Capítulo 16

 

Día 10: Noche.

—Tengo que mear —le digo a Reed. Él hace una mueca, pero no comenta—. ¿Qué? La gente tiene que mear a veces, Reed.

—Sí —dice burlonamente—: Soy consciente. Sólo no entiendo por qué siente la necesidad de darme los detalles. Habría sido suficiente un simple: Necesito un descanso.

Me río y bajo de la cama para caminar hacia el lavabo. Reed está un poco rígido mientras camino por delante de él. Está evitando deliberadamente mis ojos y mirando por la ventana. Puede ser un bicho raro, pero no puedo dejar de pensar en él. Me pregunto cómo es cuando no está tan envuelto en su personaje de FBI.

Ya sabes lo que dicen de los reservados.

He estado hablando durante horas. Mi boca se siente seca. Quito del envoltorio de plástico uno de los vasos y tomo un trago de agua del grifo. Sabe a mierda, pero me lo trago de todos modos.

En algún lugar lejano de mi mente, sé que debería sentirme emocionalmente agotada, o aún llorosa y triste. En general sólo siento... nada. No estoy segura de por qué. Supongo que es porque sé cómo termina la historia y con cada palabra que pronuncio sé que me estoy preparando para la eventualidad de lo que está por venir. Es como si estuviera contando una historia que le sucedió a alguien más.

Amo a Caleb. Lo amo. No me importa nada de la mierda horrible que me hizo pasar, lo más importante es el hecho de que mi amor por él existe. Ninguna cantidad de conversación o terapia cambiará lo que pasó. No cambiará lo que siento.

Se ha ido, Livvie.

Ahí está. Ahí está el dolor. Es una brasa ardiendo por siempre en mi corazón. Es un recordatorio de que Caleb vivirá para siempre.

He llorado mucho en los últimos diez días. He estado viviendo con gran agonía. Sé que cuando todo esté dicho y hecho, cuando Reed haya oído todo, cuando él y Sloan sigan adelante, yo voy a estar sola con mi dolor y mi amor. Pero hoy, hoy estoy bien. Hoy estoy contando la historia como si le hubiera sucedido a otra persona.

Concluyo mis asuntos en el cuarto de baño, me lavo las manos y abro la puerta. Sloan está de pie en la habitación con Reed cuando salgo del baño. La atmósfera parece espesa, pero como qué no estoy segura. Sloan está sonriendo, pero Reed luce como si alguien se hubiera comido su comida del frigorífico.

Sloan tiene una gran bolsa marrón con manchas de grasa en la parte inferior.

—He traído la cena —me dice.

—¡Increíble! —digo, sorprendida por el gesto.

Sloan me sonríe cálidamente.

—Sé cuánto te encanta la comida del hospital, pero me imaginé que podrías apreciar un poco unas grasientas hamburguesas y patatas fritas en su lugar. —Mi estómago gruñe en respuesta y Sloan levanta una ceja con aire satisfecho—. Agente Reed, sé que trata de mantenerse alejado de la comida basura, por lo que le traje una ensalada de pollo a la parrilla. Espero que esté bien.

Tomo la bolsa de Sloan y la pongo en la bandeja de la cama con ruedas de modo que pueda llegar a mi maldita hamburguesa. De lo contrario, podría tratar de comer a través de la bolsa. Meto la mano dentro y agarro las patatas sueltas del fondo y las empujo dentro en mi boca.

—¡Caliente! ¡Caliente!{19} —digo, pero no dejo de masticar las saladas delicias en mi boca. Al diablo con las quemaduras de primer grado, ¡las patatas fritas son asombrosas! Estoy tan ocupada rellenando mi cara con patatas fritas que me toma un momento darme cuenta de que nadie más está hablando. Miro hacia arriba y veo que Reed y Sloan están teniendo algún tipo de concurso de miradas incómodas. Creo que Reed está perdiendo. Interesante.

Reed finalmente se aclara la garganta y mira hacia su maletín.

—En realidad, me tengo que ir. Tengo que contestar algunos mensajes de correo electrónico y hacer algunas llamadas. Um, gracias, sin embargo… por la comida.

Reed comienza a recoger sus cosas de manera apresurada. Nunca lo había visto tan... nervioso, supongo que es la palabra.

Interesante y más interesante.

—Matthew —comienza Sloan y vacila cuando Reed deja de recoger sus cosas lo suficiente como para mirarla. Ella levanta las manos. Agente Reed, no puedo pensar en algo tan urgente que no pueda esperar hasta después de haber cenado.

Reed suspira profundamente, pero no deja de reunir sus papeles.

—Gracias por la comida, Dra. Sloan. No quiero ser grosero o sonar ingrato, pero realmente tengo trabajo que hacer. Y sí, es algo urgente. Las oficinas en Pakistán abrirán en breve y tienen información que necesito.

Sloan vacila, frunciendo los labios brevemente.

—Oh. No me di cuenta. Lo siento.

Nadie se da cuenta de que estoy aquí en la habitación y me siento como una voyeur. ¡Fascinante! Pienso en la afición de espiar de Felipe y Celia, y me ruborizo. Lo que está pasando entre Sloan y Reed realmente no es asunto mío.

—Aquí —digo en voz alta, para hacerles saber que están siendo observados. Levanto la ensalada de Reed triunfante, y como las patatas sueltas sobre la tapa—. Puede llevársela con usted.

Sloan me da una sonrisa de agradecimiento, como aliviada de que rompiera su incómodo intercambio. Recoge el recipiente y se lo lleva de mi mano.

—Sí, por favor tome la ensalada. Tiene que comer algo.

Reed mira la ensalada como si nunca hubiera comido una antes, luego a Sloan y a mí. Está enojado, y no tiene nada que ver con esto. Sólo está cabreado. Quiere estar enojado con Sloan, pero ella no le ha dado una razón, no ha dicho o hecho algo repulsivo. Aun así, está eligiendo estar enojado con ella. Por último, pone su maletín en su silla y toma el recipiente.

—Gracias —dice.

—De nada —dice Sloan, de esa manera suave que Caleb usaba conmigo cuando se sentía caprichoso. Sloan observa la cara de Reed, entonces su mirada se desliza lejos cuando él la mira y rápidamente aparta sus ojos.

Ooooh... a ella le gusta. Me sorprende y a la vez no lo hace. Tiendo a ver a la Dra. Sloan y al Agente Reed como robots, como que no tienen vidas. Es interesante verlos de una manera nueva.

El rostro de Reed se ve un poco rojo. No puedo creer que esté sonrojándose. Se ve realmente adorable. No quiero que se vaya. Quiero sentarme en mi cama y verlos retorcerse bajo mi escrutinio. Me refiero a que realmente… sería lo justo.

—Vamos, Reed, quédese —palmeo el lugar a los pies de mi cama, sonriendo. Me mira en silencio. Si las miradas mataran...—. Dijo que escucharía el resto de mi historia ¿recuerda?

—De verdad no puedo, señorita Ruiz —dice—, pero estaré de vuelta más tarde. Mientras tanto —abre su maletín y saca su grabadora—, ¿grabará por mí?

Sloan toma la grabadora y asiente con la cabeza, con cuidado de no mirar nada.

—Por supuesto.

Reed asiente con fuerza y cierra el maletín de nuevo antes de salir prácticamente corriendo de la habitación. Realmente no puedo creer lo que acabo de ver.

—¿Qué diablos está pasando entre vosotros dos? —pregunto a Sloan con la boca llena de patatas fritas. Vuelve la cabeza lejos de la puerta y me mira, sorprendida. Muevo mis cejas y ella se ríe.

—Nada, Livvie. Nada en absoluto —dice ella, con la voz temblorosa—. Ahora deja de comer mis patatas fritas y dame eso. —Ella mete la mano en la bolsa y saca una hamburguesa y un recipiente de patatas fritas antes de sentarse en la anterior silla de Reed—. Mmm… —dice ella cuando hace estallar una patata en la boca.

—Mmm… —imito y hago lo mismo. Cuando he terminado de tragar, salto directamente al tema bueno—. Así que... ¿Realmente viniste a verme a mí o al Agente Reed?

Sloan sonríe y niega con la cabeza. Su boca está llena, pero trata de contestarme de todos modos.

—A ti, por supuesto.

—Mentirosa —bromeo.

Sloan se encoge de hombros.

—No estoy aquí para hablar de Reed.

¿No te refieres… a Matthew?

—Livvie —dice ella en señal de advertencia.

—Janice —digo sarcásticamente—. Vamos, Sloan. He estado contándoos a ambos algo de mierda bastante intensa. Creo que tengo derecho a una distracción y un poco de cotilleo. Reed es sexy. Lo entiendo.

—No hay nada que decir —insiste, pero su cara se está poniendo rosa. No importa la edad, lo que siento es universal. No puedes luchar contra quien te atrae. A veces, el destino lo hace bien, y luego te hace pagar por ello.

—Lo que sea. Sé que algo está pasando. Caleb solía enfadarse cuando hacía uso de su nombre en frente de otras personas, pero, ¿en privado? Otra historia. Vi el rostro de Reed cuando lo llamaste Matthew. Estaba advirtiéndote.

Sloan se atraganta con su hamburguesa y ávidamente toma un sorbo de su bebida para despejarla.

—¡Livvie!

—Bien, bien —le digo y recojo mi hamburguesa, muy decepcionada. La hamburguesa es tan grasienta que ya puedo sentir la grasa correr por mis venas. Gimo cuando mastico—. No tienes que decírmelo, siempre y cuando me traigas otra de estas mañana.

—Trato hecho —dice Sloan y toma otro bocado.

Comemos en silencio durante varios minutos. Un gemido ocasional y ojos en blanco como nuestro único medio de comunicación.

Después, Sloan y yo hablamos de cómo me siento. Bien. Ella pregunta si puedo estar lista para hablar con mi madre. No. Definitivamente, no.

—¿Cuál podría ser el daño? —pregunta Sloan—. Ella te extraña mucho.

Miro hacia abajo en mi regazo. No estoy triste. Me da vergüenza mirar a Sloan a los ojos y admitir la verdad.

—Quiero que sufra.

Sloan está callada.

—Los últimos meses han sido terribles —continuo—, he sido golpeada, humillada y forzada a situaciones que ninguna persona debería tener que sufrir. —Hago una pausa, cavilando y enojándome con mi madre—. Aun así, me gustaría vivir todo de nuevo, si pudiera cambiar los últimos dieciocho años con mi madre. Pasé tanto tiempo, tratando de hacer que me ame, que me entienda. Pasé tanto tiempo dando una mierda por lo que pensaba. Ya he terminado, Sloan. Ha terminado de importar. Es para mí el momento de vivir mi propia vida, mi propio camino y no quiero que sea una parte de eso.

—¿Cuál es tu camino? —pregunta Sloan. No hay una cualidad emocional en su voz. Si me está juzgando, no lo sé. Si está de acuerdo conmigo, es también un misterio.

—No lo sé. No tengo ni idea de quién se supone que debo ser más. Sólo sé que no quiero ser ese otro alguien que cree que debería ser.

—Bien —dice Sloan.

Sloan y yo hablamos un rato más antes de decirle que estoy cansada y que quiero acostarme. La dejo abrazarme de despedida y tal vez... me aferro a ella por sólo un poco más de lo previsto. A Sloan no parece importarle.

Una vez que se ha ido, apago las luces y me meto en la cama con la grabadora de Reed. La enciendo y empiezo a hablar.

* * * *

Otra oleada de electricidad bombeó a través de mí. Estaba hambrienta de liberación. Grité detrás de mi mordaza y luché contra mis ataduras, pero lo único que hizo fue aumentar mi sufrimiento. Levanté mi culo, tratando de encontrar una manera de moverme y crear una fricción suficiente para enviarme al orgasmo, pero era abrumadoramente inútil. Gemí y dejé que fluyeran las lágrimas cuando el pulso se detuvo. Se abrió la puerta y un suspiro de alivio se extendió por mí. Caleb había llegado de nuevo para acabar con mi sufrimiento. Sabía que lo haría.

Se acercó a mí lentamente e hice suaves, suplicantes sonidos para rogarle que lo detuviera. Como si leyera mi mente, su cálida mano ahuecó mi cara y me incliné hacia ella, presionando mi mejilla húmeda contra su muñeca y llorando lastimosamente. Si hubiera sido capaz de ver, tal vez hubiera estado más avergonzada y orgullosa. En su lugar, simplemente estaba perdida en mi miseria y con ganas de ser libre de ella.

Su mano viajó bajo mi cuello y mi pecho, cuando otro pulso me golpeó. Me arqueé. Quería correrme, no, necesitaba correrme. La mesa tembló cuando luché. La mano de Caleb acarició la suave piel bajo mi pecho lo cual sólo lo hizo más intenso. Sólo necesitaba un poco más, sólo un poco más. Se detuvo. Lloré más fuerte.

Le supliqué detrás de la mordaza, pero Caleb no dijo nada. En cambio, sus manos ahuecaron mis pechos y luego sacaron las pinzas de mis pezones lentamente. La sangre se apresuró a mis pezones y grité por detrás la mordaza. Dolía, pero eso también me hizo doler más. Masajeó mis pechos y casi arrullaba mientras trataba de presionarme más contra sus manos. Abruptamente, el calor de su boca besó alrededor de mi seno izquierdo y el cosquilleo suave de su cabello acarició mi pecho.

—Sí. —Suspiré.

La boca de Caleb era dolorosamente suave, su lengua se arremolinó alrededor de mi carne tensa, sin dientes, sin succión violenta, sólo suaves lamidas y besos que me dieron ganas de tocarlo. A medida que repetía el proceso en el otro seno, otra sacudida de electricidad asaltó mi pobre clítoris.

—¡Por favor! —grité detrás de la mordaza—. ¡Por favor!

Se puso de pie de nuevo hasta que el pulso se detuvo y temí que saliera de nuevo. Le oí abrir la cremallera de sus pantalones y tuve que dejar de asentir con fervor. Sí, quiero esto. Por favor, quiero esto. Sus dedos bajaron la mordaza y de inmediato comencé a rogarle por un respiro.

—Amo, por favor, haz que se detenga, déjame entrar. Seré buena. Te lo juro. Seré buena. —Cuando él no dijo nada, lloriqueé—: Caleb, por favor. —El calor de él irradiaba cerca de mi cara, seguida por la suave presión de su polla contra mis labios. No lo dudé, abrí mi boca y lo llevé dentro.

Una sorprendente evidencia me golpeó, no era Caleb. Se sentía completamente equivocado en mi boca. Intenté retroceder, pero el desconocido inmovilizó la parte de atrás de mi cabeza firmemente en su lugar, y a pesar de mis instintos, en realidad no quería morderle.

Otro pulso me golpeó y me asaltó desde todos los ángulos imaginables. Gemí en torno al desconocido mientras simultáneamente trataba de tomar aire y alejarme de él. No estaba tan asustada como debería estar. Tal vez fue porque folló mi boca lentamente, sin violencia. Sí, el desconocido dejó claro que no me permitiría alejarme, pero estaba lejos de ser rudo. El pulso se detuvo y dejé mis caderas caer sobre la mesa. Luchaba por respirar continuamente con la polla del extraño en la boca. En el tranquilo silencio, escuché sus suaves gemidos guturales mientras se deslizaba dentro y fuera de mi boca.

Se retiró sin correrse e inmediatamente sentí la incomodidad y la vergüenza que debería haber sentido más temprano antes de bajar la guardia. Quería preguntarle quién demonios era. Quería gritar para pedir ayuda, llamar a Caleb, pero no dije nada.

—Hermosa —dijo con un suave acento español. Todo mi cuerpo se ruborizó entonces. Pude sentir el calor de ello.

—¿Felipe? —le pregunté tímidamente, al borde de las lágrimas frescas.

—Sí, mi dulce niña, pero no debes de hablar a menos que se te pregunte —dijo suavemente—. Sé que tu Amo ha tratado de enseñarte mejor. Aun así, no puedo culparlo por ser tan indulgente contigo. Yo dejo a Celia salirse con la suya demasiado —se rió entre dientes—. Aunque, no sé por qué te permite usar su nombre. Es tan íntimo. ¿Sois ambos tan íntimos? —No le respondí. Estaba demasiado conmocionada—. Responde —dijo en voz baja. Abrí la boca entonces, pero la única cosa que salió fue un largo y ronco gemido cuando la electricidad, una vez más me asaltó. Él dio un paso atrás y hubo un sonido de un  clic. El pulso se detuvo.

—¡Oh Dios! —gemí—. Gracias. —Mi corazón no tuvo la oportunidad de reducir velocidad.

Los dedos de Felipe acariciaron los labios interiores de mi coño casi de inmediato. Traté de desplazarme lejos, pero lo único que conseguí fue mover mis caderas hacia arriba y hacia abajo lo que sólo parecía fomentar sus esfuerzos. Un tartamudeo de negaciones fluyó de mí cuando sentí uno de sus dedos tratando de colar su camino en mi interior, pero rápidamente me silenció con un firme golpecito a un lado de mi cara y una demanda de silencio igualmente firme. No me dolió, pero fue efectivo.

—Sólo estoy mirando —dijo. Empujó contra algo doloroso dentro de mí. Empecé a llorar y, para mi alivio, el dedo se retiró.

Quería a Caleb. ¿Cómo podía dejarme aquí de esta manera?

—Estás realmente húmeda para una virgen —dijo, y mi cuerpo se sonrojó de nuevo con el calor y el bochorno—. No hay nada malo en ello, sin embargo. —¿Estaba sonriendo? El miedo tocó a través de mis entrañas. Tenía la esperanza de que este hombre saliera pronto y Caleb volviera para dejarme ir. Siguió un largo silencio, interrumpido por mis sollozos bajos y la ingesta ocasional de aliento mientras trataba de mantener mi llanto silencioso.

Por último, habló:

—No te preocupes, dulce niña. Me iré pronto y no voy a hacerte daño. Sólo tenía curiosidad. Tal vez, cuando tu verdadero Amo lo permita, pueda explorar mejor mi curiosidad. —Traté de concentrarme en el hecho de que había dicho que no me haría daño y suspiré con alivio, obligándome a calmarme y dejé secar las lágrimas.

—Caleb está muy… enamorado de ti —dijo, y se rio por lo bajo. Parecía una broma privada de la que no estaba al tanto—. ¿Lo amas? —preguntó casualmente.  

No respondí. Estaba muy cansada, sorprendida y asustada para contestar.

—Siempre puedo volver a conectar la máquina —dijo.

—¡No! —grité antes de que pudiera detenerme.

—Pensé que dirías eso —dijo.

—No lo sé —susurré.

—Explícate.

—Nunca he estado enamorada antes. No lo sabría.

Felipe soltó una carcajada.

—Todos lo saben, querida. Tú ya lo sabes. ¿Lo amas o no?

No sabía qué decir. No conocía lo suficiente de Felipe para adivinar si pretendía o no hacerme a mí o a Caleb daño alguno. Aparte de Celia, nunca estuve a solas con nadie excepto Caleb.

—¿Amas a Celia? —pregunté en su lugar.

Felipe suspiró. —Muchacha inteligente. Respondes a una pregunta con otra pregunta y así nunca puedes decir algo equivocado. De todos modos, tengo mi respuesta. Es una lástima que él no lo sepa.

—Lo sabe —susurré.

Felipe se echó a reír en voz alta.

—¡No lo habría pensado! ¿Sabes cómo conocí a Celia?

Negué con la cabeza.

—Es la hija de mi antiguo rival. Hace muchos años, cuando decidí hacerme un nombre, me enfrenté a su padre y gané. Como trofeo... Tomé a Celia —su voz se volvió suave—. Me odió por muchos años y no siempre fui tan amable con ella. Ahora... no pasa un momento en el que no me gustaría poder recuperar el tiempo perdido. La eché a perder.

—¿Dejándola limpiar tu casa y ser tu esclava? —dije incrédula.

—Ya veo por qué Caleb está tan atraído por ti. Eres el tipo de mujer que pide ser refrenada y sin embargo se niega a ceder. Tales mujeres son el néctar de la vida —dijo—. Créeme, Celia es bastante feliz. Le doy todo lo que necesita y mucho más de lo que ella desea.

Mantuve la boca cerrada y dejé a Felipe seguir con lo suyo.

—¿Permitirás a Caleb venderte? —preguntó.

—No tengo elección —susurré.

—Vivir como un esclavo o morir en tus propios términos es siempre una opción, dulce niña —susurró—. Tal vez deberías recordar a tu actual Amo.

—¿Por qué dices mi actual Amo?

—¿Caleb no te lo dijo? Rafiq llega mañana. Sospecho que ambos nos dejareis muy pronto. Es una lástima, sin embargo, admito de mala gana que he disfrutado de teneros a ambos alrededor. Caleb es un hombre interesante, un poco... drástico, pero interesante.

Sentí como si alguien me hubiera golpeado en el estómago y sacado el aire de mis pulmones. Rafiq venía a por mí y Caleb no iba a detenerlo. Se había acabado. Había perdido.

—Déjame ir —lloriqueé—. Por favor, ayúdame.

Felipe suspiró.

—Me temo que no es posible, dulce niña. Rafiq... bueno, permíteme decir, que no se toma amablemente la traición.

Mientras trataba de procesar lo que me estaba diciendo, escuché sus pasos y me encogí cuando estableció de vuelta la mojada mordaza en su lugar y la aseguró con firmeza. Me entró el pánico cuando la frialdad de los cables subió a lo largo de mi cuerpo. No quería las pinzas en mis pezones de nuevo. Luché con todas mis fuerzas. Mi torso estaba relativamente libre, así que me sujetó con su peso con un poco de dificultad para reemplazar las pinzas.

—¡No! —grité de frustración, pero sólo hubo su suave risa como respuesta.

—Lo siento, dulce niña, pero no puedo dejar que tu Amo te encuentre en una posición diferente. Es descortés.

Me quejé lastimosamente. Finalmente había descendido de mi elevada excitación, mi clítoris dolía y mis pezones también, pero me había alegrado de sentir algo normal. No estaba segura de poder manejar más tortura.

—Te haré un regalo antes de irme —dijo Felipe.

Sacudí la cabeza con pasión, pero no impidió poner su mano entre mis piernas y acariciarme. Mi cuerpo se calmó, y en contra de mis deseos, avivó la llama de mi deseo, en muy poco tiempo haciéndolo ardiente una vez más. Pronto, me apreté a él en busca de la liberación que necesitaba tan desesperadamente. Y, por último, me envió hacia el límite. Me frotó más duro y más rápido, y grité mientras mi orgasmo me desgarraba. Quise más. Tan hambrienta como estaba, el poderoso orgasmo hizo poco para bajar mi pasión. Con horror, me di cuenta de que estaba reemplazando la pinza tomada de mi clítoris. Le supliqué que no lo hiciera.

Unos momentos después de que saliera, mi tortura comenzó de nuevo.

* * * *

Pasó un largo tiempo antes de que la puerta se abriera de nuevo y esta vez, no iba simplemente a contentarme con liberación física. A menos, por supuesto, luego violarlo hasta el olvido.

Gruñí cuando oí pasos viniendo cerca de mí, rezando en secreto que fuera Caleb a quien dirigía mi ira y no a otro visitante no invitado. Una risa engreída después, supe que era él. No pude evitar sentir una profunda sensación de alivio.

—¿Cómo te sientes, Mascota? —me hubiera gustado escupir insultos contra él en ese momento, pero la máquina se apagó de nuevo y era lo único que podía hacer para aguantar mis gritos. En el transcurso de la noche, las cargas se habían vuelto menos frecuentes. Me preguntaba si había sido una misericordia que mi misterioso visitante había impartido. En cualquier caso, los pulsos eran poderosos y habían estado encendidos durante horas. Eran placenteros y dolorosos, con tendencias crecientes hacia el dolor. Cuando la carga finalmente cesó, no podía dejar de sollozar suavemente detrás de la mordaza empapada en mi boca.

—¿Tan mal, eh? —dijo, pero sabía que sus palabras no tenían absolutamente ninguna simpatía por lo que había hecho. Tomé aire profundamente cuando quitó las pinzas de mi cuerpo.

—¡Te odio! —grité. Aunque las palabras fueron amortiguadas detrás de la mordaza, yo sabía que podía distinguirlas. Él tomó mis pechos con ambas manos y suavemente me masajeó.

—Te odio, Amo —dijo con hambrienta lujuria radiando en su voz.

Pellizcó mis pezones juguetonamente. Hice una mueca y traté de retroceder ante su caricia.

—¿Sensible? —susurró suavemente en mi oído. Cuando no respondí, pellizcó un poco más fuerte y un grito partió de mis labios—. Responde —dijo fríamente.

—Sí, Amo —me quejé. Mi enojo con él había crecido a medida que las horas habían pasado. Me convencí a mí misma de que cuando viniera a buscarme de verdad le diría lo que pensaba. Por supuesto, es fácil ser valiente cuando el objeto de tu miedo no está manteniendo como rehenes tus pezones doloridos. 

—Bien, Gatita —dijo. Colocó las palmas de sus cálidas manos en mis pequeños picos tiesos y presionó suavemente para masajearlos mientras también amasaba mis pechos.

Gemí en voz alta. Mi cabeza rodó hacia un lado mientras me tocó exactamente de la manera en que necesitaba ser tocada. Nunca quise que la sensación terminara.

Su muslo presionaba contra la mesa cerca de la parte superior de mi cabeza mientras trabajaba más bajo sus manos, de mis pechos a mis costillas, a mis caderas sorprendentemente doloridas. Frotó suavemente, y no podía dejar de gemir y perderme en la garantía de sus manos, y en el limpio, olor masculino que emanaba de su cuerpo, cuando inevitablemente se inclinó hacia mí. Pensé en Felipe. Pensé en la forma que había presionado su polla contra mis labios, la forma en que lo acepté tan fácilmente cuando pensé que había sido Caleb.

Involuntariamente, me ondulaba bajo las manos de Caleb, mi cuerpo le decía lo que no podía decir en voz alta. Lo necesitaba para hacerme correr. Suspiró audiblemente y supe que me deseaba tanto como yo lo a él.

Luché contra el recuerdo de lo que me había dicho después de que le hubiera ofrecido no solamente mi cuerpo, sino mi corazón.

¿Pensaste qué? ¿Pensaste que si me ofrecías tu pequeño coño iba a hacer algún tipo de diferencia?

Retrocedí ante el recuerdo y las lágrimas picaron tras mis ojos. Estaba agradecida por la venda de los ojos. De repente, no estaba segura de querer que me tocara más, pero, ¿qué otra opción tenía? Las opciones de Felipe parecían demasiado extremas.

Se me ocurrió entonces, que la única decisión era mía, no iba a dejarle lastimarme más, no importaba dónde. Mi corazón se hundió pesadamente en mi pecho por razones que no quería reconocer... Había pensado que mi confesión haría algún tipo de diferencia.

Estaba perdida en mis pensamientos de autocompasión cuando él me trajo de nuevo a la realidad pasando su dedo a lo largo de la unión de mi inflamado sexo. Tiré de mis ataduras.

—¿Sensible aquí también? —dijo oscuramente, y comenzó su practicado asalto sobre mi clítoris. Gemí lamentablemente como respuesta y asintió—. Ahh, pobre Gatita. ¿Quieres que te deje correrte ahora? —Las lágrimas de mis ojos se filtraron y fueron absorbidos inmediatamente por la venda de los ojos. Asentí. Su voz había adquirido un borde siniestro, estaba disfrutando de esto, y yo estaba en una extraña clase de miseria. Cambió de posición, rodeando a mi derecha mientras me acariciaba con un ángulo más fácil.

—Te quiero oír suplicarme —dijo, y retiró la mordaza de mi boca. Giré mi mandíbula, tratando de llegar a sentirla normal otra vez y resultó difícil—. Suplícame —ordenó. Mi corazón se aceleró ante su constante contacto, el hormigueante calor del orgasmo inminente se extendió a través de mi cuerpo. Si se detenía esta vez, iba a morir. Estaba segura de ello.

—Yo… te lo suplico —susurré. Mi voz era extraña a mis oídos cuando no pude mantener mis emociones fuera de mi voz.

Pensé que fue realmente muy lindo cuando dijiste que me amabas.

El orgasmo me atravesó con una violencia que no creí que incluso Caleb estuviera esperando. Grité desde la parte superior de mis pulmones y mi cuerpo entero se arqueó tanto como podía con sus restricciones. Cada parte de mí se estremeció, latió y ardió de liberación. Mis muslos se estremecieron y mi corazón latió salvajemente en mi pecho, oídos y clítoris.

Se apoderó de mí en oleadas: mi antigua vida, conocer a Caleb, mi huida fallida, la amabilidad de Caleb aquella primera noche que me abrazó, su sonrisa, sus manos, su olor, su beso, los azotes, la tortura, mi declaración de amor, su reacción... su reacción...  su cruel reacción de mierda. Cuando lo mejor y lo peor pasó, mis caderas golpearon la mesa con un golpe húmedo y me quedé allí llorando mientras cualquier número de emociones salvajes corrían en mi cuerpo, hasta que los efectos se asentaron.

—Wow —susurró.

Estaba tan cansada. No había dormido en toda la noche. Caleb estaba tranquilo y me alegré por ello. No tenía nada que decirle. Aunque, bien esperaba que hubiera terminado de torturarme por un tiempo y me permitiera finalmente llegar a dormir, sola.

Empecé a ir a la deriva mientras él desataba la correa de mis muslos y piernas. Es una cosa extraña que te sientas somnolienta y satisfecha, mientras que al mismo tiempo, te sientas nerviosa y con ansiedad al ser liberada. Sus cálidas manos tocaron mis costillas y desapareció mi somnolencia y mi ansiedad aumentó. 

—¿Cómo están tus costillas? —preguntó él, con un grado de reflexión. 

—Un poco doloridas —dije, en voz tan baja que casi dudaba si había oído. 

—¿Están mal? —parecía preocupado. 

Odiaba cuando era así. Preferiría que siempre fuera un bastardo de sangre fría. Por lo menos entonces, podía perdonarlo por las cosas que hizo. En cambio, me mostraba ráfagas de su humanidad. Era peor, a sabiendas de que conocía la diferencia entre la bondad y la crueldad y elegía el más vil de los dos. Negué con la cabeza. 

Desabrochó las esposas de mis muñecas y en seguida traté de incorporarme. En realidad, no como una muestra de desafío. Sólo pareció ser la cosa más natural. Mis caderas estaban dolorosamente tiesas y doloridas. Tomé la incómoda ayuda de Caleb para levantar mis piernas de los estribos. Después de muchas horas de diferencia, casi no podía cerrarlas.

Me senté por un momento, mis piernas colgando de la mesa y las manos sobre mis pechos. Esperaba que no me quitara la venda de los ojos y tener que mirar a sus ojos. Se puso de pie delante de mí. Nuestros cuerpos no se tocaron, pero lo sentí en todas partes. Entonces, sus cálidos dedos cepillaron suavemente mi mejilla, y algo en mi pecho comenzó a arder. Poco a poco, sacó la venda y me froté los ojos hinchados mientras me acostumbraba a la suave luz. 

Lucía encantador, como de costumbre, aunque su sonrisa habitual no estaba presente, sólo una expresión de seriedad. Se me ocurrió que debía verme como una mierda, con el pelo desatado y la cara hinchada. Mientras tanto, Caleb parado frente a mí, sexy como el infierno.

No podía mirarlo a la cara. Nunca más podría. Me concentré en los ligeros botones superiores de su camisa, pantalones color caqui y zapatos casuales. Me enfoqué en sus grandes manos, mientras se acercaban y me frotaban mis muslos. Dejé escapar un sobresaltado grito ahogado que no reconoció.

—¿Tienes hambre? —preguntó amenazadoramente. Asentí con la cabeza, mirando hacia mi regazo. Dio una palmada en mi muslo con fuerza y tuve que luchar contra cada impulso de empujarlo. El calor se deslizó en mi cara, pero mantuve mi compostura.

—Sí, Amo —le dije con los dientes apretados—. Estoy hambrienta.

—Bueno —dijo sin humor en su voz—. Puedes ponerte de rodillas y comerme la polla.

Le miré con incredulidad por un momento, esperando a que dijera algo más, aunque qué esperaba que dijera, no lo sabía. Curiosamente, cuanto más lo miraba, más me di cuenta que lo estaba haciendo sin su permiso. También sentí, como hacía a menudo, que podía leer mi mente. Respiré hondo y aparté la mirada rápidamente, con la esperanza de que no hubiera leído demasiado. Por el rabillo del ojo vi sus manos yendo lentamente a su cinturón. Una sensación de perdición inminente me impulsó a la acción e instintivamente puse mi mano derecha sobre la suya.

—No vas a azotarme, ¿verdad? —no levanté la vista. Mis dedos temblaron. Si no lo estaba pensando, entonces probablemente planté la idea en su mente. Estúpida, estúpida, estúpida.

—¿Te gustaría que lo hiciera? —preguntó. Negué con la cabeza enfáticamente: No, no lo quería—. Entonces sácame las manos de encima. No te di permiso para tocarme.  —Aparté mis manos y esperé a que hablara—. Bueno. Ahora ponte de rodillas y pon tus manos en tu regazo. No tienes permitido tocarme.

Tragué duro y me obligué a hacer lo que me dijo. Evitando su mirada, traté de bajarme de la mesa sobre mis temblorosas piernas. Mis piernas cedieron, pero Caleb se acercó a estabilizarme. Casi me aferré a él para evitar caerme, pero me las arreglé para evitar el acto reflejo y me colgó en sus brazos como una muñeca de trapo mientras me bajaba sobre mis rodillas.

—Gracias —susurré.

Se puso de pie.

—Sabes que, Gatita —dijo—. Creo que voy a azotarte. Pregúntame por qué.

Mis ojos se empañaron de lágrimas ya frescas cuando levanté la vista hacia él.

—¿Por qué?

Él sonrió y negó con la cabeza, justo antes de que me agarrara la parte posterior y tirara de mi pelo lo suficiente para hacerme saber que estaba en problemas.

—¿Qué tal por hablar cuando no se te pidió hablar, tocarme como si tuvieras el derecho, mirarme sin que te diga, y lo más importante, por constantemente dirigirte a mí incorrectamente? —Sujetó mi pelo tirante. Me quejé bruscamente detrás de mis labios cerrados y los ojos cerrados reflexivamente—. Ahora, dime Gatita, ¿mereces ser castigada?

No podría haber ninguna buena respuesta a su pregunta. Incluso el silencio podría considerarse como otra infracción. Mi mente corrió buscando una salida a la situación, pero sabía que el daño ya estaba hecho.

Lloré miserablemente, pero abrí mi boca y respondí.

—Si es lo que quieres, Amo, entonces sí. —Mantuve mis ojos cerrados, consciente de no mirarle sin permiso, y soltó mi cabello.

—Esa es una buena respuesta, Gatita. Más tarde, voy a mostrarte exactamente lo que quiero. Mientras tanto, demuéstrame lo mucho que quieres hacerme feliz.

 

Capítulo 17

 

Me hizo caminar, con los restos de su semen escurriendo por mi barbilla y cuello, desnuda, sollozando y con las piernas temblando, subiendo por la mazmorra hacia el civilizado entorno de la mansión de arriba. Dudé fuertemente en avanzar cuando escuché el rumor inconfundible de personas conversando. Caleb presionó su mano firmemente contra la curva de mi trasero y me instó a avanzar, pero solamente me incliné hacia atrás y traté de retroceder un paso. Levantó una mano, propinándome una poderosa cachetada, que atravesó la delicada piel de mi trasero y no puede evitar comenzar a llorar fuertemente y tambalearme a través de la puerta. Seis pares de ojos se giraron hacia mí a la vez. Se podía apreciar una mezcla de sorpresa y diversión.

El fuerte deseo de salir corriendo me atravesó, pero Caleb tiró de mi pelo cruelmente con su agarrón, obligándome a arrodillarme a sus pies, donde al instante me aferré a su pierna y me escondí.

—Bien, este día se acaba de convertir en más interesante —dijo una voz desconocida, con acento sureño. Su comentario fue recibido con una resonante carcajada.

—Pido disculpas —dijo Caleb—. Todavía no ha sido domada lo suficiente. —Estaba demasiado asustada para estar indignada. Por encima de mi cabeza, sentados en una mesa, había un grupo de hombres y mujeres. No parecían tener ningún problema con un hombre que arrastraba a una mujer desnuda y que estaba llorando. No podía imaginarme un escenario más horrible.

Cuando cesaron las risas, habló una voz familiar.

—¿Tomareis el desayuno con nosotros? —Era Felipe, era inconfundible con sus fuertes inflexiones de voz, y por supuesto, su acento español. Mi corazón dejó de latir ¿Qué pasaría si hablaba con Caleb sobre la noche anterior? ¿Haría hablar a Caleb sobre lo que sucedió anoche? ¿Y si era una prueba, y se suponía que yo tenía que decírselo?

—No, no esta mañana, pero quizá para cenar. Necesito tiempo para hacerla presentable. —Finalmente soltó mi pelo. No hice ningún intento de moverme, encogida contra sus piernas, me sentía extrañamente protegida.

—Por supuesto —dijo Felipe—. Celia te ayudará. —Caleb me hizo hacer el resto del camino apoyada en mis manos y rodillas, mientras los otros miraban y señalaban lo obvio, que se notaba que yo era nueva, y lo divertido que sería tomar mi sexy trasero.

El calor atravesaba todo mi cuerpo, pero mantuve la cabeza hacia el suelo y solamente me centré en alejarme de esta emergente situación como fuera posible. En algún lugar de mi mente, yo también me preocupaba por lo que me pasaría a continuación. Me di cuenta de que mi más profunda esperanza era que Caleb me llevará arriba, me bañara, me alimentará, me sostuviera y que llenara mis oídos con palabras de consuelo.

Un poco más abajo, doblamos una esquina y mis rodillas finalmente dieron un respiro cuando entraron en contacto con una pequeña alfombra. Caleb se puso delante de mí y abrió la gran puerta de madera. Dudé un solo momento, sin saber por qué, pero después me arrastré a través del umbral. La habitación no era lo que me esperaba. Si alguna vez imaginé una habitación para que Caleb la llamara así, habría sido esa. Parecía inundada con su siniestro gusto.

La alfombra era de un profundo borgoña. Era tan oscura que casi lo confundí con el negro. La cama estaba alta, cubierta de los edredones más oscuros, retirados hacia atrás para revelar las almohadas y las sabanas de seda carmesí. El cabecero también era negro, una cosa grande, larga y cuadrada. Daba a la cama un toque evidentemente masculino, y adjuntados en su centro, había dos gruesos aros de metal. La puerta se cerró detrás de mí y la habitación quedó sumida en la oscuridad. Tragué fuerte.

Unos pequeños sonidos y la luz de una lámpara de noche iluminaron escasamente la habitación. No me atreví a hacer un ruido o movimiento, aunque el impulso de girarme a mirar a Caleb era intenso. Mis ojos miraron fijamente hacia delante, captando un banco revestido de lo que a simple vista parecía cuero. No había ninguna televisión, ningún equipo estéreo y ningún teléfono, pero había libros. Los descubrí en una librería en la esquina, sus lomos demostraban que habían sido completamente leídos y disfrutados. Me pregunté de repente qué leía, qué le hacía feliz. También había una extraña cantidad de muebles colocados delante de las austeras cortinas. Supe con un simple vistazo, que sería mejor quedarme sin conocer su propósito.

—Me has avergonzado allí abajo. —Mi cuerpo entero se tensó por el sonido enojado de su voz.

—Lo siento, Amo —susurré en voz baja. Luché desesperadamente para permanecer inmóvil. Le traté como a la especie de depredador que solo ataca a presas en movimiento. Escuché el distintivo sonido de la hebilla abriéndose y el silbante sonido de un cinturón siendo extraído de sus soportes. Empecé a temblar.

—Vas a aprender lo que se espera de ti, mascota. —Todo mi cuerpo me gritó para que echara a correr, pero en algún lugar dentro de mi cabeza una pequeña voz susurró que no había escapatoria, solo obediencia. Solo la obediencia le haría feliz. Asentí angustiada.

No dijo nada más. Simplemente presionó mi frente contra el suelo y azotó el cinturón en una rápida sucesión en mi parte trasera.

En el primero, apreté la mandíbula y obligué a mis manos a colocarse debajo de las rodillas para evitar llevarlas hasta el cinturón.

En el segundo y el tercero, me balanceé sobre la alfombra gimiendo.

En el cuarto intenté colocar mis manos en el camino de su cinturón para proteger mis nalgas. Mis dedos rozaron a través del relieve de las heridas.

En el quinto, el sexto y el séptimo, él mantuvo sujetas mis manos firmemente a la parte baja de mi espalda.

En el octavo y el noveno, comencé a gritar en voz alta y jadeante.

Se detuvo un momento, el tiempo suficiente para que pudiera decirle lo arrepentida que estaba, que le obedecería, que iba a estar bien, lo prometía. Unos pocos más y pareció finalmente satisfecho.

Soltó mis brazos, pero sabía que era mejor no seguir mis instintos para levantarme. Agarré mis muñecas y las mantuve en la parte baja de mi espalda, tal como él lo había hecho. Oí su suave risa sobre el sonido de mis esporádicos quejidos y sollozos, y por alguna razón, mi cuerpo se encontró un poco más relajado.

—Buena chica, Gatita —dijo. Suspiré profundamente con alivio. Se apoyó en una rodilla a mi lado y tiró de mí firmemente agarrándome del pelo. Seguí llorando y luchando contra la necesidad de frotar mi trasero que estaba dolorido por los azotes, que lo habían dejado sumamente caliente y enrojecido.

—¿Te duele? —preguntó.

—Sí, Amo —gimoteé lastimosamente.

—¿Lo recordarás?

Hice lo posible para responder a través de mis sollozos.

—Sí, Amo.

Él estaba de pie, tirando de mi pelo hacia arriba con esfuerzo. Arqueé mi espalda y sucumbí a mis impulsos, me froté el trasero fuertemente con las palmas de las manos. Solo lo empeoré. Aferró mis muñecas y las clavó en la parte baja de mi espalda.

—¡Quédate quieta! —vociferó. Instintivamente, apreté mi frente en la parte delantera de su camisa. Intenté enderezar mis piernas. La sensación de su firme pecho contra mi cara me provocó cosas que había llegado a esperar. ¿Por qué siempre olía tan bien? Después de un momento, el dolor se volvió secundario con los pensamientos de mi cuerpo desnudo contra su ropa. Estaba todavía de pie, pero no pude contenerme de empujarme contra él. Soltó mis muñecas y yo inmediatamente las envolví alrededor de su cintura y me presioné contra él. Era duro, suave y fuerte, y olía a todo lo que yo quería envuelto a mí alrededor.

Se tensó en mis brazos y rápidamente puso sus manos sobre mis hombros para hacerme retroceder. Le miré y vi el enfado y la confusión en sus ojos, pero no me importaba. Rafiq vendría a por mí. Caleb podría protegerme, o podía no hacerlo. No podía preguntarle sin traicionar a Felipe, ni podía ignorar los sentimientos de agitación de mi interior.

Tal vez era mi agotamiento, la larga noche de tortura sexual a la que me habían sometido o tal vez era simplemente el innegable poder que tenía sobre mí, pero fuera lo que fuera; necesitaba desesperadamente besarlo. Me levanté en las puntas de mis pies e incliné mis labios hacia él, rogándole con los ojos que lo hiciera más sencillo para mí. Si se sorprendió, no lo demostró, simplemente se quedó inmóvil cuando finalmente mi temblorosa boca tocó la suya.

Sus manos se atenazaron más a mis hombros cuando tracé con mi lengua su labio inferior, instándolo a abrirse a mi beso. Él accedió y casi lloro al notar su sabor. Finalmente se relajó e inclinó la cabeza unos cuantos grados. Necesitaba profundizarme dentro de su boca, sacudida por la necesidad de ser tocada por él. Alzó su mano hasta la parte posterior de mi cabeza y me besó con toda la pasión de la mañana anterior.

No pude evitar que un ronco gemido atravesara mis labios. Nunca había sentido nada parecido. Nunca había querido reír y llorar y follar y devorar a otro ser humano hasta que no quedará nada de él, hasta que fuéramos una sola persona y pudiera sentirme en paz. Agarré su cara con mis manos y la besé toda. Mi fuerte jadeo fue repetido por sus suaves sonidos.

Busqué su boca una y otra vez. Envolví mi pierna a su alrededor, intentando subirme a él mientras enderezaba su cuerpo. Abruptamente, rompió el beso y me empujó hacia el suelo. Yo miré hacia arriba, con mi corazón desnudo a sus pies. Su pechó subía y bajaba con su ansiosa respiración, pero sus palabras fueron estables y tranquilas.

—Que esta sea la última vez que haces algo sin que te lo digan. Y esta es la última vez que vuelvo a besarte. Espero que lo hayas disfrutado. —A través de la neblina de mis lágrimas, me había parecido ver un parpadeo de dolor en sus ojos. Ignorando a mi corazón roto, traté de recuperar algo de dignidad.

—Por favor, Caleb —sollocé en voz alta—. No hagas esto. Tómame y marchémonos ¡Vayámonos!

Me abofeteo. No salvajemente, pero dolió y el calor de su descarga atravesó mi cara y mi cuello. Coloqué la mano en la mejilla. Estaba caliente al tacto. Cuando el momento de sorpresa inicial pasó, pensé que era extraño sentir el dolor de su bofetada en mi pecho, pero lo hacía, y dolía más de lo que nunca pensé que fuera posible. Los ojos de Caleb tenían un atisbo de sorpresa que nunca antes había visto. Me volvió la espalda y caminó a través de una de las puertas de la habitación.

Escuché el agua corriendo.

Salió nuevamente.

—Límpiate tú misma y espera a Celia —escupió y volvió a salir de la habitación.

Empecé a llorar abiertamente cuando la puerta de cerró, pero hice lo que él me ordenó.

* * * *

Una hora y media después, me senté sollozando en el borde de la bañera mientras Celia cepillaba suavemente mi pelo y hacía su mejor esfuerzo para tratar de calmarme.

—Lo siento, Gatita —me susurró. Sollocé más fuerte. Asentí dócilmente para apaciguarla. Con toda sinceridad, mis lágrimas tenían poco que ver con ella, o con el hecho de que me hubiera depilado dolorosamente todo el vello de mi cuerpo, con la excepción de una pequeña «tira» en la cumbre de mi coño. Aunque el dolor no se olvida fácilmente. Mayoritariamente, lloraba porque no podía sacar a Caleb de mis pensamientos.

A él yo no le importaba una mierda, y de alguna manera, me había enamorado de él. Nunca me besaría otra vez —es lo que había dicho— nunca. Yo había confiado en él. Había hecho todo lo que me había pedido con la esperanza de que me perdonara. Su lealtad nunca había estado conmigo y había sido tonta al pensar que podía ganármela.

No podía parar de repetir una y otra vez el momento en mi mente. Incluso sabiendo que el dolor que sentía era emocional, físicamente me dolía todo.

—¿Celia? —Por fin había conseguido hablar entre mis sollozos.

¿Sí, mi amor?{20} —dijo.

Hablé con ella en español.

—¿Por qué me trata tan mal? En un momento me sonríe y al siguiente… —Un gran nudo se había formado en mi garganta, dificultándome tragar, y mucho menos hablar.

—No llores, mi dulce niña —dijo. Me recordó a Felipe, pero no lo mencioné. Apartó el cepillo y sostuvo mi cabeza contra su pecho. Me aferré a ella fuertemente, inundada por la necesidad de ser consolada. Acarició mi pelo con su mano y habló—: Creo que hay cosas que no sabes de tu Amo. Tal vez parezca impredecible, pero está lleno de pasión por ti. Mi Amo siempre es agradable, incluso cuando me castiga, pero, no sé nada de lo que siente. —Pude notar el dolor en su voz. Estaba enamorada de Felipe y creía que él no tenía los mismos sentimientos de amor hacía ella.

Pensé en mi interacción con él en el calabozo y tuve que estar en desacuerdo. Felipe perdía la cabeza por Celia. Parecía ridículo que no lo supiera. Sin embargo, yo no era quién para decírselo.

—Tantos años juntos —dijo en un suave susurro— y nunca ha demostrado que le interesara de una u otra forma —dijo con una sonrisa irónica—. Excepto por supuesto cuando quiere follarme… o ve a alguien más follándome. —Me sorprendió su declaración.

—Lo siento —le dije en simpatía.

—Oh, no te preocupes demasiado. No me importa. Siempre lo disfruto, y cuando él me hace el amor —ella suspiró—, hace que nunca me sienta avergonzada, o sucia, o cualquiera de esas otras cosas. Me hace sentir que le he hecho feliz, y eso me hace feliz a mí. —La miré y vi que tenía lágrimas en los ojos. Me sonrió y rápidamente se las limpió con el dorso de la mano.

—Lo siento si fui cruel contigo Celia… ya sabes… esa noche. —Su sonrisa se hizo más amplia—. Siento haber sido tan imprudente.

—Yo no sabía lo mucho que significabas para él. No podía decirle que no, pero no tenía que hacer alarde de mi placer con total abandono. —Creo que ambas nos ruborizamos. Agarré su mano y se sentó a mi lado.

—Celia, ¿Tu nunca… nunca pensaste en huir? —No pretendió que no entendía el sentido de mis palabras, aunque sus ojos se llenaron de pánico e instintivamente miró alrededor de la habitación—. Nunca debes decir esas cosas, Gatita, ni a otras chicas como nosotras. No te servirán para ninguna otra cosa que para ser castigada. Pero no, nunca podría dejar a Felipe. Tal vez no me ama, pero se preocupa por mí. Él me da todo lo que deseo sin tener que pedírselo. Le quiero. Antes de él… No recuerdo mi vida, lo que me gustaba hacer, pero nada de eso me importa ahora. —Asentí ligeramente aunque no entendía muy bien lo que quería decir.

La puerta se abrió. Celia y yo tuvimos un sobresalto de culpabilidad. Caleb se detuvo, su mirada penetraba mi piel, aun cuando miré hacia mi regazo como un despreciable perro.

—Celia —dijo después de un momento—, vete abajo.

Sí, señor.{21} —respondió ella con voz temblorosa y salió corriendo de la habitación.

—Ven aquí —me dijo.

Instintivamente, me puse de pie.

—Aquí dentro estarás siempre de rodillas a menos que se te indique lo contrario —dijo.

Temblando, me arrodillé y le seguí mientras caminaba por el dormitorio. Mi corazón golpeaba violentamente contra mi pecho y entre mis muslos, mi carne recién descubierta me hizo sentir demasiado consciente de mi desnudez. Mi curiosidad sobre lo que pasaría a continuación había formado nudos en mi estómago, pero le seguí casi con entusiasmo, con la esperanza de que fuera tan atento como lo había sido.

Me condujo a una pequeña «cama», que consistía en unos edredones gruesos, y sedosos, colocados en el suelo cerca de su cama.

—Colócate cerca de la cama, deja tus brazos a ambos lados —ordenó desapasionadamente.

Reticente, hice lo que se me dijo. Sobre la cama frente a mí se extendían algunos artículos de ropa, algunos con los que estaba familiarizada, otros con los que no. Desprovisto de cualquier emoción, levantó un par de bragas negras transparentes de la cama y me hizo un gesto para que me metiera en ellas. Lo hice sin ningún comentario, pero cuando levanté mi pierna para meterla, perdí el equilibrio y puse mis manos en sus hombros para estabilizarme. Él se tensó bajo mis manos y yo las retiré. Las medias negras no ayudaban a estar más estable, pero dejé que mis brazos se las arreglaran para mantener el equilibrio.

Se quedó de pie y miró las bragas y las medias mientras mis pies se caldeaban bajo su escrutinio. No me atrevía a mirarle directamente a la cara para ver si apreciaba lo que veía. Quizá, no sorprendentemente, las bragas causaban una extraña y apabullante explosión de deseo. La piel, anteriormente expuesta, de mi coño brotó a la vida con el tacto del suave y sedoso material. De pronto, nunca antes había estado más agradecida de ser mujer. Nuestros deseos podían ser escondidos, cuando los de un hombre no podían. Aun así, con algo de dificultad, no apreté mis muslos juntándolos.

Nunca antes había vestido un corsé, así que me sentí mal, preparada para el ceñimiento. Hecho de suave piel negra, se situaba por debajo del ligero peso de mis pechos y revestía todo mi abdomen. Dejé salir un gruñido en voz alta cuando él encinchó la espalda con un rápido y devastador tirón. Se detuvo un momento y yo recobré mi cordura y mi oxígeno.

—¿Puedes respirar?

Hice un asentimiento errático.

—Sí, Amo.

—Bien. Si te empiezan a doler las costillas, dímelo inmediatamente.

Otro asentimiento.

—Sí, Amo.

Había extrañas piezas de cuero unida al frontal del corsé. Rápidamente aprendí que eran para mis muñecas. Con las muñecas firmemente amarradas, no podía levantar los brazos.

—Eso debería mantener tus manos en su lugar —dijo con un leve toque de enfado. Me sonrojé por el recuerdo de mi atrevido beso y me avergoncé por el recuerdo de lo que había venido de él. Oí un crujido detrás de mí, pero resistí la urgencia de mirar.

—Dóblate sobre la cama, y abre las piernas —dijo.

Me volví y vi que sostenía algo en su mano, pero no pude distinguirlo.

—¡Haz lo que digo!

Me moví con dificultad para obedecer, esperando no sentir su cinturón en mi sensible trasero. Tan asustada como estaba, mi corazón dio un vuelco cuando reconocí su olor en las sábanas. Las lágrimas punzaban en el fondo de mis ojos. Casi susurré su nombre, pero sabía que sólo podrían venir cosas horribles de ello. Deseé no haberle dicho nunca que lo amaba. Deseé haber manejado sus revelaciones de forma diferente.

No quiero venganza, Caleb. No quiero acabar como tú, dejando que una jodida vendetta maneje mi vida. Sólo quiero mi libertad. Quiero ser libre, Caleb. No la puta de alguien… ni siquiera la tuya.

Mi angustia se volvió pánico cuando los dedos de Caleb separaron mis nalgas. Me quedé quieta, deseando que la intrusión cesara. Uno de sus dedos presionó sobre el brote de mi ano, mientras los otros mantenían mis bragas a un lado. Nada lo detenía.

—Relájate —dijo. Deslizó lentamente un dedo obviamente lubricado dentro de mí, grité por la sorpresa. Dentro… y fuera… dentro… y fuera, empujaba lentamente. A pesar del miedo y la aprehensión en mi interior, la sensación me trajo el ahora familiar tirón de deseo abajo, en mi vientre. Mis bragas, ya mojadas, se pegaban a mi carne desnuda, haciendo que deseara ondular contra los dedos. Estaban tan cerca de mi clítoris, tan cerca.

—¿Se siente bien, Mascota? —susurró con voz ronca. Me tensé y estaba segura de que él lo sintió alrededor de su dedo. Empujó su dedo más profundamente dentro de mí hasta que mi vientre sintió un pinchazo y un gemido escapó de mis labios.

Me sostuvo, suspendida en su dedo, forzando lágrimas de humillación y  gemidos lujuriosos saliendo de mí.

—Sí. Sí, Amo. —Lloraba.

Lo retiró lentamente. Moví con cuidado mis caderas otra vez hacia abajo, y de nuevo su olor saturó mis sentidos. Me pregunté por millonésima vez por qué lo deseaba tanto cuando era un bastardo calculador. Mientras jadeaba en busca de aliento, Caleb preparó su segundo asalto reinsertando su dedo con incluso más lubricante. Intentó empujar algo dentro de mí, algo extraño.

—¿Qué estás haciendo? —grité antes de poder detenerme.

—Relájate —dijo.

Paralizada en un silencio instantáneo, inmediatamente me insté a obedecer. Lentamente, el objeto entró y me encontré llena, justo en el punto de dolor y en el precipicio del placer intenso. Pude sentirlo en mi vientre, y extrañamente, pude también sentirlo presionando contra las paredes de mi coño. Yací quieta, jadeando y gimiendo, intentando descifrar qué demonios había pasado.

El cálido cuerpo de Caleb presionó contra mi espalda. Su boca caliente succionó el lóbulo de mi oreja, y mis músculos se contrajeron fuertemente,  aumentando la humedad.

—No te atrevas a empujarlo hacia fuera, o azotaré tu culo hasta dejarlo en carne viva. —Mientras decía las palabras, empujó su erección contra mí y movió rápidamente el tapón dentro de mí. Gemí.

—Sí, Amo —susurré. Mi voz era una súplica lasciva pidiendo más contacto. Reculó, su mano izquierda entre mis omoplatos, sus caderas todavía presionando contra las mías. Suspiré cuando tiró de mis bragas hacia abajo para exponer mi culo. Estiró la mano entre nosotros para trazar con sus dedos entre mis nalgas. Empujé hacia atrás, urgiéndole a ir más abajo hacia el hinchado brote de mi clítoris, suplicándole que me hiciera acabar.

No llevó mucho tiempo. Frotó mi clítoris suavemente con sus dedos mientras la palma de su mano movía el tapón dentro de mí. Me corrí en cuestión de segundos, con fuertes movimientos de sacudida, envolviendo todo mi cuerpo. Después, él me ayudó a llegar al suelo y me dijo que me fuera a dormir.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Capítulo 18

 

Abrí los ojos y me quedé mirando en la penumbra, sin querer moverme en caso de que Caleb hubiera planeado torturarme más cuando despertara. Mi sueño había sido incómodo. Mis muñecas estaban sujetas a un corsé de cuero fuertemente atado. Era difícil respirar o levantar los brazos más allá de unos milímetros por delante de mí. Se me hizo también dormir en el suelo. Estaba acolchado con sábanas pero ni de lejos era tan cómodo como una cama.

Pensé en la mañana. Después de que Caleb había hecho su, en cierta forma, violento uso de mi boca, lo cual extrañamente me tenía tanto queriéndolo como odiándolo, me negó la dosis de consuelo que hasta ahora siempre me había dado después de tales duras pruebas: afecto. Tuve que admitir que realmente hirió mis sentimientos. A pesar de todo lo que me había hecho pasar, nunca me hizo sentir barata. Incluso al principio, cuando no había sido más que un bastardo insensible, había logrado disipar mi miedo y mi ansiedad cuando terminaba conmigo. Temía que esos días hubieran terminado.

No desde que le dije que lo amaba.

Reproducir el día otra vez en mi mente hizo poco para instarme a despertar, pero no pude dormir más. No sólo había dormido la mayor parte del día, sino que mi estómago pedía algo de comer. Entonces, como si fuera una señal, la puerta se abrió y Caleb entró en la habitación. Mi corazón se aceleró al instante y dio un vuelco cuando lo vi en un esmoquin. Su espeso y precioso pelo rubio, visto a menudo en un estilo de desaliño organizado, estaba peinado ahora lejos de su cara. La intensidad de sus ojos azules se sentía al mismo tiempo como un puñetazo en el estómago y una suave, hambrienta caricia.

Parecía infinitamente tranquilo mientras se me acercaba. Me recordé a mí misma y desvié la mirada. Se arrodilló a mi lado. Dejé escapar un suspiro que no me di cuenta que retenía cuando extendió su mano y trazó mi barbilla con sus suaves dedos largos. Tomó mi barbilla y un hormigueo se esparció por todo mi cuerpo. Me estremecí, a pesar de mí misma. Volvió mi cara hacia la suya, y ya no pude resistir mirar a sus ojos.

—¿Dormiste bien Gatita? —preguntó en voz tan baja que dolía.

—Sí, Amo —susurré.

—Bueno. Es hora de ir abajo y presentarte al resto de los invitados.

Mi estómago se retorció, aunque en este momento tenía menos que ver con mi hambre y más con mi ansiedad. No dije nada, y no me resistí cuando me ayudó a levantarme. Mientras estaba a sólo unos centímetros de distancia de él su olor una vez más me rodeó. Por un momento no pude evitar cerrar los ojos e imaginar una situación diferente a ésta, una en la que sólo podía ser yo misma y él me adorara por ello. Alisó mi pelo hacia atrás, revelando los ganchos formados durante mis sueños y trabajando a través de ellos rápidamente y con destreza.

—Así —dijo, más para sí mismo que para mí—, se ve mucho mejor.

Un incómodo silencio cayó entre nosotros. Mantuve mis ojos fijos en la limpia camisa lisa frente a mí. Suspiró, y no pude dejar de notar que era el tipo de suspiro que alguien deja escapar cuando se está preparando para hacer algo difícil. Sabía que tenía que ver con Rafiq, de alguna manera, pero no pude preguntarle. No podía aceptar mi destino por el momento. Tenía la esperanza de que el Caleb que había llegado a amar estuviera prosperando dentro de la versión del Caleb que estaba delante de mí. La esperanza era todo lo que me quedaba.

Sin más preámbulos, me dio la vuelta y barrió la mayor parte de mi pelo sobre mi hombro izquierdo. Todo mi cuerpo se estremeció. Le oí sacar algo de su bolsillo. Me tensé cuando sentí una banda lisa de cuero alrededor de la garganta.

 —No es igual al collar que llevabas antes. Éste me gusta mucho más. Es más suave y no se te clavará —susurró.

Si tuviera las manos libres, podría haber alcanzado el lazo atado al frente, pero no estaban libres. Como yo, estaban obligadas por las circunstancias.

—Quiero que sepas —dijo de manera casual—, que va a haber un montón de gente abajo. Estas personas son importantes conocidos míos. Espero que te comportes. Haz exactamente lo que te digo, mantén los ojos abajo y debería ser una noche agradable para ambos. ¿Entendido?

Tragué saliva pesadamente y logré murmurar—: Sí, Amo.

—Date la vuelta —dijo—. Tengo una pequeña cosa para asegurar tu obediencia. —Cuando me volví, no podía dejar de mirarlo a los ojos. Me acercó, sosteniéndome en el lugar con su mano en la parte baja de mi espalda. Su otra mano ahuecó mi pecho justo dentro de mi corsé. Puso su boca en mi pezón y lo succionó.

No pude contener un intenso suspiro. Estaba mojada, pero su atención iba a ser de corta duración. Tan pronto como su boca me soltó, una presión firme se apoderó de mi pezón. Mientras me desvanecía, repitió el proceso superficial en mi otro pecho y luego dio un paso atrás para admirar su obra.

Miré hacia mis pechos a través de una bruma de lágrimas para notar las delicadas pinzas adornando mis pezones. Una fina cadena de oro se unía a ellas y conducía directamente a la mano de Caleb. Cuando hube tomado conciencia de mi situación no pude dejar de mirar hacia Caleb con una expresión suplicante. Tiró suavemente, como si quisiera decir que mi alegato no tenía sentido. Mi cuerpo se puso rígido y una sacudida de dolor y sensación perforaron a través de mi vientre terminando entre mis piernas. El tapón en el culo se movió, exagerando la sensación. En medio de la corriente, el dolor cambió a algo vibrante, a algo placentero. Como una marioneta, mi cuerpo se relajó cuando Caleb liberó la tensión.

—¿Tenemos claras las reglas de obediencia? —preguntó Caleb, y sin esperar mi respuesta continuó—:  Esto es una especie de prueba, Gatita. No me decepciones. —Se volvió de espaldas a mí—. Sigue tras mi izquierda, mantén tus ojos abajo y no debería haber ninguna necesidad de probar la sensibilidad de tus pezones.

—Sí, Amo —respondí, incapaz de contener el temblor de mi voz. Las lágrimas se aferraron a mis pestañas y mi cuerpo se estremeció, pero seguí a Caleb como me indicó.

Caminamos al ritmo de un desfile. Un leve murmullo de voces bajas llegó de la escalera. Las luces de las velas de la habitación de abajo brillaban a través de las escaleras de mármol, iluminando nuestro descenso en colores vivos. El cálido resplandor alivió algo de mi temblor, junto con el cuidado de Caleb sobre la cadena que nos unía.

En la parte inferior de la escalera, Felipe saludó a Caleb:

—Es bueno tenerte con nosotros mi amigo. Veo que tienes a tu preciosa Gatita contigo. Todo el mundo está deseando verla.

—Felipe —reconoció Caleb. No pude dejar de notar que Caleb no parecía demasiado contento.

Nuestros ojos se encontraron por encima del hombro de Caleb, pero no dejó saber mi desobediencia. De hecho, me guiñó un ojo. Estábamos compartiendo otro momento, desconocido para mi Amo. Me sonrojé profundamente.

—Pensé que deberías saber que el chico está aquí con el señor B y esta noche va a ser parte del entretenimiento de la noche —añadió Felipe en un susurro lo suficientemente alto como para que yo lo escuchara. La declaración tenía un borde burlón, como si se estuviera burlando de Caleb. No me gustó.

—Interesante —replicó Caleb, simple y abrupto. Levantó la cabeza y examinó el pequeño grupo de personas. Instintivamente, recorrí la habitación también, y pronto recibí un tirón continuo de súbito dolor a través de mis pezones por el intento.

—Ojos abajo —me dijo Caleb por encima de su hombro, con su voz llena de rabia disimulada.

—Sí, Amo —dije en un susurro áspero. Quería gritar por el dolor que torturaba mis pezones, pero la tensión de la cadena disminuyó, y mi respiración salió en un suspiro de alivio.

Caleb pasó junto a Felipe. Lo seguí, temerosa de la maldita cadena que sostenía. Bajamos la escalera de mármol hasta la alfombra y cruzamos la habitación. El toque suave de la alfombra de felpa masajeó la parte inferior de mis pies a través de las medias.

—Bueno, mira lo que ha traído el gato —llegó el acento sureño de un hombre, seguido de un silbido—. Es una belleza. Me encantaría probar a manejarla, especialmente si se maneja como esto que Felipe le dio a mi esposa para tratar. —El hombre se movió para mirar a Caleb.

Me atreví a levantar los ojos sólo un poco, pero mi cabeza todavía estaba inclinada hacia el suelo. Por el rabillo del ojo vi a un chico de pie cerca de mi edad en sus rodillas. Era quizás el chico más guapo y hermoso que jamás había visto. Sin embargo, no podía quitarme la idea de que lo conocía de alguna manera. Alzó los ojos azules oscuro, lo suficiente para conectar con los míos. Contuve la respiración y mis ojos se abrieron de par en par.

—¡Kid! —exclamé antes de que pudiera detenerme. El dolor anuló rápidamente la sorpresa cuando mis pezones se quemaron por la presión incesante.

—Ojos abajo, Gatita —espetó Caleb.

Era lenta obedeciendo. Había sabido que Kid había sido capturado, pero no lo había visto desde la noche en que Caleb y yo habíamos llegado a la mansión. Me pregunté dónde había estado todo este tiempo. Tenía el pelo más largo, su cuerpo más delgado, y su comportamiento señalaba cuán profundamente había sido destrozado. A pesar de todo, se veía saludable, tal vez incluso feliz. No sabía cómo sentirme acerca de verlo. Kid me recordó mucho lo que me había sucedido con los motoristas. Traté de recordar que él había sido el que dejó a sus amigos golpearme hasta la muerte.

Caleb tiró de nuevo, esta vez sólo con la fuerza necesaria para exigir mi atención.

—Sí, Amo —susurré por fin y Caleb me mantuvo inmóvil para desatar mis muñecas.

—Mantén las manos detrás de la espalda a menos que las necesites para mantener el equilibrio.

Forzada en proximidad cercana, no podía alejar la vista de Kid vestido sólo con un taparrabos. Tenía las muñecas atadas y pinzas en sus pezones. Alrededor del cuello había un collar con una correa de cuero unida. Su cuerpo irradiaba calor contra mis piernas. Quería gritar la injusticia de todo. Empecé a jadear con ansiedad, incluso con pánico.

—Oh, es una luchadora. Creo que me gustaría jugar con ella durante un tiempo —añadió el señor B, y una risa retumbó saliendo de él, sonando como si viniera de la parte inferior de su vientre.

—Eso no será posible —dijo Caleb. Su tono era un poco duro y no pude dejar de notar la forma en que se acercó a él para mirarlo fijamente—. Gatita está para otras cosas.

Alcé los ojos un poco, mirando a través de la franja de mis pestañas mientras me conducía hacia una mesa de lino blanco. Los candelabros bañaban una luz cálida sobre las dos parejas en la mesa disfrutando de cócteles y conversando. Llevaban trajes y vestidos, aristócratas vestidos para una exclusiva noche.

Una mujer, vestida igual que yo, se sentó en sus rodillas cerca de la mesa. Su cuerpo estaba sereno, ya relajado. Su mirada estaba baja y sus manos cruzadas sobre sus muslos. Caleb se detuvo junto a ella, dejando caer la cadena en sus manos. Apretó mis hombros hacia abajo. Me agaché para descansar sobre mis rodillas y el tapón en el culo se movió. Las sensaciones pulsaron a través de mi cuerpo, haciéndome temblar.

—Enseguida estaré de vuelta, Celia. Asegúrate de que Gatita permanezca aquí por unos pocos minutos.

Di un grito ahogado, sin reconocer a Celia, pero mantuve los ojos abajo. Tan pronto como Caleb se fue, levanté un poco mis ojos para ver mejor. Celia parecía exótica y hermosa. Sabía, por supuesto, que pertenecía a Felipe, pero no tenía ni idea de que era objeto de participación en algo como esto. La última vez había dirigido la reunión, pero esta noche era una prisionera como yo, y, al parecer, Kid.

Otra pareja, una mujer alta y un hombre de baja estatura, vestidos de blanco, se acercaron tirando de una mujer con un corsé de color rojo detrás de ellos. La mujer llevaba cadenas en el pezón, medias de seda roja, y un tanga de encaje rojo con una cinta roja tejida por su pelo largo y oscuro. La pareja se estableció en la mesa, y la mujer de rojo se sentó sobre sus rodillas al lado del hombre.

La clásica vestimenta formal y el respetuoso murmullo de voces se entrelazaban con un suave tintineo de risas. El de ellos era un mundo diferente al que estaba acostumbrada. Los hombres con rostros sonrientes, mujeres adornadas con joyas brillantes y largas uñas pintadas, tirando detrás de ellos de encorsetadas mujeres semidesnudas. Me di cuenta de que Kid era el único prisionero masculino.

—Que todo el mundo por favor encuentre un asiento. Estamos listos para servir el primer plato —anunció Felipe desde el extremo de la mesa. Una suave música comenzó a tocar en el fondo y más velas fueron encendidas por toda la habitación. Caleb vino a buscarme al mismo tiempo que Felipe llegó a por Celia.

—Ven, Gatita, vamos a cenar algo. Estoy seguro de que tienes hambre —Caleb se movió lentamente para que pudiera seguirlo arrastrándome de rodillas a pocos pasos de la mesa. Se sentó en una silla, posicionándome a su lado en el suelo.

Las sirvientas, vestidos con uniformes escasos, apenas cubriendo sus senos o traseros, colocaron bandejas de aperitivos en el centro de la mesa, algunos vasos de agua fresca, y copas de vino recargadas.

Al otro lado de mí, se sentó Felipe con Celia a su lado en el suelo. La mujer de blanco se sentó junto a Caleb.

—Gatita, te estás comportando ejemplarmente esta noche —murmuró Felipe, y tocó suavemente mi hombro. Me quedé en mi posición, aunque su caricia envió un escalofrío de desconfianza por mi brazo. Volví la cabeza un poco para ver si Caleb lo notó.

—Tuvo sus momentos —añadió Caleb como si no estuviera allí. Su atención se dirigió a la mujer de blanco, sentada junto a él. Desde mi posición en el suelo, vi sus pulidos dedos deslizarse por el centro de su muslo y parar cerca del bulto entre sus piernas.

—Es tan bueno verte de nuevo, Caleb —ronroneó su suave voz lo bastante alto para que la oyera.

—¿Nos conocemos? —preguntó Caleb y puso su mano sobre la de ella, evitando que fuese más lejos.

 —Lamentablemente, no. Estuve aquí cuando tú y tu encantadora chica llegasteis por primera vez. Te admiré y me aseguré de saber quién eras —casi ronroneó.

 —Ya veo —dijo Caleb—. Bueno, es un placer conocerla, señorita…?

 —J —dijo—. Señora J, pero no se preocupe, el Sr. J. es muy consciente de mis actividades extracurriculares —soltó una corta risa coqueta. Sus dedos se movieron por encima de Caleb.

Luché contra el impulso de golpear su mano lejos. ¡Es mío! Maldita zorra de mierda.

Caleb apretó su mano y luego la trasladó de nuevo a su regazo.

—Gracias por el cumplido, Sra. J, pero creo que sus atenciones estarían mejor invertidas en otra persona. —La voz de Caleb llegó a mí, a pesar de que estaba susurrando cerca del oído de la Sra. J.

 —¿No está disponible? —sonaba decepcionada.

Hirviendo de celos y con el recuerdo de Caleb y Celia en mis pensamientos, me incliné hacia Caleb y froté mi cabeza contra su muslo. Para mi sorpresa, la mano de Caleb se posó sobre mi cabeza en una caricia suave y tranquilizadora, antes de instarme a que me distanciara.

Caleb se rió bajo y vi su mano apretar la parte superior del muslo de la Sra. J, a través de su vestido de satén. Sus piernas se abrieron y ella tiró de la mano de él hacia su centro.

—¿Está hambrienta? Nos aseguraremos de que consiga algo —Caleb le acarició profundamente con los dedos, luego se deslizó deshaciéndose de su agarre y movió sus manos por encima de la mesa. Tomó un plato de los aperitivos y apiló unos pocos en su plato, así como el suyo—. Con eso debería bastarle para empezar. —Su voz mantenía una promesa y me pregunté qué pensaba para más adelante.

Las lágrimas escocieron detrás de mis ojos. No es que él lo notara. Mi corazón martilleaba en mi pecho y juro que sentía que todos oían el zumbido en mis oídos. Mi respiración salió entrecortada, y la mano de Felipe rozó la parte superior de mi brazo.

—Relájate —susurró.

Caleb se inclinó con una cáscara de camarón suculento en la mano.

—Abre, Gatita —mis ojos automáticamente se elevaron a su nivel. Antes de darle una mirada apropiada, mis pezones recibieron un tirón ardiente que me robó el aliento. Mi boca se abrió casi por accidente, pero Caleb aprovechó el momento para poner el bocado en mi boca. Avergonzada, no podía hacer otra cosa que masticar. Mi estómago apreció la atención.

Todos los que estaban encadenados comían de la mano de su Amo. Me horroricé, pero permanecí sumisa. Le prometí obediencia. Hacía a Caleb feliz y mi supervivencia dependía en última instancia de su felicidad. Todavía no había visto a Rafiq, pero me había acostumbrado a esperar sorpresas.

Cuando todo se terminó, Caleb se apartó de la mesa.

—Necesitas aliviarte y refrescarte.

Felipe intervino:

—Celia se la llevará a los cuartos de los esclavos, si todo está bien contigo, Caleb.

—Voy a llevarla de nuevo con Celia. Luego Celia puede mostrar a Gatita lo que se espera de ella.

Caleb me ayudó a levantarme. El tapón se movió, creando otro temblor a través de mi cuerpo. Felipe ofreció la cadena de Celia a Caleb, y él nos llevó.

Le entregó a Celia mi cadena en la puerta. La habitación era brillante, blanca y estéril. Una fila de tubos se alineaba en el suelo a mi derecha, algunos grandes, otros pequeños. A la izquierda estaban las habitaciones privadas. Más abajo, vi un gran mosaico con una joven mexicana bañándose al aire libre y tocando sus pezones mientras un hombre miraba a lo lejos. En el telón de fondo, el cuarto de baño contaba con una fila de duchas, desagües en el suelo y unos pocos retretes.

—¿Qué es este lugar, Celia? —susurré. Mi voz contenía tanto asombro como temor. Inconscientemente, tomé su mano y la sostuve.

—Es sólo una habitación, Gatita. —Se inclinó hacia mi oído y susurró—:  Todo lo que decimos es registrado. Sensores de movimiento… micrófonos —asentí con la cabeza.

—Ve y utiliza el baño. Tengo que tomar algunas toallas.

Después de aliviarme, Celia me llevó a una habitación pequeña, privada y con cortinas. Había un lavabo y un juego de toallas. También había un armario situado al lado de la pileta cargado con artículos de aseo.

—Voy a refrescarte entre tus piernas —deslizó mis bragas de seda hacia abajo, junto con las medias de seda, y se lo permití. Me había limpiado tantas veces antes que no tenía ninguna vergüenza—. Una vez que lo haya hecho por ti, entenderás lo que necesitas hacer la próxima vez que te digan que tienes que refrescarte —enjabonó un paño con un poco de un particular jabón con olor a almendras y miel—. Párate sobre esta toalla y abre tus piernas para mí. —Hice lo que me pidió. Era increíblemente amable, como siempre. Casi podía entender cómo una mujer se inclinaba hacia otras mujeres. Celia no me tocó inapropiadamente, pero su comportamiento era tan suave, que me llevo a relajarme.

No pasó mucho tiempo antes de que fuéramos de vuelta junto a Caleb y él caminara con Celia junto a Felipe, quien la entregó a una de las primeras parejas que vi sentadas en la mesa del comedor. Celia se fue sin rebelarse, aun cuando tanto el hombre como la mujer le tocaron los pechos.

Caleb tiró de mi cadena, creando otro disparo desde mis pezones a mi centro. Cerré los ojos y contuve una súplica.

—Mejor no mantener a la gente esperando —dijo.

Caleb me ató las muñecas a los aros de la parte delantera de mi corsé. Nos mudamos cerca de otra zona en la misma sala grande. Los sofás y mesas bajas con velas y copas estaban colocados estratégicamente en una zona cercana a una pared de la chimenea de piedra. Las llamas lamían la madera apilada dentro de la chimenea.

Nos detuvimos junto a la pareja que habíamos conocido antes. Sus nombres para la noche parecían ser el Sr. y la Sra. B. Un rápido vistazo y me di cuenta de que Kid se sentaba sobre sus rodillas junto a ellos, con la cabeza inclinada y las manos detrás de su espalda. Habría sentido lástima por él, pero estaba demasiado preocupada con mi propia situación.

Me pregunté qué había planeado Caleb para la noche. Hasta el momento, tenía una atmósfera muy Eyes Wide Shut{22}. Quería estar a solas con él. Quería explicarle lo mucho que realmente significaba para mí. Quería que entendiera que mis sentimientos hacia él no tenían nada que ver con su manipulación, o que estuviera tratando de ganar mi libertad.

No quería ser la puta de Caleb, de eso no podría retractarme. Además, no me importaba la venganza. Quería a Caleb. Sabía que era una estupidez. Sabía que era una persona terrible, que había hecho cosas terribles. Sabía que no me merecía o a mi amor. No me importaba. En el curso de nuestro tiempo juntos, me había enamorado de mi captor. Me había enamorado de su olor y su sabor, su sonrisa, su amabilidad, y sí, incluso de su crueldad, porque sabía que era una parte de él.

Quería que lo supiera. Quería que supiera todo y quería que significase algo para él. Quería que me eligiera y me aceptara. Quería que dejara todo atrás y me amara.

Gatita… —su frente estaba apoyada con fuerza contra mi nuca—, pides cosas imposibles.

No me importaba.

Estaba perdida en mis pensamientos cuando la mano de Caleb, cálida y reconfortante, aterrizó en mi hombro. Lo miré a los ojos y dejé que mi deseo se mostrase. Sonrió, pero pareció triste. Las sonrisas tristes de Caleb no eran un buen presagio para mí.

—Abajo —dijo Caleb, señalando el lugar junto a Kid.

Me dejé caer al oír el comando. Quería cumplir. Quería hacer feliz a Caleb de cualquier forma en que pudiera, con la esperanza de que nunca fuera capaz de dejarme ir.

—Señoras y señores, el postre está a punto de ser servido —la voz baja y acentuada de Felipe silenció al pequeño grupo. Las sillas se deslizaron por el área alfombrada cerca de donde estaba, con el sonido de la gente encontrando una posición cómoda. Me pregunté por qué Caleb no me levantaba para darme de comer.

De repente, la mano de Caleb estaba en mi pelo y me acercaba. Susurró en mi oído:

—Sé lo difícil que será para ti. Va a ser difícil para mí, también. Dicho esto, espero la perfección, Gatita. ¿Entiendes?

Mi pulso se aceleró, mi visión se nubló.

—Caleb....

—Shh, Gatita —me reprendió—. Obedece.

Me aparté cuando me soltó y nuestros ojos se encontraron. Me dio otra sonrisa triste y luego, por razones que no podría saber, Caleb empujó mi cara hacia el regazo de Kid. Mi trasero se levantó del suelo y Caleb empujó contra el tapón en mi culo con su rodilla. Una vez más, para mi mortificación, el tapón se movió. Debajo del taparrabos de Kid, algo más se agitaba.

En tono tenso Caleb añadió:

—Me preguntaba cómo responderían estos dos a los demás —quitó su rodilla de mi trasero, y salté hacia atrás, cayendo sobre mi culo. Mis rodillas flexionadas se extendieron abiertas mientras estaba acostada de espaldas incapaz de levantarme a mí misma con las muñecas atadas.

—Bueno, por el aspecto de la tela de Kid allí, diría que está bastante emocionado. —El Sr. B se rió en voz alta, sobrepasando a través de los murmullos silenciosos de los otros huéspedes.

Cerré los ojos, avergonzada, y esperé por el dolor en el pezón. Los huéspedes se arrastraban rodeándonos, apreté los ojos con más fuerza, con miedo de dónde mirar en esta posición. De repente, una mano cálida y temblorosa se deslizó hasta mi media de nylon justo en el interior de mi pantorrilla, lentamente sobre mis rodillas, y hasta la parte interior del muslo. Se detuvo, pero luego vacilante quemó su camino de regreso por la parte interna de mi pierna hasta el arco de mi pie. La mano masajeó suavemente mi pie antes de pasar al interior de mi otra pierna y deslizar su camino hacia mi muslo. Con las yemas de los dedos, siempre muy ligeramente, rozó el pequeño trozo de seda entre mis piernas.

La persistente mano frotando mi pierna se convirtió en dos manos, ambas cepillaron entre mis piernas a la vez. Muslos musculosos empujaron mis piernas más separadas. Ya no podía luchar contra el impulso de abrir los ojos. Me atreví a mirar a través de la franja de mis pestañas y vi los hombros de Kid, su pelo rubio. Estaba peinado hacia atrás mostrando su belleza juvenil. Sus mejillas ardían de vergüenza, reflejando la mía propia, mientras que se colocaba cerca de mi centro y continuaba frotando mis muslos.

Sus ojos permanecieron cerrados mientras asaltaba mi cuerpo con sus caricias. Imaginaba que Kid conseguiría un tirón a sus pezones como reprimenda por abrir los ojos. La punta de su lengua se deslizó por su labio inferior y, por alguna razón, una sensación onduló a lo largo de mi centro.

Me moría de ganas de ver a Caleb, mis ojos se abrieron más. Una presión punzante en mis pezones me dijo que se mantenía cerca. Mis ojos se cerraron y la presión disminuyó. Era la prueba de que estaba mirándome con atención mientras otro hombre me tocaba.

Entonces, esto es lo que va a hacer feliz a Caleb. Mi corazón se crispó por la traición. Bien, quiere fingir que no hay nada entre nosotros. Le daré un espectáculo para recordar.

Kid definitivamente sabía lo que estaba haciendo. Sus manos crearon un deseo ardiente no sólo donde me tocaba, sino a lo largo de todo mi ser. De hecho, era difícil mantener el control. Una parte de mí se esforzó por mantener mi orgullo, o lo que quedaba de él, y otra parte de mí quería dejarse ir con un imprudente abandono.

Las caricias suaves y calientes de Kid alimentaron algo muy dentro de mí. Estaba sin aliento, hormigueante y tan húmeda entre las piernas que la seda se instaló en mis pliegues. Sus manos establecieron senderos sobre mis muslos, caderas y vientre... maldito corsé. De repente, un conjunto diferente de manos me apartó y me puso en posición vertical.

Hubo otro estruendo de risa del Sr. B., que tomó el control de Kid. Con un gran esfuerzo, mantuve los ojos abajo. Caleb me presionó de vuelta a su erección. Fui incapaz de evitar un suave gemido. Para mi asombro y sorpresa, Caleb soltó mis muñecas y comenzó a desatar el corsé. Todo mi cuerpo se tensó en una súplica silenciosa para que se detuviera. Apretó los labios con suavidad a un lado de mi oreja.

—Obedece —susurró con intensidad suficiente para casi detener mi corazón.

Me quedé quieta mientras desataba mi corsé completamente. Contuve mi aliento con su retirada, y oí las pesadas respiraciones de los demás a mi alrededor a través de los zumbidos en mis oídos. Una venda fue puesta sobre mis ojos. Ambos pechos fueron puestos en libertad de las pinzas y mis pezones quemaron cuando la sangre se precipitó en las zonas carentes. Caleb me soltó y me sentí sola y expuesta.

¿Dónde está Caleb?

Mi orgullo cayó lejos y mi corazón se llenó de tristeza mientras mi cabeza se llenaba de vergüenza. El silencio en la sala era palpable, marcada profundamente por el único sonido de mi respiración ansiosa. Hubo un susurro suave, entonces tuve la sensación de unos dedos suaves rodando una de mis medias de seda por mi muslo. Luché desesperadamente contra la urgencia de resistir.

Esto es lo que quiere. Sé valiente.

Mi sexo palpitaba cuando la media izquierda bajó por mi pierna. Alcancé con mis manos para sentirlas y jadeé cuando estuvieron reunidas rápidamente entre mis pechos. Mi cuerpo fue levantado en el aire. Di una patada con mis piernas, pero alguien las agarró con firmeza. Me colocaron en una superficie dura, que sabía instintivamente era una de las mesas del comedor cubierta de lino.

Sentí pánico y de inmediato la voz de Caleb estuvo en mi oído diciéndome que obedeciera.

—Tranquila, Gatita. No lo voy a dejar entrar en tu interior. No voy a dejar a nadie estar dentro de ti. —A través de mi pánico, casi perdí el carácter posesivo de sus palabras, pero la parte de mí que pensaba en él como mío quería reconocerlo como una admisión. Me relajé por el más elemental de los grados.

Mis muñecas estaban atadas juntas y sujetas por encima de mi cabeza. En unos instantes, toques suaves como plumas en la parte superior de mis bragas de seda asaltaron mis sentidos. A pesar de mi temor, un escalofrío me recorrió el cuerpo. Esas manos, esas cálidas, temblorosas y maravillosas manos encendían algo. Una carga se encendió dentro de mí cuando mis bragas se deslizaron hacia abajo y lejos. Mi cabeza daba vueltas con el aroma de la lujuria, el sabor de la misma. De repente quería satisfacción. Lo necesitaba.

Unos fornidos muslos presionaron entre mis piernas. Unas palmas empujaron contra mis dos muslos, extendiendo mis piernas y abriendo mi coño. Mis caderas se levantaron de la mesa y un dedo se deslizó abajo y dentro de mi hendidura. Mis caderas se elevaron más, mendigando. Un gemido y un sollozo se deslizaron de entre mis labios. Mis manos estaban empujando con más fuerza sobre la mesa.

Unas manos ahuecaron las nalgas de entre mis piernas y levantaron mis caderas, empujando el tapón derecho contra el músculo palpitante de mi sexo. Otro gemido salió de mis labios. Estaba jadeando.

Sin previo aviso, una lengua, de modo dominante, espesa, húmeda y ligeramente rugosa, lamía y acariciaba mis labios inferiores. La boca en mi coño, me empujó, succionando hasta que otro gemido me dejó sin aliento. Un pellizco suave sobre mi clítoris encendió un millar de llamas dentro de mi cuerpo.

Otras manos masajearon mis pechos, haciendo círculos a mis pezones sensibles con los dedos. Por favor, Caleb. Olas de fuego suplicaban ser liberadas dentro de mí, mi cuerpo temblaba de deseo. La concentrada succión y lamedura en mi clítoris hinchado me arrastró hasta el límite. Mis jadeos se convirtieron en gritos y un torrente de sensaciones me llevó lejos.

Mi trasero cayó de nuevo sobre la mesa y me quedé allí acostada, las lágrimas mojaban la venda de mis ojos, mis piernas temblaban todavía extendidas y abiertas. La habitación se llenó de aplausos.

—Si este entusiasmo es una indicación, no veo ninguna razón por la que no deberíamos tener un segundo plato de postre —dijo Felipe, rompiendo a través de los aplausos en la sala.

¿Soy el postre? Muy amable de Caleb hacerme parte de la cena. ¡Bastardo!

Luché por levantarme, tirando mis piernas juntas y doblando las rodillas hasta los tobillos para esconder mi sexo hinchado. Mi espalda se mantuvo pegada a la tela de lino. Mis muñecas se quedaron clavadas en la mesa por encima de mi cabeza.

La voz de Caleb llenó mi oreja izquierda.

—Es tu turno de corresponder, Gatita.

¿Qué demonios quiere decir?

Mi cuerpo fue levantado para sentarme. Una vez más, el tapón cambió. Un espasmo disparó a través de mi coño, haciéndome jadear. Mis muñecas fueron desatadas y mis manos colocadas en el taparrabos de Kid. La venda se mantuvo en su lugar. Su calor corporal se acercó a mí. Olía dulce, pero no natural, como si alguien lo hubiera cubierto en algo perfumado. Prefería la manera en que Caleb olía.

Moví una mano alrededor para sentir la posición de Kid. Sus rodillas estaban pegadas al frente, sus nalgas puestas sobre sus tobillos. Deslicé mi mano por su musculoso brazo para encontrar que sus muñecas habían sido atadas detrás de su espalda. Mis dedos recorrieron su pecho y liberaron las pinzas de los pezones, tirándolas lejos. Su exhalación fuerte humedeció mi rostro.

Por lo tanto, ¿esto es lo que se supone que debo hacer? ¿Cumplir?

Estaba preocupada hasta el extremo. Sólo había hecho esto dos veces antes, y sólo con Caleb. No podía creer que iba a dejar que hiciera esto, obligarme a hacer esto. Podía sentir temblar mi labio. Podía sentir las lágrimas esperando en mi garganta, pero luego pensé en Caleb y su noche con Celia.

Me acordé de mis celos y mi furor. Caleb quería sentir esas cosas. Quería verme dar a otra persona lo que sentía en mi corazón, había estado reservado sólo para él. Si se preocuparse por mí en absoluto, sabía que esto era una forma segura de saberlo. Respiré hondo varias veces y me preparé para lo que estaba a punto de hacer.

Supongo que quieres venganza, —susurró mi Yo Despiadada.

Puedes apostar tu dulce culo a que sí.

El pecho de Kid latía debajo de mi mano derecha temblorosa. Su dureza palpitaba contra mi palma izquierda. Deslicé mis piernas debajo de mí y levanté la parte superior de mi cuerpo para reunirme con el suyo. Apreté mis pechos contra su pecho y se quedó sin aliento. Mi mano izquierda sintió un cambio, un engrosamiento de su polla apenas contenida. Lamí su pecho, sus pezones, a medida que llegaba donde su cuello, hasta que se inclinó hacia mí.

Nuestros labios se tocaron muy suavemente. Mi sabor y mi olor estaban en su boca mientras que su lengua se deslizaba entre mis labios. Me estremecí, y él presionó su pecho con más fuerza contra el mío, nuestros labios se unieron juntos.

Nos estábamos besando sólo durante unos segundos antes de que mi cabeza fuera estirada hasta atrás por mi pelo y la voz de Caleb gruñera en mi oído:

—Nada de besar en los labios. —Pellizcó mis nalgas tan fuerte que no pude evitar gritar.

Me empujé hacia Kid y casi nos hago perder el equilibrio a ambos. La fuerza de Kid me estabilizó. Hice una pausa, descansando contra él, antes de reanudar lentamente los besos. Dejé mi boca viajar a lo largo de su pecho, hombros, brazos y sus pezones antes de hacer mi camino hasta su cuello. Lo sentí inclinando la cabeza hacia mí y lo empujé hacia atrás con ambas manos contra su pecho.

¡El show de besos se acabó, amigo!

Las caderas de Kid golpearon contra las mías, su taparrabos estaba totalmente deformado. Mis brazos rodearon su cintura, mis dedos siguieron la correa del taparrabos, y mis pechos moldearon contra su vientre. El nudo de atrás sólo me tomó unos segundos desatarlo. La correa de inmediato se abrió y lanzó su polla. Mis manos sentían su palpitar, longitud y anchura. Sus bolas descansaron contra el fondo de saco del taparrabos. Con mucho cuidado retiré el paño y lo  aparté.

Nos paralizamos. ¿Realmente estoy haciendo esto? No podía creer lo lejos que había llegado. En el transcurso de unos pocos meses, había pasado de tener miedo al sexo, a realizar un acto sexual con un desconocido delante de toda una habitación de enfermos. Kid gimió y apretó su polla caliente contra mi mano en una declaración sin palabras para que lo liberara de su purgatorio sexual. Qué bien conocía la sensación.

Kid contuvo el aliento cuando besé la punta de su polla. Sabía diferente de la de Caleb, pero probablemente tenía más que ver con el hecho de que había sido preparado. Sabía dulce, como si alguien le hubiera cubierto con una especie de mezcla picante de canela. No era desagradable. Se extendió una gota de líquido pre seminal en mis labios y lengua y supo salado y dulce en mi boca. A medida que deslizaba mi lengua a lo largo de él, el cuerpo de Kid se estremeció. Dejó escapar un profundo suspiro y gimió. Sus caderas se sacudieron hacia mi boca.

¿Es esto lo que quieres, Caleb? Espero que lo estés viendo, hijo de puta. Te quiero jadeante de deseo. Quiero que veas cómo complazco a un hombre. ¿Eso deseabas que hiciera?

La venda hizo fácil imaginarme a Caleb en lugar de Kid. Imaginaba oír su respiración entrecortada en mis oídos, su cuerpo temblando de deseo y necesidad por mí. Mi cuerpo respondió, mis pezones anhelaban atención y mi sexo palpitaba al ritmo del empuje de las caderas de Kid.

Mis labios rodearon la cabeza de su polla, y mi lengua jugó tanto con la parte inferior de su borde como con la raja en la parte superior. Kid jadeaba pesadamente, sus caderas empujaban más duro hasta que su polla se deslizó aún más en mi boca y mi lengua la tomó por todas partes. Su cuerpo se puso rígido, su respiración se contuvo al igual que el aliento de la habitación. Por un momento, el tiempo estuvo suspendido. Entonces, gimió.

Hice mi movimiento. Apreté los dedos alrededor de su polla, y bombeé al mismo tiempo con mi boca, llevándolo dentro y fuera. Se quedó sin aliento y escuché manos amasando y frotando su pecho. Se metió en mi boca más rápido, succioné con mi boca, acariciando con mi lengua, mi coño gritaba pidiendo su propia liberación. Mis caderas giraban en el aire, hasta que alguien extendió mis piernas y deslizó una mano por la parte posterior de los muslos, apretando mis labios inferiores.

Me detuve un nanosegundo, hasta que un par de dedos encontraron mi clítoris y comenzaron a frotar. Mis caderas empujaron para coincidir con Kid. Su polla palpitó, empujó una última vez, y se derramó en mi boca. Lo succioné dejándolo seco mientras olas de calor giraban a través de mí. Una palma presionó contra mi culo, moviendo el tapón y grité con mis labios aún alrededor de la polla de Kid. Los miserables dedos continuaron frotando mi clítoris hinchado.

¡Oh dios, Caleb! Sí. Por favor, sigue.

Ola tras ola de sensación tocaron cada parte de mi cuerpo, pero los dedos de Caleb sobre mi clítoris y su mano contra mi culo eran implacables. Mi cuerpo se calentó de nuevo, al igual que el de Kid. Me escuchó, sintió mi lengua, mi aliento y mis gemidos de éxtasis contra su polla aún palpitante. Sus caderas se empujaron un poco más, y apreté y lo succioné un poco más, imaginando a Caleb delante de mí, así como detrás.

Kid trasladó su polla dentro y fuera de mi boca. Apenas podía sostenerla con las manos, se movía tan rápido y duro.

Me sacudí contra la mano de Caleb, igualando el ritmo de Kid. Mi respiración era rápida y dura. Apenas podía respirar, pero no me importaba. Tenía la boca llena. Mi culo estaba lleno. Mi clítoris estaba listo para explotar. Los dedos de Caleb eran hábiles. Conocían mi coño. Me corrí en un ataque de llanto.

 

 

 

Capítulo 19

 

No hubo ningún aplauso. Solo el sonido de los sollozos rotos de Livvie y los débiles jadeos de Kid.

Caleb se sentía… bueno, no sabía cómo se sentía. Sólo sabía que quería a Livvie. La quería cerca y fuera de todos los ojos entrometidos alrededor de ellos. Rafiq no había llegado y Caleb estaba abrumado con ira y arrepentimiento además de un flujo de emociones que no tenía tiempo para analizar.

—Me la llevo arriba —dijo Caleb, recogiendo a una desnuda Livvie y su cuerpo tembloroso en sus brazos. Notó los ojos de Kid, vidriosos con lágrimas no derramadas, y albergando una expresión más culpable. Si Caleb no lo conociera mejor, diría que el muchacho estaba herido de la peor manera. La idea parecía incitar su ira y sí, sus celos. Caleb estaba lleno de celos. Si no se alejaba de Kid pronto, Caleb se preocupó de ser incapaz de controlarse.

Ella lo besó, gritó en su cabeza.

Besará a Vladek, también.

Caleb no podía pensar en ello. Sus pensamientos eran demasiado peligrosos. Sus emociones eran demasiado crudas y la lógica huía rápidamente. Desprovisto de razón, no pudo encontrar ninguna causa para no llevar arriba a Livvie y follarla hasta dejarla sin sentido. Quería limpiar todo rastro de Kid de su cuerpo y borrar cada recuerdo de él de la mente de Livvie. Caleb quería que sólo pensara en él, que sólo estuviera con él.

No puedes hacerlo, ¿verdad? No puedes dejarla ir. Encuentra una manera, Caleb. Encuentra una manera de hacérselo entender a Rafiq.

Los pensamientos de Caleb se volvieron salvajes mientras sostenía a Livvie contra su pecho y se dirigía a su habitación. El corazón le latía fuerte como un tatuaje visible que podía ver al moverla entre sus brazos.

Una vez arriba, Caleb colocó a Livvie suavemente sobre su cama. En el poco tiempo que le había tomado llegar a su habitación, ella se las había arreglado para llorar a su manera en una especie de sueño. Sus ojos estaban cerrados. De vez en cuando, respiraba profundamente  y su pecho se estremecía antes de que exhalara. Caleb miró su forma dormida y se preguntó lo que soñaba en su desmayado estado de sueño. Su cuerpo se sacudió, girándola sobre su espalda, con su desnudez abierta para tomarla. Quería tomarla. Su erección presionó la cremallera de sus pantalones, pidiendo su liberación.

Cerró los ojos para relajarse, todavía de pie junto a la cama. Su olor impregnaba sus sentidos, una ligera fragancia de almizcle, y la suya propia. Lo había llevado hacia ella esta noche. Al igual que una sirena del mar llamando a un marinero, su necesidad le obligó a actuar. Sin pensar, levantó sus mangas y se lanzó con ambas manos para saciar su sed.

Mía.

La palabra fue una declaración. Lo sacudió hasta sus cimientos. Era una verdad que había mantenido oculta durante demasiado tiempo. Caleb no sabía nada sobre el amor, o amar a nadie, pero sabía que... Livvie, era suya. La tenía. Se apoderó de ella y sabía que, con todo lo que era, no podía entregarla.

¡Mía!

¡Mía!

¡Mía!

Rafiq va a entenderlo. Voy a hacérselo comprender.

Caleb estaba lejos de ser racional. En el fondo, sabía que Rafiq no lo entendería. Lo vería como la más profunda traición. Exigiría lo imposible de Caleb. Rafiq intentaría hacerle daño a los dos. Caleb apartó esos pensamientos

Antes de que el sentido común pudiera volver, Caleb levantó suavemente las manos de Livvie y desató sus muñecas. Livvie suspiró, y Caleb se acostó encima de ella a tiempo para ver sus ojos aletear abiertos. La miró a los profundos ojos color chocolate y se vio reflejado en sus profundidades cuando se enfocó en él. Una mirada de sentimientos lo atravesó, con los celos y la posesividad a la delantera. Tenía que hacerla suya: de manera inequívoca e irreversible.

La expresión de Livvie se volvió inescrutable. Yacía bajo Caleb, con los brazos flojos a los costados y sus expresivos ojos fríos y distantes.

Caleb no quería nada más que saber lo que estaba pensando, pero estaba demasiado asustado para preguntar. La sensación de terror fue extraña y no deseada. La última vez que lo había sentido, Livvie estaba en una casa, sangrando, rota, y apenas se aferraba a su vida. Había estado aterrorizado entonces y apenas la conocía. La forma en que se sentía por ella ahora palidecía en comparación. No se atrevió a preguntarle lo que había en su corazón. Sabía que no podía soportar oírlo.

—No puedo soportar su olor en ti —se burló Caleb.

Las lágrimas brotaron de los ojos de Livvie y bajaron por sus sienes. Cerró los ojos y volvió la cabeza apartándose de Caleb.

Él puso su mano sobre su cara y la obligó a mirarlo.

No preguntes.

No preguntes.

¡Mierda! Voy a preguntar.

Necesitaba saberlo. Necesitaba saber si su amor por él era real. Necesitaba saber que la esperanza no se había perdido y que aún podía, contra todo pronóstico, reparar el daño que había hecho.

—¿Lo disfrutaste? —Trató de no hacerlo sonar como una acusación, pero sabía que se quedaba corto. Livvie se llevó las manos a la cara, tapándose los ojos y la boca cuando comenzó a llorar. Una vez más, Caleb se negó a permitirle esconderse. Agarró sus manos y las apretó en la cama sobre ella.

—¡Dímelo! —le espetó.

—¡No sé lo que quieres decir! —gritó ella.

—¡Dime la verdad! ¿Te gustó chupar su polla? ¿Se come tu coño mejor que yo? —Los pensamientos de Caleb de repente se volvieron asesinos. Había querido ser amable, tenía la intención de ser amable, pero simplemente no era su manera. Ya no sabía lo que era “su manera”.

—¡Sí! —gritó Livvie—. Sí, hijo de perra. Me gustó. ¿No es eso por lo que me obligaste a hacerlo? ¿Así podrías pasearme como un jodido caniche entrenado?

Caleb se enfureció. Apretó las muñecas de Livvie hasta que ella gritó de dolor y se obligó a dejarla ir. Sus palabras lo hirieron.

¡Mía! ¡Eres jodidamente mía!

Caleb se apartó de Livvie y cogió su cinturón. Lo soltó rápidamente y tiró de él para sacárselo de un rápido tirón. Livvie jadeó, corriendo hacia atrás por el cobertor. Caleb agarró su tobillo y la arrastró hacia el borde de la cama. Ella dobló las rodillas y cruzó los brazos sobre sus pechos.

El tapón en el culo de Livvie era claramente visible y la visión envió una extraña serie de emociones a través de él, de las cuales la no menos importante fue la lujuria. Se inclinó sobre ella y apoyó su brazo sobre sus piernas para mantenerla doblada. Se arriesgó a echar una mirada a su cara y vio el terror en sus ojos mientras se esforzaba por permanecer completamente inmóvil.

Se agachó y apretó su palma contra el tapón. Livvie gimió y cerró los ojos, pero no hizo ningún movimiento para detenerlo. Caleb sabía que era cruel mantenerla en esa posición, pero su ira y la lujuria le impidieron suavizarse.

Los dedos de Caleb trazaron el borde del agujero de Livvie, extendiéndose alrededor del tapón.

—¿Qué tal esto, Gatita? ¿Te gusta esto? ¿Debo invitar a todos los de abajo a mirar?

Livvie cerró los ojos y se dio la vuelta con un gemido.

—Mírame —dijo, y tiró suavemente del tapón hasta que ella accedió—. ¿Quieres que saque esto?

—Sí, Amo —gimió. Las lágrimas corrían por sus sienes.

—¡Ah! Es Amo, ahora, ¿verdad? —dijo—. Eres mucho más obediente cuando tienes algo embistiendo tu culo. —Tiró de nuevo.

—¡Por favor, no lo hagas! ¡Solo lo hice porque me lo dijiste! —Sollozó.

—¡Silencio! No quieras provocarme —dijo. Su cuerpo temblaba de rabia.

La estás asustando, idiota. No vas a llegar a ella de esta manera.

Caleb sabía que estaba oyendo la voz de la razón en su cabeza, pero parecía incapaz de contenerse. Sus dedos trazaron los bordes del tapón, una y otra vez hasta que pudo sentir las caderas de Livvie balanceándose por su cuenta.

—Dime que te gusta esto —dijo. La lujuria bordeaba su voz.

—Me gusta —susurró ella.

Caleb continuó su suave, pero sádica exploración. Vio cómo las lágrimas de Livvie mojaban su rostro, pero sus dientes mordisqueaban su labio. Sentía placer, pero también sentía vergüenza. Era una sensación que Caleb comprendía demasiado bien.

Poco a poco, presionó sus músculos y tiró del tapón. Lo quería fuera. Quería que todas las pruebas de las últimas veinticuatro horas se eliminaran de su cuerpo y de su mente.

—Relájate —chasqueó, cuando la sintió apretar—. Empuja el tapón —le ordenó.

—No puedo —Livvie sollozó.

—Empuja, ¡ahora! —dijo y azotó su trasero levantado. No fue más que una cachetada, pero su punto fue hecho. Livvie cerró los ojos y empujó al mismo tiempo, Caleb deslizó su dedo alrededor del tapón para aflojar la succión creada por el culo de Livvie.

Lentamente, movió el tapón de un lado a otro mientras Livvie empujaba, hasta que, finalmente, salió.

—¡Oh! —gritó Livvie.

Cuando Caleb prescindió del juguete, Livvie se volvió hacia su lado y lloró en su cobertor. Él volvió en breve, confundido por cómo quería proceder. Tenía que hacerla suya. La levantó de la cama y la volvió hacia él. Su corazón dolió cuando ella no se resistió.

Tranquilo, Caleb. No la destroces. Gánatela.

Caleb envolvió sus brazos alrededor de Livvie y la atrajo hacia él. Necesitaba su cercanía. Ella temblaba en sus brazos, su pecho subía y bajaba con sollozos. Caleb hundió la nariz en su cuello y cerró los ojos con fuerza.

—Lo siento —dijo—. Lo sé. Sé que sólo lo hiciste porque te lo dije. —Livvie abrió la boca y se retorció en sus brazos mientras trataba de darse la vuelta, pero Caleb la mantuvo en su lugar. Tenía que decirle cosas, pero no podía a menos que sus ojos estuviesen cerrados y su cuerpo apretado al suyo. Ésa era su manera.

Le había confesado tantas cosas en la oscuridad. Le había susurrado mientras dormía. La había sostenido cerca y había fantaseado acerca de todas las cosas que quería y sin embargo sentía que nunca podría ser suya. Había descubierto un lugar secreto dentro de sí mismo en esos momentos.

Se había terminado el seguir fantaseando. Quería que sus deseos se hicieran realidad.

Estoy jodido de la cabeza, Livvie. Lo sé. Sé que estoy mal —susurró y la abrazó con más fuerza. Ella se quedó paralizada en sus brazos.

—Sentí que no tenía otra opción. Felipe nos ha estado observando desde que llegamos aquí. Tiene cámaras por todas partes —continuó. Livvie dio un grito apagado—. Pero tenía una opción. Podría haberle dicho que se jodiera. Podría haberlo matado en ese mismo momento, pero no lo hice.

—Rafiq estará aquí pronto y yo…. necesitaba una manera de dejarte ir. Necesitaba una manera de recordarme a mí mismo que no puedo quedarme contigo. —Caleb podía sentir el nudo en su garganta. Estaba débil para expresar tanto, pero ahora que las compuertas se habían abierto, no podía hacer otra cosa que aferrarse a Livvie mientras era golpeado contra las rocas.

—He vivido una vida horrible. He hecho cosas terribles e indescriptibles. Tienes que saber que no lo lamento. Nunca he matado a nadie que no se lo mereciera. Las cicatrices en mi espalda son lo menos que he sufrido. Y es sólo a causa de Rafiq que estoy vivo.

—No, Caleb —Livvie gimió.

Caleb la apretó de nuevo, demasiado fuerte. Aflojó su agarre cuando Livvie gimió, pero no podía dejarla ir.

—No sé cómo hacerte entender esto. No sé cómo decirte lo mucho que le debo. ¡Le debo todo! Pero Dios, ayúdame, no puedo….

No podía decirlo. No podía decirle lo mucho que había llegado a significar para él. Podría destruirlo con su rechazo. Si había fingido sus sentimientos por él, si él se había creído sus mentiras y su búsqueda de la libertad…. No estaba seguro de lo que iba a hacer. Podía hacerle daño.

¡Mía!

—No podía soportar verte con ese hijo de puta ahí abajo. Quería golpearlo hasta dejarlo inconsciente. Incluso ahora, ¡puedo olerlo en ti y eso me enferma! —gruñó.

Livvie lloró. Luchó contra el agarre de Caleb hasta que liberó sus brazos. Los colocó sobre las manos de él y se las apretó.

—Yo no quería —sollozó—. Pero… tú estás… ¡estás por todas partes! En un momento, creo… que debes sentir algo. ¡Tiene que importarte! Pero al siguiente…. Caleb, eres horrible. Eres cruel y tú… me rompes el corazón.

Caleb la sostuvo mientras ella sollozaba y deseó tanto poder dejarlo salir. Lamentó no ser capaz de dejar que todo saliese de él. Quería llorar. Podía sentir las lágrimas en su garganta. Todo le dolía, el corazón, la garganta, hasta sus ojos cuando los cerró firmemente. Le dolían los brazos por la intensidad de su agarre en Livvie, pero no podía soltarla. Se había entrenado durante demasiado tiempo y a diferencia del trabajo que había hecho con Livvie, se había entrenado demasiado bien.

—No puedo soportarlo más, Caleb. Lo he intentado, pero no puedo —sollozó—. Cada vez que pienso que has cambiado, cada vez que me permito tener esperanzas, me lastimas. ¡Destrozas todo! A veces pienso que te odio. A veces sé que te odio. ¡Y aun así! Aun así, Caleb, te amo. Puse mi fe en ti. Te creo cuando dices que todo va a estar bien.

—Estoy harta —dijo ella con una determinación capaz de parar el corazón de Caleb—. Estoy harta, Caleb. ¡Me mataré!

¡Mía!

Pura rabia se estrelló contra Caleb. La giró en sus brazos y la tiró sobre la cama. Su cuerpo se desplomó encima de ella y la sujetó.

—¡Ni se te ocurra! No te atrevas a decirme mierdas como esas. Esa es la salida de los cobardes y lo sabes —escupió.

Los ojos de Livvie ardían con una furia que coincidía con la de Caleb. Podía verlo. Podía sentirlo.

—Tú eres el cobarde, Caleb. No me da miedo decirte como me siento. No tengo miedo de admitir, que a pesar de todo lo que me has hecho, te amo.

Ella me ama.

—¿No tienes ni idea de lo estúpida que me siento confesándotelo? —continuó—. ¡Me secuestraste! Me has humillado, golpeado, casi violado, y sólo un momento antes me hiciste chupar la polla de un completo desconocido en una habitación llena de pervertidos retorcidos. Te quiero, pero no soy una cobarde, Caleb. Merezco vivir o morir en mis putos propios términos.

Caleb miró a Livvie a la cara y el acero que vio detrás de sus ojos sacudió sus cimientos por segunda vez. Livvie no era cobarde. Lo sabía, incluso se había dicho que nunca la acusaría de nuevo de tal cosa, y este había sido el por qué. Livvie lo haría. Acabaría con su propia vida. Caleb no podía respirar.

—Lo siento —susurró. Parecía ser todo lo que podía decir, lo único que era capaz de decir. Relajó su agarre sobre ella y apoyó la cabeza junto a la suya en la cama. Se obligó a respirar, más allá del dolor, más allá de la angustia en su garganta. Poco a poco, profundamente, exhaló.

Permanecieron en silencio durante varios minutos. Caleb podía sentir las lágrimas de Livvie mientras se deslizaban por su rostro, mojando las suyas. Eran su confesión. Dijeron todas las cosas que él no podía... porque era un cobarde.

Despacio, Livvie se revolvió. Caleb no estaba seguro de qué esperar, pero entonces sintió que sus brazos se deslizaban alrededor de él. El estómago de Caleb cayó, su corazón se sentía apretado. Ella no debería estar sosteniéndolo. Sabía que era su lugar el de consolarla ya que él era el responsable de todo su sufrimiento. Sin embargo, Caleb era egoísta. La dejó ser ella quien lo consolara.

—Pensaba en ti —dijo aturdida—, mientras él estaba tocándome. Pensaba en ti. —Caleb la apretó en una súplica silenciosa para que dejara de hablar. No quería escuchar esto, pero Livvie se estaba haciendo escuchar, y él lo sabía—. Quería darte celos. Quería hacerte sentir, aunque fuera una fracción de lo que sentí la noche en que follaste a Celia delante de mí.

Caleb hizo una mueca de dolor. Su corazón se sintió con más fuerza. Esperaba que las palabras de Livvie significaran que no la había perdido aún. De alguna manera iba a encontrar una manera de hacer las cosas bien con ella, y Rafiq.

—Estaba loco de celos —Caleb se ofreció en súplica.

Livvie lo apretó un momento y luego aflojó su agarre.

—Lo sé.  Eso debería hacerme feliz, pero no lo hace. —Suspiró.

—¿Por qué? —Caleb le preguntó suavemente en su cuello caliente y húmedo.

—Prefiero hacerte feliz, Caleb. Prefiero verte sonreír. A veces, sonríes y yo… —se detuvo, abrumada—, me olvido de todo lo que está mal contigo.

Caleb no estaba seguro de qué decir, así que simplemente le dijo la verdad.

—Prefiero verte sonreír, también. Al principio, cuando no te conocía… parecías tan triste. Te vi llorar un día y pensé: quiero probar sus lágrimas. Tengo algo con ellas. Confieso que te he hecho llorar sólo para ver tus lágrimas. He empezado con tu sufrimiento. —Tragó saliva—. Pero ahora —dijo Caleb—, no quiero verte llorar otra vez. Me gustaría poder volver al día en la calle, el día que pensaste que te había salvado del hombre en el coche, y sólo… dejarte creer que era tu héroe. Me sonreíste dulcemente. Me agradeciste. Deseo simplemente dejar que sea así.

Caleb podía sentir a Livvie respirar profundamente.

—Sé que es lo que debo querer, también —dijo ella—, pero no lo hago. Te acuso de estar jodido de la cabeza, Caleb. La verdad es… que me pregunto si no estoy jodida yo también. Debería odiarte Caleb. Ahora que he decidido lo que será mi destino, debería querer matarte. No lo hago. No me puedo imaginar nunca no haberte conocido.

—Tal vez sea el destino —dijo Livvie—, si crees en ese tipo de cosas. Quizá se suponía que debíamos encontrarnos ese día. Una vez me preguntaste si escogería a otra chica para tomar mi lugar. Quería decir que sí.

—Dijiste, no —susurró Caleb. Pensó en cómo podría haber funcionado con otra chica, si tendría los sentimientos que tenía por Livvie con otra persona. Había estado en conflicto desde el principio. Había estado a punto de dejar su vida como mano derecha de Rafiq atrás hasta que Vladek había resurgido de forma inesperada. Tal vez sus emociones tenían menos que ver con Livvie y más con su deseo de cambiar su pasado. Sin embargo, lo dudaba. Livvie era única para él. Irremplazable.

—Lo hice, pero quería decir que sí, Caleb. Si yo hubiera creído por un momento que habrías dejado otra chica sufrir en mi lugar… creo que podría haber dicho que sí —dijo débilmente—. Estoy jodida de la cabeza, también. Incluso antes de conocerte.

Caleb dejó que sus palabras le penetraran por un momento. No creía que fuera cierto. Livvie estaba lejos de estar jodida, sobre todo cuando él era la norma. Sin embargo, si Livvie escogiera ver algún propósito mayor detrás de su relación y por consiguiente no odiarlo, estaba demasiado débil para no dejarla creerlo.

A medida que el silencio se prolongaba entre ellos, Caleb se volvió más consciente de Livvie y su desnudez. Se moría de ganas de tocarla, de hacer el amor con ella, pero había más cosas que tenía que decir en primer lugar.

—No puedo borrar mi deuda con Rafiq —dijo. Livvie se tensó, pero Caleb se apresuró a terminar sus palabras—. No es algo que espero que entiendas, pero simplemente no puedo dejarlo.

—¿Qué quieres decir, Caleb? ¿Qué significa eso para nosotros? —Sus palabras fueron pronunciadas sin emoción, pero Caleb sabía lo mucho que lo tenía en cuenta.

—Significa que tengo que hacérselo entender. Vamos a tener que encontrar otra manera, tal vez otra chica… —empezó a decir.

Livvie le empujó el hombro y se incorporó.

—¿Estás bromeando, Caleb? ¿Otra chica? ¡¿Cómo podría vivir conmigo misma?!

La ira de Caleb regresaba.

—Acabas de decir….

—¡Eso era antes! —gritó—. Nunca podría poner a alguien en esto. ¡Nunca! Por favor, Caleb, razona. Deja que me vista y salgamos cagando leches de aquí y nunca miremos atrás. —Extendió las dos manos y sostuvo el rostro de  Caleb en un apretón—. Por favor, Caleb. Por favor.

Caleb miró a los suplicantes ojos de Livvie y por un momento pensó que podría abrir la boca y decir que sí.

Espero obediencia, Caleb. Espero tu lealtad. Todo el que me traiciona sólo lo hará una vez. ¿Lo entiendes?  —Había dicho Rafiq ominosamente.

Sí, Rafiq, entiendo —Había respondido Caleb.

—Quiero hacerlo, Livvie —Caleb susurró—. Aparte de mi venganza, honestamente puedo decir que no hay nada que desee más que llevarte lejos y descubrir qué es toda esta cosa entre nosotros. —Cogió sus manos y las puso en su regazo antes de acariciarle el cabello cariñosamente.

—Pero, esto es lo que soy. Pagaré mis deudas. Nada viene antes que la familia, la lealtad, el deber y el honor. Rafiq es lo más cercano a una familia que puedo recordar, y se lo debo. Si me estás pidiendo que lo traicione… nunca podrás aceptar lo que soy.

Livvie cerró los ojos con fuerza, aparentemente procesando el dolor que las palabras de Caleb le habían causado. Se sentía estúpido e ingenuo. Debería haber sabido que Livvie sería incapaz de comprenderlo o sus motivos. Livvie no era un monstruo y no iba a convertirse en uno simplemente porque Caleb lo era.

—¿Por qué este tipo tiene que morir tan mal, Caleb? ¿Qué hizo? ¿Qué es tan horrible, que dedicas tu vida, y sacrificas tu felicidad para matarlo? Ayúdame a entenderlo, Caleb —susurró Livvie.

Caleb miró a Livvie, y si hubiera visto algún rastro de condescendencia, le habría dicho que se fuera al infierno, pero la única expresión en los ojos de Livvie era preocupación. Estaba sorprendido de que incluso lo reconociera. Rafiq nunca había estado realmente preocupado por Caleb.

Rafiq había sido la salvación de Caleb, su tutor, mentor, y a veces amigo. Lo había vestido, refugiado y alimentado. Lo había criado convirtiéndolo de un traumatizado prostituto en un hombre peligroso. Sin embargo, Rafiq siempre había exigido su deuda. Al menor indicio de incertidumbre por parte de Caleb, Rafiq nunca dudó en recordarle su lugar. La vida de Caleb siempre había sido condicional. El favor de Rafiq siempre había sido condicional.

Caleb nunca había cuestionado los métodos de Rafiq o su autoridad. Nunca le había importado que Rafiq exigiera obediencia ciega. Siempre había creído que tuvo la suerte de estar vivo y agradecido por Rafiq. Caleb estaba muy agradecido y siempre lo estaría, pero hasta Livvie, Caleb nunca había sabido cómo se sentía tener a alguien cuidando de él, realmente preocupándose por él.

—Creo que… —El corazón de Caleb golpeó duro en su pecho—, creo que... me vendió. —Su carne se sentía como si estuviera en llamas, como si fuera a quemar, crujir y desprenderse de sus huesos.

—¿Vender? ¿Cómo… cómo, en…?  —Livvie parecía haber perdido las palabras.

Caleb la vio muerta en sus ojos y se armó de valor.

—¡No sucedió la semana pasada, ¡¿de acuerdo?! —dijo con enojo—. Yo era joven. Ni me acuerdo de lo joven que era. No tengo recuerdos de mi vida antes de Narweh. A veces, creo recordar algo, pero no puedo estar seguro. Incluso mis primeros años con Narweh se mezclan. No nací siendo un monstruo, Livvie.

Livvie arrugó la cara y parecía a punto de estallar en lágrimas. Envolvió sus brazos alrededor del cuello de Caleb, apretándolo con todas sus fuerzas.

—¡Oh, Dios! Oh, Caleb. Siento mucho haberte llamado así. Lo siento mucho.

Las emociones de Caleb estaban por todas partes. No quería su lástima. Nunca quiso lástima. Sin embargo, parecía necesitar los brazos de Livvie. No tenía que apartarla lejos.

—No estaba solo. Había seis de nosotros —dijo Caleb. Sostuvo a Livvie firme contra su pecho—. No recuerdo ser vendido. No había ni una subasta ni nada. Creo que llegué en una caja. A día de hoy, no puedo soportar los espacios reducidos, o los barcos. Odio los barcos.

—Lo… —Caleb hizo un esfuerzo—, que me pasó. A Narweh le gustaba pegarme… entre otras cosas. —Caleb sintió los brazos de Livvie apretarse a su alrededor.

¡Mía!

—Estaba envejeciendo, creo. Era alto en comparación a los otros. Tenía pelo en mis bolas y bajo mis brazos. Los hombres que.... —Caleb tragó saliva—. Ellos querían niños, no hombres. Creo que Narweh quiso matarme.

—Detente —Livvie sollozó en el cuello de Caleb—, no puedo oír más.

Caleb sintió algo deslizarse en su interior: la vergüenza. Pura vergüenza deslizándose en él.

—¿No me amas ahora que sabes que era un prostituto?

Apartó a Livvie y ella se dejó caer de espaldas sobre la cama. Tenía los ojos rojos, hinchados fijos en Caleb con desdén.

—¡Eres un idiota! —dijo y se incorporó—. ¡No puedo escuchar más porque no puedo soportar la idea de que fueses herido! —Se arrastró hacia Caleb lentamente, cautelosa.

Caleb quería correr, pero permaneció inmóvil mientras las palabras de Livvie trataban de acomodarse en su mente.

—Fue hace mucho tiempo. Le hice pagar. —Caleb encontró los ojos de Livvie y vio un destello de entendimiento iluminar su rostro.

—Los motoristas —susurró.

—Sí —dijo Caleb. Se aclaró la garganta, tratando de mantener la calma cuando todo lo que quería era destruir algo en un arrebato de furia asesina.

Livvie asintió.

—Esos hombres merecían morir. —Caleb se echó hacia atrás, incrédulo. 

Livvie continuó:

—Narweh merecía morir, también. Y yo... yo entiendo por qué no puedes dejar pasar esto.

—¿Lo haces? —El corazón de Caleb golpeó en sus oídos.

Livvie sonrió, pero no llegó a sus ojos.

—Sí, Caleb.

—¿Pero…? —Caleb insistió.

La boca de Livvie se volvió hacia abajo en las esquinas.

—No puedo dejar que me reemplaces. No podría vivir conmigo misma, Caleb. No podría vivir... sin ti.

—¡Tal vez no depende de ti! —soltó Caleb.

Livvie sostuvo su mano, sus dedos se cerraron mientras alcanzaba a Caleb. Se acercó a él lentamente, como si fuera un animal salvaje.

Caleb tenía el deseo de apartar su mano, pero la tristeza en el rostro de Livvie le dio en qué pensar. La dejó tocar su rostro y se maravilló cuanto sentía en su simple pero compleja caricia. Cerró los ojos y se dejó sentir amado, sólo por unos segundos para guardarlo en su memoria. Le dolía pensar que podría ser la primera y última vez que alguien lo tocaba de tal manera.

—No puedo esperar dos años para que vengas por mí, Caleb. Estoy cansada de ser la damisela en apuros. No necesito que nadie me salve —dijo. Su voz era tranquila y resuelta.

—Livvie… —comenzó Caleb, pero ella puso los dedos en sus labios.

—Lo haré, Caleb. Iré a la subasta y estaré perfecta. Haré que el hijo de puta me quiera —su respiración se estremeció—, y cuando estemos solos… lo mataré por ti.

Los ojos de Caleb se abrieron y él negó con la cabeza.

—¿Qué coño estás diciendo?

—¿Lo quieres muerto, verdad? —dijo Livvie—. ¿Qué importa quién lo mate o cuándo? Podría envenenarlo o algo así.

Caleb no podía dejar de sonreír, incluso cuando sabía que nunca la dejaría hacer algo así. El hecho de que incluso se ofreciera….

—Pensé que no estabas interesada en la venganza —bromeó Caleb.

—No estoy interesado en mi venganza, Caleb. Pero por ti…. —susurró Livvie, y sus ojos dijeron el resto.

Caleb se abalanzó hacia Livvie, derribándola sobre la cama. Cuando Livvie se quedó sin aliento por la sorpresa, aprovechó la oportunidad para besarla. Deseó no poder probar a Kid en su boca, pero se negó a dejar que eso lo detuviera. Necesitaba esto. Necesitaba a Livvie y su amor. Su corazón nunca se había sentido tan inundado. Sentía que podía estallar con la fuerza y el vigor de la misma, nada más que necesidad y el deseo saliendo de él.

Puso todo lo que sentía, pero no podía poner palabras en su beso. Sus manos se aferraron a Livvie, presionándola más cerca, más profundo en su cuerpo. Su incapacidad para tocar cada parte de ella a la vez parecía una gran injusticia.

¡Más cerca!

¡Mía!

Se separó del beso, sólo porque necesitaba su permiso. Se rehusaba a tomar algo que ella no estuviera dispuesta a dar.

—Puedo… —¿Follarte? No me parece correcto. ¿Hacer el amor contigo? Jodidamente cursi.

—¡Sí, Caleb! ¡Demonios, sí! —Livvie gritó y tiró de Caleb otra vez hacia abajo en un beso.

Caleb se rió suavemente en su boca, pero rápidamente recuperó el rumbo. Quería que fuera perfecto. Para ambos. A pesar de cómo su cuerpo protestó, se levantó y salió de la cama. Le tendió la mano a Livvie antes de hablar.

—Quiero tomar una ducha. He esperado mucho tiempo para esto y sólo quiero que seamos nosotros. Sólo quiero olerte a ti.

Livvie se sonrojó, pero no dijo nada. Tomó la mano de Caleb y le siguió de cerca, cuando entraron en el cuarto de baño para lavar todas las huellas del otro hombre.

Bajo el diluvio de agua tibia, besó a Livvie. Sólo unas horas antes, le había dicho que nunca la besaría de nuevo. ¡Qué idiota había sido! Apretada contra ella, su piel desnuda contra la de ella, lamentó todo lo terrible que le había hecho a Livvie. Decidió que haría cualquier cosa para hacer las paces con ella. Pediría su perdón. Desnudaría su alma. Sangraría y moriría si era necesario, pero nunca heriría de nuevo a Livvie.

—Te amo —dijo ella entre besos.

—Shh —susurró Caleb contra su boca. Sabía que ella quería que dijera esas palabras. Quería decirlas también, pero no quería mentir. Caleb era un monstruo. Los monstruos no amaban. Se preocupaba. Tenía hambre. Deseaba. Sentía más de lo que nunca soñó posible, y sin embargo… no podía estar seguro de que era amor. No iba a mentir.

Caleb cayó de rodillas, besando un sendero a través del cuerpo de Livvie cuando se fue. Chupó el agua de sus pezones, aprovechando su carne tensa en la boca, con tirones largos y ávidos. Pasó la lengua bajo sus pechos y bajo sus costillas. Adoraba sus caderas y el vientre. Por último, le separó las piernas para encontrar la fuente de su feminidad.

Podía oler su excitación, ver el color rojo de su clítoris ya hinchado que se asomaba por debajo de su capucha. Separando sus piernas, se quedó mirando los pétalos abiertos de sus labios interiores. Pronto, su polla se deslizaría entre ellos y en el calor de ella. Sería suya, de manera irrevocable. Caleb se inclinó hacia delante y le besó los labios como lo haría con su boca.

Ella gimió y movió sus manos hacia la cabeza de Caleb, atrayéndolo más cerca. Era exactamente donde Caleb quería estar, más cerca. Se burló de sus labios suavemente con la punta de la lengua, permitiéndoles separarse despacio mientras su excitación y su boca humedecían a Livvie. Mientras se mecía en su rostro, empujó más profundamente, saboreando su interior.

—Oh, Caleb —suspiró—. Oh, Dios. Te sientes tan bien.

Las manos de Caleb no estaban desocupadas. Viajaban por sus piernas de arriba a abajo, a veces extendiendo sus muslos, otras veces arañando la parte posterior de sus piernas, forzándola a quedarse de pie. Les permitió seguir viajando cuando lamió, chupó, e incluso folló a Livvie con su lengua.

—Me voy a correr —jadeó Livvie. Caleb agarró su culo con las dos manos, sosteniéndola en su lugar mientras gemía en su coño y ella se corría en su lengua.

—¡Caleb! —gritó ella agarrando con un puño su cabello. No podía mover sus caderas, así que tiró de él acercándolo.

Una vez que Livvie dejó de temblar, soltó el cabello de Caleb. Le había dolido, pero estaba bien con el dolor, sobre todo dadas las circunstancias. Se puso de pie lentamente, dejando que sus rodillas superaran el dolor de haber estado en el suelo de la ducha durante tanto tiempo y cerró el agua.

Livvie extendió la mano y agarró su polla, sobresaltándolo. Él estaba duro y su caricia lo hizo impaciente. Tan pronto como fue posible y seguro, la guió fuera de la ducha y de nuevo en el dormitorio. Al diablo con las toallas.

—Te deseo —dijo Caleb. Se deslizó contra Livvie en una vista previa de lo que estaba por venir.

—Yo también te deseo —dijo Livvie y abrió las piernas. Se estremeció, con el cabello y el cuerpo empapado.

Caleb alcanzó el coño de Livvie y lo frotó con los dedos, amando los sonidos que ella hizo y la forma en que se arqueaba contra él. Seguro de su deseo, Caleb deslizó su dedo índice en el agujero apretado y mojado de Livvie.

—¡Oh! —suspiró Livvie. Se meció de un lado a otro.

La cabeza de Caleb daba vueltas con deseo. Estaba tan apretada en su interior. Sus músculos succionaron su dedo, profundo en su interior. No había manera de que encajara dentro de ella si no la preparaba bien. Inclinó la cabeza hacia su pezón y atrapó el pequeño brote entre sus labios. Cuando sacudió sus caderas hacia arriba, deslizó otro dedo dentro.

—¡Ow! —dijo ella, seguido de un gemido, mientras Caleb lamía su pezón.

Caleb esperó a que se relajara para abrir sus piernas una vez más antes de que poco a poco comenzara a mover sus dedos hacia atrás y hacia adelante. Sus músculos se aflojaron, estirándose alrededor de sus dedos, lubricándolos con su deseo.

—Esto va a doler un poco. Ya lo sabes, ¿verdad? —dijo Caleb. Bajó la mirada hacia los ojos color chocolate de Livvie y vio su confianza. No quería traicionarla de nuevo.

—Lo sé. Está bien —dijo y tiró de él hacia su boca. El beso que puso en los labios de Caleb era dulce y lleno de calidez.

Caleb sintió la barrera de su virginidad con los dedos.

—Pon las manos sobre tu cabeza —dijo. Livvie cumplió al instante y Caleb utilizó la mano izquierda para fijar sus muñecas. Empujó más profundo con sus dedos, lentamente girando a lo ancho.

—¡Caleb! —Livvie trató de apartar sus dedos, su cara era una máscara retorcida de dolor.

—Lo sé, Livvie. Sé que duele, pero va a terminar pronto, te lo prometo. —Caleb besó sus labios suavemente, no le ofendía que ella no le estuviera devolviendo el beso porque estaba demasiado envuelta en el dolor.

—Por favor —gimió ella.

—Relájate, Livvie —le animó. Su pulgar hacía círculos alrededor de su clítoris mientras él continuaba empujando contra la pared de su virginidad. Por último, consideró ceder. Parecía disolverse como si nunca hubiera existido.

—Ow —gimió Livvie y frotó su cabeza contra el brazo extendido de Caleb.

—Shh, ya está hecho. Creo que eso fue lo peor —susurró y besó sus labios temblorosos. Soltó sus muñecas y suspiró cuando ella envolvió sus brazos alrededor de su cuello y comenzó a besar su cuello.

Con cautela Caleb deslizó sus dedos hacia fuera. Livvie gimió y dejó de besarlo. Ambos miraron sus dedos y notaron su ligera sangre rosa sobre ellos. Caleb no podía oír más allá del sonido de los latidos de su corazón en sus oídos.

¡Mía!

Echó un vistazo hacia Livvie y vio que estaba avergonzada. Mirándola a los ojos, Caleb puso sus dedos cerca de su boca y lamió la sangre virgen fuera de ellos. El rostro de Livvie pasó de la vergüenza al horror.

A Caleb no le importó.

—Ya está. Ahora eres parte de mí, para siempre. Eres mía, Livvie. Espero que lo entiendas.

Livvie tragó audiblemente, sus ojos parpadearon de Caleb a sus dedos y de regreso.

—Soy tuya —dijo, pero luego agregó—, solo tuya. Y tú eres mío, sólo mío.

Caleb sólo podía sonreír. No podría haberlo dicho mejor.

—¿Lista?

Se pasó la mano por la cara.

—Sí.

Caleb se agachó y agarró su polla. Si alguna vez había estado tan duro, no lo recordaba. Se alegraba de que esta fuera la primera vez de Livvie, porque él no iba a durar mucho tiempo y tal vez le impediría estar demasiado dolorida. Frotó la cabeza de su polla a través de su humedad, deliberadamente deslizándola sobre su clítoris de vez en cuando.

—Caleb, basta. Hazlo ya —gimió. Ella estaba tratando de llegar a su polla por sí misma, pero Caleb se mantuvo moviendo sus caderas hacia atrás.

Él se echó a reír.

—Tienes un coñito muy avaricioso.

—Mmm —gimió ella—. Todo lo bueno para hacer que te corras.

Caleb casi pierde el control. Nunca había imaginado que Livvie tuviera una boca sucia. Le gustaba.

—Bueno, eso lo vamos a ver, ¿no es así? —Empujó en su coño. No se metió dentro, pero tampoco era demasiado lento. Quería llegar a la parte donde el dolor era un recuerdo y pudiera apreciar el placer que quería darle.

—¡Oh, Dios! —gritó. Sus piernas envueltas alrededor de él en un intento de mantenerlo quieto, pero Caleb simplemente levantó su peso y se balanceó. Con los brazos y las piernas envueltas alrededor de él, ella colgaba como un péndulo y su impulso forzó a Caleb más profundo.

—Por favor —susurró Caleb en árabe—. Quiero estar todo dentro de ti.

—¿Qué? —dijo Livvie con los dientes apretados.

—¡Dije que tu coño es increíble! ¡Y demonios, lo era! Caleb se sentó sobre sus talones y envolvió sus brazos alrededor de Livvie. Empujó los últimos centímetros, gruñendo en voz alta cuando sintió el culo de Livvie en sus bolas.

Esperó. Livvie lo abrazó con fuerza, dejando besos en su cara, boca y cuello. Suspiró cuando sus músculos se relajaron y Caleb finalmente se hundió en ella.

—Te amo —repitió ella—. Te amo tan jodidamente.

Enterrado dentro de Livvie, Caleb experimentó el nirvana. Si alguna vez hubo un momento para repetir palabras de Livvie, sabía que debería ser ahora. No podía. Esperaba que en un tiempo, pudiera. Lo único que podía hacer era acariciarla, besarla, y deslizarse dentro y fuera de ella con la esperanza de que pudiera sentir todo lo que quería expresar.

—Eres mía —dijo.

—Tuya —repitió ella.

Livvie estaba demasiado estrecha, demasiado húmeda, y jodidamente increíble por dentro como para que Caleb se contuviese. Sostuvo a Livvie en sus brazos y meció sus caderas, sellándose contra su carne húmeda y comenzó a follar. Arriba y abajo Livvie rebotaba sobre su polla. Quería gritar cada vez que golpeaba sus bolas profundamente, pero se conformó con susurrarle palabras sucias en un idioma que ella no entendía

—Oh. Oh. Oh, Dios. —Era todo lo que Livvie parecía capaz de decir.

Caleb sintió calor en la base de su columna vertebral y sabía que se iba a extender. Se iba a correr en cualquier momento y por mucho que quisiera, sabía que no podía correrse dentro de Livvie. La acostó en la cama, luchando con sus brazos mientras ella se aferraba a sus hombros y espalda.

—Los brazos sobre tu cabeza, ahora mismo —ordenó.

—Sí, Caleb —gimió Livvie.

La obediencia entusiasta de Livvie fue suficiente para empujar a Caleb sobre el borde. Chupó el pezón de Livvie en su boca y chupó con fuerza, obligándola a gritar y sacó la polla de ella y se corrió contra su muslo.

Una vez que dejó de jadear, Caleb sostuvo el cuerpo tembloroso de Livvie en sus brazos. Nunca había sentido felicidad como la que sintió entonces, pero Livvie lloraba.

—¿Estás herida? —susurró Caleb. Le mortificaba pensar que había tomado más placer del que le dio.

Livvie extendió la mano, tocó su rostro y sonrió.

—Estoy bien —dijo tímidamente. 

Caleb enjugó sus lágrimas.

—Entonces ¿por qué lloras?

—No lo sé —dijo Livvie. Sus manos temblorosas acariciaron el cabello de Caleb apartándolo de su frente. Cerró los ojos, disfrutando de la manera posesiva en que lo tocó. —Creo que solo estoy feliz —susurró. 

Caleb dejó escapar una breve carcajada.

—Extraña respuesta a la felicidad, pero está bien. —Se inclinó y lamió una de las lágrimas saladas que rodaba hacia la oreja de Livvie. Sonrió cuando sintió que ella trató de escabullirse de debajo de él.

—¿Qué estás haciendo? —dijo y se rió.

—Tenía curiosidad —susurró.

—¿Sobre qué?

Caleb miró a Livvie con asombro. Le había hecho tantas cosas terribles a ella, cosas que nunca podría borrar. Y aun así, ella lo amaba. De todas las lágrimas que le había hecho derramar, estas eran sus favoritas. —Si las lágrimas de felicidad tienen el mismo sabor que las de tristeza —dijo.

Un torrente de lágrimas rodaba por su rostro, pero amplió su sonrisa.

—¿Y? —graznó ella.

—Creo que son más dulces —susurró Caleb. La besó en los labios y descubrió lo que era real dulzura, —pero podría ser tu rostro.

Caleb sabía que no podía deshacer lo que acababa de hacer y se alegraba.