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«El funeral de Dios»

THOMAS HARDY

En muchos casos, como reconocerá forzosamente más de un ateo, la pérdida de la fe se vive como algo más doloroso que liberador. El gran novelista Thomas Hardy se esforzó por conservarla todo el tiempo que pudo, pero al quedarse sin ella consideró que se merecía unas exequias dignas y conmovedoras.

I

Lentamente un cortejo vi pasar,

frente arrugada, hundido el ojo, corvos, canos.

Tenían los primeros, al sol crepuscular,

como una forma extraña y mística en sus manos.

II

Por contagioso palpito mental,

o latente saber que dentro de mí había,

y cuyo influjo se empezaba a hacer notar,

su dolida conciencia se hizo también mía.

III

Aunque la forma, a mi borrosa vista,

parecía de hombre, pronto se trocó

en una nube amorfa, de talla nunca vista,

y con alas, a veces, de gloriosa extensión.

IV

Y este fantasmagórico variar

mantuvo a lo largo de toda la andadura;

mas ni un momento dejaba de simbolizar

enorme poderío, y amorosa dulzura.

V

Sin darme apenas cuenta, silencioso,

me incliné hacia el paso de la comitiva;

ellos, que iban siendo más y más numerosos,

voceaban su angustia, y así el rumor se oía:

VI

«Oh proyección del hombre, tú, Figura,

reciente imagen nuestra, ¿habrá quien sobreviva

tu final? ¿Qué nos tentó a crearte, qué locura,

si ahora ya no podemos mantenerte viva?

VII

»Concebido celoso y sin medida,

le hicimos con el tiempo recto judicante,

dispuesto a bendecir a los de dura vida,

sufrido, y en misericordias abundante.

VIII

»Y, ofuscados por nuestro antiguo sueño,

hambrientos de consuelo, llegamos a mentirnos;

a erigir en creador nuestro propio diseño,

y de imaginaciones nuestras persuadirnos.

IX

»Pero el Tiempo, sin freno, sigiloso,

hizo que la inflexible y brusca realidad

al Rey de nuestra hechura en estado ruinoso

dejase, hasta abatirlo; y perecido ha ya.

X

»Sin luz, a tientas, vamos al olvido

de nuestro mito, exangües, y en peor malandanza

que los que en Babilonia alzaban su gemido,

pues su Sión aún era una viva esperanza.

XI

»¡Dulces años, huidos en tropel,

en los que el día daba sus primeras vueltas

con rezos confiados, y al ocaso, fiel,

me acostaba gozando de su clara presencia!

XII

»Su sitio, ¿quién o qué lo ocupará?

¿Adónde, en su angustia, mirará el caminante

buscando el astro fijo que acelerará

su paso hacia la meta del esfuerzo constante?».

XIII

Entonces vi que al fondo había unos cuantos,

dulces mujeres, mozos, hombres, que clamaban,

incrédulos: «¡Es falso, de paja! ¡Su planto

es una burla! ¡No ha muerto en nosotros, ni se acaba!».

XIV

Yo no podía respaldar su fe,

aun conociendo a muchos de ellos; me apiadaba

de todos, y pese a enmudecer, no me olvidé

de haber preciado antaño lo que ellos lloraban.

XV

Cómo sobrellevar aquel dolor

parecíame, empero, el terco interrogante

de cualquier mente viva, y al ir viendo mejor

vi asomar con certeza un resplandor distante.

XVI

Para aliviar la noche general,

decía de él un grupo, pequeño y apartado:

«¿No veis crecer la luz, despacio, allá al final?».

Pero de todas las cabezas fue negado.

XVII

De los que componían esa gente

los había virtuosos, intachables los más…

Turbado, dudoso entre sombra y luz naciente,

seguí con paso maquinal a los demás.