Geriniol
RICHARD DAWKINS
El geriniol es una droga muy potente que actúa de manera directa en el sistema nervioso central, produciendo varios síntomas que en muchos casos revisten carácter antisocial o autodestructivo. Puede modificar permanentemente el cerebro de los niños, y desencadenar trastornos en la edad adulta, algunos tan peligrosos y de tan difícil tratamiento como las ideas delirantes. Los cuatro vuelos funestos del 11 de septiembre de 2001 eran tripis de geriniol: todos los secuestradores, diecinueve en total, se hallaban simultáneamente bajo los efectos de la droga. Históricamente, cabe achacar al geriniolismo atrocidades como la caza de brujas de Salem y las masacres de indios sudamericanos por conquistadores. El geriniol fue el detonante de casi todas las guerras medievales europeas, y más recientemente de las carnicerías que comportó la división del subcontinente indio, así como la de Irlanda.
La intoxicación por geriniol puede llevar a que personas cuerdas renuncien a una vida humana normal y satisfactoria para recluirse en comunidades cerradas de adictos empedernidos. Estas comunidades suelen estar restringidas a un solo sexo, y prohíben la actividad sexual con una firmeza en muchos casos obsesiva. De hecho, la tendencia a las prohibiciones sexuales angustiosas se observa con tediosa recurrencia entre las pintorescas variaciones de la sintomatología del geriniol. No se ha observado que el geriniol reduzca de por sí la libido, pero a menudo desemboca en la manía de querer reducir el placer sexual de los demás. Un ejemplo actual es la lascivia con que muchos «gerinioadictos» habituales condenan la homosexualidad.
Como otras drogas, el geriniol en pequeñas dosis es prácticamente inocuo, y puede servir como lubricante en acontecimientos sociales como los matrimonios, los entierros y las ceremonias de Estado. En cuanto a la posibilidad de que estos tripis sociales, pese a su carácter inofensivo, puedan constituir un factor de riesgo para pasarse a formas más duras y adictivas de la misma droga, no hay acuerdo entre los expertos.
Las dosis medianas de geriniol no son peligrosas en sí, pero pueden distorsionar la percepción de la realidad. El efecto directo de la droga en el sistema nervioso inmuniza las creencias sin base objetiva contra las pruebas del mundo real. A veces se oye hablar a los gerinioadictos con el aire, o murmurar solos, como si creyeran que expresar de ese modo los deseos hace que se cumplan, aun a costa del bienestar ajeno y de una ligera infracción de las leyes de la física. Este trastorno autolocutorio va acompañado en muchos casos por extraños tics y gestos de las manos, estereotipos maniáticos como mover rítmicamente la cabeza de arriba abajo frente a una pared o un síndrome de orientación obsesiva compulsiva (SOBC: ponerse cinco veces al día hacia el este).
En dosis altas, el geriniol es alucinógeno. Los yonquis empedernidos llegan a oír voces dentro de su cabeza o a experimentar ilusiones visuales que a quienes las sufren les parecen tan reales que a menudo logran convencer a otras personas de que lo son. Una persona que refiera alucinaciones intensas de modo convincente puede llegar a ser venerada, y hasta seguida como una especie de líder, por otras que se consideran menos afortunadas. Esta patología del seguidor puede extenderse mucho más allá de la muerte del líder original, y derivar en extraños fenómenos psicodélicos como la fantasía caníbal de «beber la sangre y comer la carne» del líder.
El abuso crónico de geriniol puede dar pie a «malos viajes» en los que el consumidor sufre delirios escalofriantes, como el miedo a ser torturado, no en el mundo real, sino en un mundo imaginario después de la muerte. Este tipo de malos viajes va de la mano de un morboso acervo punitivo que es tan característico de esta droga como el miedo obsesivo a la sexualidad del que ya se ha hablado. La cultura del castigo alimentada por el geriniol va desde la bofetada hasta la lapidación (sobre todo de adúlteras y víctimas de violaciones), pasando por los azotes, y desde la «demanifestación» (amputación de una mano) hasta la siniestra fantasía de un alocastigo o «remate de cruz», la ejecución de una sola persona por los pecados de las demás.
Sería de esperar que una droga potencialmente tan peligrosa y adictiva encabezase la lista de estupefacientes prohibidos, con condenas ejemplares a los traficantes, pero no, se puede conseguir fácilmente en todo el mundo, y ni siquiera hace falta receta. Hay muchos traficantes profesionales, organizados en cárteles jerárquicos que la venden abiertamente en plena calle y en edificios construidos expresamente para tal efecto. Algunos de estos cárteles son expertos en desplumar a pobre gente desesperada por saciar su hábito. Hay «padrinos» que ocupan cargos influyentes en las más altas esferas, y que están bien relacionados con la realeza, los presidentes y los primeros ministros. Además de hacer la vista gorda con este negocio, los gobiernos lo eximen de tributar, pero lo peor es que subvencionan colegios fundados con la intención específica de enganchar a los niños.
Lo que me ha hecho escribir este artículo fue ver la sonrisa de felicidad de un hombre en Bali. Oía extáticamente su condena a muerte por el brutal asesinato de una gran cantidad de turistas inocentes a quienes no conocía, y con quienes no tenía ninguna cuenta que ajustar. A algunos, en el tribunal, les impresionó su falta de remordimientos. Lejos de arrepentirse, la reacción del hombre fue de clara euforia. Levantó el puño en el aire, delirantemente feliz de que fueran a «martirizarle», por usar la jerga de su grupo de adictos. No hay que llevarse a engaño: aquella sonrisa beatífica, aquella dicha absoluta ante la perspectiva de ser fusilado, son las de un drogadicto. Se trata del yonqui arquetípico, que se ha chutado geriniol en estado puro, de alto octanaje, sin refinar ni adulterar.
Se piense lo que se piense sobre las teorías de venganza y disuasión en torno a la pena de muerte, salta a la vista que este caso es especial. El martirio es una venganza un poco rara contra los que lo anhelan; en cuanto a disuadir, no solo no disuade, sino que siempre recluta a más mártires de los que mata. Lo importante es que el problema no aparecería si se protegiese a los niños de engancharse a una droga de tan mal pronóstico para sus cerebros adultos.