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De De rerum natura
(De la naturaleza de las cosas)
LUCRECIO
En enero de 1821, Thomas Jefferson escribió a John Adams para «alentar la esperanza de que algún día el pensamiento humano recupere la libertad de la que gozó hacía dos mil años». Este deseo de volver a la época de la filosofía habría situado a Jefferson en el mismo período que Tito Lucrecio Caro, a cuyo poema en seis volúmenes De rerum natura (De la naturaleza de las cosas) debemos una destilación de la obra de los primeros materialistas dignos de ese nombre: Leucipo, Demócrito y Epicuro. Los tres llegaron a la conclusión de que el mundo se componía de átomos en perpetuo movimiento. Epicuro, concretamente, sostuvo que si existían los dioses, no participaban en los asuntos humanos. Se deducía que fenómenos como las tormentas no eran sobrenaturales, sino naturales, que las ceremonias del culto y la propiciación eran una pérdida de tiempo, y que no había nada que temer de la muerte.
Dirigiéndose a su amigo Memmio, a quien sirve de Virgilio por este laberinto de ideas radicales, Lucrecio revivió la teoría «atomista» en una época en que Roma se hallaba en plena y burda restauración religiosa. Adujo que la religión, además de falsa, era inmoral: la referencia a Ifianasa de este fragmento es la versión latina de la historia griega y troyana de Ifigenia, víctima sacrificial de su propio padre en la casa de Atreo.
A principios de la era cristiana se persiguió encarnizadamente el atomismo, y un solo manuscrito impreso de De rerum natura sobrevivió a las llamas.
LIBRO I
vv. 50-61
Por lo demás, Memíada mío, con oídos desembarazados, entrégate libre de preocupaciones a la doctrina verdadera, no vaya a ser que mis dones, preparados para ti con leal empeño, antes de comprenderlos, los desdeñes y abandones. Pues por ti me pondré a disertar sobre el más alto fundamento del cielo y los dioses, e iré desvelando los primordios de los seres, de dónde la naturaleza produce todos los seres y los agranda y sustenta, y adonde a su vez esa misma naturaleza los reduce al desbaratarlos. A estas cosas nosotros solemos llamarlas, al dar una explicación de la realidad, «simientes de seres», y denominarlas a esas mismas también «cuerpos primarios», porque de esos cuerpos primarios derivan todos.
vv. 62-79
Cuando en todo el mundo la vida humana permanecía ante nuestros ojos deshonrosamente postrada y aplastada bajo el peso de la religión, que desde las regiones del cielo mostraba su cabeza amenazando desde lo alto a los mortales con su visión espantosa, por vez primera un griego se atrevió a levantar de frente sus ojos mortales, y fue el primero en hacerle frente; a él no le agobiaron ni lo que dicen de los dioses ni el rayo ni el cielo con su rugido amenazador, sino que más por ello estimulan la capacidad penetrante de su mente, de manera que se empeña en ser el primero en romper los apretados cerrojos de la naturaleza. Así pues, la vivida fuerza de su mente triunfó y avanzó lejos, fuera de los muros llameantes del mundo, y recorrió con su inteligencia y su empuje toda la inmensidad, de donde nos revela a la vuelta, ya vencedor, qué es lo que puede nacer y lo que no, según qué fundamento, en fin, cada ser tiene una capacidad restringida y unas lindes bien asentadas. En consecuencia la religión queda a nuestros pies pisoteada y a nosotros, por contra, su victoria nos empareja con el cielo.
vv. 80-101
En estas cuestiones temo lo siguiente: que acaso creas que te estás iniciando en los rudimentos de una doctrina irreverente o emprendiendo un camino de crímenes. Es al contrario, más a menudo esa religión provoca acciones criminales e irreverentes; fue así como en Áulide mancillaron torpemente con la sangre de Ifianasa al altar de la Virgen de las Encrucijadas los caudillos escogidos de los dánaos, la flor de los héroes: en cuanto a ella la cinta, puesta alrededor de su peinado de doncella, le cayó descolgándose por igual a una y otra parte de las mejillas, y se dio cuenta de que al tiempo su padre, entristecido, estaba en pie junto al altar, que a su lado los acólitos disimulaban el cuchillo y que al verla derramaban lágrimas sus paisanos, muda de espanto, postrada sobre sus rodillas se iba al suelo; y a la pobre de nada le servía en tal momento haber sido la primera en granjearle al rey el título de padre; porque arrastrada por manos de héroes y temblorosa la llevaron hasta los altares, no para que, tras acabar las consabidas solemnidades de la ceremonia, saliera acompañada por el sonoro «¡himeneo!», sino para que, en edad de bodas justamente, como víctima pura sin pureza cayera, entristecida porque su progenitor la sacrificaba para que a la flota se le concediera una salida próspera y venturosa. ¡Maldades tan grandes fue capaz de promover la religión!
vv. 102-135
Tú, digo, en cualquier momento, derrotado por las palabras terroríficas de los sacerdotes, querrás desertar de nuestro bando. ¡Porque hay que ver qué cantidad de ensoñaciones pueden al instante, inventarte, capaces de darle la vuelta a los principios de tu conducta y, por el miedo, trastornar del todo tu ventura! Y es lógico, ya que si los hombres le vieran un final preciso a sus penalidades, podrían con algún fundamento oponerse a las supersticiones y amenazas de los adivinos: ahora no hay ningún fundamento para la resistencia, ninguna capacidad, puesto que con la muerte hay que temer castigos eternos. Y es que se desconoce cuál es la naturaleza del alma, si nace o, por el contrario, se les transmite a los nacientes, si perece a la vez que nosotros deshecha con la muerte, o va a ver las tinieblas de Orco y sus charcas desoladas, o si por milagro se transmite a otras bestias, tal como cantó Ennio, que entre nosotros fue el primero que trajo del Helicón deleitoso una corona de fronda inmarcesible, cuya fama ilustre habría de resonar a través de los pueblos de Italia. Aunque, pese a todo, Ennio expone de otra parte, publicándolo con versos eternos, que existen los templos del Aqueronte, donde no perduran las almas ni nuestros cuerpos sino una suerte de imágenes descoloridas de extraña manera. De allí cuenta que salió el espectro de Homero el siempre florido y, llorando a lágrima viva, se puso a decir y explicar la producción de las cosas.
Por consiguiente, si tenemos que dar buena cuenta de las cosas de arriba, con qué cadencia se producen los pasos del Sol y la Luna, y con qué alcances cada suceso que acaece en la Tierra, como más importante ahora hay que examinar con sagaz raciocinio de dónde toma consistencia el alma y el ser de la mente, y qué cosa nos aterroriza saliéndonos al paso cuando velamos si estamos aquejados de algún mal de la mente, o cuando nos hallamos sepultados en el sueño, de manera que nos parece contemplar y oír delante de nosotros a aquellos cuyos huesos, luego del trance de la muerte, abraza la tierra.
vv. 136-145
Y a mi comprensión no escapa que es difícil aclarar en versos latinos los oscuros hallazgos de los griegos, sobre todo cuando en muchos casos tenemos que manejarnos con palabras nuevas a causa de la pobreza de nuestra lengua y la novedad de los temas. Pero tu valía, pese a todo, y el gusto que espero de tu grata amistad me anima a sobrellevar cualquier fatiga y me arrastra a pasar en vela noches despejadas, rebuscando las expresiones y los versos con que poder abrirle por fin claras luces a tu mente para que un día contemples en su hondura la realidad oculta.
vv. 146
Porque ese miedo y esas tinieblas del espíritu es menester que los despejen no los rayos del sol ni los dardos luminosos del día sino la contemplación y doctrina de la naturaleza.
El comienzo de ello arrancará según nosotros de lo siguiente: que no hay cosa que se engendre a partir de nada por obra divina jamás. Y es que a todos los mortales los envuelve el miedo ese de que ven que en la tierra y en el cielo se producen muchas cosas sin que puedan ellos de ninguna manera acertar a ver las causas de tales acciones, y piensan que suceden por gracia divina. Por esto, cuando hayamos visto que no hay cosa que pueda originarse a partir de nada, arrancando entonces de ahí contemplaremos ya con más acierto lo que estamos persiguiendo: de dónde cabe que se origine cada cosa y de qué modo cada una se produce sin la actuación de los dioses.
Porque si se produjeran a partir de nada, de cualquier ser podría nacer cualquier linaje, nada necesitaría simiente. Del mar para empezar podrían surgir los hombres, de la tierra el escamoso linaje, y los volátiles brotarían del cielo; reses y otros ganados, fieras de cualquier linaje irían ocupando tierras habitadas y deshabitadas con alumbramientos imprevisibles; tampoco los árboles darían los mismos frutos que suelen, sino que se cambiarían, cualquiera de ellos podría dar cualquier cosa, como es evidente si no tuviera cada uno sus cuerpos genésicos de modo que pueda haber para los seres una madre segura. Pero puesto que ahora cada cosa se origina mediante una determinada semilla, nace y sale a las orillas de la luz de allí donde cada una tiene encerrada su materia y sus cuerpos primarios; y por tal razón no puede engendrarse de cualquier cosa cualquier otra, porque en determinados seres hay encerrada una peculiar capacidad.
Y esto otro: ¿por qué vemos diseminarse en primavera la rosa, con los calores los trigos y a la invitación del otoño las vides, si no es porque ruando a su tiempo determinadas semillas de seres se congregan aparece cada cosa que se va originando, mientras es la temporada, y la tierra vivificante saca sin peligro seres tiernos a las orillas de la luz? Porque si se produjeran a partir de nada, surgirían de pronto en plazos imprevisibles y en estaciones del año extrañas, pues tal sería en el caso de que no hubiera unos primordios que pudieran hallar impedimento para una conexión engendradora en tiempo inadecuado. Ni desde luego en el crecimiento de los seres tendría cabida un plazo para la conjunción de la simiente, si pudieran ellos crecer a partir de nada: y es que de pronto saldrían mozos a partir de niños balbucientes y brotarían matorrales de la tierra levantándose de repente. Ninguna de estas cosas sucede, es claro, ya que todo va creciendo poco a poco, como es lógico, mediante semillas determinadas; y al ir creciendo, conserva su linaje, de modo que uno puede reconocer que se va agrandando y sustentando cada cosa a partir de materia propia.
LIBRO II
vv. 167-181
Pero frente a esto algunos, desconocedores de la materia, dicen que sin la gracia de los dioses no se puede explicar que la naturaleza mude tan de acuerdo con los humanos intereses las estaciones del año y críe el grano, ni tampoco las otras cosas que el santo Placer, guía de la vida, por su cuenta saca e invita a los mortales a que las afronten, llevándolos a que mediante las faenas de Venus propaguen las generaciones, de modo que no perezca la raza humana. Cuando imaginan que los dioses lo formaron todo por causa de esos hombres, en todo punto parece que se han desviado muy mucho de una razón bien fundada. Y es que aunque desconociera yo cuáles son los primordios de la realidad, sería, pese a todo, capaz de demostrar a partir de las propias explicaciones del cielo, y capaz de explicar a partir de muchas otras cosas lo siguiente: que en modo alguno en beneficio nuestro el ser del mundo se ha creado por obra divina: de tan grandes flaquezas está aquejado.
LIBRO III
vv. 417-444
Ea pues, para que puedas conocer que espíritus y almas livianas en los animales son nacederos y mortales, seguiré componiendo versos, largo tiempo meditados y urdidos con grato esfuerzo, que sean dignos de tu persona. Haz tú que los dos nombres en uno solo se junten y que, cuando por ejemplo digo «alma» para mostrar que es mortal, entiendas que también digo «espíritu», en cuanto que una sola cosa y bien trabada son los dos.
Para empezar: puesto que he mostrado que ella en su levedad está formada de cuerpos menudos y hecha de principios mucho menores que el agua clara o la niebla o el humo (pues en movilidad mucho les gana, y se mueve si una causa más ligera la golpea, porque es que imágenes de humo y niebla nos mueven, tal como cuando dormimos vemos en sueños despedir gruesos vapores los altares y dar humo; porque sin duda alguna tales simulacros vienen hasta nosotros), ahora, en efecto, puesto que ves que, al romperse en torno el recipiente, se derrama el líquido y el agua escapa, y puesto que la niebla y el humo hacia el aire escapan, convéncete de que también el alma se desparrama y mucho más rápida y velozmente perece y se descompone <en> cuerpos primeros en cuanto se arranca y aparta de los miembros del hombre; porque es que el cuerpo, que viene a ser como su recipiente, cuando no puede retenerla al quebrarse por alguna causa y esponjarse una vez que de las venas se retira la sangre, ¿cómo pensarías que la puede retener un aire que, siendo más ralo que nuestro cuerpo, apenas a sí mismo se retiene?
LIBRO V
vv. 1011-1027
Luego, una vez que dispusieron de cabañas, pieles y fuego, y la mujer unida a varón se limitó a uno solo que bien la frecuentaba, y vieron que su prole de ellos nacía, entonces el género humano vino por vez primera a ablandarse; y es que el fuego procuró que en sus apuros los cuerpos ya no pudieran así a cielo raso soportar el frío; también el amor hizo menguar las fuerzas y con sus lisonjas los niños quebrantaron sin dificultad el talante arisco de los padres. También entonces empezaron a trabar amistad vecinos ansiosos de no recibir del otro daño ni atropello; y en manos de otros ponían a sus niños y a la casta de las mujeres, dando a entender con voces y gestos inseguros que es justo que todos se compadezcan de los débiles. No pudo sin embargo producirse acuerdo en toda cosa; pero la parte honrada y mayor respetaba con pureza las afianzas, que si no, todo el género humano habría perecido ya entonces, sin que su descendencia pudiera alargar las generaciones hasta la presente.