Capítulo 5
Día 8:
Me siento un poco mejor hoy. Todavía extraño a Caleb y no creo que el sentimiento vaya a desaparecer, pero puedo pasar varios minutos sin romperme y llorar, es un progreso. La Dra. Sloan dice que un día lo haré hasta una hora… o un día, pero esa es toda la esperanza que me doy a mí misma. La idea de no pensar en él todo un día es demasiado para mí. Se siente como una traición, incluso desearlo.
Una vez más, estoy sentada en la espantosamente alegre sala que utilizan para interrogar. Esta vez no tengo que hablar mucho. Tengo un abogado que lo hace por mí. Él y el Agente Reed han estado discutiendo durante la última hora. David, mi abogado, tiene un físico nada sobresaliente, pero es muy inteligente e increíblemente agresivo. Hay algo súper caliente acerca de observarlos discutir... o tal vez simplemente me gusta cuando Reed está agitado.
Su cabello está un poco desaliñado ahí donde ha pasado los dedos varias veces para no golpearle la cara a David. De vez en cuando sus ojos se deslizan hacia mí y siento una emoción oscura pensando en lo que le gustaría hacerme si pudiera. Si fuera Caleb, ¡asumiría que un azote sería ciertamente lo justo!
—¿Cuándo fue exactamente qué te imaginaste como... mi amante? —Mi ritmo cardíaco vibraba hasta el cráneo—. ¿Fue la primera vez que te corriste con mi boca? ¿O una de las muchas veces, desde entonces, que te he puesto sobre mi rodilla? Parece que te gusta.
Y ahí está él, Caleb, en mis pensamientos, en mi sangre. Puedo sentir la cara caliente, el estómago contraído cada vez más y ya sube la palpitante excitación entre mis piernas. Las aprieto y estoy tan perdida en mis pensamientos que me toma un segundo darme cuenta de que Reed sigue mirándome. Cuando nuestros ojos finalmente se encuentran, me sonrojo con fuerza. Sonrío cuando también él se sonroja.
El Agente Reed se aclara la garganta y toma un trago de agua. Es suficiente para recuperar su control. Suspiro con decepción.
—Agente Reed —dice David, reclamando la atención de Reed—, mi clienta está detenida por ridículas acusaciones que nunca funcionarían en un tribunal. Ella vivía con su madre y asistía al instituto en el momento de su secuestro. A pesar de que tiene dieciocho años, el Fiscal tendría dificultades para juzgarla como un adulto. Si es considerada como menor de edad e involucrada en un caso de tráfico de personas, está protegida de las tácticas de investigación del FBI bajo la Sección 107 de la Ley de Protección de Víctimas del 2000. Incluso no tiene sentido para nosotros estar sentados aquí. Debería estar hablando con el Fiscal, no con usted.
Reed no parece feliz pero tampoco se ve derrotado.
—Su clienta tiene doscientos cincuenta mil dólares en una cuenta bancaria extranjera. ¿Cómo llegó ese dinero ahí? No lo dirá. Además, ha estado viviendo con presuntos terroristas. Lo admitió. ¡Luego, está el pequeño asunto de su conocimiento sobre una reunión entre los enemigos de Estados Unidos que tiene lugar en menos de una semana! Necesitamos información y su negativa a darla se califica como una obstrucción a la justicia…
—¡¿Cuáles terroristas?! —grito a Reed y me pongo de pie, pero David me empuja suavemente para que me siente de nuevo.
—Muhammad Rafiq, Baloch Jair, Felipe Villanueva y por supuesto, Caleb. ¿Tiene o no información también sobre Demitri Balk?
—¡Nunca dije que lo conociera!
—Dijo que sabía dónde estaría —dice Reed con una ceja levantada.
—Srta. Ruiz, por favor deje de hablar y permítame solucionar esto —dice David en un tono irritado—. Por cierto —comienza de nuevo Reed, haciendo caso omiso de mi abogado y centrándose en mí—, Balk es sospechoso de tener vínculos con el tráfico de armas y estupefacientes. Y hasta que no sepa cómo usted —señala con el dedo en mi dirección— está involucrada, es una sospechosa. Puede tratar conmigo o puedo traer a la DEA y la Seguridad Nacional aquí y cuando utilicen la Ley Patriota contra usted, no diga que no se lo advertí.
—Es suficiente —dijo David con firmeza, mirándonos a los dos.
—Caleb no es un terrorista. No sé sobre el resto de ellos, ¡pero él no es un terrorista! ¡Y tampoco lo soy yo! Y… —Una ola de frío se estrelló contra mí. Felipe. Nunca he dicho nada sobre Felipe. Reed sabe cosas que no dice.
¡Caleb! ¡Mierda!
No puedo respirar, de repente todo el oxígeno es extraído de la sala, ¡y de mis malditos pulmones! Intento respirar hondo, profundo, muchas veces, pero no puedo conseguir nada de aire.
Mi corazón se acelera.
¡No puedo respirar!
—¿Olivia? —dice Reed y puedo oírlo moviéndose a mi alrededor.
—Hemos terminado aquí, agente Reed. Voy a hablar con sus superiores. —David me alcanza e intenta ponerme de pie. No me gustan sus manos sobre mí. ¡No puedo respirar! Me está asfixiando. Tengo que pensar. Tengo que respirar.
—¡Silencio! ¡Solo cierren la boca! —Reed y David se quedan en silencio y los ignoro mientras pongo las manos sobre la mesa que está frente a mí y trato de recuperar el aliento.
Estás jodida, chica. No lo empeores.
Aprieto los ojos cerrándolos y me obligo a respirar más lento, más profundo, más tranquilo. Mi corazón empieza a desacelerarse hasta que por fin siento solo una pequeña traza de pánico. Sin levantar la vista, pienso en lo que tengo que hacer.
¿Cómo sabe Reed sobre Felipe? ¿Sabe más sobre Caleb? ¿Realmente está acusándome de asesinato? ¡Fue en defensa propia!
Tengo el presentimiento de que Reed sería mucho más dócil si mi abogado no estuviera aquí. Todavía un cabrón, pero probablemente no presionaría tan duro. La Dra. Sloan dijo que era un buen tipo y que haría lo correcto por mí.
Últimamente ya no tengo mucha fe en ninguna de las cosas que me dicen, pero un rayo de esperanza es mejor que nada. Tomo un sorbo de agua cuando Reed desliza el vaso de papel bajo mi cara. Espero que se sienta culpable el hijo de puta. David pone su mano en mi hombro y me encojo de hombros.
—No me toque.
—Creo que debería llevarla de vuelta a su habitación, señorita Ruiz —dice.
—Quiero que se vaya —le susurro con los ojos fijos en la mesa.
—¿Perdón? —dice indignado— no creo que sea una buena idea, señorita Ruiz. Le aconsejo que guarde silencio y me deje hacer mi trabajo.
—Quiere que se vaya —dice Reed. Sabe que ha ganado esta ronda. Me arrinconó en una esquina y me dejé. Debería haber sabido que sabía más de lo que decía, no solo sobre mí, también de otras cosas. Me siento estúpida, enfadada y asustada. Pero en este momento, necesito tiempo para pensar y Reed es lo malo conocido.
Discuten otro rato, hinchando el pecho uno frente al otro como en una exhibición de gallos del National Geographic. Al final, David recoge sus cosas y se va. Reed y yo estamos solos otra vez. Tengo la sensación de que es lo que quería, desde el principio.
Se sienta en silencio, relajado y paciente, dispuesto a no romper el silencio. No quiere perder terreno. Quiere que vaya a él y sé cuál es su juego, sé exactamente la manera en que se juega. Lo necesito de mi lado. Justo como una vez necesité a Caleb.
Mi voz es suave a propósito. Necesito que me vea de nuevo muy frágil. Necesito que saque al macho alfa. Necesito que crea que soy suya para protegerme, incluso si ya pertenezco a otra persona. Caleb se sentiría orgulloso. Me recuerdo que ahora soy mi propia dueña.
—Realmente no dejará que me lleven a la cárcel ¿verdad? —le hablo dejando la amenaza de lágrimas bajo la superficie de mis palabras.
Reed exhala profundamente por la nariz y oigo su dedo golpeando suavemente contra la mesa. Remarcando las palabras.
—Nunca pondría a una persona inocente en la cárcel Srta. Ruiz, pero todavía tengo que convencerme de que no es culpable.
—Pensé que era inocente hasta que se probara lo contrario y no al revés.
Se ríe un poco, pero no le llega a los ojos. Es realmente impresionante.
—Creo que en estos días la mayoría de las personas tienen la filosofía de que es mejor prevenir que curar —se inclina hacia adelante, conciliador—, la verdad es que creo que no es más que una chica que quedó atrapada en un horrible montón de mierda. Creo que hizo lo que tenía que hacer para volver a casa y creo que eso la hace increíblemente inteligente y valiente. Ya no tiene que ser valiente, señorita Ruiz. Usted no tiene que proteger a nadie. Podría salvarse y de paso a mí, de un millón de problemas. Dígame la verdad para poder asegurarme de que lo que le pasó no le suceda a ninguna otra persona.
Sería tan fácil creerle. Estoy más tentada que nunca de derramar las tripas sobre Reed y dejarlo decidir qué hacer. No es de extrañar que sea tan bueno en su trabajo.
—Me gustaría poder confiar en usted, Reed, pero sé que no puedo.
Arrugas de confusión surcaron su frente pero hay una mueca irónica en los labios.
—¿Por qué?
Se me escapa una pequeña sonrisa.
—¿Cree que es diferente a los hombres como Caleb? Lo mira todo en blanco y negro, no le importa toda la historia, no le importa si el color es gris. Algunas historias no son en blanco y negro, Agente Reed.
Niega un poco con la cabeza obviamente divertido, pero todavía profesional.
—En mi experiencia... cuando una mujer te dice ‘‘toda la historia’’ es cuando quiere que tomes una decisión basada en la emoción y no en la lógica.
Mis ojos se estrechan y me quedo mirando la superficie de la mesa, las marcas que no eran visibles a primera vista se vuelven más claras a medida que fijo la vista sin pestañear.
—Tal vez —mi voz hueca, muy lejana— pero si no fuera por las emociones que anulan la lógica, yo no estaría aquí.
La sonrisa de Reed se ha borrado, ahora su mirada es intensa.
—¿Eso qué quiere decir?
—Caleb. No fue lógico... lo que hizo por mí. —Las palabras son una revelación. No esperaba decirlas, pero sé que son verdad. Caleb podría no amarme, pero le importaba. Él mantuvo su promesa de mantenerme a salvo, incluso si eso significaba que no podíamos estar juntos.
Esto hace que el dolor sea mucho peor.
—He estado haciendo esto desde hace mucho tiempo, manipular a la gente para que hagan lo que quiero. Es por eso que crees que me amas. Porque te he roto y vuelto a reconstruir. No fue un accidente. Una vez que dejes esto atrás... lo verás.
—Por favor. Por favor, Caleb. No me hagas esto, no me obligues a tratar de ser alguien que no sé cómo volver a ser nunca más.
—Es hora de que te vayas, Gatita…
La voz de Reed me sacudió de vuelta a la realidad.
—¿Qué ha hecho por ti?
Me limpio los ojos, barriendo las lágrimas que se habían acumulado.
—Todo —digo con una sonrisa dolida—, pero no tiene nada que ver con la lógica y todo que ver con la emoción, la venganza, el honor, la traición, la lujuria, incluso el amor... todas estas cosas surgen de nuestras emociones —hice una pausa—, estoy segura de que usted no está haciendo lo que hace sin algún tipo de emoción, agente Reed.
—Tiene su punto —dice Reed en voz baja y se inclina hacia mí—, pero he vivido y he visto mucha mierda.
—¿Por qué debería importarme? ¿Se supone que me hace confiar en usted?
—¿Qué otra opción tiene? —dice encogiéndose de hombros.
—¿Cómo sabe de Felipe?
Sonríe.
—Pensé que podría llamar su atención —dice sonriendo—, soy bueno en mi trabajo, Srta. Ruiz, y he estado escarbando para encontrar lo que he podido de Muhammad Rafiq. Lo que he encontrado hasta ahora es muy preocupante. Buscando a través de sus conocidos y referencias en México, no me tomó mucho tiempo encontrar a Felipe. Por lo que puedo decir, el hombre es bastante excéntrico...
Excéntrico no era la palabra que yo hubiera utilizado.
—Espere... si sabe dónde está, ¿por qué no…?
—México no es los EE.UU., Srta. Ruiz, no podemos seguir deteniendo a todos los criminales de otro país en base a sospechas que no podemos comprobar. Por otro lado, ha abandonado el país y se ha ido a no sé dónde. ¿Quizás a Pakistán?
Alzo la vista y sacudo con la cabeza—. Es difícil decirlo. —Me pregunto si todos están muertos: Felipe, Celia, Kid y Nancy. Quiero pensar que Caleb no le haría daño a Celia, pero entonces recuerdo la sangre y me pregunto si...
No, no lo puedo soportar.
—Srta. Ruiz ¿dónde es la subasta? —Las palabras de Reed son agudas y serias. Este es el fin del juego. Realmente tendría que tomar una decisión.
—No lo sé, Reed. No lo sé. No específicamente, pero probablemente podría darle una idea. Tal vez si escuchara toda la historia podría averiguarlo por usted mismo. Probablemente sabrá más que yo.
—Está bien. Dígame.
Ahora es mi turno de sonreír y sacudir la cabeza.
—No, no sin algunas concesiones.
—WITSEC{2}. Se lo dije —dice exasperado—, no lo puedo garantizar. Más que eso, no creo que sea la decisión correcta para usted. Lo último que necesita es estar separada de todos y de todo lo que conoce. Eso es salirse por la tangente.
—No me importa lo que piense que es. Quiero desaparecer. Quiero dejar atrás todo este lío y si yo lo decido y cuando yo lo decida, ocuparme de él. Son mis asuntos. No los suyos.
Reed y yo seguimos dando vueltas por unos minutos mientras expongo todo lo que quiero a cambio de mi historia. No es agradable. Reed es un bastardo que da miedo cuando quiere y estaría mintiendo si dijera que no me intimida, pero estoy dispuesta a tratar con él. Hay cosas en las que no daré marcha atrás. Hay batallas que estoy decidida a ganar.
—Sé lo que quiero, Reed y si no me lo concede... está jodido. Después de lo que he pasado, no me importa lo que cree que puede hacerme.
La mandíbula de Reed se aprieta y puedo escuchar el estallido sutil cuando rechina los dientes. Se queda mirándome con dureza por lo que parecen siglos y aunque me gustaría, no me encojo bajo su mirada.
—Empiece a hablar.
—¿Me ayudará? —susurro, pero mantengo la cabeza alta, mis ojos al nivel de los suyos.
Exhala lentamente y afloja la mandíbula.
—Voy a hacer mi mejor esfuerzo. Si nos pone allí, si nos lleva a la subasta, la ayudaré.
Siento el corazón en la garganta. Quiero saltar por encima de la mesa y abrazarlo como el infierno. Él me ha dado esperanza. La esperanza de las cosas que más quiero en el mundo. Con mucho cuidado, lamo mis labios y me preparo para decirle a Reed lo que quiere saber.
* * * *
¿Por dónde empezar?
Hay tantas diferencias entre Caleb y yo.
La misma cantidad que hay de similitudes.
Todavía era el tipo que había sido contratado a hombres despiadados para raptarme. Era la persona cruel que me había encerrado en la oscuridad durante semanas, forzándome a depender de él, a implorarle, a necesitarlo tanto que incluso mis propios instintos no tenían ninguna posibilidad. Era el hombre que me había salvado la vida y el que la había puesto en peligro. Finalmente, era el hombre que planeaba venderme como una esclava sexual. Una puta.
Había tenido sus propias razones para quererme de vuelta y no habían tenido nada que ver con mi bienestar y todo que ver con la venganza. ¿Por qué quería venganza? No lo sabía. La confianza no funcionaba en ambos sentidos entre nosotros. Había ciertas cosas en las que no me quedaba más remedio que confiar en él: mantenerme viva, alimentada, segura y, excepto por él, intacta. No dejaba mucho margen, pero me negaba a confiarle lo más importante de todo, mi futuro.
Supongo que las cosas entre nosotros eran iguales y las diferencias no importaban. Lo que importaba era que yo ya no era la de antes. La chica ingenua que había en mí había sido abofeteada en su feminidad. Había sido arrasada por el dolor, la aflicción, la pérdida y el sufrimiento. Perfeccionada por la lujuria, la ira y una aguda conciencia de la necesidad de sobrevivir.
Entendí cosas que antes no podía entender. Entendí la necesidad de venganza: porque la semilla había sido plantada en mí. Reconocí cómo, muchas veces, volvió a mi cuerpo contra mí: porque el deseo por él siempre había estado allí. Por encima de todo, había aprendido la única cosa que cada persona tiene que aprender través de la vida: la única persona en la que realmente puedes confiar es en ti mismo.
Aún estaba conmocionada por el despliegue dominante de Caleb cuando por fin me acostó para dormir. Debería haber estado enojada con él y en cierta forma lo estaba, pero la manera en que me había avasallado me hizo comprender lo atento y amable que había sido antes. Tratar con Caleb era todo acerca de la perspectiva. No podías apreciar su bondad hasta que habías sentido su crueldad. La había sentido, pero hasta yo era lo suficientemente inteligente como para saber que, a pesar de todo, lo había tomado con calma.
Él no tenía que darme explicaciones, lo había dejado muy claro. Sin embargo, sabía que quería que entendiera el peligro en el que estaba. Quería que pensara antes de actuar. Quería que eligiera mis batallas, aunque esas batallas fueran con él. Quería que sobreviviera. Me había dicho muchas cosas en el coche, pero luego me las había demostrado. Para Caleb eso fue amable. Me mostró la crueldad y me dejó a la deriva, con los pensamientos acumulándose en la mente sin ningún consuelo. Luego estaba allí, su cuerpo largo y cálido era como una oración a la que me aferraba mientras trataba de mantenerme consciente sin tener éxito.
Ese día me desperté llorando. Podía oír el ruido de la ducha y era enfermizo cómo me llenaba de alivio al saber que estaba cerca. Me obligué a tumbarme hacia abajo, para encontrar una posición menos dolorosa para mi hombro lesionado y mis costillas rotas.
No me sentía cómoda sin su brazo a mí alrededor. No podía dormir sin saber que estaba cerca. Me había vuelto esto. Me había vuelto temerosa. Me había hecho necesitarlo. Y si pensaba que de repente iba a abandonarme y borrar lo que quedaba de su torcida conciencia, estaba tristemente equivocado. Un ruido extraño llamó mi atención y me distrajo de mis pensamientos. A pesar del renovado miedo, era una distracción bienvenida. Me pregunté por un momento si Caleb se había hecho daño cayendo en la ducha o algo así, pero no hubo estrépito, sólo un sonido ahogado. Escuché con atención, esperando que el ruido se repitiera y que no se apagara con el aparatoso volumen de mi respiración.
—¡Uh! —ese era el ruido. Como un gruñido mezclado con un gemido— ¡uh! —algo se apretó dentro de mi vientre, una memoria muscular. Debería haberlo ignorado, pero no pude. A pesar de todo lo que me había sucedido y a todo lo que Caleb me había sometido, todavía pensaba que él era la cosa más hermosa que jamás había visto.
—¡Min fadlik{3}! —suspiró ruidosamente, pero no sabía lo que significaba. Sea lo que fuera sin embargo, sonaba... necesitado.
¿Qué necesitaba Caleb? ¿Y por qué encontraba la idea de su necesidad tan intrigante?
Lo necesitaba para que me tocara, no lo quería, porque no quería que lo hiciera, necesitaba que lo hiciera. Solo sus brazos alrededor de mí podían disipar la pesadilla, sólo su olor me hacía olvidar el fétido aliento de los hombres que me atacaron. Sólo él. Siempre estuve agradecida por su presencia y a la vez resentida.
Más sonidos vinieron del cuarto de baño y no pude resistirme. No podía detener el torrente de adrenalina corriendo por mis venas instándome a la acción, cualquier cosa que me revelara lo que estaba sucediendo detrás de la puerta cerrada. ¿Qué si estaba jodiendo a alguien ahí dentro? El pensamiento me detuvo en frío, una ola de algo parecido a la náusea obstruyó mi garganta y apretó mi estómago.
—No lo haría —susurré para mí misma en la oscuridad de la habitación. Por alguna razón no cabía esa posibilidad en mi mente. Ya lo ha hecho antes ¿recuerdas? ¿Recuerdas que jodió a una mujer mientras estabas atada en la otra habitación? La voz en mi cabeza era cruel. ¡Tenía que saberlo! Tenía que saber si iba a hacerme algo como eso otra vez. ¡Bastardo!
Forcé mis pasos hacia la puerta del baño, mi cuerpo temblaba y mis palmas estaban húmedas de sudor, pero no podía dejar de saberlo.
—Joder —la obscenidad era poco más que un susurro detrás de la puerta mientras presionaba mi oreja contra ella—. Ah... sí nena —y luego algo en otro idioma y luego— abre tu coño…
Casi me caigo contra la puerta cuando las rodillas se me doblaron. Entre mis piernas sentí un latido suave al mismo ritmo que el del corazón. Por favor, por favor que no esté follando con alguien más.
Oí el ventilador encendido, podría haber sido el porqué de que se sintiera seguro para hacer ruidos. Si no hubiera estado despierta, no lo habría escuchado. Forcé una valentía que no sentía y presioné el pestillo para abrir la puerta. Agarré el picaporte con el puño hasta que el sudor parecía deslizarse entre mis dedos. La ducha estaba a la izquierda de la puerta y me preocupaba que no fuera capaz de ver sin abrirla completamente y anunciar mi presencia, pero había un espejo a la derecha donde podría ser capaz de ver su reflejo. Solo podía rezar para que no estuviera directamente frente a la puerta o el espejo.
La puerta se abrió apenas una rendija, apenas lo suficiente para poner un dedo a través de ella, pero tenía el corazón atorado en la garganta y sin aliento. Me quedé quieta, tenía la esperanza de no oírlo gritarme o sobresaltarse. Escuché su respiración pesada y esos mismos gemidos de antes, acompañados por un mojado ritmo entrecortado. Me arrodillé en el suelo, sin confiar en mis piernas para apoyarme mientras presionaba la mejilla contra la puerta y me asomé dentro. La habitación estaba llena de vapor y eso ponía las cosas al extremo. Esperé a que se aclarara un poco, pero lo único que podía ver era una figura en el espejo.
Me atreví a abrir la puerta un poco más, la adrenalina bombeando en proporción a la apertura que se ampliaba frente de mí. Más vapor salía fuera de la habitación y se me pegó en la cara y el cuello, lo tenía goteando en el pozo de mis pechos antes de ser absorbido por mi camisa. El espejo se fue aclarando y finalmente pude ver la imagen en la ducha.
Di un grito ahogado, pero Caleb no me oyó. Estaba segura de que no podía hacerlo. Estaba demasiado absorto en lo que hacía a solo unos metros de mis ojos curiosos. Me tendría que haber sentido avergonzada o culpable, pero no había manera de que pudiera sentir esas cosas. Todo lo que podía sentir era el palpitar entre mis piernas y la aguda punzada de lujuria golpeándome en el vientre. Era jodidamente... perfecto. Tan jodidamente perfecto.
Estaba frente a la ducha, así que solo lo veía de perfil. Su piel era rosa y blanca por la intensidad del agua. Un brazo estaba apoyado contra la pared, con las piernas largas extendidas para hacer equilibrio mientras la cabeza le caía sobre el pecho y estaba jadeando. Su otro brazo estaba rígido, los músculos tensos mientras su mano sostenía una gran erección. Tragué con fuerza y lamí el vapor de mis labios. La cabeza gruesa, rosa oscura, se deslizaba a través de su puño. Su eje se engrosaba hacia la base, sus dedos tenían que agarrar fuerte para mantenerlo contenido. Recordé su peso en la mano.
No movía la mano arriba y abajo a lo largo de su pene. Mecía sus caderas, haciendo que el músculo de su culo se ahuecara a cada lado mientras empujaba hacia adelante, sus grandes y pesados testículos se mecían entre sus piernas abiertas en un ritmo fluido. El pene era la flecha y su puño, el carcaj.
No podía apartar los ojos, ni lo intenté. Me pregunté cuánta cantidad más tendría en su interior y si me había dado todo cuando se había corrido en mi mano y en mis pechos. Pensé en la única vez que había estado dentro de mí y podía recordar el sonido de los azotes contra la húmeda carne de mi coño mientras me sostenía inclinada y conducía su polla dentro de mí. El palpitar entre mis piernas era intenso. Mis propios pensamientos me estaban dejado jadeante y mojada. Mis pensamientos eran sucios y excitantes e inundaban mi cuerpo con todas las sensaciones imaginables.
—Haz que te ame —susurró mi Yo Despiadada—. Hazlo de modo que no pueda vivir sin ti.
—No puedo —susurré—, lo intenté. Dijo que mis intentos eran ridículos. A él no le importa.
—Le importará.
—Oh... mmm... vamos.
Los ojos de Caleb estaban cerrados, su hermosa boca entreabierta, haciendo los sonidos más sexys que había oído en mi vida. Me pregunté qué estaba pensando. Me pregunté si podría ser en mí. ¿Podría ser yo la que lo conducía hasta ese despliegue frenético de lujuria?
—Síííííí —Mi Yo Despiadada se estremeció.
Mis pezones estaban tensos y doloridos, raspando contra la tela repentinamente áspera de mi camisa. Quería sacármelos. Quería rozarlos contra algo fresco. Apreté mi cuerpo contra la puerta, frotándolos contra la madera dura mientras continuaba observando a Caleb en toda su masculina y, en cierto modo vulnerable, gloria.
Me eché hacia atrás y apreté la palma de la mano contra mi montículo frotando en círculos diminutos, temía que no me llevaran lo suficientemente rápido hasta donde quería ir. No quería perderme en el placer. Quería ver a Caleb. Quería verlo correrse. La idea me hizo presionar contra mi clítoris con más fuerza, los círculos más pequeños, más apretados, más rápido. Sentí un aleteo en mi vientre y luego un cosquilleo cálido se extendió desde mi espina dorsal a todos mis miembros, finalmente sentí mi coño apretando, soltando y apretando. Dejé escapar un pequeño grito antes de apretar los labios y morderlos un poco para mantener dentro cualquier sonido. Difícilmente me saciaba. Era un estornudo en comparación con la forma como Caleb hacía que me corriera, pero fue suficiente para centrar la atención en Caleb.
Sus caderas estaban empujando más rápido, las mejillas de su culo se flexionaban arriba y abajo mientras hacía un verdadero esfuerzo por alcanzar el clímax. Inclinó el cuerpo hacia adelante apoyando la frente contra el antebrazo mientras apretaba los dientes y se bombeaba esa cosa monstruosa que él llamaba polla adelante y atrás a través del puño mojado. Riachuelos de agua caían de todo su hermoso cuerpo y de repente estaba muy sedienta. Quería arrodillarme a sus pies y lamer el agua que caía de él, especialmente de su impresionante polla. Quería lamer el agua que caía sobre ella y succionarla.
Estaba pensando en todas las cosas que quería hacer cuando él dejó escapar un gruñido, seguido de un doloroso gemido mientras cuerdas de semen espeso estallaban fuera de su polla y cubrían su mano antes de gotear hacia abajo, hacia sus testículos y finalmente, al suelo de la ducha. Fue un montón y aun así sus pelotas no parecían más pequeñas.
Jadeaba con fuerza, con los hombros subiendo y bajando por el esfuerzo. Su hermoso rostro estaba rojo pero si era posible, le daba un aspecto aún más atractivo. Quería seguir admirándolo, pero hacerlo era como una traición a mí misma. Todavía, los hechos eran los hechos. En realidad no se preocupaba por mí. Me estaba utilizando.
Mi pasión fue enfriándose rápidamente y finalmente, poco a poco, cerré la puerta y me metí en la cama para cuidar mejor mis lesiones físicas.
Un rato después, oí la puerta del baño abrirse y el roce suave de los pies de Caleb contra la alfombra mientras se abría camino hacia la cama. Sentí la cama bajar mientras se ponía bajo las sábanas, sin tocarme en ningún momento.
—Me desperté y no estabas aquí —le dije en voz baja, con la espalda hacia él. Supe que se tensó, pero no podría explicar cómo lo supe, tal vez era el aire entre nosotros lo que se sentía tenso.
—¿Has estado despierta mucho rato?
—No, sólo unos pocos minutos.
—Sentí que se relajaba en el colchón.
—¿Otra pesadilla?
—Sí —mentí, pero me sentí completamente justificada cuando su cálido pecho cubierto de suave algodón, se acomodó en mi espalda y sus dedos, aquellos que solo unos minutos antes estaban cubiertos de semen, trazaban un camino a lo largo de mi brazo para calmarme. Una visión de su cuerpo poderoso, elegante, esforzándose por alcanzar el orgasmo se abrió camino hasta mi mente. Sus dedos eran largos, magnéticos, todavía húmedos, mientras trazaba un camino a lo largo de mi cuerpo, provocándome hormigueos. Le toqué la piel.
—Estás mojado. —Suspiró profundamente.
—Lo siento, Gatita. Necesitaba otra ducha. —Su voz era baja, aturdida por la fatiga, pero no obstante sincera. La mención de la palabra ducha me secó la garganta, pensé en toda el agua resbalando por su cuerpo perfecto y ese órgano hermoso. Me pregunté qué sabor tendría.
—Está bien —susurré. Tenía la garganta ronca.
—¿Alguna cosa que pueda hacer para que te sientas mejor? —Toda clase de respuestas revolotearon en mi mente llena de lujuria. Era tentador recurrir a tácticas confiables y cosas ficticias que eran... perfectas. Pretender que solo era un chico y yo solo una chica y que nos deseábamos el uno al otro. Quería que él me sostuviera, que me diera un beso y que hiciera cualquier cosa para protegerme. Quería fingir que él sentía por mí una fracción de lo que yo era incapaz de dejar de sentir por él.
Mi corazón dolía. Por mucho que el hombro y las costillas gritaran de dolor, fueron eclipsados por el dolor de mi corazón. No podía fingir más. El tiempo para eso había pasado, solo existía la realidad de las cosas a tratar.
—Sí, Amo —traté de no llorar— hay muchas cosas que puedes hacer para que me sienta mejor. —Su cuerpo se apretó más contra mío y por un momento lo dejé estar—. Podrías no venderme... podría quedarme contigo... ¿estar contigo? —Caleb me sostuvo más fuerte, no porque quisiera hacerme daño sino porque le había dejado jodidamente sorprendido. Me había sorprendido yo misma, pero había pasado por mucho para no decir una mierda de cómo me sentía. Tragó sonoramente, sus dedos paseando mientras aflojaba el control.
—Gatita... —su frente se apoyó con fuerza contra mi cuello— me pides cosas imposibles. Quería preguntar qué partes eran imposibles, pero sabía la respuesta. No podía dejar de lado su venganza, pero podía dejarme de lado a mí.