EPILOGO
FELICIDAD EN TERCERA PERSONA
—HOWARD YOUNG… ¿Cómo pudo hacerlo, Steve?
—Con diabólica astucia. Cuando yo le disparé tuvo la idea, En realidad, no había balas en el arma que yo vacié sobre él, sino cartuchos de fogueo. Me vigilaba desde que llegué a Miami, sabía que intentaría algo contra él, tarde o temprano. Y ya la señora Pearson me vigilaba, advirtiendo a su amante de mis movimientos, sin duda alguna.
—Así debió saber que tú llegabas a su bungalow, y…
—Y preparó la rampa en la que, estúpidamente, caí yo. Dejó el arma donde pudiera esgrimirla, con cartuchos de fogueo. Su labor como actor hizo el resto, y me quedé convencido de que todo había salido como calculé.
—Pero Howard estaba vivo…
—Claro. Totalmente ileso. Se ocultó. Buscó y halló un cadáver, debió teñirle el cabello, le puso sus prendas… y lo tuvo tiempo sumergido en el depósito de agua de la piscina. Dillman ha hallado allí restos del cuerpo en descomposición. Cuando estuvo lo bastante irreconocible, y con las huellas dactilares borradas por completo, lo tiró a la piscina y se ocupó la señora Pearson de su hallazgo. Se dejaron indicios que facilitaran su identificación, para señalarme como culpable. Y Howard Young, en la sombra, presuntamente muerto, fue desarrollando su plan de asesinar uno a uno a sus compinches, actuales socios en los negocios de la entidad, para quedarse con todo, conforme al convenio suscrito entre todos ellos.
—¿Sabían ellos que tú… ibas a escribir lo que creías que era tu primer crimen, Steve?
—No, Sharon. Ellos no podían saber eso. La señora Pearson, en sus incursiones clandestinas a mi casa, encontró el texto, y tuvo una brillante idea, a la que sin duda se unió Howard. Cuanto yo imaginase y escribiese, como una evasión a mis viejas obsesiones de venganza, sería puesto en práctica por ellos. Detalle a detalle. Solamente en su propia "muerte" había detalles diferentes, pero imprescindibles. De otro modo, no existiría cadáver capaz de hacerlo pasar por su cuerpo, debidamente descompuesto en el agua…
—Era un plan infernal, satánico…
—Claro que lo era. Yo me convertía en su juguete, sin saberlo. Y en el sospechoso ideal para la policía, para los demás…
—Y Howard, oculto, manejando los hilos de la trama.
—Eso es. Matando, desapareciendo, oculto bajo una falsa identidad, algún disfraz, algún sitio alejado del centro de Miami Beach, donde nadie pudiera verle o reconocerle… Siempre con su amante como enlace e informante de todo lo que convenía hacer…
—Steve… Vaya un asesino que estabas hecho —rió Sharon, rodeándole con un brazo amoroso.
—Sí, un asesino de papel —sonrió él, pensativo—. Pero que pudo haber ido a parar a una cámara de ejecuciones que no sería en absoluto de papel.
—Yo confiaba, yo creía en ti, pese a todo.
—Lo sé, Sharon. Has sido una maravillosa compañera. Pero eso estuvo a punto de costarte la vida…
—Tenía que ayudarte. Era la única que podía hacerlo, y lo intenté. Cuando supe el nombre de los restantes personajes de tu vieja historia, acudí a buscarlos, para tratar de convencerles de que algo sucedía, de que había un asesino oculto, insospechado, aprovechándose de ti, de tu situación, incluso de tus escritos…
—Nunca te hubieran creído, pero fue un hermoso esfuerzo, Sharon. No olvidaré jamás cuanto has hecho por mí…
—Tonto… —rió ella suavemente. Acarició sus cabellos—. No digas esas cosas, cariño. Sabes que me bastará con estar a tu lado para siempre, aquí o en cualquier otro lugar del mundo, y ese será el mejor de los premios. Incluso demasiado, para una mujer que ha llegado a conocer el horror de creerte un asesino… y aún así, estar profundamente enamorada de ti, Steve…
—Recuerda —sonrió él, mirándola a los ojos—. No es mi nombre. No me llamo Steve, sino Brian…
—Creo que nunca me acostumbraré —suspiró Sharon—. Para mí, siempre serás Steve Corman, el escritor.
—Si así te gusta…
—Así me gusta… Steve.
Se besaron. Era un hermoso final para una aventura peligrosa e inquietante, en la frontera sutil que separaba la realidad de la fantasía. Una frontera que, a veces, ni siquiera había existido para Brian Barnes o para Steve Corman.
Una frontera donde fluctuó durante unos días angustiosos, preguntándose si, realmente, se podía matar sólo con desearlo, sólo con escribirlo en tinas hojas de papel.
Y cuando se preguntó, igualmente, si no estaría loco, si su mente no tendría dos vertientes que se desconocían entre sí. Como un nuevo Jekyll, cuyo "Míster Hyde", fuese un asesino despiadado, al margen del inofensivo escritor que desahogaba su odio y su rencor imaginando en el papel crímenes que nunca cometió.
Ahora, la respuesta estaba clara por primera vez.
Y tanto Steve —o Brian—, como Sharon Talbot, futura señora Corman —o Barnes—, estaban dispuestos a olvidar.
Dispuestos a vivir solamente cara a su futuro. Dejando atrás el pasado. Y todas sus sombras siniestras…