Capítulo 15

Las dos de la mañana. Caleb se puso frente a la puerta de Gatita absorbiendo el conocimiento de que no tenía ninguna elección en lo que tenía que pasar a continuación. Después de su enfrentamiento con Felipe había pasado el día recorriendo su habitación. Había encontrado varias cámaras y todavía no podía tener la certeza de que las había encontrado todas. Felipe era un bastardo enfermo, un obvio mirón sin ningún sentido de la decencia o la vergüenza.

Caleb había esperado que alguien tratara de detenerle antes de romper todos los lentes que encontró, pero nadie lo hizo. De hecho, todo el mundo se había mantenido alejado de él. Caleb no estaba seguro de si eso era bueno. Le hubiera encantado pagar su frustración con alguien.

Después de que estuvo razonablemente seguro de que había acabado con las cámaras, pensó largo y tendido acerca de todo lo que Felipe podría saber. Las respuestas fueron nauseabundas. Había encontrado cámaras en la ducha, discretamente ocultas en la rejilla de ventilación. Lo que había asumido como un tornillo que sostenía las luces sobre el espejo del baño, había resultado ser una cámara. Felipe las tenía por todas partes. Había visto a Caleb masturbarse, mierda, e incluso castigarse.

Caleb decidió que mataría a Felipe cuando fuera el momento adecuado. Por ahora, Felipe tenía buenas cartas y Caleb no tenía ninguna para jugar. Rafiq iba a volver mañana por la noche. Querría ver a Gatita y asegurarse de que estaba lista. Querría que Caleb y Gatita volvieran a Pakistán y se prepararan para la subasta en Karachi.

Todo estaba llegando a su fin y no había nada que Caleb pudiera hacer para evitar lo inevitable. No había nada que pudiera hacer a menos que estuviera dispuesto a renunciar a todo lo que sabía, tal vez incluso su propia vida. Caleb había luchado demasiado tiempo y luchó muy duro para sobrevivir. El perder ahora era inaceptable.

Caleb abrió la puerta lentamente y entró en el cuarto de Gatita. Se dio cuenta de inmediato que no había encendido la luz de noche, que era característico de ella y hacía que la habitación estuviera inusualmente oscura. Se tomó un momento para adaptarse a la oscuridad, a pesar de que realmente no lo necesitaba. Había estado en su habitación el tiempo suficiente para haber memorizado la distribución. Se acercó a la cama y escuchó la respiración de Gatita. Por un momento pensó en abandonar la habitación y dejarla dormir en paz, pero se estabilizó, tenía que ser ahora.

Abrió las cortinas y dejó que la luz de la luna se derramara por la habitación y en su figura dormida. La estudió atentamente y notó que sus ojos estaban rojos e hinchados. Su cuerpo estaba abrazando una almohada y su cabello yacía sobre otra, el edredón subido hasta la barbilla. Extendió la mano y tocó su pelo. Gatita suspiró nerviosamente y se enterró más profundamente en su manta.

"Sé amable", había dicho ella, cuando la había mirado a los ojos antes. Levantó una esquina de la colcha y se encontró con su hombro desnudo y un poco más abajo, la espalda y las costillas desnudas.

—Si tan sólo lo pudiera ser —susurró en la oscuridad, seguro de que ella no podía oírlo. Echó hacia atrás la manta y la lujuria tiró fuerte en su vientre.

Gatita despertó, sobresaltada y desnuda, antes de sentarse se cubrió con una almohada.

—¿Qué está pasando? —Ella se frotó los ojos.

—Ven conmigo —dijo con la valentía suficiente para hacerle saber que no estaba de humor para protestas. Ella vaciló por un momento, y luego tiró la almohada a un lado y se puso delante de él con una expresión interrogante. La miró a los ojos fijamente y vio como las preguntas desaparecían mientras bajaba la vista hacia sus pies.

—Vamos —dijo, y se dirigió a la puerta con ella siguiéndole de cerca. Caminaron por el pasillo en silencio, lo que era a la vez mejor y peor, pensaba Caleb. Miró hacia atrás, esperando ver sus ojos errantes, pero ella parecía más preocupada por su propio temblor.

 —¿Tienes frío? —preguntó, bajando las escaleras.

—Un poco, Amo, —respondió con suavidad. Se detuvo por un momento, sorprendido por su forma de dirigirse a él, y luego continuó caminando.

—No será por mucho tiempo.

Caleb no le gustaba la idea de alejar a Gatita para siempre. No le daba ninguna satisfacción saber que pronto llegaría a odiarlo con tanto fervor como para aniquilar todos los cálidos sentimientos que pudiera o no albergar hacia él. No le gustaba saber que Felipe, y posiblemente Celia, la habían estado observando, observándolos, desde que llegaron. Sin excepción, odiaba la idea de que ella fuera vendida a Vladek Rostrovich. De todos modos, se había pasado todo el día tratando de hacer las paces con cada una de esas cosas.

Mientras descendía las escaleras, oyó golpear los desnudos pies de Gatita contra el mármol detrás de él. Miró hacia atrás y vio sus pechos rebotando mientras tomaba cada paso. Si quedaba algo por lo que estar excitado, era el placer culpable de tener todavía tiempo para estar con Gatita. Incluso si el tiempo lo pasaba torturándola con el placer o el dolor... o tal vez a causa de ello.

Los gustos de Caleb, aunque se estrecharan hacia una persona específica, no habían cambiado. Todavía le gustaba el poder y el control. Todavía le gusta saborear las lágrimas de Gatita y forzarla a sufrir por el placer que ella primero había dicho que no quería. En resumen, seguía siendo el maldito enfermo que siempre había sido e iba a disfrutar cada minuto de lo que tenía esperando en la planta baja de la mazmorra. Se había asegurado de retirar las cámaras.

Al llegar al pie de la escalera, se volvió y esperó a Gatita.

—Deja de mirar a tu alrededor y date prisa — espoleó Caleb.

La mirada de Gatita se encontró con la suya por un momento fugaz antes de que  cubrirse los pechos con las manos y dar a los últimos pasos un ritmo acelerado. Mientras estaba de pie delante de Caleb, pudo ver lo mucho que temblaba.

Caleb se volvió rápidamente y se dirigió hacia su destino con Gatita pisándole los talones de cerca. Finalmente, se acercó a la pesada puerta de madera que los llevaría hacia abajo, a lo que había sido anteriormente una bodega, pero ahora era una mazmorra diseñada para actividades mucho más interesantes. A regañadientes tuvo que reconocérselo a Felipe: el hombre tenía una imaginación impresionante.

—Dame tu mano —le dijo a Gatita. Se sentía fría y pegajosa al tacto, pero Caleb no lo mencionó cuando se adentró en la oscuridad de allí abajo. Colocó cuidadosamente cada paso y guío a Gatita. Unos pasos más y Caleb alcanzó el interruptor de la luz. La luz parpadeó mientras aparecía y bañaba las escaleras con un resplandor amarillo suave.

El temblor de Gatita se intensificó y se aferró a su mano. Aunque Caleb tiró suavemente, ella no se movió avanzando más por las escaleras. Tal era la naturaleza de su aprensión que parecía incapaz de moverse. Sin embargo, no estaba rogando, no estaba llorando. Su miedo era evidente, pero más evidente era su valor.

Sin decir una palabra, Caleb se volvió y colocó la mano de ella sobre su hombro. Gatita jadeó, pero no protestó. Se aferró a él con fuerza mientras bajaba las escaleras hacia atrás.

—Esta solía ser la bodega —dijo en voz baja contra la curva de su cadera. Su cuerpo se estremeció de nuevo, pero esta vez no tenía nada que ver con el frío. A su alrededor había ligaduras e instrumentos de infligir dolor. En el centro de la habitación había una mesa grande revestida en cuero con siniestras piezas de metal.

Caleb suspiró profundamente. Aunque no le gustaba la razón por la que estaba haciendo esto en este momento en particular, sabía que era algo que aun así, iba a disfrutar. Incluso ahora, se endureció mientras ella impulsaba su peso hacia arriba y conseguía agarrarse alrededor de él envolviéndolo con fuerza. Estaba seguro de que ella no se esperaba lo que estaba a punto de hacer. Le levantó las piernas y tuvo que envolvérselas alrededor de la cintura mientras la soltaba bajándola de su hombro entre sus brazos. Se tomó un momento para deleitarse con el olor a limpio y húmedo de su pelo, el tacto de sus pechos calientes apretados contra su pecho, y su coño abrazado firmemente contra su vientre.

—Lo primero que debes saber —dijo en voz baja contra su cabello—, es la obediencia que se espera, y será forzada si es necesario. —Deslizó una de sus manos por su espalda y sobre la curva de su trasero, hasta que llegó a los ligeramente separados labios de su coño. Ella jadeó y se congeló en sus brazos.

—Y que a pesar de cómo te atormento, siempre encuentro una manera de hacer que te sientas bien. —Le frotó suavemente su clítoris tímido y listo para hincharse bajo sus dedos—. ¿No es así? —Ella asintió, pero le agarró con más fuerza—. ¿Confías en mí? —Ella negó con la cabeza.

 Caleb suspiró. —Supongo que aprenderás a hacerlo.

Se acercó a la mesa y la acostó, su cuerpo aferrado firmemente al de ella que silenciosamente se negó a dejarlo ir. Sus ojos se empañaron de lágrimas y el miedo agazapado en su interior era inconfundible.

—Confía en mí, —dijo Caleb. Metió la mano detrás de su cuello y suavemente arrancó los brazos para sujetarlos con su mano derecha cerca de su pecho—. Sé que piensas que no te he dado una razón para confiar en mí, pero nunca te he hecho daño si piensas en ello.

—Caleb... por favor —susurró.

Caleb sabía que ella no había querido hablar. Vio como negaba con la cabeza y cerró los ojos. Tal vez estaba esperando su ira, Caleb sabía que ella tenía derecho a esperarlo, pero no estaba enojado. Estaba demasiado excitado para sentir ira. Demasiado sorprendido de lo bien que se sentía que lo llamara por su nombre. Incluso si en lo más básico del entendimiento, era el recordatorio de que eso no podía durar entre ellos. Su tiempo juntos era corto.

—Pon tus piernas en los estribos... y no uses mi nombre de nuevo —dijo Caleb. Ignoró el dolor en los ojos de Gatita. Ignoró el dolor en su pecho.

De pronto dio un paso atrás, mirándola con autoridad cuando ella se incorporó y cruzó los brazos sobre su desnudez. Miró a los accesorios de metal con curiosidad, y luego puso sus piernas en los estribos sin pestañear. Un rugiente silencio llenó la habitación mientras la veía, la estudiaba. Se sentó en el borde de la mesa con los muslos y las piernas abiertas en los estribos y los brazos rígidamente fijados detrás de ella para apoyarse, Caleb sólo podía imaginar lo que estaba pensando.

—¿Todavía tienes frío? —preguntó.

—No, Amo —respondió ella con frialdad.

—Acuéstate —dijo, igual de frío. Poco a poco, obedeció. Se acercó y fijó sus muslos a los estribos atando la correa de cuero grande alrededor de cada uno de ellos y haciendo lo mismo con sus pantorrillas y los tobillos. Sería imposible que se movieran y Caleb podía ver que ella lo sabía también. Su pecho se movía arriba y abajo, rápido y profundo.

Lentamente, se apartó hacia la esquina donde tomó una silla plegable. Los ojos de ella seguían todos sus movimientos y el corazón de Caleb se aceleró mientras su entusiasmo y su inquietud crecieron. Colocó la silla abajo entre sus piernas abiertas, fuera de su vista y se sentó en ella.

La excitación de Caleb creció cuando los muslos de Gatita temblaron y trató de cerrar las piernas en vano. Su vagina estaba abierta a su vista, a su tacto, a cada capricho y voluntad. Intentó que no se le subiera a la cabeza.

—Tócate —le ordenó suavemente.

—¿Amo? —Gatita estaba inquieta. Dio un respingo cuando Caleb pasó un dedo a lo largo de la unión de su sexo.

—Aquí —dijo. Hizo círculos alrededor de su clítoris—. Tócate justo aquí. Quiero observar cómo te corres.

Las caderas de Gatita se inclinaron hacia adelante por el más elemental de los grados, la fuerza del deseo ya está haciendo que sus pezones se pusieran duros y su vagina se mojara. Ella vaciló, pero sólo por un momento. Tragó saliva y se mordió el labio, hizo lo que le pidió y puso su mano derecha sobre su sexo hinchado.

—¿Tú te tocas, Gatita? —preguntó. Deliberadamente dejó que el calor de su aliento acariciara su carne extendida.

Gatita se estremeció. —A-a-a veces.

—¿Te haces correrte a ti misma? —Caleb cuidadosamente colocó su mano sobre la de ella y presionó sus dedos más profundamente en su propia carne. Gatita gimió, flexionando las caderas hacia arriba, hacia sus manos.

—¡A veces! —se quejó en voz alta.

Caleb sonrió, aunque sabía que ella no podía verlo. Sus ojos estaban fijos en el techo encima de la cabeza. Caleb se inclinó hacia delante y pasó su la mandíbula a lo largo del interior de su muslo.

—Muéstramelo —dijo.

El cuerpo de Gatita se tensó, podía sentirlo bajo su mejilla. La oyó tomar un hondo y tembloroso respiro y luego su mano se movió debajo de él. La besó en la parte interior de la rodilla mientras se echaba para atrás y ajustaba la dolorosa erección en sus pantalones. Cada momento con ella parecía a la vez doloroso y dulce. Vio cómo sus dedos pequeños y delicados encontraron el vértice de su placer y lo tocaron de forma experimental. Él sonrió de repente y se llevó la mano a la boca, dándose cuenta al instante del olor saturado de sus dedos, tuvo el repentino impulso de lamerlos, pero no lo hizo. Sabía que sólo conduciría a otras cosas.

Gatita arqueó su espalda. Se frotó el pequeño brote con una creciente presión y velocidad que su humedad hizo que la carne de su sexo estuviera cada vez más resbaladiza entre sus dedos. No pasó mucho tiempo antes de que un suave, pero insistente gemido empezara a romper sus labios.

Caleb podía sentir el latido de su corazón en su polla, mientras trabajaba para impulsar la sangre hacia su erección. Sabía que no debería estar tan excitado, no cuando él ya se había corrido dos veces, una en contra de su coño, y de nuevo en la boca. Sin embargo, el recuerdo y ver a Gatita mojada hizo poco para calmar su deseo y más que avivarlo.

Gatita sacudió sus caderas hacia atrás y hacia adelante, lentamente al principio y luego con creciente rapidez cuando su desesperación evidente creció. Sus dedos frotaron su clítoris un poco y se convirtió visiblemente más rojo, más hinchado, pero los sonidos de Gatita de hecho habían pasado de necesidad a la frustración.

—No puedo... No puedo cuando me estás mirando —dijo.

Caleb sonrió.

—La segunda cosa que debes saber es tomar el placer siempre que puedas. —Mientras pensaba en lo que estaba tratando de expresar, su sonrisa se desvaneció—. Conoce tu cuerpo, Gatita. Tienes que saber lo que te excita. La mayor parte del tiempo vas a ser responsable de tu propio placer. Habrá ocasiones en las que te parezca imposible, ocasiones en las que será imposible. De cualquier manera, tendrás que ser convincente. Convénceme a mí.

Los dedos de Gatita se detuvieron y el único sonido en la habitación era el sonido del aire entrando en sus pulmones. Ella saco su mano de su cuerpo y trató de incorporarse.

Caleb se levantó y la miró a los ojos llorosos cuando puso sus manos detrás de ella para mantener el equilibrio.

—Caleb —su barbilla temblaba—, no. —Parecía estar buscando algo más que decir, más emociones que expresar.

Caleb no quería oír lo que tenía que decir. No podía soportar la idea de escuchar. Se acercó más y estiró el brazo detrás de ella en busca de su mano, apenas evitando su boca mientras ella se volvía para besarlo. No podría soportar eso tampoco.

 —Amo —dijo—, no Caleb.

—Pero... tú dijiste...

—Sé lo que dije, Gatita. Fue un error —dijo. La estaba confundiendo, y por eso, lo lamentaba. Había sido egoísta de su parte permitir tal intimidad, cuando ella no le pertenecía .

Gatita sollozó una vez, dos veces, pero luego asintió.

Caleb le tomó la mano y se la condujo de vuelta a la mesa. Antes de que más lágrimas fueran derramadas o palabras fueran pronunciadas por parte de Gatita, le tomó los dedos mojados en su boca y saboreó su vagina en ellos. Cerró los ojos mientras el sabor de ella, dulce y agrio, explotaba sobre su lengua. Gimió en voz baja, chupando en su boca hasta que vio los ojos de Gatita ampliarse y oscurecerse, señalando su excitación.

Lentamente sacó sus dedos de la boca y los guio de nuevo al sexo de Gatita. Ella cerró los ojos por un breve instante y levantó sus caderas para encontrarse con ellos.

—Has estado tocando tu clítoris —susurró, haciendo pequeños círculos contra su clítoris con los propios dedos—. No te olvides que tienes este pequeño agujero delicioso. —Guio los dedos de ella hacia abajo y empujó la punta del esbelto dedo del medio en su vagina.

—¡Oh, Dios mío! —exclamó ella. Su espalda se inclinó y congeló su cuerpo, pero Caleb se dio cuenta de que sólo estaba ajustándose a nuevas sensaciones y no corriéndose.

 —¿Es bueno, Mascota? —Le preguntó.

Gatita sólo asintió con la cabeza y dejó que su cuerpo se dejara llevar de nuevo con cuidado antes de que sus caderas comenzaran a mecerse contra su mano. Caleb lentamente retiró la mano y volvió a sentarse en su silla para mirar. Gatita ahuecó su pecho distraídamente y presionó su endurecido pezón entre sus dedos, como Caleb había hecho tantas veces antes. Gimoteó, su anterior temor fugaz ante su creciente placer.

Observó los dedos de Gatita, el del medio profundizando un poco más con cada embestida vacilante. Caleb sintió que sólo podría soportarlo un poco, sobre todo con el sabor de ella todavía predominando en su boca. Una vez más, puso su mano sobre la de ella. Se maravilló de la forma en que su cuerpo parecía vibrar con la necesidad. Ella trató de seguir tocándose, pero su mano se lo impidió. Caleb respiró bruscamente, mareado de deseo. Se inclinó hacia delante, deslizando su lengua a través de sus dedos.

Gatita gritó. Se retorció contra su gentil boca, haciendo sonar los estribos y llenando la habitación con su desesperación. Era demasiado suave. Sabía que no había manera de que pudiera correrse con el suave lamer. Así que siguió lamiendo, a veces empujando la punta de la lengua en su sexo. Le encantaba la forma en que ella gimoteaba, lloriqueaba y gemía.

Después de un tiempo, sin embargo, supo que tenía que parar, de lo contrario no se detendría. Se puso de pie y miró al cuerpo tembloroso de Gatita. Ella volvió la cabeza y cerró los ojos mientras su pecho subía y bajaba con el esfuerzo de su respiración. Suspiró profundamente y saboreó el gusto y el olor de ella. Tenía que ser ahora. Tiró del pequeño cajón unido a la mesa.

—Eres hermosa, Gatita —dijo. Sacó dos juegos de esposas. Ella no abrió los ojos, pero se estremeció al oír el sonido de las esposas—. Has sido muy, muy, muy buena. Espero que lo sigas siendo. —Esposó la muñeca derecha de ella  a la mesa con comodidad y sonrió cuando por fin abrió los ojos y lo miró con esos grandes e inquisitivos ojos marrones—. No te estás resistiendo —dijo con una sonrisa brillante—. Estoy impresionado.

Ella dudó cuando él alcanzó su muñeca izquierda, pero entonces su brazo se relajó y aceleró la respiración. Fijó sus esposas, extendió la mano y trazó su pezón con su dedo índice. Su polla tembló cuando el suspiro de ella llenó el silencio. A continuación, le vendó los ojos lo que se sumó a la embriagadora tensión en su cuerpo. A Caleb le sorprendió que no hubiera dicho una palabra o que no se hubiera resistido de manera sustancial. No podía decidir si realmente había querido que ella fuera tan maleable.

—¿Qué estás pensando? —preguntó. Lentamente alcanzó la máquina que daría como resultado la sorpresa que había planeado.

Gatita se lamió los labios.

—Estoy pensando... —ella ondulaba contra sus ataduras—, en cuánto quiero que termines lo que empezaste.

Caleb se rio entre dientes. —Confía en mí. Tengo la intención de hacerlo. —Giró el interruptor de la máquina. Se hizo un zumbido siniestro, no muy diferente de un generador.

Gatita trató de moverse al mismo tiempo, su esfuerzo resultaba en nada más que en el sonido metálico de las esposas contra la barandilla y nada más.

—¿Qué es eso? —gritó ella.

—¿Quieres que también te amordace? —preguntó Caleb. Gatita negó con la cabeza violentamente—. Está bien, entonces, déjame terminar.

Gatita se tensó contra sus ataduras cuando los dedos de él se agarraron a su clítoris sensible y le fijó una abrazadera acolchada. Ella movió su trasero tratando de sacudirse, pero no se movió.

—Quería que fueras buena y estuvieras lista para esto. Y lo estás; estás muy cerca —chupó con fuerza el pezón, a pesar de su creciente temor, ella arqueó su espalda tratando de empujar más de su teta en su boca. Era tentador, pero Caleb se apartó y sujetó firmemente el pezón y repitió su esfuerzo en el otro seno. Cuando terminó, dio un paso atrás y tomó una imagen gráfica de ella, con los ojos vendados, atada y sujeta con cables delgados corriendo entre sus piernas. —Creo que te voy a amordazar de todas formas, no quiero que despiertes a nadie.

Gatita parecía estar a punto de protestar, pero Caleb la detuvo rápidamente colocando un paño suave en su boca y lo fijó detrás de la cabeza. No era una mordaza realmente, pero ahogaría cualquier sonido que hiciera y haría sus palabras incoherentes.

—Shh —dijo Caleb en la cresta de su oreja—. Esta próxima lección es probablemente la más importante y más difícil de aprender. —Le acarició el pelo—. El placer viene a ti sólo cuando el Amo lo desea. Mientras tanto, estarás hambrienta de él, sentirás dolor por él, y sufrirás a través de él, al igual que lo haces ahora. Me voy a la cama. Si continuas siendo una buena chica, tal vez dejaré que te corras para el desayuno.

Gatita estaba en medio de una diatriba amortiguada cuando una oleada de electricidad pulsante golpeó simultáneamente a través de su clítoris y los pezones. Caleb miró como su cuerpo quedó paralizado por el pánico y el intenso placer. La corriente era lo suficientemente baja como para no herir, pero lo suficientemente fuerte como para hacer a su cuerpo contraerse. Ella se estiró y se presionó hacia la sensación. Arqueó su espalda, perdida en la sensación de las pinzas que suavemente tiraban de sus pezones y enviaban pequeños temblores a través de ellos. Sus caderas se bombearon suavemente en el aire en busca de la liberación cuando la sensación se detuvo abruptamente. Gritó con frustración, no había manera de aliviar su necesidad, ni intentando buscar la liberación, ni menguando para no sentir nada.

Caleb le dio una mirada más prolongada y luego se dirigió hacia las escaleras. Dijo hacia sus espaldas:

—Va a ser una noche larga. Buena suerte, Gatita.

Fuera de la bodega, Caleb apretó la espalda contra la puerta, y dejó escapar un suspiro para luchar contra el impulso de correr escaleras abajo y enterrar su hermosa polla hambrienta por una virgen.

—Joder —dijo en una corriente de aire y se dirigió a su habitación. Cansado, Caleb miró su reloj. Era tarde o temprano, dependiendo de cómo lo mirara. Se desnudó y apagó la luz. En la oscuridad de la habitación y su mente, ella vino a él. Mantuvo su polla erecta con firmeza y una imagen de Gatita vino a él.

La imaginó abajo, con las piernas abiertas y su sexo abierto y húmedo. Su polla palpitaba con vehemencia en su puño. Agarró apretando, exprimiendo el cálido líquido pre seminal. Lo dispersó por la punta. Fantaseaba.

Utilizó su pulgar para fisgar suavemente el labio interno de su resbalosa pequeña vagina y verla gemir. Luego deslizó su polla arriba y abajo en su abertura, cubriéndose en sus jugos, preparándolos a ambos. Se inclinó hacia delante y la calidez de sus pechos apretados contra su pecho desnudo.

Fuera de la fantasía él gimió audiblemente como su ritmo creciente.

Hazme el amor, susurró ella, de repente en su dormitorio. Se agachó, levantó el camisón, y empujó contra ella con su polla. Era amable, esperando pacientemente a que se relajara, y sus piernas cayeran abiertas antes de que volviera a presionar.

Te amo dijo ella, con lágrimas en los ojos. Lo besó y enredó los dedos en su pelo, instándolo más profundo dentro de ella. Siguió diciendo que lo amaba. Él se empujó totalmente en su interior.

Más rápido y más rápido se acarició a sí mismo. Sus bolas tiraban de si mismas más cerca de su cuerpo, listo para liberar el orgasmo que había estado aguantando por demasiado tiempo.

Bombeó dentro y fuera de su estrechez caliente, y ella gimió y gritó su agradecimiento.

Soy tuya, jadeó ella—, sólo tuya.

Se sentía mal por fantasear acerca de tales cosas, pero a Caleb no le importaba. Fantasías era todo lo que podía tener y nadie se las podría arrebatar. Gruñó en voz alta mientras su orgasmo estalló en el aire, cubriéndolo de caliente semen pegajoso.