LA BUENA SALIVA
Esperamos una hora y viene cada vez más gente. Me escondo en casa. Realmente, la madre de Lketinga se presenta en compañía de tres ancianos. Los tres nos encontramos de pie junto al coche, y la madre pronuncia la letanía y todos repiten a coro Enkai. Pasan unos diez minutos hasta que se deciden a estamparnos voluntariamente su saliva en la frente. La ceremonia ha terminado y me he quitado un peso de encima. A cada uno de los viejos le entrego aún algún objeto aprovechable mientras la madre de Lketinga señala a Napirai y dice en broma que lo único que ella quiere es nuestro bebé.
Gracias a su ayuda he ganado. Es la única a quien doy un último abrazo antes de sentarme tras el volante. Le entrego mi hija a James, que está sentado en la parte de atrás. Lketinga duda aún un instante, pero cuando pongo el motor en marcha, también él sube malhumorado al coche. Sin mirar atrás, me alejo a toda velocidad. Sé que será un largo camino, pero un camino que lleva a la libertad.
A cada kilómetro que avanzo noto que voy recuperando las fuerzas. Haré de un tirón el trayecto hasta Nyahururu, pues solo cuando lleguemos allí podré volver a respirar tranquila. Cuando falta aproximadamente una hora para llegar a Maralal, un reventón interrumpe nuestro viaje. El equipaje llega hasta el techo y la rueda de recambio se encuentra debajo de todo. Pero me lo tomo con calma, porque seguramente será la última vez que cambie una rueda en suelo samburu.
La próxima tienda se encuentra en Rumurutti, poco antes de llegar a Nyahururu, donde empieza la carretera asfaltada. Nos para un control de policía. Quieren ver la documentación del coche y mi permiso internacional de conducir. Hace mucho que ha caducado, pero no se dan cuenta. En cambio me exhortan a llevar el coche a la revisión para que me pongan una nueva viñeta con nuestra dirección en el cristal, puesto que es obligatorio llevarla. Me sorprenden sus palabras, pues en Maralal nadie sabe nada de esa viñeta.
En Nyahururu pasamos la primera noche y al día siguiente nos informamos de dónde se puede conseguir la viñeta en cuestión. De nuevo, empieza el estrés con la burocracia. Primero hay que llevar el coche al taller para que arreglen todos los defectos y después se paga por la solicitud de revisión. Se lo quedan un día entero, por lo que hay que pagar también. Al segundo día podemos llevarlo a la inspección. Estoy convencida de que todo saldrá bien. Pero cuando nos toca el turno, el revisor censura inmediatamente la batería remendada y la falta de viñeta. Le explico que nos estamos trasladando y que aún no sabemos cuál será nuestra dirección en Mombasa. Lo que digo no le interesa lo más mínimo. No me darán ninguna viñeta si no podemos indicar una dirección fija. Nos volvemos a marchar. Ya me he cansado de todos esos problemas. No entiendo por qué de repente todo resulta tan complicado y sigo viaje sin más. Hemos esperado dos días gastando dinero inútilmente. Quiero ir a Mombasa. Seguimos viaje durante unas horas y pasado Nairobi nos alojamos en una pensión. Estoy hecha polvo de tanto conducir, porque el tráfico por la izquierda me exige una gran concentración. Ahora tengo que lavar pañales y dar de mamar a Napirai. Afortunadamente se pasa el viaje durmiendo por esas carreteras desacostumbradamente lisas.
Al día siguiente llegamos a Mombasa, después de siete horas de viaje. Aquí reina un calor tropical. Exhaustos, nos colocamos en la cola de coches que esperan para cruzar en el ferry al lado sur. Saco la carta que Sophia me envió hace unos meses, poco después de su llegada a Mombasa. La dirección que me indica se encuentra cerca de Ukunda. Todas mis esperanzas de encontrar un alojamiento para esta noche se centran en ella.
Después de otra hora de viaje, encontramos el edificio de nueva construcción en el que Sophia vive ahora. Pero nadie abre en la elegante casa. Llamo a la puerta de la casa de al lado, y aparece una blanca que me informa de que Sophia se ha ido a Italia para pasar dos semanas. Mi decepción es grande y me pongo a pensar dónde podremos encontrar un alojamiento. En realidad, la única que nos queda es Priscilla, pero mi marido se niega, porque prefiere ir a la costa norte. No estoy de acuerdo, porque mis experiencias allí fueron muy malas. El ambiente es tenso y, finalmente, me dirijo sin más a nuestro antiguo poblado. Allí tenemos que comprobar que de las cinco casitas solo una sigue siendo habitable. Al menos, averiguamos que Priscilla se ha mudado a otro poblado que se encuentra a cinco minutos de distancia en coche.
Rápidamente llegamos al poblado de Kamau cuyo trazado tiene forma de herradura. Los edificios se componen de habitaciones construidas una al lado de la otra como en las pensiones de Maralal. En el centro hay una gran tienda. Ese poblado me entusiasma en el acto. Cuando descendemos del coche, aparecen, curiosos, los primeros niños y el propietario de la tienda asoma la cabeza. De repente, Priscilla se dirige hacia nosotros. Apenas puede creer que estemos aquí. Su alegría es grande, sobre todo cuando descubre a Napirai. Entretanto, también ella ha tenido otro niño, un poco mayor que Napirai. Nos lleva enseguida a su habitación, prepara té y nos pide que le contemos cómo nos ha ido. Cuando se entera de que tenemos intención de quedarnos en Mombasa, se muestra encantada. Incluso Lketinga se deja contagiar por su alegría, por primera vez desde que iniciamos el viaje. Nos ofrece su habitación e incluso su agua, que también aquí traen en grandes bidones de una fuente. Ella pasará esta noche en casa de una amiga y mañana intentará conseguir una vivienda para nosotros. Me siento nuevamente abrumada por su carácter nada complicado y por su hospitalidad.
Después del fatigoso viaje, nos acostamos temprano. A la mañana siguiente, Priscilla ya nos ha encontrado una habitación en primera fila para que podamos aparcar nuestro coche al lado de ella. La habitación tiene unos tres por tres metros. Todo es de hormigón, solo el techo es de paja. Este día vemos también a algunos de los otros habitantes. Todos son guerreros samburu y a algunos incluso los conocemos de antes. Lketinga entabla conversación con ellos y pronto le oigo reír. Orgulloso, lleva a Napirai en brazos.