluso más cuando me frunció el ceño y juguetonamente me golpeó en el hombro.
—Imbécil.
—Oh, te gusta cuando me burlo de ti.
—No. No me gusta.
—¿Entonces por qué estás sonriendo? —susurré las palabras en su oído mientras caminábamos. Todo se puso bien en mi mundo cuando la sentí darme un golpe con su hombro y su mano sujetó la mía un poco más fuerte.
—Sé conducir. Aunque no soy buena con las palancas.
—No recuerdo que fueras tan mala con la mía. —Me miró boquiabierta, pero pude ver una sonrisa tirando de sus labios. Si hay algo que sé hacer, es flirtear.
—Te he visto manejar tu palanca, Caleb. Eres mucho mejor en eso que yo. —Mantuvo el contacto visual conmigo mientras yo la miraba fijamente asombrado, pero ella todavía se sonrojaba con furor.
Intenté hacer que las palabras salieran de mi boca, pero no pude manejarlo. Me conformé con sonreír y sacudir mi cabeza. Me había hecho sentir incómodo de la mejor forma. Era una habilidad que sólo ella parecía poseer. Sé que suena infantil, pero es así.
Finalmente llegamos a mi coche. Estaría mintiendo si os dijera que no esperaba que Livvie estuviera impresionada. Si alguna vez habéis estado de pie ante la presencia de un Lamborghini Gallardo Superleggera y no habéis tenido una sensación de hormigueo en vuestras partes bajas, es que teníais que ser muy jóvenes, muy viejas o estabais completa y jodidamente ciegas.
—Bonito coche, —dijo.
Podría decir que ella estaba intentando ser indiferente. No lo hacía bien. Sabía cómo lucía cuando su coño estaba mojado. —Espera hasta que estés dentro. Es mi parte favorita. —Y sí, amables lectoras, soy así de jodidamente sutil. No le abrí la puerta del coche, pero considerando que estaba acostumbrado a que las mujeres las abrieran por mí, podemos decir que era un progreso.
Me deslicé contra el suave cuero negro y estiré la mano para alcanzar el arnés de seguridad de Livvie. Dentro del espacio cerrado del vehículo, su esencia se infiltraba en mis sentidos. Me tomé mi tiempo tirando de las cintas cruzando el pecho de Livvie. Pude sentir su ansiedad como una caricia física, pero no pensé que tuviera que ver con el miedo.
Estaba a escasos centímetros de sus labios rojos. Estaban ligeramente separados. Pude oírla tomar suaves respiraciones por la boca. Levanté la vista a sus ojos y me di cuenta inmediatamente de que ambos parecían pesados con el deseo y alerta. Estaba observando cada uno de mis movimientos con mucho cuidado.
Me incline más cerca de ella. Me moví despacio, dándole la oportunidad de decir que no, o de apartarme. Cuidadosamente, me apoyé contra su puerta con una mano. No quería mi peso sobre ella, aún no. Rocé la punta de su nariz con la mía, urgiendo a su cabeza a inclinarse hacia delante. Sentí su aliento contra mi boca, más rápido y pesado que antes. Y por fin, observé sus ojos cerrarse mientras se inclinaba hacia delante.
Dejé que la punta de mi lengua rozara su labio inferior, persuadiendo su boca a abrirse. No quería apresurar las cosas. Bueno, quería hacerlo, pero sabía cuándo no debía. Quería empujarla contra la puerta, rasgarle las bragas y embestir dentro de ella, pero sospeché que ella no lo apreciaría tanto como yo. Era suficiente en ese momento sentir sus labios abriéndose para mí. Me acerqué un poco más y ella dejó escapar un suave gemido en mi boca.
Me deseaba. Me deseaba tanto como yo la deseaba a ella.
La besé durante un largo rato. No podía tener suficiente de sus gemidos. Me gustaba amenazar con apartarme y hacerle inclinarse hacia delante, persiguiendo mi boca. Estaba muy seguro de que si usaba mis habilidades de la forma correcta, podría meter a Livvie en mi cama. Podría ver cada glorioso centímetro de ella. Saborear su coño en mi boca antes de envolverme alrededor con sus piernas y follarla hasta que ya no quedara semen dentro de mí.
Me oí a mí mismo gemir, pero no me importó una mierda. No había tenido sexo en meses y el sexo que había tenido desde Livvie no valía la pena mencionarlo o incluso pensar en ello. Me había masturbado antes de venir a encontrarme con ella y mis bolas todavía estaban pesadas. Aproveché una oportunidad y quité mi mano de la puerta. Me permití acariciarle el hombro para calibrar su reacción a mi caricia.
—Caleb, —suspiró. Se agarró a los bordes de su asiento y empujó su pecho ligeramente hacia fuera. Su lengua empujó más fuerte y más profundo dentro de mi boca.
¡Joder, sí! Quería gritar las palabras. Estiré la mano a su pecho y mi polla palpitó cuando sentí lo duro que se ponía su pezón contra mi palma. Puedo decir que no llevaba sostén bajo su vestido y la fina tela me permitía sentir cada contorno suyo. Tan rápidamente como pude, presioné el arnés y liberé las cintas. Tiré de la tela hacia un lado y el precioso pecho de Livvie apareció a la vista.
—¡Caleb! —No hubo un suspiro esta vez. Estaba un poco asustada.
No dejé que eso me detuviera. Todavía podía oír el deseo en su voz. Palmeé su pecho y puse mi boca alrededor de su fruncido pezón. Lo succioné con glotonería. Gemí en voz alta y la agarré más fuerte cuando su grito golpeó el aire y sus manos finalmente sujetaron mi cabeza para tirar de más cerca.
En algún lugar de mi cabeza confundida por la lujuria sabía que la situación no era la ideal. Tan sexy como puede ser un Gallardo Superleggera, es increíblemente estrecho y ciertamente no era propicio para el festival de sexo en lugar público que tenía en mente. Tomé cada ápice de autocontrol que no poseía para apartarme del delicioso pezón de Livvie.
Fue más difícil no volver a él cuando tuve una buena vista de Livvie después de apartarme. Su cuerpo estaba inclinado en ángulo, su cabeza contra la puerta y su vestido hacia un lado para exponer uno de sus pechos. Su pezón estaba duro y mojado por mi boca. El pintalabios de Livvie merecía un premio porque sorprendentemente se mantenía en sus labios y no estaba embadurnando su cara.
—Déjame llevarte a casa, Livvie. Por favor. No puedo seguir estando así de cerca y no estar dentro de ti por más de un puto segundo. —Ahí me descubrí a mí mismo. Le dejé saber exactamente cuáles eran mis intenciones.
Recuperó su aliento lentamente. Sus oscuros ojos castaños me miraron con lujuria, pero también parecía haber un montón de otras emociones.
—¿Qué pasa? Sé que quieres esto tanto como yo. —Intenté no sonar irritado, pero era casi imposible no sonar como un cabrón cuando mi polla estaba lo suficientemente dura como para golpear clavos y esperaba tener una mejor función cerebral.
Livvie me miró con cautela. Tristemente, era una expresión que yo había llegado a conocer muy bien en nuestro tiempo juntos. Ella probablemente podía decir que yo estaba molesto y eso la estaba asustando. Cuidadosamente se ajustó el vestido y deslizó su pecho otra vez dentro de él. No parecía dejar de estar inquieta y con cada movimiento se hizo más obvio que estaba reflexionando sus próximas acciones.
Luego, con sus maravillosas tetas ocultas a la vista y su atrevido vestido estirado hacia abajo para reflejar una apariencia más recatada, habló, —Quiero hacerte unas pocas preguntas, Caleb, y necesito que seas completamente honesto conmigo. ¿Puedes hacer eso? —Miró hacia mí con sus tristes ojos marrones.
Nota aparte: ¿las mujeres practican las miradas tristes en el espejo? Me parece que todas sois demasiado buenas y lucís maravillosas y patéticas al mismo tiempo.
De cualquier modo, no podía negarme. Me tenía en una situación precaria y estaba deseando hacer lo que quiera que fuese para hacerla feliz de nuevo. Quería la oportunidad de probar las lágrimas de felicidad de Livvie otra vez. —Pregúntame cualquier cosa que quieras saber realmente. Pero sólo si crees que puedes aceptar la respuesta. —No podía acentuar ese punto lo suficiente. No podía pedirme honestidad y luego odiarme por seguir las reglas. Bueno, podía, pero es una putada hacerle eso a un hombre.
—Vale, —dijo con resolución—. Conduce y yo haré mis preguntas.
Levanté una ceja incrédulo. —¿No sería más fácil preguntarme ahora, cuando no tenga que abrirme camino entre el tráfico? ¿Y a dónde exactamente quieres que te lleve?
Livvie sonrió coqueta y tímida e hizo que me doliera el pecho. Podía ser una jodida provocadora a veces. —Te quiero distraído, Caleb. No quiero darte la oportunidad de moldear tu versión de la verdad. Eres muy bueno con las verdades a medias. Tan sólo conduce dando vueltas y yo te diré cuando parar. Quédate en la ciudad, nada de carreteras rurales. —Estiró la mano hacia su arnés y se lo abrochó.
No sabía si estaba ofendido o impresionado, pero decidí continuar con la más agradable de las dos.
—¿No confías en mí? —pregunté y sonreí. Ella siempre había sido una fan de mi sonrisa.
—Hasta cierto punto, —replicó suavemente—. Confío en ti lo suficiente como para entrar en tu coche, pero no puedes culparme por ser cautelosa.
Pude sentir mi rostro y mi cuello arder. No era inmune a mi culpa. Me sentía culpable por un montón de cosas concernientes a Livvie y ella tenía razón. Tenía derecho a mucho más que la cautela. Me aclaré la garganta para romper la tensión. Me adapté lo más ocultamente que pude, me coloqué el arnés y encendí el coche.
—¡Guau! —Livvie agarró el asa de la puerta mientras el coche rugía de vuelta a la vida y el motor hacía que nuestros asientos vibraran.
Sonreí sabiendo que su coño había recibido una pequeña descarga. Mis bolas también apreciaron las revoluciones por minuto. Salí de mi plaza de aparcamiento e intenté concentrarme en abrirnos paso fuera del tráfico lleno de turistas. En la boca de mi estómago, mi ansiedad se revolvió y amenazó con arruinarme la cena. —Vale, soy todo tuyo. Pregúntame cualquier cosa que estés preparada para oír. —Por el rabillo del ojo pude ver una sonrisa formándose en las comisuras de la boca de Livvie.
—¿Eres todo mío? —preguntó.
Miré en su dirección. —¿Lo dices en serio? ¿Esa es tu primera pregunta? Esto debe ser más fácil de lo que pensé. Sí, Livvie, soy todo tuyo. —Le guiñé un ojo por añadidura. Mi estómago se sintió un poco mejor cuando la vi sonreír.
—Es bueno saberlo. Pero no será tan fácil. Cuando me ofreciste llevarme a casa, ¿te referías a mi casa? —Su tono daba pistas de su inquietud.
De pronto supe hacia donde iba a ir esta conversación. Sin embargo, había prometido contestar honestamente y como parte de reinventarme a mí mismo quería mantener mi promesa. —No querías ir a la mía, así que pensé que la tuya estaría mejor.
—¿Sabes dónde vivo? —acusó.
Puse los ojos en blanco. —Sí.
Se quedó callada un momento, pero no podía calibrar sus pensamientos porque tenía que concentrarme en las calles estrechas e inconexas. —Bueno, —dijo resuelta—. Tiene sentido que sepas dónde vivo, estoy segura de que lo averiguaste mientras me buscabas.
—Así fue. —Sonreí otra vez, pero no puedo estar seguro de si era genuino. No me gusta contestar preguntas, especialmente las que suenan como una trampa.
—¿Hace cuánto tiempo que sabes dónde estoy? —El tono de su voz era menos que amistoso.
—Livvie, yo...
—Caleb. Lo prometiste.
Rechiné mis dientes. —Lo he sabido hace unas pocas semanas. —Apreté los frenos para evitar golpear a un grupo de borrachos idiotas que cruzaban la calle. Putos adolescentes, se creen los dueños del mundo. Bajé mi ventanilla sin pensar y les grité—. ¡Salid de la puta carretera! —Uno de ellos me enseño un dedo y me llamó maricón en español—. Te voy a enseñar lo que es ser un maricón, pequeña perra. ¡Empezaré jodiéndote la cabeza!
—¡Caleb! —Livvie me gritó y agarró mi brazo. Giré mi cabeza rápidamente hacia ella y pude ver que estaba un poco más que aterrada. Me irritó más de lo que comprendí en ese momento. Observé como el grupo de idiotas hinchas de futbol seguían caminando calle abajo. Seguían riéndose y gritándome. Quería dispararle en la rodilla a cada uno de ellos.
Un claxon sonó estrepitosamente detrás de mí. Pisé el acelerador y nos propulsé hacia una rotonda demasiado rápido. —Estoy no está yendo como esperaba, Livvie. Obviamente tienes miedo de mí y yo me estoy irritando. Quizás debería llevarte a casa. —Sentí una punzada en mi pecho mientras hablaba. No quería llevarla a casa, al menos no dejarla tirada. Pero no podía soportar más juegos del gato y el ratón. Ese no soy yo.
—Si eso es lo que quieres, entonces creo que sería lo mejor. —Definitivamente estaba enfadada.
—No. No es lo quiero. No habría pasado por todos esos malditos problemas para encontrarte si fuera eso lo que quiero. Por favor, sé racional.
—Sé racional tú, Caleb. ¿Apareces de la puta nada y esperas que me caiga de espaldas y con las piernas abiertas para ti? ¡No! No hasta que sepa qué coño has estado haciendo durante el último año. No hasta que sepa por qué estas de vuelta en mi vida y qué esperas de mí.
Bien, eso tenía sentido. Sabía que lo tenía. No tenía que gustarme. Mi vida entera había cambiado. Había abandonado todo lo que conocía y lo último que quería hacer era hablar de ello. ¿Por qué tienen que hablar tanto las mujeres? Si estáis hambrientas, coméis. Si estáis sedientas, bebéis. Si queréis que alguien os folle hasta reventar, ¡simplemente decidlo!
Por supuesto sabía que no podía decir ninguna de esas cosas sin dispararme metafóricamente en el pie. Había venido para arrastrarme. Joder, debería arrastrarme. Respiré hondo y aminoré. El coche prácticamente se paró y bajó a 40 km/h. —No espero que te caigas de espaldas y te abras de piernas —dije pausadamente—. Pero sería agradable. —Miré en su dirección y le dediqué mi sonrisa más sugerente. Me fulminó con la mirada, pero también sonrió.
—No sé lo que esperaba, mascota. He estado pensando en ti durante mucho tiempo. Supongo que quería decirte que lo siento. Sé que no puedo borrar nuestro pasado. No puedo prometerte que soy una persona completamente distinta. Estoy hecho un desastre en formas que la mayoría de la gente posiblemente no pueda comprender, pero me importas. Tenía que encontrarte y decirte que eres lo único que me importa ya. —Mantuve mis ojos en la carretera y tragué saliva. Mi orgullo era grande y habría tenido que tragar más de una vez para forzarlo a bajar.
Suspiró. —Yo... también me importas, Caleb. El pasado año no fue fácil para mí. No es sólo mudarme o dejar ir a mi familia y amigos... —Se quedó callada por un minuto. Cuando habló, había lágrimas en su voz—. Me traicionaste.
Podría también haberme dado otra bofetada. Quizás darme un puñetazo en el estómago por añadidura. Sabía cuánto me afectaría la palabra ‘traición’. —¿Cómo? —Hice la pregunta con tanta suavidad como pude.
—Estaba preparada para irme contigo. Después de todo lo que habías hecho. Y tú simplemente... me abandonaste. No tienes ni idea de todo por lo que he pasado. Cuanto me he esforzado para convertirme en... humana. —Susurró las palabras. Miró por la ventana y observó las mismas calles pasar por su lado.
No estoy seguro de a dónde fui mentalmente. Seguí haciendo círculos alrededor del mismo gran bloque de edificios. Recordaba ese día. Lo había reproducido en mi mente un millón de veces durante el último año. ¿Qué podía decirle? La verdad era horrible. Había matado a Rafiq el día antes. Había enterrado a la única familia que había conocido jamás y estaba dándole vueltas al descubrimiento de que él había sido la causa de cada horrible cosa que me había ocurrido. Lo quería. Lo maté. No podía mirar a Livvie sin compararme con Rafiq. La había secuestrado, torturado, violado y apartado de todo lo que conocía. Y ella decía que me amaba. Esa había sido la peor parte.
—Quería que estuvieras segura. —Mis palabras sonaban extrañas, rígidas. Creo que si hubiera sido capaz, podría haber llorado. Había llorado ese día en México. Había tenido una buena razón.
Sentí la mano de Livvie en mi brazo. Me sorprendió y me trajo de vuelta del lugar en el que había estado. Me tomé unos segundos sólo para mirarla. Era tan jodidamente bella, no sólo en el exterior, sino también en el interior. Era más fuerte que yo. Era más valiente. Ella no quería venganza.
—Sé por qué me hiciste salir. Me llevó mucho tiempo aceptarlo, pero lo entiendo. Sé que fue tu forma de ser altruista, tu forma de sacrificarte. Pero me hiciste sacrificarme a mí también. Te perdí. —Me dedicó una sonrisa con ojos llorosos. Su mano agarró más fuerte mi antebrazo, reconfortándonos a ambos. Siempre había sido buena en eso—. Casi consiguieron que creyera que no fue real. Casi me vuelvo una completa chalada. —Sonrió genuinamente y no pude evitar imitarla.
—Estás loca, Livvie. Pero no te habría aceptado de cualquier otra forma. —Le di la vuelta a mi mano y ella movió a su mano dentro de la mía. Es estúpido lo feliz que eso me hizo—. En caso de que no te hayas dado cuenta, yo no soy el mejor ejemplo de salud mental.
—Oh, me di cuenta.
—Zorra. —Fingí insultarla.
—Cabrón.
La amaba. Quería decírselo, pero sabía que no sería tan simple. Tendríamos que ir al principio. Deberíamos comenzar de nuevo y redescubrir todas las razones por las que debíamos estar juntos. Con total honestidad, eso me asustó. No sabía cómo ser normal. Nunca antes había estado en una cita. —Te he echado de menos.
Ella me estrujó la mano.
—Llévame a un hotel, Caleb.
Me enderecé visiblemente. Hubo un momento fugaz de lucha interna mientras contemplaba darle respuestas a preguntas que no me había hecho, pero al final yo sólo tenía que ser yo mismo. Soy el maestro de las verdades a medias.
—Conozco el lugar adecuado.
CONTINÚA EN: Epilogue: The Dark Duet