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—Me he acostado con alguien. Es la primero vez que me acuesto con un hombre por una cuestión puramente sexual y ha sido muy liberador. No sé por qué te lo cuento, quizás porque eres mi único amigo.
He roto una de mis grandes barreras físicas y mentales y me siento muy feliz. Al final va a resultar que todo lo sucedido con Marcos va a ser lo mejor que me ha pasado en la vida.
David no esperaba recibir un mensaje así y al leerlo, sin dar crédito a lo que estaba leyendo, sintió una mezcla de disgusto y rabia. Disgusto porque Vega había estado con un hombre que no era él y rabia, por lo imbécil que se sentía dentro de esta situación de amor platónico más propia de una quinceañera. ¿Por qué me habré metido en este lío?, se preguntó. Ya iba siendo hora de ponerle fin a esa situación tan absurda. Su principal objetivo era ayudar a Vega y ya lo había hecho. Ella estaba comenzando una nueva vida y él no iba a formar parte de ella. Había llegado el momento de la retirada.
David solía contestarle a sus mensajes y e-mails de inmediato, pero esta vez necesitaba su tiempo. Iba a escribirle un correo de despedida.
De: Un amigo.
Para: Vega Herrero.
Asunto: The End.
Vega, desde el primer mensaje que te mandé mi único intención fue ayudarte. He logrado lo que esperaba y por ello, creo que es momento de poner punto y final a esta “relación”.
Te deseo todo lo mejor del mundo, te lo mereces.
Un abrazo.
Vega no se esperaba que la única persona en la que confiaba, aunque fuese un desconocido, le fuera a decir “adiós”. ¿The End? Cuánto le dolieron esas dos palabras tan cortas. Además se lo escribió a través de un e-mail como intentando darle más peso a lo que acababa de decir.
Se sintió abandonada. En esas últimas semanas tan duras había sido un gran apoyo y sin él estaba perdida. Tenía miedo y aunque sonara egoísta, lo necesitaba para poder seguir adelante. Estaba herida y aún se sentía demasiado débil como para enfrentarse sola a la realidad. Entró en pánico.
—¿He dicho o hecho algo que te haya molestado? Eres mi amigo, ¿verdad?, pues no me dejes sola, ¡te necesito!
Vega le envió un mensaje. Las cosas no podían acabar así entre ellos.
—Eres una mujer fuerte y no me necesitas. Tú sola sabrás qué camino debes seguir, sólo tienes que escuchar al viento.
—A la mierda el viento. Es a ti a quien quiero escuchar.
—No me lo pongas difícil, es lo mejor para los dos.
—Sé que había prometido no hacerte preguntas personales pero ¿quién eres?, ¿qué ocurre?, ¿a qué viene esto ahora? Comienzo a dudar de tu honestidad y de tus buenas intenciones. Siento que me has engañado.
—Siempre he sido sincero contigo pero lo siento, esto no puede seguir.
David no estaba dispuesto a confesarle sus sentimientos, ¿para qué?, él mismo se avergonzaba de sentirse tan atraído por ella. No tenía sentido, ella seguiría buscándose a sí misma y recuperándose de la traición de Marcos y él tendría que seguir con su vida y con sus planes.
Vega se sintió muy dolida, casi tanto como al enterarse de las mentiras de su novio, ¿por qué si ni siquiera sabía su nombre? Y ahora la dejaba sola. Esas últimas semanas gracias a su “amigo” se había sentido segura y protegida a pesar de haber puesto cientos de kilómetros de distancia y de estar en un lugar nuevo para ella. Muchos dirían que había cometido una insensatez dejándose llevar por el dolor y la enajenación del momento. Sí, probablemente haya sido una locura haberse dejado llevar por el primer impulso, pensó Vega, pero había hecho lo que le habían dictado el corazón y la razón y sólo por ello, ya era lo correcto.
¿El final? Necesitaba pensar. Un nuevo revés se había puesto en su camino y no iba a quedarse llorando en su habitación. Cogió la botella que le había regalado Marie al llegar a Sagres como regalo de bienvenida y se marchó al que gracias a Krista se había convertido en uno de sus lugares preferidos, el cabo de San Vicente. Allí sentía como sus penas se desvanecían al mismo tiempo que el sol se perdía sobre el mar. Los atardeceres en ese lugar privilegiado tenían efectos sanadores y terapéuticos. Se montó en su coche y en cuestión de minutos ya estaba aparcando cerca del faro. Sacó del maletero la botella de vino y la abrió con el sacacorchos que había metido para la ocasión y después de coger la manta de cuadros verdes y rojos que siempre llevaba en el maletero, intentó acomodarse entre las rocas buscando un buen lugar resguardado del viento ligeramente molesto de esa noche.
Aunque ver el atardecer desde el cabo de San Vicente era uno de los atractivos turísticos de la zona, no había demasiada gente, seguramente porque aún estaban a principios de junio, pero al ver como ella era de la única persona que estaba disfrutando de semejante espectáculo sola, se sintió pequeña y extremadamente afligida, pero no dejó que la autocompasión la venciera. Las mentiras de Marcos habían sido muy dolorosas, pero aunque duela era mejor saber la verdad cuanto antes, porque no había nada más lamentable y trágico que vivir en medio de un engaño. Y en cuanto a su amigo misterioso, de nada servía lamentarse por la pérdida de una amistad que realmente nunca había tenido. No había existido, solo había sido un espejismo. La amistad es la sinceridad en su máxima expresión y ese “extraño” no había sido franco ni claro con ella. Sí, la había ayudado y se sentía en deuda con él, pero no sabía ni su nombre, así que no le debía nada, él mismo había perdido el derecho a ser recompensado. Además, tampoco estaba tan sola, tenía la compañía de Marie y Krista, que en solo unos días le habían aportado más que mucha gente en varios años.
Seguiría adelante y de momento se limitaría a disfrutar de su retiro espiritual. Se había alejado de Marcos y de todo lo que él conllevaba, pero en el fondo sabía que su huida iba más allá, estaba huyendo de una vida que no era la que deseaba y allí justamente, estaba en el sitio y el momento adecuado para reconducirla y volver a empezar.