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De los Rubáiyát

OMAR JAYAM

También la Persia medieval nos dio un largo y hermoso poema que se burla de las pretensiones y las prácticas de la religión.

A Omar Jayam (1048-1131) se le recuerda sobre todo por sus efusivos elogios al vino, las mujeres y el canto (preferencias que en el Irán de nuestros días también le habrían ocasionado problemas), pero lo cierto es que fue un astrónomo y matemático de altos vuelos, que hizo aportaciones al álgebra, contribuyó a refinar el calendario, y tal vez fuera uno de los primeros defensores de la idea de que la Tierra gira alrededor del Sol.

Está claro que Jayam dudaba de que dios solo se hubiera revelado a algunos hombres, sobre todo frente a algo tan obvio como que a las personas que decían interpretar la revelación les gustaba utilizar sus pretensiones para conseguir poder y ejercitarlo en este mundo. No fue el primero que observó este aspecto de la religión, pero sí uno de los más ingeniosos.

XIV

Las esperanzas mundanales en que los hombres prenden su corazón se tornan ceniza… o prosperan; y luego, como la nieve sobre la faz polvorienta del desierto, lucen una hora o dos… y pasan.

XV

Y los que atesoraron el grano de oro, y los que lo arrojaron al viento como lluvia, todos se convertirán en tierra, y no de oro, de ese oro que los hombres, una vez enterrado, desean arrancar de nuevo a la tierra.

XVI

Piensa cómo en este campamento desmantelado, cuyos pórticos son alternativamente la noche y el día, Sultán tras Sultán, viven su hora o dos, y siguen su camino.

XVII

Dicen que el león y el lagarto tienen su corte donde Jamshyd se glorificó y bebió tanto; y Bahram, aquel gran cazador, yace dormido para siempre, aunque el asno salvaje pisotea su cabeza.

XVIII

Algunas veces pienso que nunca florece tan roja la rosa como donde sangra algún César enterrado; que cada jacinto que adorna el jardín ha caído en su regazo de alguna cabeza en otro tiempo hermosa.

XIX

Y esta deliciosa hierba, sobre la cual yacemos, cuyo verde tierno flequea la orilla del río… ¡Ah! Apoyémonos sobre ella suavemente, porque ¡quién sabe de qué labio invisible y en otro tiempo amable brota!

XX

¡Ay, amor mío! Llena la copa que libra al Hoy de las pasadas añoranzas y de los temores futuros… ¿Mañana?… Tal vez mañana yo mismo perteneceré a los siete mil años del Ayer.

XXI

¡Mirad! Algunos de aquellos a quienes hemos amado, los más amables y los mejores que el tiempo y el destino hayan prensado en su lagar, bebieron su copa una o dos vueltas antes, y uno a uno se hundieron silenciosamente en el descanso.

XXII

Y nosotros, que ahora nos regocijamos en el lugar que ellos dejaron, y que el verano viste de flores nuevas, también descenderemos bajo la capa de tierra, y haremos una capa de tierra… ¿para quién?

XXIII

¡Ah! Aprovechemos cuanto podamos lo que aún nos es dado gastar, antes de que bajemos al polvo; polvo en el polvo, y bajo el polvo, yacer sin vino, sin canción, sin cantor, y… ¡sin fin!

XXIV

Lo mismo a los que se preparan para hoy que a los que fijan la mirada en un mañana, clama un muecín desde la torre de las tinieblas: ¡Locos: vuestra recompensa no está ni aquí ni allá!

XXV

Porque todos los santos y los sabios que han discutido sobre los dos mundos tan sabiamente son arrojados como profetas locos: sus palabras se han deshecho en burla y sus bocas están llenas de polvo.

XXVI

¡Oh! Ven con el viejo Jayam, y deja hablar a los sabios: una cosa es cierta, que la vida huye; una cosa es cierta, y el sueño es mentira. La flor que ha florecido una vez muere para siempre.

XXVII

Yo mismo, de joven, frecuenté con ardor a doctores y santos, escuché grandes argumentos sobre esto y aquello; pero siempre salí por la misma puerta, como había entrado.

XXVIII

Con ellos sembré la semilla de la Sabiduría, y con mi propia mano labré la tierra para que germinase; y esta fue toda la cosecha que logré… «Vine como el agua, y me voy como el viento».

XXIX

Vine a este universo sin saber por qué ni de dónde, como el agua que corre a pesar suyo; y me voy, fuera de él, como el viento a lo largo del desierto —no sé adonde—, soplando a su pesar.

XXX

¿Qué?… Sin consultarme, lanzado aquí… ¿de dónde? Y sin consultarme, arrojado de aquí… ¿adonde? Ahoguemos en otra copa y en otra copa la memoria de esta insolencia.

XXXI

Del centro de la Tierra, subí a través de la séptima puerta, y me senté sobre el trono de Saturno; por el camino desaté muchos nudos, pero no el nudo de la muerte y del destino humano.

XXXII

Había una puerta para la cual no encontré llave; había un velo a través del cual no pude ver; hablaban un momento del Mí y del Tú… y después ya no había ni Tú ni Yo.

XXXIII

Entonces clamé al mismo cielo preguntando: ¿Qué lámpara tiene el Destino para guiar a sus pequeñuelos vacilantes en la oscuridad? Y el cielo respondió: Un entendimiento ciego.

XXXIV

Entonces conjuré a la esfera terrestre para que enseñase a mis labios el secreto de la fuente de la vida. Y, labio a labio, la tierra murmuró: Mientras vives, bebe, porque una vez muerto no volverás nunca.

XLV

Deja disputar a los sabios la eterna disputa del universo, y conmigo en un rincón del reposorio de Hubbub burla al que hace otro tanto contigo.

XLVI

Porque dentro y fuera, encima, en derredor, abajo, no existe nada más que una sombra mágica, proyectada por una linterna, cuya luz es el Sol, en derredor del cual nosotros, figuras fantasmas, venimos y nos vamos.

XLVII

Y si el vino que bebes, el labio que besas, acaban en la nada… en que van a parar todas las cosas… sí… piensa que eres Hoy lo que eras Ayer y que no serás menos mañana.

XLVIII

Mientras florece la rosa a orillas del río, bebe el rubí de la vendimia con el viejo Jayam, y cuando el Ángel se acerque a ti ofreciéndote su más tenebrosa bebida, tómala y no tiembles.

IL

Todo es un tablero de ajedrez de noches y días, donde el Destino juega con los hombres: muévelos de aquí allí, da mate, vence, y una por una las figuras yacen en la caja.

L

La pelota no pregunta por el sí o el no, sino que va a la derecha o a la izquierda, según el golpe del jugador. ¡Aquel que te ha lanzado al campo lo sabe todo, lo sabe, lo sabe!

LI

El dedo se mueve y escribe, y habiendo escrito, se va: ni toda tu piedad, ni todo tu entendimiento lo moverán a cambiar media línea; ni todas tus lágrimas bastarán a borrar una palabra.

LII

Y ese cuenco invertido que llamamos cielo, bajo el cual arrastrándonos encarcelados vivimos y morimos; no levantes tus manos hacia él, pidiendo ayuda, porque, impotente, rueda como tú y yo.

LIII

Con la primera arcilla de la tierra amasaron al último hombre, y entonces sembraron la semilla de la última cosecha: sí, la primera mañana de la creación escribió lo que ha de leer la última aurora del juicio.

LIV

Te digo esto: cuando saliendo de la meta a lomos del flamante corcel, arrojaron a Parwin y a Mushtara en mi porción predestinada de barro y alma.

LV

Germinó una fibra en la vid, a la cual se prendió mi ser; burle el Sufí; de mi vil metal puede limarse una llave, que acaso abra la puerta ante la cual aúlla.

LVI

Y esto lo sé: ora la única luz verdadera encienda en mí el amor, ora me consuma en ira por completo, más vale alcanzar una chispa de ella en la taberna que perderla del todo en el templo.

LVII

¡Oh, Tú, que sembraste de trampas y lazos el camino por el cual he de caminar: no me habrás enredado en predestinación para luego imputar mi caída a pecado!

LVIII

¡Oh, Tú, que hiciste al hombre de la arcilla más vil, y que con el Edén pensaste la serpiente; da al hombre tu perdón, por todas las culpas con que tiene ennegrecido el rostro… y recibe el suyo!