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Vega no pudo pegar ojo en toda la noche, estaba demasiado nerviosa y tenía muchas cosas en las que pensar. No quería pasar ni un día más en Madrid, así que comenzó a preparar su equipaje. En cuanto hablase con Marcos saldría huyendo de la mentira de su vida, ¿pero cómo iba a hacerle frente?

A primera hora llamó a su jefe para decirle que no podría ir a trabajar porque estaba enferma. En sentido figurado era totalmente cierto, la traición la estaba matando lentamente. Sabía que tenía que dejar el trabajo, pero ese no era el momento de pensar en ello.

Imprimió el archivo adjunto que le había enviado su confidente y con una fuerza y un valor insólito en ella, se dirigió al despacho de Marcos.

Al llegar, Amelia la saludó con amabilidad y le dijo que avisaría la Sr. Cano de su presencia.

—No es necesario, entraré directamente —contestó decidida sin apenas mirarle a la cara.

A la secretaría le sorprendió esa actitud por parte de Vega, que siempre se había mostrado muy cortés y dulce con ella. Pero pensó que si estaba así de enfurecida, era porque había una razón contundente para ello.

Cuando entró Marcos hablaba por teléfono y a pesar de lo inusual que era la entrada de Vega sin previo aviso, no le dio demasiada importancia.

—¿Qué ocurre?, ¿no has ido a trabajar?

Vega sintió que sus fuerzas empezaban a flaquear.

—Era David, mi asesor, parece que hoy os ponéis todos de acuerdo para no trabajar —dijo mostrando su descontento.

Vega no hizo caso a su comentario, bastante tenía con volver a reunir el valor necesario para enfrentarse a él. Inspiró hondo y le lanzó la copia del expediente sobre la mesa.

—¿Qué es eso? —preguntó intrigado, más por el brusco gesto de Vega que por el documento en sí.

—Dímelo tú.

Marcos sintió que algo no iba bien. Ojeó los papeles con una ligera distancia como si tuviese miedo de que le quemaran y de un vistazo reconoció lo que había sobre su mesa. Se quedó en silencio. Silencio que sacó de quicio a Vega.

—¡No piensas decir nada! —gritó sin preocuparle que pudiesen escucharla.

—¿De dónde has sacado esto? —preguntó con rostro compungido.

—¿Eso es lo único que te preocupa? ¡Eres un embustero!

Marcos estaba haciendo un gran esfuerzo para pensar rápido y tratar esa situación tan delicada del mejor modo posible. Respiró hondo y habló con total tranquilidad, por lo menos de modo aparente.

—Ese documento es exactamente lo que piensas. Sólo he procurado hacer lo que era mejor para mi carrera y seguiré haciéndolo. Así que espero que no te entrometas, porque si lo haces sufrirás las consecuencias.

—¿Cómo? —Vega se echó las manos la cabeza, para seguidamente frotarse los ojos. No daba crédito a lo que estaba sucediendo. ¿Quién era ese hombre tan frío y calculador que estaba frente a ella?—, ¿me estás amenazando?, ¿tú a mí? Estás loco.

—Sólo te estoy advirtiendo —sonó amenazante, pero en el fondo estaba muerto de miedo. Vega tenía su carrera en sus manos, sí, lo tenía bien agarrado por los... Pero es muy débil de carácter, pensó Marcos, seguro que amenazándola la mantendré al margen.

Después de una pequeña pausa para recobrar la compostura, volvió a dirigirse a ella.

—Te recomiendo que te alejes una temporada. Yo me encargaré de poner fin a nuestra relación  en los medios y en unos meses podrás volver a tu vida como si no hubiese pasado nada.

El enfado de Vega se transformó en una profunda decepción.

—¿Nunca te he importado? —preguntó con amargura.

—Bueno, ahora eso no es lo importante —Marcos no quería profundizar en sus sentimientos. Él mismo se había obligado a no sentir.

—¿Cómo que no es lo más importante?, he estado compartiendo mi vida contigo más de un año —a Vega le parecía imposible ser capaz de fingir de ese modo.

—No es una cuestión de blanco o negro, ni de todo a nada —no fue capaz de mirarla a los ojos—. Ahora es mejor que te vayas, necesito solucionar esto.

—Eres un monstruo insensible —Vega sintió ganas de llorar, pero después de una larga noche sin parar de hacerlo ya no le quedaban lágrimas.

Marcos siguió sin mirarla, cobarde, con la certeza de saber que Vega tenía razón.

—Has jugado conmigo y con mi vida y espero que tarde o temprano pagues por lo que me has hecho. Me avergüenza conocerte y me repugna haberme enamorado de un hombre como tú, pero ahora mismo lo único que siento por ti es asco —dijo mientras se dirigía a la puerta, al mismo tiempo que su cara y su voz reflejaban sus sentimientos.

—Te recomiendo que tengas cuidado, no hagas nada que luego tengas que lamentar —le advirtió con una frialdad tan cortante que a Vega le atravesó el corazón.

Cuando Vega salió del despacho se sintió como flotando en medio de sueño, todo era surrealista y nada de lo sucedido parecía real. Estaba mareada y el mundo que estaba a su alrededor, parecía borroso ante sus ojos. Por un instante sintió que iba a caer al vacío, sin embargo, una voz a lo lejos preguntándole si se encontraba bien la hizo salir de su estado de ensoñación. Le contestó que sí a Amelia y se dirigió corriendo al ascensor. Necesitaba salir de allí y respirar aire fresco, aire no viciado por la mentira y el engaño.

Sacó su móvil del bolso, necesitaba hablar con alguien y vio un mensaje de WhatsApp de un número desconocido.

—¿Estás bien?

—¿Quién eres?

Le preguntó Vega deseando tener al otro lado a alguien con quien poder desahogarse.

— “Tu amigo”

—No, no estoy bien.

—¿Necesitas algo?

—Huir, desaparecer, que me trague la tierra.

—No tienes que hacerlo si no quieres. Yo te protegeré.

—¿Protegerme de qué?, ¿cómo sabes que me ha amenazado?

Todo era demasiado confuso y Vega se esforzaba por pensar con claridad.

Porque yo sí sé quién es Marcos Cano.

—¿Sabes? No le tengo miedo, pero necesito desaparecer e irme muy lejos de aquí. Ya no por él sino por mí. Quiero alejarme de la realidad para olvidarme de ella.

Sabía que si seguía en Madrid las calles la iban a engullir.

—Cualquier cosa que necesites solo tienes que decírmelo.

—Sí, hay algo en lo que sí puedes ayudarme.

—Dime, lo que sea.

Necesito que redactes mi carta de dimisión en Tele 3, que la firmes y la entregues por mí. Sé que no es muy “legal” pero no me siento fuerte como para dar la cara.  Si has sido capaz de conseguir un expediente confidencial seguro que también podrás hacer eso.

A pesar de lo abrumada que estaba, era consciente de que no podía desaparecer así como así, por arte de magia. Tenía sus responsabilidades.

No te preocupes, yo me encargaré de todo.

Gracias.

—Una cosa, te recomiendo que te deshagas de tu móvil para que nadie pueda agobiarte con llamadas y mensajes y si quieres yo puedo cancelar tus perfiles en las redes sociales y tus direcciones de correo. Cuando se enteren de todo lo ocurrido, todo el mundo querrá ponerse en contacto contigo.

—De acuerdo.

Ahora mismo te haré llegar a casa un móvil nuevo para que puedas usarlo en caso de emergencia y para llamar a tus más allegados. Y ya sabes que si necesitas cualquier cosa, puedes llamarme a mí.

—¿Por qué haces esto?

Vega seguía sin entender como un desconocido estaba haciendo todo eso por ella.

Porque quiero ayudarte.

Vega no tenía la cabeza lo suficientemente clara como para pensar en las verdaderas intenciones de ese extraño, pero lo que sí sabía es que en ese momento necesitaba su ayuda, fuese quien fuese. Necesitaba un clavo ardiendo al que poder agarrarse.

Cuando llegó a su urbanización el conserje le dio el paquete que habían dejado para ella. Era un móvil nuevo con una nota:

“No te preocupes, todo irá bien. Y si me necesitas, silba

Al leer la nota, Vega sonrió. Era la primera vez que sonreía en las últimas horas. ¿Sabría su amigo todo lo que había detrás de esa frase? Esa frase pertenecía a “Tener o no tener”, la película en la que Humphrey Bogart y Lauren Bacall se enamoraron y la frase se hizo tan famosa que cuándo se casaron, Bogart le regaló a su mujer un colgante con un silbato de oro. Seguramente sí lo sabría, pensó Vega, estaba claro que a su amigo le gustaba mucho el cine.

Cogió rápidamente su equipaje y sin pensar a dónde ir, comenzó a conducir. Cuando salió de Madrid su cuerpo empezó a relajarse como si todo lo malo se fuese a quedar allí, en la ciudad, y fuera de sus fronteras imaginarias ya nada malo podía pasar.

Encendió la radio como esperando que alguien al otro lado de las ondas le dijese a dónde debía ir y como un cálido baño de agosto en el mar a la luz de la luna, sonó “Waves” de Mr. Probz, inundando el coche de la fuerza de la olas. Una hora antes ella sentía que se ahogaba mientras nadaba a contracorriente, pero ahora tenía fuerzas suficientes para llegar a la orilla y volver a pisar la arena. Y era cerca del mar donde le apetecía estar. Cuando se paró a repostar buscó en Google Maps el lugar con mar más alejado de Madrid, allí iría.