1
“El nuevo candidato del partido socialista mantiene una relación con la presentadora de informativos, Vega Herrero”
Esa era ella, Vega Herrero y con ese titular había salido a la luz su noviazgo con el flamante político, Marcos Cano, hace casi un año. En determinados círculos sociales su relación comenzaba a ser un secreto a voces, así que decidieron que había llegado el momento de hacerla pública. Sí, decidieron, pero no ella, Vega no había tenido nada que ver con esa decisión, ese poder lo tenían otros.
—Creen que es mejor que todo el mundo sepa que estamos juntos —le había dicho Marcos, así como quien no quiere la cosa.
—¿Quién lo cree?
—El partido. Piensan que así no tendremos que escondernos y vernos en secreto.
Vega tenía claro que nadie en su partido se iba a preocupar por su bienestar ni porque pudiese verse libremente con su novio, pero tampoco quiso darle más vueltas al asunto. Le gustaba la emoción de sus encuentros clandestinos, pero estaba muy orgullosa de su chico y no le importaba que el mundo entero supiese que eran pareja. En cierto modo, lo deseaba.
—Yo también creo que es lo mejor —continúo Marcos sin demasiado entusiasmo. Realmente, en ese momento, a él le resultaba indiferente que su relación con Vega si hiciese pública o no, una indiferencia que a Vega le pasó totalmente desapercibida porque su corazón latía única y exclusivamente por Marcos.
¿Cómo había podido dejarse manipular de ese modo?, se preguntó más de una vez maldiciéndose por su ingenuidad. Estaba ciega de amor y a pesar de sentirse como una espectadora de su propia vida, nada le había hecho sospechar ni intuir cual sería el desenlace de esa historia. Una historia demasiado sombría y lúgubre, incluso para ella, que siempre conseguía ver la parte cómica de las grandes fatalidades de su vida.
Quería huir. Salir corriendo e ir lo más lejos posible. Ir a un lugar en el que nadie la conociese y nadie pudiese encontrarla. Hubiese deseado desaparecer. Nunca se había sentido tan terriblemente engañada. ¿Por qué no lo había visto venir? Se estaba volviendo loca y todo su mundo se venía abajo por momentos. Nada era lo que parecía. Vivía en una mentira. Había estado viviendo en su propio “Show de Truman” y al igual que Truman, Vega era lo único real en aquella historia. Una historia llena de engaños.
No sería la primera que sale huyendo ante la traición y el engaño. Era como Diane Lane en “Bajo el sol de la Toscana”. Soy patética, pensó, se sentía más cercana a personajes de ficción que a nadie del mundo que la rodeaba. Ojalá nada de esto fuera real, ojalá no fuera nada más que la mediocre historia de un telefilme de domingo por la tarde, ojalá todo fuese un sueño, deseó con fuerza sabiendo que no vendría ningún genio para convertir sus deseos en realidad.
¿Cómo se atreve a amenazarme?, ¿a mí?, ¿amenazarme con qué? Vega no daba crédito a sus intentos de intimidarla. ¿Cómo nunca había visto esa crueldad en sus ojos?
Sin embargo, no tenía nada de qué arrepentirse, ni de qué avergonzarse. Nunca había hecho nada inmoral, ni ilegal y todas sus amenazas iban a caer en saco rato. Tenía su conciencia demasiado tranquila. En ese momento era su conciencia lo único que se mantenía intacto. Ella no tenía nada que perder, si alguien podría salir perjudicado en esta historia era él. ¿Pero cómo se ha atrevido a amenazarme?, ¡valiente hijo de …!, ¡qué fácil le resulta a un hombre envalentonarse frente a una mujer!, la ira de Vega iba en aumento. Me has roto el corazón y has destrozado mi vida, pero no podrás conmigo, se dijo en voz alta y con firmeza.