38

Una definición de la religión

De «Breaking Which Spell?»

DANIEL C. DENNETT

Cualquier ateo que entre en debates con personas religiosas tardará poco tiempo en descubrir que muchos «creyentes», por no decir todos, eligen à la carte de un menú infinito de posibles afirmaciones. Les deseamos suerte, del mismo modo que desearíamos que pudieran prestar solidez a sus incoherentes creencias. Con gran generosidad, Daniel Dennett da a entender que todo ello tiene su raíz en la «fe en la fe», y que la gente prefiere reivindicar una fe vaga a ninguna. Hasta reconoce que en algunos momentos puede haber sido útil. Sin embargo, pregunta educadamente si es posible que los que hablan así digan en serio lo que parecen decir.

Los filósofos estiran el significado de las palabras hasta que apenas queda algo de su sentido original; llamando «Dios» a una vaga abstracción creada por y para sí mismos, se hacen pasar por deístas y creyentes ante el mundo; a veces hasta se enorgullecen de haber llegado a una idea más elevada y pura de Dios, a pesar de que su Dios es solo una sombra insustancial, no el poderoso personaje de la doctrina religiosa.

SIGMUND FREUD, El porvenir de una ilusión

¿Cómo defino yo la religión? Lo importante no es solo cómo la defina, ya que estoy decidido a examinar y debatir los fenómenos adyacentes que (probablemente) no sean religiosos: la espiritualidad, el compromiso con organizaciones laicas, la devoción fanática a grupos étnicos (o equipos deportivos), la superstición… Es decir, que la línea que dibuje la cruzaré de todas todas. Tal como se verá a continuación, lo que solemos llamar religiones se componen de una serie de fenómenos bastante distintos, con origen en circunstancias distintas, y con implicaciones distintas, todo lo cual forma una familia poco trabada de fenómenos, no una «clase natural», como pueda ser el caso de un elemento químico o una especie.

¿Cuál es la esencia de la religión? La pregunta merece abordarse con cierta prevención. Aunque haya una afinidad profunda e importante entre muchas religiones, o incluso todas, seguro que también existen variantes que, pese a compartir determinados rasgos típicos, carecen de algún que otro rasgo «esencial». Durante el siglo pasado, con los avances de la biología evolutiva, fuimos comprendiendo paulatinamente las razones profundas que nos llevan a agrupar de un cierto modo a los seres vivos (las esponjas son animales, y las aves están más estrechamente emparentadas con los dinosaurios que las ranas). Cada año se descubren nuevas sorpresas. Así las cosas, deberíamos prever (y tolerar) cierta dificultad para llegar a una definición a prueba de contraejemplos de algo tan diverso y complejo como la religión. Los tiburones y los delfines se parecen mucho, tanto en su aspecto como en su comportamiento, pero no son en absoluto el mismo tipo de cosa. Es posible que cuando entendamos mejor este campo, veamos que el budismo y el islam, a pesar de todas sus similitudes, merecen ser considerados como dos especies distintas de fenómeno cultural. Podemos partir del sentido común y de la tradición, y considerarlos a ambos como religiones, pero haremos mal en ser ciegos a la posibilidad de que, al ir aumentando nuestros conocimientos, sea necesario hacer ajustes en la clasificación inicial. ¿Por qué es más básico amamantar a las crías que vivir en el mar? ¿Por qué es más básico tener espina dorsal que tener alas? Puede que ahora sea obvio, pero no lo era en los albores de la biología.

En el Reino Unido, la ley sobre el maltrato a los animales establece una frontera moral muy importante en el hecho de que el animal sea vertebrado: desde el punto de vista jurídico, se puede hacer lo que se quiera a un gusano, una mosca o una gamba vivos, pero no a un pájaro, una rana o un ratón vivos. No está mal como frontera, pero las leyes se pueden cambiar, y esta se ha cambiado. Hace poco se nombró «vertebrados honorarios» a los cefalópodos (pulpos, calamares, sepias), porque a diferencia de las almejas y las ostras, moluscos con los que guardan un estrecho parentesco, poseen sistemas nerviosos de un refinamiento sorprendente. Lo considero un ajuste político acertado, ya que las similitudes importantes para la ley y la moral no coincidían del todo con los principios profundos de la biología.

Tal vez nos percatemos de que distinguir entre «la religión» y los fenómenos culturales más estrechamente emparentados con ella significa enfrentarse a problemas parecidos, pero más engorrosos. Un ejemplo: dado que la ley (al menos en Estados Unidos) confiere un estatus especial a determinadas religiones, seguro que cualquier pronunciamiento en el sentido de que lo que se había considerado como una religión en realidad es otra cosa tendrá un interés más que académico para los implicados. Si los defensores de la wicca (brujería) y otros fenómenos New Age los han presentado como religiones, ha sido justamente para conferirles el estatus jurídico y social del que han gozado tradicionalmente las religiones. El caso contrario es el de las voces que afirman que en el fondo la biología evolutiva «solo es una religión más», y que por lo tanto sus doctrinas no deben impartirse en las escuelas públicas. Protección jurídica, honor, prestigio, la exención tradicional de ciertos tipos de análisis y crítica… De cómo definamos la religión, dependen muchas cosas. ¿Cómo debo abordar un tema tan delicado?

A título provisional, propongo definir las religiones como sistemas sociales cuyos participantes confiesan creer en una o varias instancias sobrenaturales cuya aprobación debe ser buscada. Se trata, obviamente, de un circunloquio para formular la idea de que una religión sin Dios o dioses es como un vertebrado sin espina dorsal. Si uso tantos rodeos es por una serie de razones, algunas bastante obvias, mientras que otras se verán más adelante. Por otro lado, es una definición abierta a cambios, un punto de partida, no algo lapidario que vaya a defender a capa y espada. Según ella, un club de fans rabiosos de Elvis Presley no es una religión, porque a pesar de que sus miembros adoren a Elvis en un sentido bastante obvio, no le consideran literalmente sobrenatural, sino como un ser humano de talla excepcional. (El día que algún club de fans decida que Elvis es inmortal y divino, estará dando los primeros pasos para fundar una nueva religión). Un agente sobrenatural no tiene por qué ser muy antropomórfico. El Jehová del Antiguo Testamento es sin lugar a dudas una especie de hombre (no mujer) divino, que ve con ojos y oye con oídos, y que habla y actúa en tiempo real. (Dios esperó a ver qué hacía Job antes de hablar con él). Actualmente, muchos cristianos, judíos y musulmanes hacen hincapié en que al ser Dios, o Alá, omnisciente, no necesita órganos sensoriales de ningún tipo, y que al ser eterno, no actúa en tiempo real; sorprendente afirmación, teniendo en cuenta que muchos de ellos siguen rezándole a Dios, siguen teniendo la esperanza de que dará respuesta a sus plegarias al día siguiente, siguen expresando gratitud a Dios por haber creado el universo, y siguen usando locuciones al estilo de «como Dios manda» y «que Dios reparta suerte», actos que parecen contradecir de lleno la insistencia en que su Dios no tiene nada de antropomorfo. Según esta antigua tradición, la tensión entre Dios como agente y Dios como ser eterno e inmutable es una de tantas cosas que sencillamente superan la comprensión humana, y que sería tonto y arrogante tratar de comprender. Sea; ya hablaremos de ello largo y tendido en otra parte del libro, pero no podemos seguir adelante con mi definición de la religión (ni con ninguna otra, dicho sea de paso) mientras (provisionalmente, y en espera de nuevos esclarecimientos) no nos formemos una idea algo más clara sobre el abanico de puntos de vista que se adivinan a través de esta niebla de modesta incomprensión. Antes de decidir cómo clasificamos las doctrinas a las que se adscriben estas personas, debemos tratar de interpretarlo todo más a fondo.

Hay gente para la que rezar no es hablar con Dios literalmente, sino una actividad «simbólica», una manera de hablar consigo misma acerca de sus más profundas inquietudes, expresada metafóricamente. Sería como empezar una entrada de un diario con «Querido diario». Si es cierto que lo que esta gente llama Dios no es para ellos un agente, un ser capaz de dar respuesta a las oraciones, de aprobar o rechazar, de recibir sacrificios y de dispensar el castigo o el perdón, entonces, aunque a este Ser le llamen Dios, y aunque les sobrecoja, su credo no es una religión tal como las he definido. Podrá ser un sustituto maravilloso (o pésimo) de la religión, o bien una antigua religión, un derivado de una verdadera religión, que guarda fuertes aires de familia con las religiones, pero se trata de una especie completamente distinta. Si queremos tener una idea clara de lo que son las religiones, tendremos que aceptar que algunas de ellas pueden haberse convertido en algo que ya no es religión. Evidentemente, es el caso de determinadas prácticas y tradiciones que habían formado parte de alguna religión en el sentido estricto. Los ritos de Halloween ya no son ritos religiosos, al menos en Norteamérica; por consiguiente, quien dedica mucho esfuerzo y dinero a participar en ellos no está practicando ninguna religión, aunque sus actividades desciendan claramente de prácticas religiosas. También la creencia en papá Noel ha perdido su estatus de creencia religiosa.

Para otros, rezar sí que es hablar con Dios, el cual (y no lo cual) escucha y perdona de verdad. El credo de estas personas se ajusta a mi definición de religión, siempre y cuando forme parte de un sistema o comunidad social más amplios, y no sea una congregación de un solo fiel. A este respecto, mi definición es diametralmente opuesta a la de William James, que definió la religión como «los sentimientos, actos y experiencias de individuos en su soledad, en la medida en la que se perciben como estando en relación con lo que consideren como lo divino» (1902, p. 31). James no tendría ningún problema en identificar a un solo creyente como persona dotada de una religión. Al parecer fue su propio caso. Esta concentración en la experiencia religiosa individual, privada, fue por su parte una elección táctica; consideraba que los credos, los rituales, el boato y las jerarquías políticas de la religión «organizada» distraían de la raíz del fenómeno, y su estrategia dio espléndidos frutos, pero lo que mal podía negar es que aquellos factores sociales y culturales incidan enormemente en el contenido y la estructura de la experiencia individual. Actualmente hay motivos para sustituir el microscopio psicológico de James por un telescopio biológico y social de gran alcance, enfocado en los factores que conforman durante grandes extensiones de tiempo y espacio las experiencias y los actos de las personas religiosas tomadas una a una.

Claro que, del mismo modo que James no podía negar los factores sociales y culturales, tampoco me estaría bien a mí negar la existencia de individuos que, con gran sinceridad y devoción, se ven como únicos comulgantes de lo que podríamos llamar religiones privadas. Lo más habitual es que estas personas conozcan a fondo y de primera mano una o más religiones mundiales, pero hayan decidido no adscribirse a ellas. Como no quiero pasarlas por alto, pero como al mismo tiempo necesito diferenciarlas de esas otras personas religiosas, muchísimo más representativas, que se identifican con un credo o una iglesia dotados de muchos más miembros, las llamaré personas espirituales, pero no religiosas. Podría decirse que son vertebrados honoríficos.

Existen muchas más variables que hay que ir teniendo en cuenta, por ejemplo las personas que rezan y creen en la eficacia de la oración, pero que no creen que esta eficacia la vehicule un Dios agente que oye la plegaria en sentido literal. Prefiero postergar el análisis de todos estos puntos hasta habernos formado una idea más clara del origen de estas doctrinas. Lo que yo postulo es que el fenómeno básico de la religión invoca a dioses que son agentes reales, en tiempo real, y que desempeñan un papel central en cómo piensan los participantes que deberían actuar. Uso una palabra escurridiza como «invocar» porque, como veremos en otro capítulo, la palabra estándar «creencia» tiende a distorsionar y camuflar algunas de las características más interesantes de la religión. Por decirlo provocadoramente, la creencia religiosa no siempre es creencia. ¿Y por qué hay que buscar el beneplácito del agente o agentes sobrenaturales? La inclusión de esta cláusula sirve para diferenciar la religión de los diversos tipos de «magia negra». Se trata de personas (muy pocas, a decir verdad, aunque tantas leyendas urbanas sobre «sectas satánicas» pretendan convencernos jugosamente de lo contrario) que se consideran capaces de utilizar a demonios con los que forman una especie de alianza maligna. Estos sistemas sociales (casi inexistentes) están en la frontera con la religión, pero creo pertinente dejarlos fuera, ya que nuestra intuición se rebela ante la idea de que las personas que tienen escarceos con este tipo de chorradas se merezcan el estatus especial de devotos. Se diría que la base del amplio respeto del que gozan las religiones de cualquier pelaje nace de la impresión de que las personas religiosas son bienintencionadas, tratan de vivir conforme a la moral y están firmemente decididas a no hacer el mal y corregir sus faltas. Alguien a la vez tan egoísta y tan crédulo como para hacer un pacto con agentes sobrenaturales malvados para salirse con la suya vive en un mundo de tebeo, hecho de superstición, y no se merece ese respeto.